-
Engaño en la ciencia: ¿unas cuantas manzanas podridas?¡Despertad! 1984 | 22 de mayo
-
-
Engaño en la ciencia: ¿unas cuantas manzanas podridas?
EL MUNDO de la investigación médica estaba lleno de actividad y entusiasmo. Un estudiante de 24 años de edad, graduado de la Universidad de Cornell, había dado con una nueva teoría sobre la causa del cáncer y tenía los datos de experimentos para apoyarla. El trabajo parecía tan impresionante que algunos creían que podría resultar en que él y su profesor ganaran el premio Nóbel.
Los que trabajaban con él consideraban al joven uno de los científicos más brillantes. En tan solo unas cuantas semanas pudo terminar ciertos experimentos con los cuales otros científicos habían estado luchando por años. Parecía que los proyectos resultaban bien solo cuando él tomaba parte en ellos. Las cosas parecían marchar demasiado bien para ser ciertas.
Poco después se hizo evidente la razón. En julio de 1981 se descubrió que había engaño en su obra. Parece que una sustancia química que no debería haber estado presente hizo que los experimentos produjeran los resultados esperados. Rápidamente se sacaron de circulación los papeles científicos que se habían publicado sobre su obra. Investigaciones adicionales revelaron que de alguna manera él había entrado a la escuela para graduados sin siquiera haberse licenciado en ciencias. Además, los profesores de otras escuelas a las que él había asistido recordaron que él nunca había podido repetir los experimentos que afirmaba haber efectuado.
Este incidente es tan solo uno de una serie de escándalos que ha sacudido al mundo de la ciencia en los últimos años. Mientras que el engaño culminó en la ruina de la carrera aparentemente prometedora de este joven, otro caso de engaño que se expuso aproximadamente al mismo tiempo resultó en lo que se consideró “la pena más severa que el Gobierno haya impuesto por falsificación en la ciencia”.
Otro estudiante brillante de 33 años de edad, que se había graduado de la facultad de medicina hacía apenas siete años, ya tenía el mérito de haber hecho publicar en algunas de las principales revistas científicas más de cien ensayos sobre sus investigaciones. Sus colegas consideraban que su obra era brillante y creativa; además, él estaba a punto de llegar a ser miembro del profesorado de la Escuela de Medicina de Harvard y director de su propio laboratorio de investigaciones.
Pero pronto su historia de éxito había de quedar hecha añicos. En mayo de 1981, cuando se le pidió que presentara los datos de laboratorio de cierto experimento que él afirmaba haber hecho, se descubrió que estaba falsificando sus registros para hacer que un trabajo de unas cuantas horas pareciera como algo que hubiera requerido unas cuantas semanas. Enseguida otras partes de su obra se consideraron sospechosas. También se descubrió que en muchos de sus ensayos había empleado los nombres de otros científicos, nombrándolos como coautores sin que ellos lo supieran, y que algunos de los experimentos en los que se basaban los ensayos eran completamente ficticios. De alguna manera se las había arreglado para obrar así por 14 años sin ser descubierto.
Lo que contribuyó a que estos casos fueran particularmente perturbadores fue el hecho de que salieron a la luz poco después de una audiencia del Congreso de los Estados Unidos sobre el engaño en la ciencia. Esa audiencia, celebrada el 31 de marzo y el 1 de abril de 1981, se condujo para investigar una serie de engaños en las investigaciones científicas, que se habían expuesto poco antes.
Entre los casos hubo uno que tenía que ver con un profesor adjunto de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, a quien se halló culpable de plagiar la obra de otro investigador además de falsificar y refinar los datos en su propio informe. En otro caso estuvo envuelto un investigador principal del Hospital General de Massachusetts. En un estudio de la enfermedad de Hodgkin, un tipo de cáncer, él había utilizado cultivos de células que resultaron provenir de un mono y de una persona que no parecía tener la enfermedad.
Además de ser un golpe y resultar en vergüenza y desilusión, las noticias de tales prácticas fraudulentas hacen que el público dude de los científicos y la ciencia. ¿Cómo pueden los impostores llegar tan lejos y durar tanto tiempo sin que se les descubra?
Invariablemente, la respuesta de la comunidad científica es que tales casos no fueron más que unas cuantas manzanas podridas y que la prensa exageró muchísimo el asunto. Los miembros de dicha comunidad afirman que, si se toma en cuenta la gran cantidad de científicos que hay hoy día, los pocos casos de engaño que se exponen solo prueban que la ciencia tiene un registro mucho mejor que cualquier otro campo en el que se esfuerzan los humanos. Esto, insisten ellos, se debe a que la ciencia es un sistema que se autocorrige y tiene un mecanismo intrínseco que puede detectar rápida y eficazmente cualesquier intentos de falsificación.
Cualquier obra científica, para llegar a ser reconocida, tiene que aparecer en una de las publicaciones profesionales. Los ensayos que han de publicarse son evaluados primero por un grupo de expertos independientes, a quienes se conoce como árbitros. Se dice que este proceso es la primera línea de defensa contra la falsificación. Una vez que la obra se publica, está a la disposición de toda la comunidad científica no solo para escudriñamiento, sino también para réplica o reproducción, es decir, que otros científicos tienen que poder repetir el experimento. Se afirma que si alguna falsificación está envuelta en el asunto, saldría a luz en esta etapa.
Además, debido al alto costo de la investigación científica hoy día, gran parte de ésta tiene el apoyo de subvenciones gubernamentales. De nuevo, varios comités de asesores nombrados por el gobierno y compuestos de expertos en el campo repasan las solicitudes para subvenciones. Mediante este procedimiento pueden eliminarse propuestas inútiles y cuestionables antes de que siquiera comiencen.
En tal sistema —según se afirma— es muy poco probable que alguien siquiera intente perpetrar un engaño. De hecho, cualquiera que lo hiciera tendría que estar mentalmente desequilibrado o trastornado, al igual que lo estuvieron el famoso Dr. Frankenstein, y el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.
Los argumentos parecen suficientemente sólidos, por lo menos en teoría. ¿Qué hay de la práctica? ¿Son realmente tan raros los casos de engaño, como afirman los científicos? ¿Son desviados mentales o esquizofrénicos los que han sido hallados culpables de engaño? ¿Podemos nosotros, los que no somos científicos, aprender algo del fenómeno del engaño en la ciencia?
-
-
Engaño en la ciencia: una mirada tras bastidores¡Despertad! 1984 | 22 de mayo
-
-
Engaño en la ciencia: una mirada tras bastidores
EL CIENTÍFICO miró detenidamente por el microscopio, y lo que vio le hizo dar un salto. “¡Eureka!”, gritó él. Y así se hizo otro gran descubrimiento científico.
Esto es lo que se nos hace creer respecto a los triunfos de la ciencia. Recuerde por un momento su clase de ciencia de la escuela primaria. ¿Recuerda los grandes héroes de la galería de personajes científicos? Se alaba a hombres como Galileo, Newton, Darwin y Einstein no sólo por sus logros científicos, sino también por sus virtudes... su objetividad, su dedicación, su honradez, su humildad y demás. Se nos dejaba con la impresión de que meramente a fuerza de la inteligencia superior y la mente racional de los científicos los misterios de la naturaleza simplemente eran revelados ante ellos y la verdad sencillamente surgía de manera súbita.
Pero en realidad no es tan sencillo el asunto. En la mayoría de los casos, los científicos tienen que pasar meses, o años, trabajando en laboratorios, luchando con resultados que frecuentemente los dejan confusos y perplejos, y que hasta parecen contradictorios.
La persona idealista tal vez crea que el científico dedicado sigue adelante sin desanimarse hasta dar con la verdad. Pero el hecho es que generalmente sabemos muy poco en cuanto a lo que sucede detrás de las puertas cerradas del laboratorio. ¿Hay razón para creer que las características despreciables de los seres humanos, como el prejuicio, la rivalidad, la ambición y la codicia, ejerzan menos influencia en los científicos?
“Se dice que el científico domina las preferencias personales y las emociones humanas y se apega a la verdad”, escribió Michael Mahoney en Psychology Today. “Pero tanto los anales de la ciencia antigua como los de la contemporánea sugieren que dicha representación no es del todo exacta.”
El columnista Alan Lightman se expresa de manera parecida en la revista Science 83: “La historia de la ciencia está repleta de prejuicios personales, temas filosóficos engañosos, protagonistas que no son apropiados para su papel. [...] Sospecho que de vez en cuando todos los científicos han sido culpables de prejuicio al hacer sus investigaciones”.
¿Le sorprenden a usted dichos comentarios? ¿Por lo menos han alterado, por no decir deslustrado, la idea que usted se había hecho de la ciencia y los científicos? Estudios recientes al respecto han revelado que hasta lumbreras científicas del pasado emplearon métodos poco éticos para promover sus propias ideas o teorías.
A Isaac Newton frecuentemente se le ha llamado el padre de la física moderna debido a que inició el trabajo relacionado con la teoría de la gravitación universal. Algunos científicos contemporáneos, incluso el matemático alemán Gottfried Leibniz, se opusieron enérgicamente a la idea cuando ésta se publicó en el famoso tratado Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (Principios matemáticos de filosofía natural). Esto resultó en una enemistad prolongada entre los dos, la cual no terminó hasta la muerte de ambos.
Richard S. Westfall afirmó en Science que, para reforzar su posición, Newton hizo ciertos “ajustes” en la obra Principia a fin de que sus cálculos y medidas apoyaran más estrechamente su teoría, de modo que ésta fuera más convincente. En un caso, se afirmó que sus cálculos eran exactos hasta dentro de un margen de tres milésimas, y en otro él extendió sus cálculos hasta siete lugares decimales, algo que en aquel entonces era desconocido. “Si Principia estableció el patrón cuantitativo de la ciencia moderna —escribió Westfall— también dio a entender una verdad menos sublime... que nadie puede manipular la fábrica de mentiras tan eficazmente como el mismo maestro de matemáticas.”
Newton se vio envuelto en otra controversia que con el tiempo lo venció. A fin de reclamar prioridad sobre Leibniz por la invención del cálculo, de acuerdo con la Encyclopædia Britannica, Newton, como presidente de la estimada Sociedad Real, “nombró un comité ‘imparcial’ [compuesto mayormente de sus partidarios] para que investigara el asunto, escribió en secreto el informe que fue publicado oficialmente por la sociedad, y preparó una reseña anónima de éste en la publicación Philosophical Transactions”, de modo que se atribuyó el honor a sí mismo.
Ciertamente es paradójico que un hombre de la talla de Newton recurriera a semejantes tácticas. Esto claramente muestra que por concienzudo y honorable que un científico, o cualquiera, sea en otros respectos, cuando está en juego su propia reputación o sus propios intereses, puede volverse muy dogmático, irracional, y hasta imprudente, o tomar un atajo.
“Parece razonable, por no decir trillada, la idea de que los científicos son seres humanos, propensos a las mismas debilidades de todos nosotros, heroicos, cobardes, honrados y astutos, tontos y sensatos en más o menos la misma medida, expertos en ciertos campos, pero no en muchos”, escribe el asesor Roy Herbert en la publicación New Scientist. Aunque quizás no todos en el mundo de la ciencia compartan este parecer, él agrega: “No se me hace nada difícil aceptar esta idea”.
Pero ¿qué hay de la estructura de la ciencia, la cual supuestamente es sólida, se autocorrige y se autovigila... los procedimientos de revisión, arbitraje y réplica?
En vista de la reciente serie de engaños por parte de prestigiosas instituciones de investigación, a los cuales se dio extensa publicidad, la Asociación de Colegios de Medicina Norteamericanos emitió un informe en el que se establecieron pautas en cuanto a cómo tratar con el engaño en las investigaciones. Básicamente el informe sostuvo que “la fuerte probabilidad de que se descubran datos fraudulentos poco después de ser presentados” es una salvaguarda contra las prácticas poco éticas.
Pero a muchas personas, tanto dentro como fuera de la comunidad científica, no les agradó dicho juicio. Por ejemplo, un artículo de fondo que apareció en el periódico The New York Times, en el que se dijo que el informe era “un diagnóstico poco profundo del engaño en la ciencia”, hizo notar que “originalmente ninguno de los engaños salió a luz mediante los mecanismos establecidos que los científicos utilizan para verificar entre sí el trabajo de cada uno”.
De hecho, uno de los miembros del comité que preparó el informe, el Dr. Arnold S. Relman, quien también es redactor de la publicación The New England Journal of Medicine, tampoco estuvo de acuerdo con la conclusión del informe. “¿Qué clase de protección contra el engaño ofrece el que la obra de un científico sea revisada por sus colegas? —preguntó él—. Poca o ninguna.” Para respaldar su argumento, Relman dijo a continuación: “El trabajo fraudulento se publicó en revistas revisadas por nuestros colegas, y algunas de ellas tenían normas muy exigentes. En el caso de las dos obras que nosotros publicamos, ninguno de los árbitros ni de los editores hizo insinuación alguna de que se hubiera manifestado falta de honradez”.
Respecto a la eficacia de la réplica como medio de descubrir engaños, parece que hay una enorme brecha entre la teoría y la práctica. En el campo de la investigación científica de hoy, donde hay muchísima competencia, los científicos están más interesados en abrir un nuevo camino que en repetir lo que otro ya haya hecho. Aun si el trabajo de cierto científico está basado en un experimento que haya hecho otro, es raro que se repita el experimento exactamente de la misma manera.
El problema de la réplica se complica aún más debido a lo que en inglés a veces se llama “salami science” (ciencia del salame). Algunos investigadores deliberadamente ‘parten en rebanaditas’ los hallazgos de sus experimentos a fin de multiplicar la cantidad de obras que se puedan publicar. Esto “proporciona una oportunidad para obrar de manera poco honrada —dice un comité de Harvard— porque es menos probable que otros verifiquen tales informes”. Los investigadores saben bien que, a menos que un experimento sea realmente importante, es poco probable que alguien trate de repetirlo. Se ha calculado que hasta la mitad de todas las obras que se han publicado “no se han verificado ni se han repetido, y quizás ni se hayan leído”.
No obstante, esto no significa que la ciencia, como institución, esté fracasando o no esté funcionando bien. Al contrario, se está llevando a cabo una gran cantidad de investigaciones importantes y se están haciendo muchos descubrimientos útiles. Todo esto da mérito a un sistema que básicamente depende de la honradez de cada persona... del ideal de que el progreso científico está fundado en la confianza mutua y en compartir el conocimiento dentro de la comunidad científica.
Lo que han demostrado los casos recientes de engaño en la investigación científica es simplemente el hecho de que este ideal tiene sus limitaciones, y que no todos los miembros de la comunidad científica están igualmente dispuestos a conformarse a él. Los hechos muestran que dentro del mecanismo científico de autovigilancia y autocorrección hay bastantes escapatorias como para que cualquiera pueda vencer el sistema, si se empeña en hacerlo y está familiarizado con él.
Como en todo asunto, el aspecto financiero desempeña un papel importante en el mundo de la ciencia. Parece que han pasado los días del investigador aficionado e inventivo que era económicamente independiente. En la investigación científica de hoy están envueltas grandes sumas de dinero, y gran parte de ella está patrocinada por el gobierno, la industria u otras fundaciones e instituciones. Pero las dificultades económicas y la disminución de los presupuestos han hecho que sea cada vez más difícil recibir subvenciones. De acuerdo con los NIH (siglas en inglés para Institutos Nacionales de la Salud), que patrocinan aproximadamente 40 por 100 de las investigaciones biomédicas que se llevan a cabo en los Estados Unidos, con un presupuesto anual de aproximadamente $4.000 millones, solo más o menos el 30 por 100 de los que solicitan las subvenciones de los NIH las reciben, mientras que en la década de los años cincuenta la cifra era de aproximadamente 70 por 100.
Lo que esto significa en el caso de los investigadores es que ahora se da mayor énfasis a la cantidad más bien que a la calidad... es decir, que prevalece la idea de que se tiene que ‘publicar, o perecer’. Hasta científicos de buena fama hallan frecuentemente que están más ocupados en reunir fondos para el mantenimiento de sus laboratorios costosos que en trabajar en éstos. Esta situación llevó al fracaso a cierto médico que recibía más de medio millón de dólares en subvenciones.
A este hombre se le pidió que revisara un trabajo que había sido enviado a su atareado supervisor para que éste lo repasara antes que se publicara. Sucede que el trabajo tenía que ver con un asunto que el primero estaba tratando también. En vez de dar una evaluación honrada del trabajo y correr el riesgo de perder el derecho a reclamar la prioridad, y tal vez la subvención también, el médico apresuradamente retocó su propio experimento, plagió algo del material del otro trabajo y sometió su propia obra para que fuera publicada.
De hecho, los que aspiran a ser científicos, especialmente los que están en el campo de la medicina, sienten temprano en la vida que se les hace presión para que tengan éxito. “Son comunes los relatos acerca del engaño entre los estudiantes de medicina —dijo Robert Ebert, ex decano de la Facultad de Medicina de Harvard— y la carrera para obtener notas altas, que aseguren entrada en la facultad de medicina, es tal que difícilmente promueve un comportamiento ético y humanitario.”
Dicho acondicionamiento temprano se transfiere fácilmente a la carrera profesional, donde la presión es aún más intensa. “En un ambiente que pueda permitir que el éxito sea más codiciado que la conducta ética, hasta los ángeles podrían caer”, lamentó Ebert.
Stephen Toulmin, de la Universidad de Chicago, resumió bien la situación actual al decir: “No se puede transformar algo en una actividad muy asalariada, de mucha competencia y de estructura compleja sin crear situaciones para que las personas hagan cosas que jamás harían en la etapa inicial, la de aficionado”.
Nuestra breve excursión por el mundo de la investigación científica nos ha permitido echar un vistazo al científico en acción. Hemos visto que aunque los científicos tienen muchas virtudes y buena preparación, también están sujetos a las debilidades humanas. El que se pongan la bata blanca que usan en el laboratorio no cambia mucho el cuadro. De hecho, más bien, es muy probable que las presiones y la rivalidad del mundo actual de la ciencia hagan que sea aún mayor la tentación de buscar atajos deshonrosos.
El fenómeno del engaño en la ciencia es un recordatorio para todos nosotros de que la ciencia también tiene sus secretos vergonzosos de familia. Aunque generalmente se mantienen ocultos, no obstante existen. El que a veces se descubran sus engaños debería ayudarnos a reconocer que aunque la ciencia y los científicos frecuentemente son colocados en un pedestal, se debería volver a evaluar cuidadosamente la posición que ocupan en dicho pedestal.
[Comentario en la página 6]
“Sospecho que de vez en cuando todos los científicos han sido culpables de prejuicio al hacer sus investigaciones”
[Comentario en la página 6]
“¿Qué clase de protección contra el engaño ofrece el que la obra de un científico sea revisada por sus colegas?”
[Comentario en la página 8]
La ciencia también tiene sus secretos vergonzosos de familia
[Ilustración en la página 5]
Hasta Isaac Newton ajustó sus datos para apoyar sus teorías
[Recuadro en la página 7]
La astucia de la ciencia fraudulenta
En 1830 el matemático inglés Charles Babbage publicó un libro intitulado Reflections on the Decline of Science in England (Reflexiones sobre la decadencia de la ciencia en Inglaterra) para resumir lo que él había observado respecto a la situación existente en el campo científico. En éste, Babbage enumeró lo que él creía que algunos científicos tal vez estaban haciendo o se sentían tentados a hacer cuando las cosas no salían como ellos habían esperado.
“Acepillar”, es decir, allanar las irregularidades para hacer que los datos parezcan extremadamente exactos y precisos.
“Cocinar”, es decir, seleccionar solo aquellos resultados que más se prestan a su teoría y descartar los demás.
“Falsificar”, el peor de todos, que tiene que ver con fabricar algunos o todos los datos de experimentos que uno quizás haya o no haya efectuado.
-
-
Delitos del pasado en la ciencia¡Despertad! 1984 | 22 de mayo
-
-
Delitos del pasado en la ciencia
Científicos famosos del pasado no fueron todos tan puros y dedicados como se nos hace creer. Además de sir Isaac Newton (1642-1727; vea la página 6), he aquí una lista de otros cuyos delitos también han salido a luz.
● Claudio Ptolomeo, del segundo siglo E.C., cuyo sistema geocéntrico del universo dominó por 1.400 años, fue considerado “el más grande astrónomo de la antigüedad”. Hoy los eruditos opinan que él obtuvo su información, no por medio de observaciones, sino por medio de copiar el trabajo de un antiguo astrónomo griego, Hiparco de Rodas. También se ha sospechado que él obtuvo algunos datos por medio de hacer sus cálculos al revés, empezando con los resultados que él esperaba conseguir.
● Galileo Galilei (1564-1642), matemático y astrónomo italiano, conocido por las pruebas que hizo lanzando pesas desde la torre inclinada de Pisa, fue considerado el fundador de la ciencia experimental moderna debido a que para sus respuestas dependía de hechos observables más bien que de los escritos de Aristóteles. Pero a sus contemporáneos se les hizo difícil reproducir los resultados que él obtuvo, y llegó a ser conocido por sus “experimentos pensados”, lo cual daba a entender que él se imaginaba los resultados en vez de observarlos.
● Gregorio Mendel (1822-1884), monje y botánico austriaco, recibió el crédito por el descubrimiento de las leyes de la herencia. Sus experimentos con guisantes de jardín dieron principio a la ciencia de la genética. Había una armonía tan precisa entre su teoría y sus datos que ciertos investigadores opinaban que “de vez en cuando él cometía inconscientemente errores en favor de sus expectativas”, mientras que a otros les parecía que él era culpable de seleccionar sus datos, de modo que utilizaba solamente los que estaban de acuerdo con su teoría.
● Robert Millikan (1868-1953), eminente físico estadounidense, ganó el premio Nóbel de 1923 por haber determinado la carga eléctrica del electrón. En los últimos años, eruditos que han estudiado los cuadernos de laboratorio de Millikan han detectado que se seleccionaron los datos —de modo que se descartó la mitad que no se prestaba a su teoría— a pesar de que en su obra él específicamente declaró que aquéllos eran todos los datos obtenidos “durante 60 días consecutivos”.
● Sir Cyril Burt (1883-1971), figura principal en la sicología británica, ayudó a formar la norma educativa de Inglaterra por medio de su trabajo sobre el cociente de inteligencia de los niños y su teoría de que la inteligencia en gran parte es heredada. Otro sicólogo, al preparar la biografía de Burt, descubrió que había habido engaño en casi todo lo que Burt publicó durante los últimos 30 años de su vida. “Frecuentemente su trabajo tenía la apariencia de algo científico, pero no siempre tenía la sustancia”, dijo el biógrafo.
“Si las lumbreras de la historia científica ocasionalmente desvirtuaban sus datos a fin de ver triunfar sus propias ideas, para reivindicación personal, las tentaciones deben ser mucho mayores en el caso de los científicos contemporáneos”, dice el libro Betrayers of the Truth (Traidores de la verdad). Sea esto cierto o no, la ciencia y los científicos no están exentos de cometer fraude y engaño.
-