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    ¡Despertad! 1982 | 22 de julio
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  • “¡Cuánto quisiera haber llevado un diario!”
    ¡Despertad! 1982 | 22 de julio
    • en cuando para recoger otros pasajeros, quienes se sentaban en el pasadizo. Después de unas horas llegamos a la delegación de policía. Aquí todo el tráfico con rumbo al sur espera hasta la medianoche cuando llega el tráfico que va rumbo al norte. La carretera es tan estrecha que no puede tener en ella tráfico en ambas direcciones.

      Partimos a la medianoche, serpenteando por las montañas andinas, pero poco después nos encontramos con un camión que se dirigía lentamente hacia el norte. Ambos vehículos trataron de tomar una curva al mismo tiempo. El camión rozó nuestro autobús e hizo que se ladeara hacia la orilla de la carretera, sobre el precipicio. De algún lugar en la oscuridad allá abajo podíamos oír el rugir del río Mantaro. El “copiloto” estaba afuera asegurando al conductor que la orilla de la carretera sostendría el peso del autobús. De algún modo ambos vehículos se las arreglaron para salvar la curva, y nos pusimos en camino otra vez.

      Un par de horas después nos encontramos con una línea de camiones y automóviles detenidos por un derrumbe. Nos alineamos detrás de ellos para una larga espera... seis horas para ser exacta. Cuando finalmente fue quitada la barricada, todos salieron a la desbandada, pues cada conductor quería recobrar el tiempo perdido y ser el primero en la carretera, así que durante varias horas más estuvimos expuestos a la brusca aceleración y desesperado frenamiento de los vehículos. La distancia entre nuestro hogar, Huancayo, y nuestro destino, Ayacucho, es de solo 350 kilómetros pero el viaje nos tomó 16 horas.

      Nos sentíamos tan aliviados porque pudimos llegar sanos y salvos que nunca imaginamos que nuestro regreso podría ser aún peor. Pero me reservo esa experiencia.

      Sí, conservo vivos recuerdos de la vida en las montañas, del olor de los eucaliptos en el tonificante aire de las montañas, de las pequeñas alpacas que uno puede acariciar, del sonido de persistentes melodías indias, de laderas cultivadas en las cimas de las montañas de color pardo, verde y dorado. También me vienen a la memoria los motines en las calles, los toques de queda y los disparos de noche, las enfermedades tropicales, el reírnos de nuestros errores al hablar español, los amigos más apreciados y las despedidas más tristes y, aún más importante, las muchas bendiciones fortalecedoras de la fe que recibimos de Jehová mientras compartíamos con otros las buenas nuevas de su Reino. Estos recuerdos fluyen por mi mente en oleada incesante. Pero otros acontecimientos e impresiones se han desvanecido en lo más recóndito de mi mente. Es por eso que digo con un poco de tristeza: “¡Cuánto quisiera haber llevado un diario!”—Contribuido.

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