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  • ¿Vivimos en los últimos días?
    La Atalaya 1983 | 15 de julio
    • la antigüedad (Hebreos, capítulo 11). Éstos anhelaban ansiosamente el tiempo en que Dios se acordaría de ellos y los levantaría de la muerte para que disfrutaran de vida eterna (Job 14:13, 14; Salmo 37:29). Aquellas personas justas confiaban en el poder de Dios para resucitarlas en una Tierra purificada, en la que él haría “cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra”. (Salmo 46:9.)

      Pero ellas no sabían cuándo habían de ocurrir estas cosas. Simplemente se hacía referencia al tiempo en que Dios tomaría medidas como “el tiempo del fin” o “la parte final de los días” (Daniel 11:40; Isaías 2:2). No es de extrañar, pues, que los discípulos de Jesús se hayan acercado a él privadamente y le hayan preguntado: “¿Cuándo serán estas cosas, y qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas?”. (Mateo 24:3.)

      Lo primero que Jesús mencionó como indicio de que se acercaba el tiempo del fin fue: “Van a oír de guerras e informes de guerras” (Mateo 24:6). ¿Pudiera estar cumpliendo la señal que Jesús dio el hecho de que estamos viviendo en “el siglo más sangriento de la historia de la raza humana”? ¿Vivimos realmente en los últimos días?

  • La I Guerra Mundial y el principio de dolores
    La Atalaya 1983 | 15 de julio
    • La I Guerra Mundial y el principio de dolores

      DESDE tiempos muy remotos, la historia de la humanidad ha sido una de violencia y guerras. Fue debido a que “se llenó la tierra de violencia” que Dios causó el Diluvio global de los días de Noé (Génesis 6:11-13). Más tarde se encuentran registros en la Biblia y en la historia seglar de centenares de guerras que se pelearon aun antes de los días de Jesús. Así que las “guerras e informes de guerras” no serían nada nuevo para el mundo de la humanidad.

      Las “guerras e informes de guerras” tendrían que destacarse por ser diferentes de alguna manera, si habían de tener cierto significado para los discípulos de Jesús. Él pasó a explicar: “Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá hambres y terremotos por diferentes lugares. Todas estas cosas principio son de dolores” (Mateo 24:7, 8, Versión Moderna; compare con Lucas 21:10, 11.) Por lo tanto, no sería asunto de que se oyera de una que otra guerra. Este aspecto de la señal había de incluir a muchas naciones y muchos reinos. ¡Sería cuestión de guerra total!

      ¿Hemos visto ese tipo de guerra? Sí, la hemos visto, y empezó con la generación de 1914. De hecho, durante este siglo hemos visto dos guerras de esa índole, en las que ha estado envuelta toda la Tierra. Los títulos que los historiadores dieron a estas dos guerras prueban que este tipo de guerrear ciertamente era algo nuevo en los anales de la historia humana. A la primera se le llamó la Gran Guerra. Luego este nombre se cambió al de primera guerra mundial, y a su sucesora se le llamó la segunda guerra mundial. El guerrear en escala mundial llegó a ser una característica de la época desde 1914.

      Dolores sin precedente

      Tal como Jesús había predicho, la I Guerra Mundial señaló el “principio de dolores”. Los editores del libro The End of Order (El fin del orden) declararon en la sobrecubierta del libro: “La primera guerra mundial y el tratado de Versalles, que siguió a ésta, produjeron el trastorno más grave del largo y turbulento curso de la historia mundial moderna. [...] En lugar de restaurar el orden al mundo, los diplomáticos que se reunieron en 1919 en París y Versalles hundieron al mundo en el caos del siglo veinte, y esta vez de modo irrecuperable. Así llegó a su fin el orden”.

      En el libro, el autor Charles L. Mee, Jr., pasa a explicar: “No obstante, a fines de la Gran Guerra los diplomáticos se enfrentaron a un mundo fragmentado, mundo que parecía estar en medio de un quebrantamiento síquico masivo, de un quebrantamiento de antiguas combinaciones de estados e imperios, de la desintegración de órdenes económicos, del capitalismo del siglo XIX, de la erupción de desastres repentinos, de motines y asesinatos, de la tiranía y el desorden, de la frivolidad y la desesperación, la alegría y el terror de tal magnitud como para paralizar la mente. [...] En vez de restaurar el orden al mundo, tomaron el caos de la Gran Guerra, y [...] lo sellaron como condición permanente de nuestro siglo”.

      Esos dolores —la muerte y el sufrimiento entre los humanos, que empezaron con la primera guerra mundial— no tienen precedente en la historia de la humanidad. Las guerras mecanizadas modernas (en las que se usan tanques, ametralladoras, aviones y submarinos), así como la invención y el uso de gases venenosos en la guerra, han hecho estragos en el mundo. “Se había destruido gran parte de una generación en los campos de batalla de Europa”, dice el libro The End of Order. “Nadie había visto una matanza parecida a ésta: la cantidad de soldados que morían diariamente era 10 veces mayor que en la guerra civil estadounidense, 24 veces mayor que en las guerras napoleónicas, 550 veces mayor que en la guerra de los bóers.”

      No obstante, Jesús dijo que éste sería tan solo el “principio de dolores”, o de “dolores de angustia”. En otras traducciones las palabras de Jesús se vierten como “el comienzo de los dolores de alumbramiento” (Biblia de Jerusalén; Nuevo Testamento, de J. M. González Ruiz). La mujer que está a punto de dar a luz experimenta dolores que se vuelven cada vez más severos, más frecuentes y de más larga duración. La I Guerra Mundial y los dolores que la acompañaron fueron tan solo el principio de dolores de angustia.

      Aumenta la angustia mundial

      Pronto habían de seguir otros dolores más intensos al estallar la II Guerra Mundial. “Se ha calculado que hubo un total de más de cuarenta millones de muertes atribuibles a la I Guerra Mundial y más de sesenta millones de muertes atribuibles a la II Guerra Mundial, como resultado de acción militar y de enfermedades que se esparcieron debido a la guerra”, escribe Quincy Wright en el libro A Study of War (Un estudio de la guerra). “Por lo menos 10 por 100 de las muertes que ha habido en la civilización moderna pueden atribuirse directa o indirectamente a la guerra.”

      La cantidad de muertes entre los civiles fue excepcionalmente grande durante la segunda guerra mundial. El profesor Wright explica: “Durante la II Guerra Mundial, toda la población enemiga y su territorio sufrió hambre, bombardeo, confiscación de propiedad y actos de terrorismo que consistían en la destrucción de ciudades enteras. [...] Toda la vida del estado enemigo llegó a ser objeto de ataque. Algunos estados hasta extendieron la doctrina de conquista al grado de eliminar una población y los derechos de propiedad de ésta a fin de despejar el espacio que ella ocupaba y establecerse allí”.

      La angustia que resultó de la explosión de bombas incendiarias en Dresde y Tokio en 1945, que causó 235.000 muertes, fue eclipsada unos cuantos meses después por los horrores que provocaron las dos bombas atómicas que se dejaron caer sobre Hiroshima y Nagasaki. Ahora una sola bomba podía causar la misma cantidad de muertes que antes resultaban de la explosión de decenas de miles de bombas. Pero aún más devastadores fueron los efectos mortíferos del envenenamiento por radiación, que continúan hasta el día de hoy.

      Tan solo respecto a la bomba atómica que se dejó caer sobre Hiroshima, la revista World Press Review de junio de 1982 declara: “Se había soltado a los cuatro jinetes del Apocalipsis. Los afortunados fueron los que murieron durante el primer ataque... unos 100.000 hombres, mujeres, niños de edad escolar, pequeñuelos y bebés recién nacidos. La mayor parte de las otras 100.000 víctimas habían de morir una muerte agonizante debido a ruptura de órganos, quemaduras horrendas o la tortura lenta de la enfermedad provocada por la radiación”. Los dolores de angustia se estaban intensificando.

      Se quita de la Tierra la paz

      Es interesante la referencia a los “jinetes del Apocalipsis”, puesto que se basa en el relato bíblico que se encuentra en el sexto capítulo del libro de Revelación. En el

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