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El misterioso arco iris¡Despertad! 1975 | 8 de mayo
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comportan como “ondas y partículas de luz al mismo tiempo.” Definitivamente, debemos admitir con humildad que el hombre todavía no puede contestar a cabalidad la pregunta que Dios le hizo a Job hace más de 3.000 años: “¿Dónde, pues, está el camino por el cual se distribuye la luz?”—Job 38:24.
Pero la mismísima naturaleza de la luz no es el único enigma restante en el misterio del arco iris. “Poco es lo que se ha aprendido acerca de su percepción,” dice el libro The Rainbow. Sí, todavía hay mucho que aprender acerca del ojo humano y especialmente con respecto a la visión de color.
Verdaderamente, permanece el desafío del arco iris. Y sea que consideremos el ‘arco celestial’ como una señal de paz u optemos por estudiar el misterio de su estructura, hacemos bien en maravillarnos ante su Diseñador. ¡De muchas maneras es cierto que nadie está a punto de alcanzar al enigmático y evasivo arco iris!
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Por qué nadie puede descifrar la economía¡Despertad! 1975 | 8 de mayo
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Por qué nadie puede descifrar la economía
PASAR con lo que se tiene no es tan fácil como lo fue en un tiempo. Un ama de casa gasta más dinero en el mercado para comprar menos comestibles. Su esposo gana salarios más altos que nunca antes pero tiene menos para mostrar. ¿Mejorarán las cosas?
La economía del mundo occidental no comunista ha hecho surgir predicciones de un colapso monetario nacional e internacional. En peculiar contraste, otros expertos dicen que el actual aprieto económico es solo una fase por la cual pasa la economía mientras se adapta a nuevas y profundas influencias. Pronto, predicen ellos, volverá a progresar vigorosamente.
¿Quién tiene la razón? Más de unos pocos expertos adoptan una cuidadosa posición intermedia. La revista Business Week, en un número especial mayormente sombrío acerca de la “Economía deficitaria,” estadounidense, dice que “la carga de deuda de la nación es como una cuerda que se ha extendido muy tensa . . . La cuerda no se ha partido, y puede ser que no se parta. . . . Sin embargo nadie sabe precisamente el punto de rotura y, aunque hay muchísimos esquemas y teorías, en realidad nadie sabe cómo aliviar la tensión.”
Pero, ¿por qué es tan difícil de descifrar el futuro económico? ¿Por qué es que uno no puede estar seguro de cuánto podrá comprar su dinero mañana... si es que podrá comprar algo? Algunos antecedentes de economía elemental nos serán útiles.
La economía es un sistema
En su definición más sencilla, la economía se refiere a cómo las mercaderías y los servicios se producen y distribuyen. El estudio de la economía, entonces, es el estudio de un sistema.
Virtualmente en toda sociedad la gente necesita cosas que tiene otra gente. Un hombre, A, tiene ovejas, las cuales producen lana; otro hombre, B, posee tinturas. Si cada uno está dispuesto, sencillamente intercambian o permutan las mercaderías. A obtiene las tinturas y B obtiene la lana. Esencialmente la economía es un sistema de intercambio cooperativo.
Pero supongamos que A quiere tinturas de B pero B todavía tiene un gran surtido de la lana de A. Entonces, ¿qué hace A? O, ¿qué sucede si ambos necesitan los servicios de tejer que ofrece un tercero, C? ¿Cómo se debería compensar a C? Un sistema económico tiene que ser lo suficientemente abarcador como para poder tratar estas situaciones ligeramente más complejas. ¿Cómo?
Se usa dinero. El dinero —es decir, la moneda— representa algo de valor; es un instrumento que permite mayor flexibilidad en el sistema de intercambio. El dinero, por supuesto, no debe confundirse con la riqueza verdadera. Lo que A tiene de valor verdadero son sus ovejas. Mientras que B y C tienen tinturas y habilidad, respectivamente, como cosas de valor genuino. Por lo tanto el dinero representa lo que cada uno tiene de valor verdadero.
Pero, ¿qué es lo que le da valor al producto o al servicio de cada uno? La demanda. Si nadie nunca necesitara de la lana, el valor permanecería bajo. Por otra parte, si todos dependieran de la lana para vestirse, ese producto estaría en gran demanda y por lo tanto sería de mucho valor.
Los llamados “economistas clásicos,” como el escocés Adam Smith que vivió en el siglo dieciocho, recomendaron que un sistema económico debería poder flotar libremente y, como el agua, hallar su propio nivel. La oferta y la demanda determinarían el “nivel” de cada producto o servicio. Así es que si un hombre o una compañía producen un producto o servicio más barato que otro, su competidor con el tiempo perdería su negocio debido a la demanda pública.
La demanda, también, fijaría los precios. Cuando la demanda es alta y la oferta limitada, los precios son altos. Pero cuando existe poca demanda de un artículo en gran abundancia, los precios son bajos. Esto constituye los rudimentos de un sistema económico “libre.” Sin estorbos, este sistema continuaría indefinidamente, razonaron muchos.
Pero aquí es oportuna una advertencia. El solo hecho de que se haya ideado un sistema no significa que éste sea “bueno.”
¿Cuán “bueno” es el sistema económico?
Al medirlo por ciertas normas, el sistema económico del mundo occidental puede parecer muy eficaz. Pero, ¿demuestra realmente ser “bueno”? O, ¿con el tiempo demostrará ser en su mayor parte contraproducente? Veamos.
Particularmente en décadas recientes los expertos han aplicado más controles a la economía. ¿Por qué? Si el sistema económico da buenos resultados dejando que la oferta y la demanda fijen los precios, ¿por qué tratar de manipularlo? Se ofrecen muchas razones, pero esencialmente hay dos factores.
Para empezar, hay temor... un deseo de “proteger” a cierto sector de una economía. Un hombre, una compañía, una clase de trabajadores o toda una nación, saben que si les gana la competencia se quedan sin trabajo.
Quizás conozcan muy bien la “teoría” económica. Saben que la demanda pública ha hecho innecesarios sus servicios o productos y que deberían meramente cambiarse a otra parte de la economía en la cual puedan desempeñar un papel productivo, suministrando lo que pide el público.
Pero también saben que esto significa cambios radicales para ellos personalmente. Supongamos que un hombre es de edad avanzada y que ha pasado toda su vida aprendiendo un oficio que ya no está en demanda; ¿hemos de esperar que él aprenda de súbito algo completamente diferente? ¿Y qué hay del salario? Obviamente un hombre que se transfiere de un puesto hábil en un comercio ahora desaparecido no ganará tanto dinero al ser puesto en un trabajo en el cual no está entrenado. Esto significa, a su vez, que su familia tendrá menos dinero con el cual vivir, y que debe rebajar su nivel de vida. ¿Y quién desea esto?
Sí, la teoría de la oferta y la demanda, un mercado libre y sin control, y así por el estilo, quizás parezca buena en los planos cuando se extiende por generaciones o siglos de tiempo. Pero no puede ayudar al hombre que pierde su trabajo hoy. Es por eso que el escritor de economía Henry Hazlitt señala:
“Precisamente el gran mérito de los economistas clásicos fue . . . que se preocuparon con los efectos de un determinado desarrollo o política económica de largo plazo sobre toda la comunidad.”
Sin embargo, Hazlitt agrega:
“Pero también fue su defecto que, al tomar el punto de vista amplio y de largo plazo, algunas veces pasaron por alto el adoptar también el punto de vista corto y estrecho. Muy a menudo se inclinaron a minimizar u olvidar del todo los efectos inmediatos de los desarrollos en los grupos especiales. . . . [Esta situación] es concomitante a casi todo progreso industrial y económico.”
Por esta razón, la mayoría de los economistas occidentales actuales se inclinan al otro extremo, y se olvidan de los efectos de las políticas de “largo plazo” mientras apelan a que se preserven los empleos a toda costa. Consideremos un par de ilustraciones reconocidamente sencillas.
Supongamos que un traje de lana para hombre en los Estados Unidos se pueda hacer y vender por 80 dólares. Sin embargo las compañías en Hong Kong pueden hacer el mismo traje y lo pueden enviar y vender en los Estados Unidos por 40 dólares. Muchos, si es que no todos, de los compradores podrían comprar dos trajes de Hong Kong por el precio de un traje de los Estados Unidos. Si esto continuara, los trajes estadounidenses saldrían de la demanda y miles de trabajadores de la industria del vestido quedarían desocupados.
Así es que se impone una tarifa aduanera a los trajes importados a los Estados Unidos imponiéndoles fuertes impuestos. Esto eleva grandemente el costo de los trajes hechos en el extranjero, y se rescatan las fuentes de trabajo estadounidenses. Superficialmente, esto parece excelente; pero reflexionemos un poco en ello.
¿Qué hay del comprador? Él paga 40 dólares adicionales por un traje. Ese dinero se podría gastar en otros sectores de la economía, o, digamos, en televisores o refrigeradores. Teóricamente, el obrero de vestidos estadounidense, podría cambiar de trabajo en algunas de esas industrias. Pero la tarifa aduanera impide que se vean confrontados con estos cambios molestos. Sin embargo, ¿qué hay de los obreros de vestidos chinos? Ellos podrían perder su trabajo debido a que los impuestos sacaron sus trajes del mercado, y ya no están en demanda. Se ven obligados a hacer algo diferente para proveer su sostén. En realidad el problema en este ejemplo no se ha resuelto, meramente se ha removido de los Estados Unidos. Con las enormes reivindicaciones de las soberanías nacionales de las últimas décadas, se han injertado en la economía más y más controles de esta naturaleza y de una naturaleza similar.
Dentro de cada país ocurre el mismo proceso. Ilustrémoslo: Con la introducción de las locomotoras a diesel, se hicieron innecesarios los fogoneros; ya no había ningún carbón que palear. Pero los sindicatos obreros se las arreglaron para preservar el trabajo del fogonero. Después de eso a los fogoneros, por decirlo así, se les pagaba tan solo por hacer el viaje. El trabajo del fogonero se salvó pero solo a costa de un aumento de precio para los pasajeros del ferrocarril y los que despachan mercaderías. En vez de traspasar a los fogoneros a hacer trajes, los cuales quizás estaban en demanda, el sistema les paga para que continúen con el ferrocarril. Mientras tanto el cliente paga más por trajes difíciles de obtener así como por los servicios ferroviarios.
La cantidad de controles de esta clase ha crecido colosalmente en las últimas décadas hasta incluir virtualmente cada faceta de la economía, desde las tiendas pequeñas hasta las corporaciones gigantescas y los granjeros. Cada nación, cada sindicato, cada compañía, sí, cada hombre se interesa por sí mismo. Ese temor —mayormente comprensible bajo las circunstancias— es impulsado por el conocimiento de que si cada uno no se cuida a sí mismo, ¿quién lo hará? Como hemos visto, el sistema ciertamente no está ajustado para hacerlo a menos que se le controle para el interés especial de alguien.
Esto claramente señala a una importante falta de habilidad de parte del actual sistema económico. ¿Cómo se puede preservar indefinidamente un sistema total de oferta y demanda, si, al mismo tiempo, hay que establecer medidas que restringen ese mismísimo sistema? Sin embargo eso es necesario si la gente ha de tener trabajos ahora. No se necesita un genio de la economía para ver que un sistema tan engorroso, tan autocontradictorio tiene en algún momento que hundirse por su propio peso.
Más problemas del sistema
Pero, como si eso no fuera suficiente, otro importante elemento difícil de controlar entra en el turbio caldo de la economía. La avaricia. Prescindiendo de la necesidad actual, la gente quiere más y más cosas materiales y un “mejor nivel de vida,” aun a costa de otros. Cada trabajador quiere salarios más altos y cada fabricante quiere aumento de precios para sus productos. Así es que, en Le Monde de París, Bruno Durieux se refiere a la “lucha permanente entre los grupos sociales para mantener o aumentar su participación en los bienes de la nación.”
Si un hombre contratado para hacer trajes de lana exige salarios más altos, entonces el precio del artículo terminado debe reflejar el mismo aumento. Otra gente que desea comprar el traje entonces necesita más dinero de sus propios patronos. Así es que los productos y los servicios que ellos proveen también aumentan de precio, generando una terrible espiral. Debido a las crecientes demandas, los productos no se pueden hacer con suficiente rapidez, y así es que los precios continúan en aumento. Esta es una forma maligna de inflación.
Igual, si es que no más devastador, es el papel que los mismos gobiernos han tenido en aumentar la inflación. Se señaló anteriormente que el dinero meramente representa el valor verdadero. La moneda de una nación, en simple teoría, no debería exceder lo que ésta en realidad vale, es decir, lo que puede producir. Pero las naciones modernas, violando este principio elemental, han impreso dinero que excede por mucho su verdadero valor. Por lo general esto se ha hecho por una razón; por ejemplo, para pagar a los contratistas de guerra en tiempos de crisis nacionales. Pero el exceso de dinero que se introduce en la circulación, con el tiempo hace que éste valga menos; todo cuesta más en términos de “dólares y centavos.”
A medida que la inflación se arraiga, la gente del país solo puede comprar menos con más dinero. La moneda, en otras palabras, pierde su valor, y en relación con las monedas de otros países vale menos de lo que valía antes de comenzar el proceso inflacionario. Así es que hay que devaluarla oficialmente en el mercado mundial. Entonces los extranjeros pueden comprar más fácilmente los productos ahora más baratos de la nación afectada, creando aun más estragos. ¿Cómo es eso? Exigen los suministros que ya escaseaban y que en primer lugar fueron los que acarrearon la inflación. ¿Los resultados? ¡Más inflación! Una “inflación descontrolada” ahora plaga las economías de la mayoría de los países occidentales.
Por supuesto, cuando se devalúa el dinero, éste pierde algo más que sencillamente su valor real. Pierde la confianza de muchas personas. Cesan de invertir y tratan de aferrarse a lo que tienen. Así es
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