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Aguantando hasta el finLa Atalaya 1952 | 15 de diciembre
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el aguante van juntos para adquirir esa devoción piadosa que nos asegurará la aprobación de Dios y la salvación consiguiente es evidente de las palabras del apóstol Pedro: “Por esta misma razón, mediante el contribuir ustedes correspondientemente todo esfuerzo concienzudo, proporcionen a su fe virtud, a su virtud conocimiento, a su conocimiento dominio propio, a su dominio propio aguante, a su aguante devoción piadosa.”—2 Ped. 1:5, 6, NW.
La parábola del sembrador dió énfasis a otra necesidad o requisito para nuestro aguante, el de fe y la correcta condición de corazón. La semilla que cayó sobre la capa peñascosa o terreno pedregoso se secó cuando el calor le pegó. Igualmente, si nuestro corazón es pedregoso, es decir, egoísta y le falta fe, no podremos aguantar el calor de la persecución. Por eso Pablo nos amonesta: “Tengan cuidado, hermanos, no sea que se desarrolle en alguno de ustedes un corazón inicuo falto de fe por apartarse del Dios vivo.” (Heb. 3:12, NW) Luego Pablo continúa manifestando cómo nuestro corazón puede endurecerse por el poder engañoso del pecado.
En contraste directo con esa clase de corazón está la clase de corazón de “tierra buena” que retiene la verdad y produce “fruto con aguante”, algunos a treinta por uno, algunos a sesenta por uno y algunos a ciento por uno.—Luc. 8:15; Mar. 4:20, NW.
FRUTOS DEL AGUANTE
Nunca debemos pensar que es una pérdida de tiempo soportar la prueba de aguante, porque mientras continuamos y soportamos cosas que nos prueban se efectúan cambios en nosotros; y si sufrimos estas pruebas con el correcto estado de ánimo y corazón, el cambio será favorable, resultando en la aprobación de Dios. Por lo tanto es algo por lo cual estar contentos, no tristes. “Considérenlo todo gozo, mis hermanos,” escribe Santiago, “cuando se encuentren frente a diferentes pruebas, sabiendo como ustedes lo saben que esta cualidad probada de su fe produce aguante. Pero que el aguante tenga completa su obra, para que sean cabales e íntegros en todo respecto, sin ser deficientes en nada.”—Sant. 1:2-4, NW.
De esas palabras de Santiago es evidente que la prueba de aguante no terminará rápidamente sino que tendremos prueba tras prueba que siempre nos harán ejercer las cualidades correctas y despertarán nuevas en nosotros, mientras nos apoyamos fuertemente en Dios para sabiduría y dirección. Pero mediante el continuar así obtendremos una experiencia en muchos aspectos y un entendimiento cabal de cómo enfrentarnos a las cosas y somos madurados y perfeccionados en obediencia y en confianza en Dios. Al hacerlo así demostraremos nuestra confiabilidad ante Dios y vendremos a estar entre aquellos de cuya integridad Jehová puede estar seguro por toda la eternidad. Si apreciamos ese hecho no retrocederemos frente a pruebas de aguante sino que consistentemente entraremos en ellas con todo lo que tenemos, confiados de que con el apoyo de Dios podemos salir victoriosos.
También hay otra razón vital para aguantar—esto sirve para la salvación de otros, tanto en que predicamos las buenas nuevas de salvación a otros como en que nosotros mismos ponemos un ejemplo en la constancia. Como Pablo lo expresó: “Por este motivo sigo aguantando todas las cosas por causa de los escogidos, para que ellos, también, obtengan la salvación que hay en unión con Cristo Jesús.”—1 Tim. 4:16; 2 Tim. 2:10, NW.
Viendo, entonces, que otros están en posición de sacar provecho de nuestro aguante constante en el servicio de Dios, estamos bajo la obligación adicional de seguir adelante, sin nunca volver atrás. Si volvemos atrás no nos ayudaremos a nosotros mismos ni a nadie más a la salvación. Pero mediante el continuar en el servicio de Jehová como sus ministros, a pesar de lo que tengamos que afrontar o soportar, nos mantenemos en línea para la salvación así como también ayudamos a otros en el camino a la salvación, mediante nuestra predicación a ellos y mediante nuestro ejemplo.—2 Tes. 1:4.
La promesa de Dios de vida eterna en su nuevo mundo es segura. Las muchas bendiciones de servir a Dios al tiempo presente las tenemos con nosotros. El hecho de que la obra de predicar las buenas nuevas se extienda un poco más de lo que en un tiempo pensamos no debe disminuir nuestro celo y entusiasmo. De modo que, hasta que veamos a los carros de guerra de Jehová ponerse en acción contra la organización visible de Satanás y la hagan lamer el polvo de la derrota, que no haya una vuelta atrás de nuestra parte, sino más bien aguante fiel en nuestros puestos de servicio—para la vindicación del nombre de Jehová, para la salvación de otros, para nuestra propia salvación.—Isa. 21:8, 9.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1952 | 15 de diciembre
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Preguntas de los lectores
● 1 Corintios 7:14 (Mod) dice que el cónyuge incrédulo es santificado por el cónyuge creyente, y también los hijos de esa unión. La Atalaya ha manifestado que tales hijos quizás sean preservados a través del Armagedón debido al mérito de familia resultante del padre creyente. ¿Significa también que tal mérito de familia hará que el cónyuge incrédulo sea salvado en el Armagedón, o precisamente qué bien le resulta a tal cónyuge?—L. R., Idaho.
El matrimonio es una institución divina, puesto que Dios la estableció. Él ha prescrito ciertas reglas relativas a deberes de esposa y esposo, y el cónyuge creyente será especialmente diligente en tratar el matrimonio como sagrado cumpliendo con los requisitos divinos. El creyente diligentemente hace esto como si fuera para el Señor Dios, a quien está dedicado a servir. Cuando uno de los cónyuges se dedica a Dios, entonces el otro, siendo de una sola carne con el dedicado, es afectado, ya que este cónyuge trata con el otro desde un nuevo punto de vista. Pablo estaba escribiendo a cristianos a quienes Dios había santificado como miembros del cuerpo de Cristo. (1 Cor. 6:11; 12:27, NW) El santificado ciertamente le es de provecho al otro, porque esto querrá decir que habrá una oportunidad especial para que éste aprenda de Dios y Cristo y posiblemente entre a una condición santificada él mismo. Hasta que lo hace, él es “santificado en relación con” su cónyuge.—NW.
Es semejante al tiempo de Sodoma precisamente antes de ser destruída. Se hizo posible que los dos hombres paganos que se habían casado con las hijas de Lot recibieran consideración especial. Ellos estuvieron en posición de ser preservados por causa de su matrimonio con mujeres dispuestas hacia lo justo. Pero se mofaron de la amonestación. (Gén. 19:14) Perecieron. Rechazaron el mérito que les daba oportunidad especial; éste no efectuó su preservación puesto que rehusaron escuchar la amonestación de Dios. Así será ahora en el caso de un cónyuge incrédulo. Él tiene ventajas especiales, pero si éstas son rechazadas él morirá en el Armagedón. Es mayor de edad y responsable por sí mismo, no como los niños irresponsables que se consideran santos debido al padre santificado que les ha enseñado la verdad al grado de su capacidad mental.
De modo que el cónyuge creyente sólo puede ser diligente en cumplir con todas las obligaciones matrimoniales, testificar al cónyuge si quiere escuchar, vivir una vida cristiana limpia que mediante acción y buena conducta recomendará la verdad, y enseñar a los niños la verdad. El apóstol Pedro instó a seguir en este curso cuando les dijo lo siguiente a mujeres creyentes casadas con hombres que “no son obedientes a la palabra”, o que no estaban en la verdad: “De la misma manera, ustedes esposas, sométanse a sus propios esposos, para que, si algunos no son obedientes a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, por haber sido testigos oculares de su conducta casta junto con profundo respeto. Y que no sea su adorno el de trenzados externos del pelo ni el de ponerse ornamentos de oro ni el usar prendas
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