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  • Lo necesaria que es la soledad
    La Atalaya 1957 | 1 de abril
    • más pensamientos que contribuir a la consideración, y cuando van predicando por los hogares de la gente tienen pensamientos lo suficientemente substanciales para resistir el error de los opositores, echarlo abajo, hacer que el modo de pensar descarriado se corrija y entre en armonía con la Palabra de Jehová; Jesús buscó la soledad y también a la gente, lo primero como oportunidad para asimilar y lo otro como oportunidad de dar. Y él es ‘un modelo para que usted siga cuidadosamente sus pisadas.’—1 Ped. 2:21; 2 Cor. 10:3-5; Luc. 4:42; 5:16, NM.

  • ‘No nos envidiemos los unos a los otros’
    La Atalaya 1957 | 1 de abril
    • ‘No nos envidiemos los unos a los otros’

      EL PODER disfrutar de los éxitos que tienen otros es una marca importante de la madurez cristiana. No es maduro el que le envidia a otro su habilidad o el éxito que tiene. Cuando no todos los que están en una congregación cristiana son espiritualmente maduros, el problema de la envidia o el celo puede brotar. Pero es posible vencerlo. Puede ser allanado por el poder del espíritu de Dios. Por tanto un apóstol de Cristo escribió: “Si estamos viviendo por espíritu, continuemos andando ordenadamente también por espíritu. No nos hagamos egotistas, provocando competencia unos con otros, envidiándonos los unos a los otros.”—Gál. 5:25, 26, NM.

      Precisamente, ¿qué es la envidia? En realidad es una expresión de egoísmo, de amor propio en demasía. Se manifiesta por medio del descontento o mala voluntad hacia la buena fortuna de otro porque uno desea que ésta haya sido suya. De manera que una persona celosa o envidiosa se resiente del buen éxito que tiene otra persona. Si ella misma no puede tener ese éxito, no quiere ver que otros lo tengan.

      La envidia se manifiesta de varias maneras. Generalmente hay una falta de regocijo por el éxito de otra persona. La persona celosa está llena de envidia; no puede regocijarse con los que se regocijan. No cumple el mandato bíblico: “Regocíjense con personas que se regocijan; lloren con personas que lloran.” (Rom. 12:15, NM) La persona celosa no está feliz ella misma y hace que otros estén infelices. Para un celoso es tormento hablar bien de la persona a quien él tiene envidia. De hecho, la persona celosa se aleja de aquel a quien ella envidia. Esto conduce a otra manifestación de envidia.

      Esta es la frialdad. La persona celosa es fría y hostil para con aquel a quien envidia. Aunque el que es objeto de la envidia quizás perciba esta frialdad y hasta haga un esfuerzo especial para ser amistoso, de nada sirve. El celoso, el envidioso, ha cerrado su corazón. Cruel es esto, pero “inexorables como el sepulcro son los celos.”—Cant. de Cant. 8:6.

      UN PECADO MORTAL

      La envidia es un peligro grande. Es como una herida inficionada. La infección se extiende. Produce más infección. Engendra toda clase de causas de fricción y división en una congregación cristiana. Por una parte, a menudo le gusta al hombre celoso apocar a la persona a quien él envidia. Un espíritu egoísta, envidioso, está trabajando ahora. Le gusta al envidioso hacer toda clase de comentarios a otras personas para tratar de reducir la estatura de la persona a quien él envidia, porque los envidiosos tienden a alabar sólo lo que ellos pueden superar; critican o desalaban lo que les supera. Así el hombre envidioso muestra que está completamente desequilibrado: “Aquel que desprecia a su prójimo es falto de entendimiento.”—Pro. 11:12.

      Cuando ocurre la envidia en una congregación cristiana la situación es muy seria. Si el envidiado es siervo en la congregación, puede que la obra de avanzar las buenas nuevas sea estorbada. ¿Por qué? Porque la persona celosa no coopera de todo corazón con aquel a quien ella envidia. Deja de prestar ayuda cabal. Deja de poner la obra de Dios por encima de sí misma. Si no se refrena, la envidia puede continuar creciendo e infectando. Puede engendrar el odio y el odio puede engendrar la contienda. Verdad es que “donde hay celos y espíritu de contradicción, hay desorden y toda cosa vil.”—Sant. 3:16, NM.

      Pocas cosas pueden amargar el espíritu humano y envenenar las relaciones fraternales más cabalmente que el espíritu de la envidia. Es de interés especial notar qué lugar los escritores de la Biblia dieron a la envidia al enumerar los vicios. Al comparar la ira con la envidia, el sabio rey Salomón dijo: “Cruel es la cólera, y diluvio destructor es la ira; mas ¿quién podrá estar en pie delante de la envidia?” (Pro. 27:4) La ira es como una inundación torrencial. Es verdad, la inundación deja ruina tras sí, pero por lo menos la inundación baja. Hay algo de alivio. Pero la envidia—abrumadora es. Es como el agua que gotea incesantemente en la piedra. Nunca para, sigue continuamente sin cesar. Así como una enorme piedra no puede resistir bajo el incesante goteo de agua, asimismo para el hombre es intolerable asociarse con una persona envidiosa. No hay alivio.

      No hubo alivio para Abel. Su hermano Caín lo envidiaba. El justo Abel recibió la bendición de Jehová Dios; Caín no la recibió. Caín volvió la envidia o celo en odio; su odio engendró la contienda y esa contienda condujo al asesinato. El celo o envidia es un pecado mortal. Si no se vence, acarrea la ruina. Porque “celos, arrebatos de ira, contenciones, divisiones, sectas, envidias” son todos “obras de la carne.” Y acerca de éstas el apóstol de Cristo declara enfáticamente: “En cuanto a estas cosas les estoy previniendo, del mismo modo que les previne, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”—Gál. 5:19-21, NM.

      APELACIÓN AL INTERÉS PROPIO

      ¿Cómo puede uno vencer la envidia? El interés propio debiera bastar. Verdad, es el amor propio lo que da principio al celo. Pero cuando uno realmente entiende a qué conduce el celo, cuán destructivo puede ser, el verdadero interés propio debiera impulsar a los cristianos a repudiar “toda maldad moral y toda apariencia engañosa e hipocresía y envidias.”—1 Ped 2:1, NM.

      El cristiano que piensa no quiere volver al mundo. Entonces, ¿por qué volver a las prácticas mundanas? Dice la Biblia: “Hasta nosotros una vez éramos insensatos, desobedientes, siendo descarriados, siendo esclavos a muchos deseos y placeres, obrando con malicia y envidia, aborrecibles, aborreciéndonos los unos a los otros.” (Tito 3:3, NM) Al Diablo le gustaría hacer volver al viejo mundo a todos los cristianos. Eso significaría la muerte eterna. Ahora la persona envidiosa le da a Satanás una cabeza de playa, por cuanto ella se está vistiendo de las obras de las tinieblas. El mandato bíblico es: “Por lo tanto, despojémonos de las obras que pertenecen a las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Como de día andemos en buen comportamiento, no en diversiones tumultuosas y borracheras, no en ayuntamiento ilícito y conducta relajada, no en contienda y envidia.”—Rom. 13:12, 13, NM.

      Luego hay este asunto del interés propio

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