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  • Yo fui un pastor evangélico
    ¡Despertad! 1977 | 8 de junio
    • de la Cena del Señor, les pregunté por qué la celebraban usando copas individuales. Ellos reconocían que, cuando Jesús estuvo en la Tierra, los participantes sí compartieron una copa común. No obstante, en aquel tiempo no existía tanto peligro como hoy de contraerse una enfermedad contagiosa. Les pregunté dónde estaba su fe en su llamado poder de curación si tenían tanto miedo de infectarse del uso de una copa común en imitación del Señor. Eso puso fin abrupto a nuestra reunión a las tres de la mañana.

      Unos dos días más tarde visité la iglesia, pero la señora que presidía no estaba allí. Esa mañana había enfermado y la llevaron al hospital. Para mí, eso era la confirmación de que ellos no tenían el don de curación.

      Después de eso, me asocié con otra organización religiosa con tendencias pentecostales. En una campaña de despertamiento religioso celebrada en la Feria de Bogotá, se programó una exhibición del don de curación para el último día. Cediendo ante la insistencia de un amigo y a mi propia curiosidad, fui.

      Un viejito ciego fue conducido a la plataforma y se puso de rodillas. Tanto hombres como mujeres empezaron a orar sobre él, pidiendo que el espíritu de ceguedad le fuera quitado y la vista le fuera restaurada. Después de un rato, le preguntaron al ciego si ya podía ver. Él movió la cabeza de lado a lado y dijo que no.

      Se le había pedido al auditorio que se pusiera de pie y participara en orar. Siendo yo un poco incrédulo, me había quedado sentado. Habiendo observado esto, dijeron que yo era el culpable. Debido a mi falta de fe, ellos no habían podido ejecutar el milagro. Después de instarme a participar, de nuevo oraron sobre el ciego. Pero de nuevo rehusé colaborar. Al preguntarle al ciego si ya podía ver, otra vez la respuesta fue negativa. Otra vez atribuyeron el fracaso a ese “incrédulo” que había entrado en medio de ellos.

      Luego, cuando se me acercaron los ministros encargados, les señalé que la fe de los incrédulos no fue un requisito previo a que Jesús tuviera éxito en efectuar milagros. (Mat. 8:16; Juan 9:1-7, 35-39) Al contrario, a menudo los había efectuado a fin de convencer a los incrédulos de que él verdaderamente había sido enviado de Dios. (Juan 10:37, 38, 42; 11:4245) Así pues, si ellos realmente curaban por el poder de Dios, ¡que vencieran mi incredulidad por medio de efectuar el milagro!

      Mis relaciones con los testigos de Jehová

      Ahora tengo que decirles de otra faceta de mi vida. Tiene que ver con mis relaciones con los testigos de Jehová a través de los años.

      Todo empezó en 1952. Al visitar la casa de mi novia, vi un libro que su padre había obtenido. Se intitulaba “‘Esto significa vida eterna.’” Sabiendo que yo tenía interés en cualquier cosa relacionada con la Biblia, él me lo obsequió. Un pastor compañero me informó que el libro era de los “russellistas,” un nombre que usó con referencia a los testigos de Jehová. Aunque contenía cosas buenas, era peligroso, me dijo, porque también contenía error. Yo tenía curiosidad de saber qué error contenía. Mientras más investigaba, más llegué a conocer acerca de los testigos de Jehová.

      Al tiempo de mi ordenación como pastor, un amigo que se llamaba Fabio Rodas también fue ordenado. Poco después, sin embargo, Fabio se hizo testigo de Jehová. La próxima vez que me encontré con él, él gustosamente aclaró algunas dudas que yo tenía en cuanto al libro que había recibido. Desde entonces en adelante, cada vez que nos encontrábamos, él me proveía otras publicaciones de los Testigos.

      Debido a la amable insistencia de Fabio, con el tiempo condescendí a que los Testigos estudiaran la Biblia conmigo. Pero tercamente rehusaba repudiar mi creencia en la Trinidad, ese “misterio” que alega que Dios no es uno, sino tres un uno. La convicción mía se basó casi enteramente en un solo versículo de la Biblia, 1 Juan 5:7. Los Testigos invariablemente me señalaban que parte de este versículo era espurio, una añadidura no inspirada hecha posteriormente a las Santas Escrituras. Pero a mi parecer, eso solo era un argumento débil empleado engañosamente por ellos.

      Pero entonces, en 1956, en Bogotá, tuve uno de esos encuentros de casualidad con Fabio. Acepté su invitación de acompañarlo al Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Allí conocí a la familia Rivera y se hicieron arreglos para que estudiaran conmigo. Les presenté la objeción de la Trinidad. Con calma, uno de ellos sacó una Biblia católica, la Nácar-Colunga, y abriéndola en 1 Juan 5:7 me pidió que leyera el comentario correspondiente al pie de la página. Leí: “Este versículo, que en la Vulgata dice: ‘Tres son los que dan testimonio en el cielo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y los tres son uno,’ falta en los códices antiguos, así griegos como latinos, etc., y es desconocido de los Padres. Parece tener origen español y haber ido poco a poco saliendo por vía de exégesis [interpretación] del versículo precedente. Sólo en el siglo XIII adquirió la forma que hoy tiene en la Vulgata.”

      Al leer eso, pude ver que los testigos de Jehová tenían razón al decir que parte de ese versículo no tenía derecho a lugar alguno en las Escrituras inspiradas. Y quedé atónito al aprender que los evangélicos participaban en el mismo engaño que los católicos romanos al usar el texto para apoyar su concepto de la Trinidad.

      De allí en adelante yo tuve más confianza en los Testigos. Cuando volví a servir de pastor, sus enseñanzas influían en el contenido de mis sermones. Como fuente de material para sermones, aun pegué en mi Biblia el “Resumen bíblico, sin comentarios, de las doctrinas fundamentales,” publicado por los Testigos en la parte trasera de su libro “Equipado para toda buena obra.”

      No obstante, rehusaba cortar mis vínculos con los evangélicos. ¿Por qué? Sobre todo, no quería desagradar a mi familia, pues todos eran evangélicos y varios de ellos pastores, incluso mi padre. También abrigaba ciertos prejuicios infundados contra los Testigos. Quizás, también, buscaba una salida, un escape de una responsabilidad que se hacía más evidente mientras más estudiaba con los testigos de Jehová.

      Mi partida del evangelismo

      Una vez que vi la importancia del nombre del Dios verdadero, Jehová, lo usaba constantemente en mi predicación. Como resultado, mis superiores deseaban saber hasta qué grado habían influido en mí los testigos de Jehová. Tuve que comparecer ante el consistorio. Para reafirmar su confianza en mí, pidieron que pronunciara un sermón exponiendo los errores de los testigos de Jehová. Puesto que eso hubiera requerido que contradijera mis propias creencias, respondí: “Jamás daré tal sermón. Si lo que he estado enseñando de la Biblia armoniza con las enseñanzas de los testigos de Jehová, entonces irremediablemente tendré que hacerme uno de ellos. ‘Escójanse a quién quieren servir, pero en cuanto a mí y a mi casa, nosotros serviremos a Jehová.’”—Jos. 24:15.

      Para cortar todo vínculo con la organización evangélica, trasladé a mi familia de Pereira a Cali. Eso fue a fines del año 1967. Un domingo, temprano por la tarde, me dirigí al centro de la ciudad preguntándome cómo pudiera localizar a los Testigos. Entonces, viajando en el autobús, vi un ejemplar de La Atalaya en el bolsillo trasero de un señor. Decidí seguirlo. Me condujo directamente al Salón del Reino. Después de las reuniones de esa tarde, se hicieron arreglos para que yo volviera a estudiar.

      Anteriormente, yo había estudiado con los Testigos hasta el punto del bautismo. Pero ellos habían rehusado reconocer como válido mi bautismo evangélico, aunque, como razonaba yo, se me había sumergido o bautizado ‘en el nombre del Padre, Hijo y espíritu santo.’ (Mat. 28:19) Al llegar al asunto esta vez, le pregunté al que lo consideraba conmigo, José Patrocinio Hernández: “Pero, ¿por qué debo yo bautizarme de nuevo?” Me preguntó sencillamente: “¿Conocía usted el nombre del Padre cuando se bautizó?” Puesto que no lo conocía, era obvio que no había sido bautizado ‘en Su nombre.’

      Luego, en conexión con ser bautizado ‘en el nombre del espíritu santo,’ me preguntó: “¿Daba evidencia de tener el espíritu de Dios por medio de conservar la paz y la unidad la organización que lo bautizó?” (Efe. 4:3) Entonces recordé que el mismo pastor evangélico que me bautizó, Ángel de Jesús Vélez, solo dos semanas después había formado una nueva secta disidente. Puesto que las “altercaciones, divisiones, sectas” no son “el fruto del espíritu” sino “obras de la carne,” era muy claro que no tenían el espíritu de Dios.—Gál. 5:19-23.

      Así fue que, por fin, el 10 de mayo de 1969, en compañía de mis dos hijos mayores, me sometí al bautismo cristiano en símbolo de mi dedicación a Dios. Mi esposa y mis dos hijos menores lo hicieron más tarde.

      En retrospecto, aprecio los sentimientos del apóstol Pablo cuando dijo: “En un tiempo ustedes eran oscuridad, mas ahora son luz con relación al Señor. Sigan andando como hijos de luz, porque el fruto de la luz consiste en . . . verdad.” (Efe. 5:8, 9) Al recordar mis experiencias como parte de los sistemas religiosos de la cristiandad quedo impresionado con lo grande que fue esa oscuridad. Ahora, como hijo de luz, qué agradecido estoy de servir como pastor ordenado por Dios y de producir el fruto de la luz, a saber, la verdad.—Contribuido.

  • Una búsqueda próspera
    ¡Despertad! 1977 | 8 de junio
    • Una búsqueda próspera

      NOS pareció a mi cónyuge y a mí que algo faltaba en nuestra vida. Ella quería aprender más acerca de la Biblia y dijo que lo que nos faltaba era ir a la iglesia. Pero según mi experiencia con las iglesias lo único que quieren es dinero. No obstante, mi cónyuge escogió una iglesia pentecostal y fue. Cuando volvió a casa estaba asustada; la gente corría de un lugar a otro gritando. Lo único que pude decir fue: “Te lo dije.”

      Entonces se enteró de otra organización religiosa que ofrecía estudios bíblicos, pero había que pagar. Más tarde, un testigo de Jehová le ofreció un estudio bíblico gratuito, y ella lo aceptó. Con el tiempo fue al Salón del Reino, y cuando volvió a casa realmente estaba animada debido a lo que había aprendido. Yo no lo podía creer. La gente simplemente no vuelve a casa de la iglesia sintiéndose feliz. “¡Y sabes qué,” exclamó ella, “ni siquiera hacen una colecta!”

      Le dije que todas las iglesias pasan el platillo, que simplemente no lo había notado. De modo que decidí ir el siguiente domingo con el único propósito de probar que sí hacen una colecta. El título de la conferencia fue “La autenticidad de la Biblia.” Estuvo tan bueno el discurso que se me olvidó fijarme en el asunto del platillo. Así es que tuve que volver la siguiente semana para ver. La segunda semana la conferencia fue más interesante que la primera, y de nuevo se me olvidó buscar el platillo. La tercera semana, para el fin de la reunión, sabía que habíamos hallado lo que había faltado en nuestra vida. Yo, también, acepté un estudio bíblico de casa, y actualmente nos regocijamos por haber aprendido la verdad de la Palabra de Dios.—Contribuido.

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