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  • El pasado del azúcar... ¿cuán dulce fue?
    ¡Despertad! 1983 | 8 de marzo
    • El pasado del azúcar... ¿cuán dulce fue?

      EN EL año 1829 un barco de vela de unas trescientas toneladas zarpó desde un puertezuelo de las Antillas, enfiló la proa hacia el sur-sudeste y emprendió su travesía por alta mar. A bordo iban el capitán del barco, el piloto y cincuenta y cinco hombres andrajosos y toscos de distintas nacionalidades, razas y castas... todos componían la tripulación. En la bodega del barco había dieciséis cañones cortos de hierro, pólvora, balas de cañón de unos once kilos, granadas de mano, un cargamento de ron de las Antillas, una miscelánea de collares de corales y otros artículos, y un depósito de alimento y provisiones. En cubierta, de proa a popa, había mosquetes, municiones y alfanjes.

      Después de pasar setenta y seis días zarandeados por vientos tempestuosos y olas encrespadas y muy agitadas, el navío y su tripulación llegaron a su destino... un puerto portugués de Mozambique en la costa oriental del África.

      Después de solo ocho días descargando el cargamento y tomando a bordo otro diferente, la corbeta se hizo de nuevo a la mar rumbo a Cuba y dejó atrás a otros catorce navíos más grandes, los cuales estaban anclados en espera de llenar sus bodegas con un cargamento de la misma clase.

      Surcando el mar a flor de agua, con la cubierta casi constantemente inundada por las olas turbulentas, el navío traía a su regreso un cargamento que se convirtió en una causa de temor constante para la tripulación del barco. En la bodega del navío había un valioso cargamento... ochocientos hombres, mujeres y niños de la raza negra; todos, sin excepción, estaban desnudos, tenían la cabeza rapada y habían sido marcados con un hierro candente. Eran un cargamento valioso para los cultivadores de caña de azúcar de las Antillas, de quienes llegarían a ser esclavos y cuyas cosechas transformarían en azúcar con el sudor de su frente; y valiosos para los dueños del barco y el capitán, cuyas ganancias procedentes de la venta de los esclavos podían ascender a mucho más de cien mil dólares (E.U.A.).

      Encadenados de dos en dos, con grilletes asegurados a los pies, los esclavos que estaban apiñados a estribor miraban hacia la proa, sentados en la falda unos de otros como cucharas puestas unas sobre otras, y los que estaban a babor miraban hacia la popa.

      El lector debe tratar de imaginarse un salón donde hay ochocientas personas sentadas... luego apiñar literalmente la misma cantidad de personas en un espacio pequeñísimo de solo unos cuantos metros de ancho y de aproximadamente la misma longitud de un vagón de ferrocarril, y la frase “como sardinas en lata” llega a ser apropiada. Una vez que llenaban la bodega del modo susodicho, a los demás esclavos se les aseguraba a la cubierta.

      Ochocientas almas desdichadas en el mar. Una de las catástrofes más grandes que podía azotar a un barco negrero era que tal cantidad se redujera a casi la mitad antes de llegar a Cuba. ¡Viruela! La simple mención de la palabra sembró el terror entre la tripulación del barco cuando la enfermedad fulminó a la primera víctima en la bodega. La espantosa plaga se extendió desenfrenadamente. A medida que expiraba cada persona, cadáver tras cadáver era arrojado por la borda. De un cargamento de ochocientos esclavos, solo quedaron cuatrocientos ochenta. El capitán de la corbeta tampoco sobrevivió.

      Desde el principio hubo individuos que procuraron adelantar solo sus propios intereses y, al ver la oportunidad de obtener ganancias a expensas de la demanda del azúcar, se aprovecharon de la situación. Ciertos misioneros religiosos en África colgaron los hábitos y abandonaron a sus rebaños a fin de meter codiciosamente las manos en el “dulce” negocio azucarero por medio de vender sus propios conversos negros a los cazadores de esclavos. Hasta el papa, Nicolás V, al darse cuenta de los ingresos que podían recaudarse del negocio azucarero, bendijo la esclavitud.

      ¡Los barcos negreros surcaron tantas veces las aguas entre el África y el mundo occidental que, si hubiera sido posible que un barco formara un surco permanente a medida que atravesaba las aguas, se hubiera abierto un gran cañón hasta el mismísimo fondo del océano entre el África y las Antillas en cuestión de unos cuantos años! Había barcos que pirateaban a otros barcos en alta mar para apoderarse de los negros encadenados y almacenados en las bodegas. De aquí la necesidad de que llevaran cañones y armas portátiles para proteger su preciada carga.

      Debe recordarse que la codicia contribuye a la formación de alianzas entre personas que tienen poco en común. Esta afectó tanto a blancos como a negros. De modo que el negrero no carecía de cómplices entre los africanos. Si el señuelo era lo suficientemente tentador, ponía en rivalidad a negro contra negro, familiar contra familiar, tribu contra tribu. Así se desarrolló el sistema mediante el cual los cazadores de esclavos podían comprar fácilmente su mercancía viviente. Las mujeres negras vendían a sus propios esclavos, a quienes habían obtenido como botín de guerras tribuales, por un nuevo collar de corales. El guerrero peleaba más arduamente para llegar a ser el vencedor de la batalla, de modo que pudiera vender por un barril de ron a los conquistados. Puesto que en ese tiempo no se conocía la moneda en el África, los traficantes de esclavos llenaban las bodegas de provisiones necesarias y artículos de poco valor para el hombre blanco, pero que eran considerados como lujos por el hombre negro, quien los aceptaba a cambio de sus hermanos negros. Así quedaba satisfecha la codicia de todos.

      No se sabe a ciencia cierta cuántos africanos sobrevivieron a la travesía de un continente al otro para usarlos de esclavos con el fin de satisfacer la gran demanda de azúcar. Cierto demógrafo del día moderno ha calculado la cifra moderada de quince millones de personas. Un historiador británico dijo: “No es una exageración que al relatar la historia del tráfico de esclavos se diga que la cantidad de víctimas ascendió a 20 millones de africanos, dos terceras partes de los cuales han de achacarse al azúcar”.

      Estimado lector, ¿puede usted comprender esto: que a algunas personas se les haya desarraigado de su país, lo que es más —de su continente— y se les haya transportado a través de alta mar, travesía que tomaba varios meses navegar, y, al desembarcar, se les haya metido en jaulas y se les haya vendido en subasta pública, cada miembro de familia individualmente, muchos de los cuales nunca volverían a verse unos a otros? ¡Ah, el precio del azúcar no podía medirse en términos de kilos, sino de vidas humanas! Mientras los barcos surcaban los mares, los cultivadores de caña araban sus tierras a fin de hacer lugar para aumentar el cultivo y la producción de este oro blanco y dulce llamado azúcar.

      Aunque la caña de azúcar era una mercancía comparativamente nueva en el mundo occidental hasta cerca del siglo dieciséis, se conocía desde tan temprano como el reinado de Alejandro Magno. Uno de sus soldados descubrió la caña de azúcar en la India en el año 325 a. de la E.C.

      Avanzando hasta los días de Nerón en el primer siglo de la era común, puede que cierto médico griego haya pensado que fue el primero en descubrir la fuente del azúcar. “Hay —escribió él— un tipo de miel sólida, que se conoce como saccharum (azúcar), en unas cañas de la India. Es granular como la sal y fácil de masticar, pero al mismo tiempo tiene un sabor dulce.”

      El azúcar estaba haciéndose muy popular. La caña de azúcar se estaba desarraigando del Lejano Oriente y transplantándose en Europa. Los árabes la llevaron consigo a Egipto y Persia, y la introdujeron en España cuando conquistaron el país en el siglo ocho. Y durante los siguientes doscientos años, donde únicamente se cultivó la caña de azúcar en Europa fue en España.

      Fue de España que Cristóbal Colón trajo algunos esquejes al hemisferio occidental en su segundo viaje y los plantó en lo que ahora se conoce como la República Dominicana, en las Antillas. La China no iba a privarse de este dulce lujo, así que envió unos hombres a la India para aprender el misterio de la extracción de azúcar de la caña. Varios años después Marco Polo describió los ingenios de azúcar de la China como una de las grandes maravillas de ese país.

      Los cruzados, bajo la dirección de los papas y con la bendición de éstos, habían tratado de proteger de los turcos a Jerusalén. Cuando regresaron a sus respectivos lugares de origen difundieron relatos entusiastas sobre una delicia nueva y extraña llamada azúcar. Pronto se establecieron rutas comerciales entre el Oriente y Europa para la obtención del azúcar. Pero el azúcar era caro y solo los ricos tenían los medios para comprarlo. En fecha tan reciente como 1742, en Londres se vendía el azúcar a $2,75 (E.U.A.) el medio kilo. Cuando los pobres probaron esta mercancía dulce, también llegaron a aficionarse a ella. Los gobernantes previsores de ciertos países vieron toda una nueva perspectiva de ingresos para sus cajas. El sonsonete de las voces que pedían azúcar estaba comenzando a oírse alrededor del mundo.

      España y Portugal se dieron cuenta de que algunos países estaban haciéndose ricos gracias al negocio azucarero que tenían con la India. Así que también quisieron tomar parte en las ganancias. En seguida enviaron barcos de vela a surcar los mares desconocidos para localizar una ruta nueva y más corta hasta la India. Colón fue uno de los que emprendió tal travesía, pero lo que descubrió en su lugar fueron las Antillas. Y su error tuvo buenos resultados, pues halló el clima y el terreno perfectos para el cultivo de la caña de azúcar.

      Después llegaron los colonizadores españoles y le quitaron la tierra a los indígenas. Los indígenas llegaron a ser sus esclavos, pero resultaron ser casi inútiles para el trabajo en los campos de caña. Así que en 1510 el rey Fernando, de España, dio su consentimiento para transportar desde el África un barco grande repleto de esclavos. Así comenzó el despiadado tráfico de vidas humanas a través de los mares. Este continuó por más de trescientos años.

      No era sin razón que Inglaterra presumía de tener la más grande flota que navegaba los siete mares. Y cuando llegó el momento preciso para que ella se metiera en el negocio azucarero y el contrabando de esclavos, su poderosa flota llegó a las Antillas y echó de allí a los españoles. Inglaterra se convertiría pronto en el centro de la industria azucarera del mundo. “El azúcar ha dado mayor adelanto al deleite, la gloria y la grandeza de Inglaterra que cualquier otra mercancía, sin excluir la lana”, dijo un caballero inglés de aquella época.

      Tal vez un célebre personaje político de Inglaterra sea quien pueda resumir mejor el punto de vista de esa nación acerca del tráfico de esclavos y el increíble sufrimiento que se causó a un pueblo: “La imposibilidad de prescindir de los esclavos en las Antillas siempre evitará que cese el tráfico. Por eso la necesidad de seguir adelante, la absoluta necesidad, tiene que ser, puesto que no hay otra, su excusa”. E Inglaterra ‘siguió adelante’. Basta con esta observación que se hizo pública en el siglo dieciocho, cuando la esclavitud ocasionada por el negocio azucarero había alcanzado su punto máximo: “A Europa no llega ningún barril de azúcar sin alguna mancha de sangre”.

      Los ingleses obviamente llegaron a un acuerdo con sus cómplices africanos para comprar grandes cantidades de esclavos a tarifas reducidas. De aquí que un lord británico hiciera este alarde: “En cuanto al suministro de negros, tenemos una superioridad tan marcada en el tráfico africano que se nos permite comprar esclavos con un descuento de una sexta parte de su valor total”.

      Puesto que se hizo patente ante todo el mundo que el azúcar ya no era un antojo pasajero, sino que había llegado para quedarse y que los esclavos del África eran los elementos absolutamente esenciales para hacer perdurar la industria, la pregunta más importante que preocupaba a todas las personas interesadas en el asunto era: ¿Cuánto duraría el torrente de esclavos antes de que se acabe? La respuesta no tardaría en llegar. De la pluma de un gobernador africano de la Costa de Oro llegaron estas palabras: “África no solo puede continuar abasteciendo a las Antillas con las cantidades que lo ha hecho hasta ahora, sino que, si fuera necesario, podría poner a su disposición miles, mejor dicho, millones de esclavos más”.

      Sin embargo, esto no sería así. Ya había en juego algunas fuerzas que se oponían enconadamente al tráfico inhumano de negros, y las voces de protesta se oían por todo el mundo. Se estaba usando todo medio posible para comunicar claramente su mensaje y acabar con la esclavitud. Note, por ejemplo, este anuncio que se hizo circular: “Almacén de loza B. Henderson—Rye Lane Peckham: Informa respetuosamente a los Amigos del África que tiene para la venta una colección de tazones [vasijas] para azúcar que dicen en letras de color oro lo siguiente: Azúcar de la India oriental no hecha por esclavos”. Y luego decía: “La familia que usa unos tres kilos de azúcar a la semana evitará, si usa el azúcar de la India oriental en vez del de las Antillas durante 21 meses, la esclavitud o el asesinato de otra criatura humana. Ocho familias que hagan eso durante 19 1⁄2 años evitarán la esclavitud o el asesinato de 100 criaturas humanas”.

      Con el tiempo, un país tras otro promulgó nuevas leyes que prohibieron el tráfico de esclavos. No obstante, los Estados Unidos, que hasta entonces habían comprado el azúcar a Cuba, la isla vecina al sur, emprendieron el negocio del azúcar y los esclavos; y el estado sureño de Luisiana, con sus plantaciones de caña recién cultivadas, se convirtió en el punto focal. Cualesquier esclavos que ese estado no pudiera usar, podían emplearse en las plantaciones sureñas de algodón.

      Por más de tres siglos el Rey Azúcar había reinado de manera suprema en el mundo y había exigido un tributo que causa perplejidad. Ninguna mercancía sobre la haz de la Tierra que se haya arrancado del suelo o de los mares, de los cielos o de las entrañas de la tierra ha costado más aflicción y sangre humana que el azúcar. Hoy, ¡ah, qué dulce es! Ayer era tan amargo como la hiel.

  • El presente del azúcar... ¿cuán dulce es?
    ¡Despertad! 1983 | 8 de marzo
    • El presente del azúcar... ¿cuán dulce es?

      ¿ME RECONOCE usted? Mis amigos científicos me conocen por las iniciales C⁠12⁠H⁠22⁠O⁠11. No he dejado de tener importancia desde mi estreno en la escena mundial. En varias ocasiones durante la historia del mundo, y en muchas partes de la Tierra, fui más precioso que el oro, y más raro también. Recuerdo que en cierta ocasión en la China, cuando ciertos príncipes indios debían dinero de tributo al emperador, este gobernante chino exigió que me usaran a mí en vez de oro para pagarle el tributo.

      Grandes debates y controversias se han llevado a cabo por todo el mundo, en palacios majestuosos y grandes salas de senado, debido a mi presencia. No me da gusto decirlo, pero a millones de personas literalmente se les ha esclavizado y millones han muerto por culpa mía.

      Actualmente he vuelto a ser motivo de grandes controversias. Hay quienes dicen que se me debería hacer desaparecer para siempre de la haz de la Tierra. Otros dicen que soy refinado y dulce, que se me necesita y que de ningún modo soy el malvado que se me acusa de ser.

      ¿Me reconoce usted ahora? Soy aquella cucharada de azúcar que, según una canción que se hizo popular en los Estados Unidos en la década de los años sesenta, “le ayuda a pasar la medicina fácilmente... de manera sumamente deleitable”. Soy aquella cucharada de azúcar que se solía envolver en un pedacito de tela, la cual se ataba y servía de chupete para usted mientras su madre se ocupaba de los quehaceres domésticos. Soy la cucharada de azúcar que se usa para preparar la capa que cubre las píldoras laxantes que usted toma y endulzar las medicinas que usted bebe, las cuales de otro modo serían amargas. Me encuentro en los cosméticos que usted usa para maquillarse y en los cauchos y plásticos sintéticos que literalmente le rodean. Ayudé a curtir el cuero del cual están hechos los zapatos que usted tiene puestos. Las personas que fuman, me fuman a mí en parte. Cuando usted tiñe ropa, yo estoy presente. Si usted muere y colocan sus restos en una urna de plástico antes de enterrarlos, yo estoy allí también. Literalmente formo parte de su vida desde la cuna hasta la sepultura.

      Además de todas estas cosas y otras más, hay una que me ha dado el mayor grado de popularidad... mi capacidad de satisfacer el deseo insaciable que usted tiene de ingerir algo dulce. Y en esto yace la paradoja. Mis buenas cualidades representan riesgos, según el parecer de mis adversarios. Estos afirman que yo me encuentro en todo y por todas partes. Claro, si yo negara esto, estaría haciendo caso omiso de los hechos. Sería el primero en decir que, en la mayor parte de los casos, los que me usan abusan de mí.

      Es razonable decir que una cucharada de azúcar le ayuda a pasar la medicina. Pero ¿es razonable que una cucharada de azúcar también ayude a pasar la pasta de tomate, o el rábano picante, o la salsa, o el aderezo? He aquí unos cuantos ejemplos adicionales: ¿qué hay del pan, o de las hortalizas enlatadas, o, puede creerlo usted, la sal? ¿Necesita azúcar una galleta tostada cubierta con sal? ¿No le sorprende a usted saber que se haya descubierto que un paquete de pescado relleno tratado, ¡lo último que uno se imaginaría!, contenía más azúcar por cada porción que un pedazo de bizcocho?

      ¿Por qué debería ser yo un ingrediente prominente en alimentos que en primer lugar no se espera que sean dulces? Si a usted se le antoja algo dulce, sabe que el comerse una galleta probablemente satisfará su deseo. Pero ¿es razonable que una galleta salada tal vez sirva el mismo propósito, puesto que 12 por 100 de su contenido es azúcar? Al comerse cierto dulce de chocolate, usted tal vez espere que el 51 por 100 del contenido de éste sea azúcar, pero lo que tal vez perturbe su buen juicio sería el descubrir que consumiría la misma cantidad de azúcar al comerse un pedazo de pollo cubierto con cierta mezcla de migajas.

      No soy ningún genio, pero no se necesita uno para percibir que los fabricantes y elaboradores de casi todo producto de consumo endulzan sus productos porque aparentemente se imaginan que éstos serán más agradables al paladar, sea que se me necesite o no. Me parece que esto es abusar de mí También proporciona más argumentos en contra de mí a los que me critican.

      Considere, por ejemplo, cuánto de mí se consumió en el año 1982... más de noventa y dos millones de toneladas métricas, según se calculó. Anualmente, los estadounidenses y muchas otras personas consumen unos treinta y cinco kilos de mí (en forma refinada) por persona, y el adolescente de término medio consume un kilo de mí semanalmente. Pero 75 por 100 del azúcar que consumen estas personas lo consumen sin darse cuenta de ello. En realidad, solo una pequeña parte proviene del azucarero. Los hechos muestran que la gente me está comprando en cantidades reducidas; no obstante, su consumo de mí está aumentando. Por lo tanto, sería muy difícil, aunque no imposible, planear menús (minutas) que no contengan nada de mí en absoluto.

      Puede ser que la mayor parte de las personas me reconozcan únicamente tal como aparezco en sus azucareros... blanco y refinado. En esta forma se me conoce como sacarosa, soy 99,9 por 100 puro y se me vende ya sea en forma granulada o en polvo. Pero no se contente con ver la palabra “azúcar” o “sacarosa” en las etiquetas de los alimentos. Hay que estar alerta por si acaso se utiliza alguno de mis demás nombres, como fructosa (de las frutas), lactosa (de la leche), maltosa (de la malta), glucosa, jarabe de maíz, sustancias sólidas derivadas del jarabe de maíz, dextrosa y azúcar de arce. En los Estados Unidos se prohíbe el azúcar crudo, a no ser que se hayan eliminado las impurezas... tierra, partes de insectos, moho, bacterias y otros elementos contaminadores. Cuando se ha hecho esto, entonces se puede vender como azúcar turbinado. Aunque este azúcar es de color oscuro, no debe confundirse con el azúcar moreno, el cual en general es simplemente azúcar blanco refinado que se ha pulverizado con melasa.

      El consumo de azúcar por persona sube aún más si se toma en cuenta que durante el año 1982 cada persona, además de consumir aproximadamente treinta y cinco kilos de azúcar refinado, consumió también veinte kilos de dulcificantes derivados del maíz, presentes en alimentos que se obtuvieron de las repisas de los supermercados. (Dichos dulcificantes, por ser más baratos que otros, se están haciendo cada vez más populares entre los que tratan los alimentos.)

      Si usted tiene tan solo un conocimiento básico de mí, sabe que, al igual que los almidones, yo también soy un hidrato de carbono, de modo que proporciono energía, calor y, por consiguiente, combustible para que el cuerpo pueda moverse. Si usted consume más hidratos de carbono de los que el cuerpo puede utilizar, el exceso se convierte en grasa.

      Entonces, en vista de que el cuerpo básicamente necesita combustible y energía, ¿qué tiene de malo el consumir azúcar? El problema yace en que a diferencia de otras fuentes de hidratos de carbono, yo no contengo proteínas, ni minerales, ni vitaminas... no contengo ningún alimento nutritivo, tan solo calorías. Y éstas las tengo en abundancia... aproximadamente sesenta por cada catorce gramos, o por cada cucharada más o menos. Los expertos en la nutrición me llaman “calorías vacías”. Por otro lado, otros alimentos, aparte del azúcar, que también son ricos en hidratos de carbono, como los granos íntegros, las habichuelas, hortalizas y frutas, no solo sirven de buenas fuentes de energía, sino que también proporcionan muchos elementos nutritivos.

      La revista Consumer Reports de marzo de 1978 realmente lanza un ataque contra mí. No obstante, tengo que concordar con lo siguiente que se escribió en esta revista: “Básicamente, no hay absolutamente ningún requisito dietético para el azúcar que no pueda satisfacerse por medio de consumir otros alimentos más nutritivos, como frutas y hortalizas. Ni siquiera se necesita el azúcar para obtener lo que se llama energía instantánea, a fin de tener combustible para pasar una mañana jugando tenis, esquiando o haciendo algo por el estilo”. El combustible que el cuerpo ya tiene en reserva como fuente de energía cumple dicho propósito.

      Además, lo que agrava el daño es que cuando se me consume en dosis muy concentradas antes de la comida, digamos en forma de un dulce, pasteles y bizcochos, los cuales tal vez se acompañen de más de un cuarto de litro de una bebida carbonatada de tipo cola, que quizás contenga unas nueve cucharadas de azúcar, entonces puede ser que estas calorías vacías satisfagan el apetito suyo y usted no tenga ganas de comerse los alimentos provechosos a la hora de la comida. Usted engorda, pero en realidad está muerto de hambre en lo que tiene que ver con la buena nutrición. Está consciente de su peso, pero no se da cuenta de que está desnutrido.

      Aunque se me acusa de muchas cosas malas, de las cuales muchas son cuestionables, hay un punto en que todos los expertos parecen concordar... causo caries, especialmente en el caso de los niños. Hasta la Asociación del Azúcar, cuyo papel es promover mi uso, está de acuerdo en este particular. El problema, según los expertos en la odontología, es que, debido a que soy azúcar, las bacterias que normalmente están presentes en la boca me utilizan para formar una sustancia espesa parecida a gelatina, la cual se adhiere tenazmente a los dientes. Esta hace que aumente más rápidamente la placa bacteriana, que, junto con otros ácidos, ataca los dientes y los hace vulnerables a las caries.

      Pero los expertos dicen que lo que determina cuántas caries se le forman no es la cantidad, sino la forma de azúcar que uno consume. Si, por ejemplo, usted se come una barra de dulce y 10 por 100 de ésta consiste en azúcar, puede hacerse más daño a los dientes que si se toma una bebida carbonatada cuyo contenido de azúcar es de 25 por 100. La razón es obvia. El dulce se le adhiere a los dientes, lo cual significa que éstos quedan expuestos al azúcar por más tiempo, mientras que el azúcar de la bebida gaseosa pasa junto con el líquido. Pero antes que usted dé un suspiro de alivio, si acostumbra consumir grandes cantidades de bebidas carbonatadas, tiene que tomar en cuenta lo siguiente: Los científicos informan que el tomarse varias bebidas carbonatadas al día podría hacerle más daño a los dientes que el comerse un solo pedazo de dulce pegajoso por semana. Además, en muchos casos, las bebidas de tipo cola y muchas otras bebidas carbonatadas contienen ácidos que hacen daño a los dientes.

      Por eso, niños, esto saca a relucir otro hecho que sus padres tal vez ya hayan tratado de hacerles comprender... sean concienzudos en cuanto a cepillarse los dientes con regularidad, especialmente después de comer dulces. Y háganlo con mayor particularidad si han comido alimentos llenos de azúcar antes de acostarse. Mientras más tiempo permanezco entre los dientes, mayor es la posibilidad de que se formen caries.

      He aquí una fuente de esperanza, pero no necesariamente un antídoto: Según hallazgos preliminares que se hicieron recientemente, conforme se informó en el periódico The New York Times del 16 de diciembre de 1980, puede ser que el queso de Cheddar realmente impida las caries dentales. “Nos parece que es una observación válida que tendremos que investigar más detenidamente, pero solo está en una etapa preliminar todavía”, dijo el Dr.  William H. Bowen, director del departamento para la prevención e investigación de las caries, del Instituto Nacional de Investigaciones Odontológicas.

      Para profundizar las investigaciones de cierto colega británico, quien había descubierto que el queso de Cheddar servía para retardar las caries dentales en el caso de los humanos, algunos científicos estadounidenses hicieron pruebas con ratones de laboratorio y emplearon queso de Cheddar semitratado. Los resultados fueron los mismos, informó el Dr. Bowen, “con tal que los animales comieran el queso inmediatamente después de ingerir azúcar, que, como se sabe, contribuye a las caries dentales”. El artículo del periódico The New York Times pasa a decir: “No se sabe por qué el queso tiene dicho efecto”.

      Malas noticias por todos lados

      Puesto que les estoy contando acerca de mí mismo, debo decirles la verdad aunque ésta sea muy poco favorable. Pero he aquí más noticias malas para los que me aman. Estas noticias también incriminan a mi mayor rival, la sal. Parece reconocerse generalmente que la sal, o el abuso de ella, desempeña un papel siniestro en el desarrollo de la alta presión arterial. Ahora un informe reciente indica que la combinación del azúcar y la sal quizás aumente el peligro.

      Según investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad del estado de Luisiana, a unos monos arañas se les suministró tres dietas alimenticias diferentes. La primera era una dieta nutritiva corriente, preparada para monos de laboratorio. La segunda era lo mismo que ésta, pero se le agregó más sal. La tercera, que era como la segunda, contenía la misma cantidad de sal que la segunda, pero más azúcar que las otras dos. Los hallazgos se presentaron en la revista Science Digest de octubre de 1980:

      “A todos los animales se les examinó cuidadosamente durante un ‘período fundamental’ de tres semanas, entonces se les separó para formar tres grupos; durante ocho semanas, cada grupo recibió una de las tres dietas de prueba. Como se había esperado, la presión arterial subió en el caso de los animales que habían recibido más sal. Pero el equipo informó en el American Journal of Clinical Nutrition que, en el caso de los monos que habían recibido más sal y azúcar, la presión subió aún más, de modo significativo”.

      Además de las cosas que he mencionado aquí, con las cuales estoy de acuerdo, se me acusa también de un montón de otros males relacionados con la salud, pero respecto a éstos no hay pruebas sólidas todavía. Las controversias sin duda continuarán hasta que por fin queden resueltas de una u otra manera.

      Mientras tanto, usted debería ejercer moderación y equilibrio en lo que tiene que ver con los alimentos que consume y la cantidad de azúcar que ingiere. El excederse en el consumo de cualquier cosa puede enfermarle y causarle una multitud de problemas. Tengo mi lugar en su dieta diaria, si usted tiene buen juicio al comer.

      Además, recuerde que el Gran Dios, Jehová, quien me creó, dirigió a los israelitas a la Tierra Prometida, que manaba “leche y miel”, una forma de azúcar. De eso concluyo que no puedo ser tan malo como me pintan. Y cuando todos los que lo merezcan estén sentados “debajo de su vid y debajo de su higuera” en la Tierra paradisíaca, pues, yo también estaré allí... ¡en esas uvas dulces y esos higos maduros! (Miqueas 4:4.)

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