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El Sermón del Monte... Las felicidades 4 y 5La Atalaya 1978 | 15 de julio
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la hipocresía de la falsa piedad de los líderes religiosos “que confiaban en sí mismos de que eran justos,” Jesús enseñó que todos los que admitían su estado pecaminoso y con arrepentimiento buscaban perdón podían alcanzar una posición de justos delante de Dios.—Luc. 18:9-14; compare con Mateo 5:20; 23:23, 24.
Más satisfacción del hambre y la sed de justicia se hizo posible por la muerte y resurrección de Jesús. Acerca de esto leemos: “Porque todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios, y es como don gratuito que por su bondad inmerecida se les está declarando justos mediante la liberación por el rescate pagado por Cristo Jesús.”—Rom. 3:23, 24; compare con Isaías 53:11; Daniel 9:24-27; Revelación 7:9, 14.
Se hizo posible ‘saciar’ más esta hambre y sed vital después del Pentecostés de 33 E.C., porque entonces el espíritu santo empezó a ‘dar al mundo evidencia convincente respecto a la justicia.’ (Juan 16:8) Esto se hizo realidad cuando el espíritu de Dios fue responsable por la producción de las Escrituras Griegas Cristianas, un instrumento indispensable “para disciplinar en justicia.” (2 Tim. 3:16) La misma fuerza activa de Dios permite a las personas ponerse la “nueva personalidad,” que donde antes estaban las prácticas inicuas y la hipocresía coloca la “verdadera justicia.” (Efe. 4:24) Se experimentará una satisfacción final y completa del hambre y sed de justicia cuando los adoradores fieles de Dios obtengan vida eterna bajo condiciones de justicia perfecta.—2 Ped. 3:13; Rev. 21:1-5.
MISERICORDIA A “LOS MISERICORDIOSOS”
Después, en el Sermón del Monte, Jesús dijo: “Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia.”—Mat. 5:7.
La misericordia no es sencillamente un asunto de ejecutar actos caritativos, puesto que uno pudiera hacer eso con hipocresía. (Mat. 6:1, 2) “Los misericordiosos” son personas impulsadas por sentimientos genuinos de tierna compasión y simpatía para con los desafortunados, y quienes por lo tanto obran a favor de éstos. Jesús puso el ejemplo perfecto en este sentido. Repetidamente declaran las Escrituras que, antes de ejecutar milagros para aliviar el sufrimiento y la angustia, Jesús ‘se compadecía’ o ‘se enternecía.’—Mat. 14:14; 15:32-38; 20:34; Mar. 1:40-42; Luc. 7:13-15.
La misericordia se manifiesta de dos maneras: (1) en sentido judicial cuando las personas perdonan a los que transgreden contra ellas; (2) por hechos positivos de bondad, consideración y compasión que traen alivio a personas que están en desventaja.
A los cristianos se les dirige a ‘hacerse imitadores de Dios’ como Aquel que más prominentemente perdona libremente a los pecadores que se arrepienten. (Éxo. 34:6, 7; Sal. 103:10; Pro. 28:13; Efe. 4:31-5:2) De manera positiva, las personas que desean agradar a Dios deben estar dispuestas a dar cuanta ayuda puedan a las que sean víctimas de circunstancias desafortunadas. (Luc. 10:20-37) Una manera especialmente excelente de mostrar misericordia es por medio de compartir con otros la verdad bíblica. Notamos que cuando una muchedumbre de gente se encontró con Jesús cuando éste se disponía a obtener algún descanso, él “se enterneció por ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Y comenzó a enseñarles muchas cosas.”—Mar. 6:34.
Los misericordiosos son “felices” porque ‘se les muestra misericordia.’ En un sentido experimentan esto en los tratos diarios con sus congéneres. El trato misericordioso que dan a otros impulsa a éstos a responder de la misma manera. (Luc. 6:38) Lo más importante es que Dios mostrará misericordia a los misericordiosos. Respecto a esto, Santiago escribe: “Porque al que no practica misericordia se le hará su juicio sin misericordia. La misericordia se alboroza triunfalmente sobre el juicio.” (Sant. 2:13) Cuando Dios las someta a juicio, las personas verdaderamente compasivas descubrirán que la misericordia que han extendido a otras personas en realidad triunfará sobre cualquier juicio adverso que Dios de otro modo pudiera traer contra ellas. (2 Tim. 1:16-18) Las oportunidades de obtener perdón de pecados y vida eterna son solo para las personas misericordiosas. “Si no perdonan a los hombres sus ofensas,” declaró Jesús, “tampoco perdonará su Padre las ofensas de ustedes.”—Mat. 6:15; 18:35.
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Laodicea... la ciudad ricaLa Atalaya 1978 | 15 de julio
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Laodicea... la ciudad rica
CERCA de Denizli, en el sudoeste de Turquía, están las ruinas de la ciudad antigua de Laodicea. Esta ciudad, conocida como Diospolis y luego como Roas, evidentemente fue fundada de nuevo en el tercer siglo a. de la E.C. por el gobernante seleúcida Antíoco II, quien le puso nombre en honor de su esposa Laodice. Puesto que estaba en la unión de importantes rutas mercantiles en el fértil valle del río Lico, Laodicea estaba situada en una posición ideal. Había caminos que la conectaban con ciudades como Éfeso, Pérgamo y Filadelfia.
Aquella ciudad era muy próspera. Y una población judía de buen tamaño compartía aquella prosperidad. Una indicación de esta riqueza es el hecho de que cuando el gobernador Flaco ordenó la confiscación de la contribución anual destinada al templo en Jerusalén, la cantidad confiscada fue de más de 10 kilos de oro. Además, cuando un terremoto que ocurrió durante el reinado de César Nerón causó considerable daño en Laodicea, los habitantes pudieron reedificar sin recibir ayuda de Roma.
Los bancos y la industria contribuían a la riqueza de la ciudad. Laodicea era extensamente conocida por las brillantes vestiduras de lana negra que se hacían allí. Puede ser que el color natural de cierta clase de ovejas haya sido negro. O quizás Laodicea haya sido famosa por el tinte negro especial que se elaboró allí.
Además de ser un centro bancario e industrial, Laodicea tenía una escuela de medicina. Por eso, puesto que Laodicea estaba en la región conocida como Frigia, bien puede haber sido que la medicina para los ojos conocida como “polvo frigio” se produjera en aquella ciudad. Por lo tanto, no es sorprendente que en Laodicea haya sido muy prominente la adoración de Esculapio o Asclepios, un dios de la medicina.
A pesar de sus ventajas comerciales, Laodicea sí tenía un problema con relación a su suministro de agua. La ciudad no tenía manantiales calientes que fueran famosos por sus propiedades curativas, como
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