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  • ¿Ha tropezado usted por lo que otros han hecho?
    La Atalaya 1969 | 1 de diciembre
    • que otros se sientan infelices y se hace infeliz usted mismo. El único a quien usted hace feliz es a Satanás el Diablo, porque él se deleita en ver la discordia y la infelicidad entre el pueblo de Dios. ¡Ciertamente eso no es lo que usted quiere!—Pro. 6:16-19.

      Sí, no deje que nadie le robe a usted su gozo. Adhiérase firmemente a su esperanza de vida eterna. Cuente las muchas bendiciones que usted recibe como participante activo en predicar estas buenas nuevas del reino de Dios a todos los que quieran oír. ¡Vea lo bueno que hay en sus consiervos y junto con ellos vea realizada la mayor felicidad que proviene del dar!

  • De condición como de muerte a una nueva vida
    La Atalaya 1969 | 1 de diciembre
    • De condición como de muerte a una nueva vida

      Según lo relato Inez Wiese

      ¡AÑOS difíciles fueron aquéllos, de 1939 a 1945! Habíamos estado viviendo en Hamburgo, Alemania, por más de veinte años, mi esposo y yo, y durante aquellos años de la guerra hubo escasez de alimento. La situación no podía empeorar más... así pensábamos. Pero entonces ya tarde una noche a todos nos despertó un extraño olor penetrante. Salimos al jardín a investigar, ¡y qué escena contemplamos! Todo en el jardín —legumbres, flores, frutas y los árboles mismos— había sido destruido por los poderosos gases de una bomba. Noche tras noche los bombarderos estuvieron en acción. Hamburgo quedó hecha ruinas.

      ¡Qué contraste con mi juventud en Colombia, América del Sur! Mis padres, británicos, se habían mudado a Bogotá cuando yo era muy joven. Cuando crecí me casé con un ciudadano alemán y nos mudamos a Hamburgo para vivir allí. No tuvimos hijos propios, pero había tres niños que habían perdido a su madre y nosotros los criamos, y llegaron a ser como nuestros propios hijos.

      Pero ahora nuestra hija se había casado y ya no vivía con nosotros. Nuestros dos hijos murieron mientras servían en la guerra. Pronto mi esposo se enfermó de los nervios y murió de un ataque al corazón. Quedé sola, sin recursos, y sin poder comunicarme con mis parientes que vivían en Colombia. El gobierno alemán se apoderó de la casa y la llenó de personas desplazadas, permitiéndome una sola habitación.

      El invierno era el peor de todos los tiempos. No había nada con que calentar la casa... no había electricidad, ni gas, ni carbón ni madera. A menudo iba al río Elba, no lejos de mi casa, a buscar a lo largo de las orillas tablas de los barcos y barcazas que habían naufragado. Con este material podíamos hacer una fogata y derretir hielo para tener agua, puesto que toda la tubería de la casa estaba completamente congelada.

      Vez tras vez solía preguntarme: ¿Cuál es el propósito de todo esto? La guerra había terminado ya, pero Alemania había perdido, de modo que fui internada en un campamento para personas desplazadas durante un año. El futuro parecía muy tenebroso. Sin embargo, resolví escaparme. Huí con otras cinco personas, sin un centavo y con hambre. Logramos llegar a Bélgica, y allí el cónsul colombiano me ayudó a regresar a la tierra de mi juventud.

      Pero parecía que no había nada por lo cual vivir. Las personas más allegadas a mí y las más queridas se habían ido para siempre, según el entendimiento que entonces tenía yo. Me parecía que iba pasando por una muerte en vida. Poco me interesaba lo que pasaba a mi alrededor.

      DESPUNTA UNA NUEVA VIDA

      Entonces llegó el punto de viraje. Fue durante 1947 en Barranquilla, donde estaba yo con algunos parientes en la mejor sección de la ciudad. Un día un señor llegó a la casa trayendo la revista La Atalaya. Explicó que era misionero, testigo de Jehová. La revista, dijo, trataba de la Biblia. Yo, por mi parte, no había sabido nada acerca de los testigos de Jehová y sabía muy poco en cuanto a la Biblia. Sin embargo, decidí suscribirme debido a su actitud bondadosa y considerada.

      El Testigo regresó la semana siguiente. Cuando le dejé saber que había entendido muy poco del contenido, comenzó a explicarme algunas cosas. En realidad, el resultado fue que accedí a recibir un estudio bíblico semanal con regularidad. Comencé a despertar de mi condición como de muerte. Comenzaron a surgir preguntas. ¡Oh, cómo deseaba saber todo acerca de la Tierra paradisíaca que habría de venir bajo el régimen del Reino, según las promesas de la Biblia! Los viajes que había hecho anteriormente me habían convencido de que la Tierra de veras era un lugar hermoso a pesar de haberla contaminado los humanos egoístas.

      Mientras más avanzaba en el conocimiento del mensaje de la Biblia más me llenaba de esperanza y del deseo de vivir. Otra vez brillaron mis ojos, esta vez por el interés genuino en el reino de Dios. Es verdad que había perdido a mi familia, pero ahora encontré otra familia, una familia más grande y que iba creciendo, todos ellos hijos de la fe. ¡Qué emocionante!

      Poco después de este despertamiento espiritual, resolví dedicar mi vida enteramente a Jehová Dios por medio de Cristo Jesús. Era lo menos que podía hacer para mostrar mi aprecio por el amor de Dios al rescatarme de la condición como de muerte y de desesperación en que me hallaba y ofrecerme la oportunidad de llenar mi vida de actividades en apoyo de su reino. Simbolicé mi dedicación por bautismo en agua el 4 de julio de 1948.

      Recobré las fuerzas y la salud, y, con éstas, tuve mucho gozo en ayudar a otros a conseguir conocimiento de la Biblia. Seguí aumentando las horas que dedicaba a esparcir el mensaje de casa en casa. Sin embargo jamás se me había ocurrido que yo podía servir como ministra de tiempo cabal que representara a la Sociedad Watch Tower, hasta que un día mi compañera en el servicio, ella misma ministra de tiempo cabal, lo sugirió. Inmediatamente llené y entregué una solicitud para ser ministra de tiempo cabal o “precursora.”

      UNA CARRERA QUE DA FELICIDAD

      Mi asignación como ministra “precursora” tuvo la fecha de 10 de marzo de 1949. Felizmente, me las arreglé para salir temprano por la mañana con mi bolsa llena de literatura. Pero luego sucedió una cosa extraña cuando llegué a la sección de la población donde iba a trabajar. ¡Se me nubló la vista, súbitamente me sentí débil y caí al suelo! Precisamente entonces mis parientes pasaban en un auto, me reconocieron —¡imagínese su sorpresa!— y me llevaron a casa. Tuve que quedarme quieta en casa por unos días.

      Más tarde cuando repasé lo acontecido, casi me parecía que se suponía que yo quedara cabalmente desanimada y suspendiera las actividades de precursora. Pero al contrario, pronto me repuse y decidí recuperar el tiempo perdido. Mis parientes, que eran católicos, no podían entender mi

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