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¿Por qué permite Dios la maldad?¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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¿Por qué permite Dios la maldad?
Si él es todopoderoso, podría ponerle fin. Si es amor, ¿por qué no le pone fin?
Esto les parece muy sencillo y franco a los que plantean la cuestión: ¿Por qué permite Dios la iniquidad?
Pero no es tan sencillo. ¿Están dispuestos a aceptar el remedio los que plantean tal cuestión? La maldad o iniquidad no se crea a sí misma. La maldad es un efecto que resulta de causas. ¿Cuáles son las causas? Para que la iniquidad desaparezca, también tienen que desaparecer sus causas.
¿Quién o qué causa la iniquidad? Y, por lo tanto, ¿a quién o qué tiene que eliminar Dios de modo que termine así su permiso de la iniquidad, como aparentemente desean que lo haga los que plantean la cuestión?
En fin de cuentas, el asunto no es tan sencillo, ¿verdad? Tenemos que considerar otras cuestiones Él permite la iniquidad, pero ¿quiénes la practican? Él podría ponerle fin, pero ¿qué pasaría si lo hiciera? Mientras continúe, ¿qué nos puede enseñar? Finalmente, ¿por qué la permite? y ¿le pondrá fin el alguna vez a la iniquidad?
En las ocho páginas siguientes se investigan estas cuestiones, lo que envuelven y sus consecuencias, y el resultado.
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Él la permite, pero ¿quiénes la practican?¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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Él la permite, pero ¿quiénes la practican?
¿En qué consiste la maldad o iniquidad que Dios permite y por la cual la gente se lamenta? Es lo que resulta en sufrimiento humano.
RUINA Y BAJAS CAUSADAS POR LA GUERRA
Las naciones declaran guerras, degüellan a soldados, bombardean ciudades, matan a mujeres y niños, cubren la Tierra de cadáveres. Las pestes abundan. Se ejecuta la táctica de abrasar la tierra. Sigue a esto el hambre. Esta generación ha experimentado dos guerras mundiales. En la primera murieron 10 millones de hombres, en la segunda se perdieron 55 millones de vidas. Bombas atómicas incineraron dos ciudades grandes.
LO QUE CUESTA EL HAMBRE
En 1979 unos 50 millones de personas murieron de hambre en los países del Tercer Mundo. Cada año unos 25 millones de niños de menos de cinco años de edad mueren en esos países, y mil millones de personas pasan hambre constantemente. El hombre puede evitar esta iniquidad. La Tierra puede producir más alimento del que necesitan sus habitantes. Por ejemplo, el poner bajo cultivo la cuenca del Ganges crearía un potencial de producción de alimento de 150 millones de toneladas, pero no se hace debido al costo. Sin embargo, una fracción pequeñísima de los 500 mil millones de dólares que se invirtieron mundialmente en gastos militares en 1980 proporcionaría los fondos para ello.
BOSQUES QUE VAN DESAPARECIENDO
“En el tiempo que toma leer esta oración, más de 3 hectáreas de bosque desaparecerán.” Así introdujo la revista “Newsweek” su artículo sobre los bosques que van desapareciendo. Puede ser que desde 1950 el mundo haya perdido la mitad de sus bosques. Ahora, de 10 millones a 20 millones de hectáreas están desapareciendo anualmente. En el África se derriban dos millones de hectáreas de bosque anualmente, y el 90 por ciento de los árboles se utilizan como combustible. ¿Con qué resultado? Los desiertos se extienden y el hambre aumenta.
Cuando el hombre priva a la Tierra de sus bosques, el agua se lleva hacia el océano la capa superior del suelo... y es en la capa superior del terreno donde crecen las plantas que sirven de alimento al mundo. Un ejemplo: En la India, cada año 6.000 millones de toneladas de este precioso recurso, 10 toneladas por cada persona del país, son barridas río abajo. Se requieren miles de años para que las piedras se pulvericen y se conviertan en tierra, y unos siglos más para que dicha tierra llegue a estar suficientemente enriquecida como para que se pueda cultivar alimento en ella. Como se ve, esta tierra es mucho más preciosa que el oro. A medida que disminuye la capa superior del suelo, hay menos cultivo y más hambre... esto es obra del hombre, no de Dios.
LAS PLAGAS DE LA CONTAMINACIÓN
Dios ha permitido la contaminación del aire, el agua y el terreno por todo el mundo, pero los hombres perpetran tal contaminación. Esto es inicuo, malo, si se mide la iniquidad en términos de sufrimiento humano. Abortos, defectos congénitos, enfermedades, muertes... nadie sabe cuántos millones de personas son víctimas de esto. Un ejemplo notorio: en el Brasil, una comunidad industrial de 80.000 personas que trabajan en centros petroquímicos. Al lugar se le llama un “valle de la muerte.” Diariamente se arrojan al aire y al agua de esta ciudad 1.000 toneladas de gases tóxicos, neblinas venenosas y líquidos mortíferos. Los ríos se hinchan de lavazas, los peces nacen ciegos y deformes, la atmósfera está cargada de humo industrial. No hay insectos, ni aves ni mariposas de ninguna clase en esta región, y, cuando llueve, los ácidos que se mezclan con la lluvia queman la piel. Miles de personas mueren.
Mientras continúan revelándose estos horrores de sufrimiento humano, queda manifiesta otra clase de contaminación, la de la mente y las normas morales. Antes que los humanos puedan deliberada y despiadadamente contaminar la Tierra y como resultado de ello destruir la belleza, la propiedad, la salud y la vida, primeramente tienen que estar contaminados por dentro... mental, moral y espiritualmente.
EL HOMBRE CONTRA SÍ MISMO
Pero no son solo los países y las industrias y otros grupos poderosos quienes infligen sufrimiento a millones de víctimas indefensas, sino que individualmente un hombre hace de otro hombre su víctima. La criminalidad alcanza nuevas marcas a medida que las personas matan, violan, roban y asaltan a otras personas.
Además, millones de personas se convierten en sus propias víctimas. Comen en exceso, aumentan demasiado de peso y cansan el corazón; fanáticamente se someten a un régimen de alimentación, adelgazan demasiado y debilitan su resistencia física; rehúsan hacer ejercicio y se tornan fláccidas; abusan de las bebidas alcohólicas y contraen cirrosis del hígado; fuman cigarrillos y mueren de cáncer de los pulmones; usan marihuana y se causan daño al cerebro, al corazón, a los pulmones y a los sistemas de reproducción y de inmunidad; practican el adulterio y la sodomía y contraen enfermedades venéreas; manejan imprudentemente sus vehículos y causan daño o muerte a sí mismos y a otros; codiciosamente van en pos de dinero y poder, posición social y posesiones materiales, y al hacer esto crean la tensión que les causa úlceras y ataques cardíacos... cada lector puede seguir añadiendo ejemplos a esta lista de males que la gente se acarrea y que podría prevenir.
ABUSO DEL LIBRE ALBEDRÍO
Dios no permite la iniquidad en el sentido de que expida un permiso para que se practique; él sí deja que el hombre abuse de su libre albedrío y la cause. Es interesante que Eclesiastés 7:29 dice: “Dios hizo recto al hombre, mas ellos se buscaron muchas maquinaciones.”—Traducción Nácar-Colunga.
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Él la prohíbe, pero lo culpan de ella¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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Él la prohíbe, pero lo culpan de ella
ES LA gente quien guerrea, tulle, mata a millones de personas y causa hambre y peste. Es la gente quien contamina el ambiente, abusa de los recursos de la Tierra y los agota. Diezma la fauna y arrasa los bosques como si estuviera segando trigo, y deja el terreno desnudo y a merced de las lluvias que causan la erosión del terreno e inundan comunidades. La gente es quien causa el creciente número de crímenes, hasta tal grado que muchas regiones no son seguras ni siquiera de día. Millones de personas se entregan a conducta que las destruye, se entregan a las drogas para escapar de una realidad aburrida y desdichada, y empeoran la situación.
El punto es que la gente hace estas cosas calamitosas y ella podría poner fin a éstas. La mayor parte del sufrimiento que aflige a la gente se evitaría si se prestara atención a los mandatos de Dios. Él prohíbe el asesinato, el robo, la fornicación y la sodomía, la codicia, la glotonería, la borrachera y otros actos de maldad que son perjudiciales para la gente. Nos dice que cuidemos la tierra, las plantas y los animales, que amemos a nuestro prójimo, que tratemos a otros como a nosotros nos gustaría que nos trataran.—Gén. 1:28; 2:15; Mat. 22:39; 7:12.
¿Por qué a mí?
No obstante, multitudes de personas rehúsan seguir el consejo de Dios y prefieren seguir sus propios caminos, y cuando esto les acarrea calamidad culpan al que desde el principio les advirtió contra el derrotero que siguieron. Entonces se lamentan de su situación difícil y claman: ‘¿Por qué me pasa esto a mí?’ Se comportan como si la providencia divina las hubiera seleccionado para ser víctimas inocentes. En Proverbios 19:3 la Biblia señala que ésta es la inclinación de tales personas. La Versión Popular lo dice así: “La necedad del hombre le hace perder el camino, y luego el hombre le echa la culpa al Señor.” La Versión Moderna dice: “La necedad del hombre pervierte su camino y luego su corazón se enoja contra Jehová.” Es interesante el que esas personas estén prestas a culpar a Dios por el mal, pero cuando algo bueno les sucede nunca preguntan: ‘¿Por qué me pasa esto a mí?’ Únicamente culpan; nunca agradecen.
La mayor parte de la iniquidad por la cual el hombre se lamenta es iniquidad que las personas cometen unas contra otras o para su propio perjuicio. Sin embargo, hay sufrimiento que proviene de desastres naturales, tales como terremotos, huracanes, torbellinos, sequías prolongadas y semejantes calamidades. Aun en tales casos, el daño se puede reducir al mínimo si las casas y otros edificios se construyen apropiadamente, y si se conservan y preservan los bosques naturales que influyen en la precipitación. Además, cuando el daño sí ocurre, no se selecciona a las víctimas, sino que es como se declara en Eclesiastés 9:11: “No tienen los veloces la carrera, ni los poderosos la batalla, ni tampoco tienen los sabios el alimento, ni tampoco tienen los entendidos las riquezas, ni aun los que tienen conocimiento tienen el favor; porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos.”
Dios condena la iniquidad, pero la permite, aunque es todopoderoso y podría poner fin a ella. Entonces, ¿por qué no pone fin a ella?
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Él podría detenerla, pero ¿qué pasaría si lo hiciera?¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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Él podría detenerla, pero ¿qué pasaría si lo hiciera?
¿QUIEREN realmente que Dios ponga fin a la maldad las personas que lo critican por permitirla? ¿La maldad o iniquidad de quiénes quieren que él detenga? ¿La iniquidad de ellas mismas, o solamente la de otras personas? ¿Qué sucedería si Dios pusiera fin al cáncer pulmonar mediante el arrebatarles los cigarrillos de entre los dedos? ¿o si eliminara la cirrosis del hígado por medio de vaciarles las copas de cocteles en el lavabo? ¿o qué hay si quitara las enfermedades venéreas mediante separar a los que viven en fornicación? ¿Estarían conformes estas personas con esto, o gritarían en protesta debido a que esto interferiría con su libre albedrío?
Tal vez estén unánimemente a favor de que Dios quite las pistolas de las manos de los asaltadores. Pero, ¿qué hay de los delitos cometidos por ellas como oficinistas y obreros, que envuelven sumas de dinero mucho más grandes? ¿Estarían a favor de que Dios las llevara a la oficina del jefe con el botín aún en las manos? ¿Desean acaso que cese toda clase de robo, o solo ciertos tipos de robo?
¿Se regocijarían si Dios cerrara las fábricas que notoriamente contribuyen a la contaminación y causan enfermedades y muerte, si entre éstas estuviera la fábrica en la cual ellas trabajan y ganan su sueldo? Gimen debido a la iniquidad de la guerra, pero ¿aprobarían el fin de las industrias armamentistas, lo cual arruinaría la economía? Y ¿qué hay si Dios dividiera el alimento de ellas con personas que tienen hambre, y su riqueza con la gente pobre?
Realmente, ¿hasta dónde quieren que Dios llegue en cuanto a poner fin a la maldad? Tal vez sencillamente desean que se eliminen las penas que hay que pagar por la iniquidad, las consecuencias de ella. ¿Será que desean la promiscuidad sexual sin las enfermedades venéreas? ¿Será que desean poder beber mucho sin padecer de males hepáticos? ¿Querrán fumar cigarrillos sin contraer cáncer pulmonar? ¿intoxicarse con la marihuana sin que ésta cause daño al cerebro? ¿Desean sembrar cosas inicuas sin tener que segar su cosecha correspondiente? Las cosas no resultan así... tal como no se pueden arrancar manzanas de la mala hierba, ni se pueden recoger uvas de espinos.
Cuando los verdaderos sentimientos salen a luz
Cuando los desastres casi inutilizan la acción policíaca y como resultado el robo se puede efectuar sin castigo, la gente demuestra que está dispuesta a hacer cosas malas, si puede evitar las penas. Inundaciones o incendios que hacen necesario abandonar sectores residenciales, o interrupciones del suministro de energía eléctrica que sumergen a ciudades en oscuridad, hacen que salgan los saqueadores que se llevan de hogares y tiendas los objetos de valor. Es como dice la Biblia: “Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, es por eso que el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo.”—Ecl. 8:11.
Los hombres se han esforzado por detener parte de la iniquidad por medio de leyes, tribunales, cárceles y programas de rehabilitación, pero admiten que fracasan en sus esfuerzos. No obstante, se practica mucha maldad y hay muchas personas que no desean que se ponga fin a ella. Pero critican a Dios por permitirla, y si él pusiera fin a la iniquidad, ellas clamarían contra tal intervención de él en la libertad de ellas respecto a practicar la iniquidad.
Sin embargo, en todo esto el propósito de Jehová Dios se está efectuando, como llegarán a reconocer los amadores de la justicia.
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Mientras continúa, ¿qué nos puede enseñar?¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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Mientras continúa, ¿qué nos puede enseñar?
SIEMBRA Y SIEGA
Se siembra semilla de trigo y se obtiene trigo. Se siembra centeno y crece centeno. Se siembra cebada y se cosecha cebada. Es lógico. Nadie espera que suceda otra cosa. Sin embargo, en lo referente a la conducta, muchas personas piensan que pueden sembrar la maldad y segar el bien. Esto no puede ser, según lo señala Gálatas 6:7: “No se extravíen: de Dios uno no se puede mofar. Porque cualquier cosa que el hombre esté sembrando, esto también segará.” Puede que pase mucho tiempo entre el sembrar y el segar, pero el día de la siega llega. Es una lección que debemos aprender.
LA EXPERIENCIA PUEDE ENSEÑAR
Jehová permitió que su Hijo Jesús sufriera a manos de hombres inicuos y aprendiera de tal experiencia: “Aunque era Hijo, aprendió la obediencia por las cosas que sufrió.” Esto también lo preparó para servir como sumo sacerdote que pudiera “condolerse de nuestras debilidades.” (Heb. 4:15; 5:8) El aguantar la iniquidad fortalece la integridad y la obediencia a Dios, y nos ayuda a condolernos de otros que sufren, como sucedió en el caso de Jesús. Hoy en día a menudo los padres permiten que sus hijos aprendan por dura experiencia, y permiten que sufran las consecuencias de su necedad, pues saben que hay algunas cosas que éstos no podrán aprender de ninguna otra manera. Podemos aprender muchas lecciones valiosas como resultado de que Jehová permita la maldad.
SE PROFUNDIZA EL APRECIO
Damos por sentadas muchas de nuestras bendiciones. No pensamos en la energía y la salud de que disfrutamos en la juventud sino hasta que la edad avanzada nos priva de ellas. La buena vista, el oído agudo, el buen alimento, la ropa que nos abriga, los hogares cómodos... estas bendiciones y otras las dan por sentadas las personas que están acostumbradas a tenerlas. Pero si uno pierde la vista o el oído, si pasa frío o hambre, si se le amputa una pierna, o pierde a un ser querido en la muerte... entonces uno aprecia como nunca antes lo que ha tenido y ha perdido. Póngase una venda en los ojos por una semana, o por un solo día, y se dará cuenta de lo que sus ojos significan para usted. El experimentar la iniquidad puede que nos prive de algunas de nuestras bendiciones, pero nos puede enseñar a apreciar lo que tenemos.
EL CAMINO DE LA SABIDURÍA
Millones de personas hoy día no aprecian las pautas que Dios nos ha dado. Es decir, no las aprecian sino hasta después de haberlas pasado por alto y haber segado las consecuencias. ¡Cuánto mejor es haber hecho caso de las pautas en primer lugar y haber evitado el sufrimiento! No tenemos que aprender por experiencia amarga: “El recordatorio de Jehová es fidedigno, hace sabio al inexperto.” (Sal. 19:7) Al observar las duras experiencias de otros, el inexperto puede aprender: “Al imponérsele una multa al burlador el inexperto se hace sabio.” No tiene que sufrir la penalidad él mismo: “Sagaz es el que ha visto la calamidad y procede a ocultarse.” (Pro. 21:11; 22:3) El observar las consecuencias de la iniquidad nos puede enseñar a evitarla.
EL CAMINO DIFÍCIL
Debido a que la nación del Israel antiguo, que fue la nación de Jehová, no se apegó a las pautas de Dios, aprendió el valor de aquellas pautas de la manera difícil... al sufrir las consecuencias: “Procedió a sojuzgar con penoso afán el corazón de ellos . . . Los que fueron tontos . . . debido a sus errores, por fin se causaron a sí mismos aflicción.” (Sal. 107:11-17) Jehová les dijo: “Tu maldad debe corregirte, y tus propios actos de infidelidad deben censurarte. Sabe, pues, y ve que tu dejar a Jehová tu Dios es cosa mala y amarga.” (Jer. 2:19) Sin embargo, muchas personas incorregibles rehúsan aprender mediante la corrección: “Aunque machaques al tonto con un majador en un mortero, entre el grano resquebrajado, hasta quedar fino, no se apartará de él su tontedad.”—Pro. 27:22.
¿CUÁNTO SUFRIMIENTO?
Muchas personas que sufren ahora son víctimas inocentes. Tal cosa perturba a muchos, pero nos debería enseñar que los sistemas malos acarrean sufrimiento a millones de personas. Pero no debemos ver el sufrimiento como mayor de lo que es para un individuo. la gente habla de la horrible cantidad de sufrimiento humano, pero hay que recordar esto: mil personas pueden tener dolor de cabeza, pero ningún individuo sufre el dolor de mil dolores de cabeza. Nadie sufre más de un dolor de cabeza a la vez; cada persona sufre solo la milésima parte del total. Además, la iniquidad ha sido permitida por 6.000 años, pero ninguna persona por sí sola ha tenido que sufrir 6.000 años de iniquidad. Cada uno la aguanta por solamente una vida. Eso es más que suficiente.
EL REMEDIO NO ESTÁ EN EL HOMBRE
Lo importante es esto: aprendamos la lección que enseña la existencia de la maldad hasta ahora. Si sembramos iniquidad, eso cosecharemos. Cuando naciones hacen eso, millones de personas sufren. Durante 6.000 años el hombre ha probado muchas diferentes formas de gobierno; ninguno de éstos ha producido paz y felicidad. Vez tras vez se ha probado cierto esto: “No le pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso.” (Jer. 10:23) Políticos, militares, financieros, clérigos... todos le han fallado a la humanidad. ¿No nos enseñan estos miles de años de estar segando la iniquidad que se necesita otra clase de siembra, y que se requiere algo más que el esfuerzo humano?
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Por qué la permite, cómo la detendrá¡Despertad! 1981 | 22 de octubre
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Por qué la permite, cómo la detendrá
HACE mucho tiempo un hombre recto y libre de culpa fue sometido a una prueba severa que él no entendía... perdió sus bienes y su familia, y le atacó una enfermedad dolorosa. Indudablemente él se sintió como muchas personas de la actualidad que, al sentirse afligidas, exclaman: ‘¿Por qué tiene que sucederme esto a mí?’ Él culpó a Dios, al declarar: “El Todopoderoso ha clavado en mí sus flechas, y el veneno de ellas me corre por el cuerpo. . . . ¡Ojalá Dios se decida por fin a aplastarme y acabar con mi vida!” Más tarde él exclamó: “Tengan compasión de mí, . . . porque Dios ha dejado caer su mano sobre mí.”—Job 6:4, 9; 19:21, Versión Popular.
El fiel Job echó la culpa a Dios. Pero un vistazo al tribunal celestial revela quién era el culpable. En una asamblea de ángeles, Jehová dirigió la atención de Satanás hacia Job y dijo: “No hay nadie . . . que me sirva tan fielmente . . . cuidando de no hacer mal a nadie.” Satanás replicó bruscamente: “Pues no de balde te sirve con tanta fidelidad. Tu no dejas que nadie lo toque.” Entonces añadió: “Pero quítale todo lo que tiene . . . verás cómo te maldice en tu propia cara.” Además dijo: “Tócalo en su propia persona . . . verás cómo te maldice en tu propia cara.” Esto indica que Satanás anteriormente había lanzado un desafío a Dios, afirmando que no podía haber en la Tierra personas que permanecieran fieles a Dios bajo prueba. En esta ocasión, Satanás alegó que no se le había dado la oportunidad de someter a Job a una prueba. Así que Jehová dijo: “Está bien, haz con él lo que quieras, con tal de que respetes su vida.”—Job 1:6-11; 2:1-6, VP.
De modo que fue Satanás quien afligió a Job, por permiso de Jehová. Job no entendía que esto era lo que había sucedido y culpaba a Dios, pero de todos modos mantuvo integridad a Dios y probó que el desafío de Satanás era falso. (Job 2:7; 27:5; 31:6) A través del tiempo, hasta nuestro día, personas fieles han hecho lo mismo. (Heb. 11:1-39; Rev. 7:9, 10; 14:1, 4) Ahora, en estos últimos días, las dificultades se intensifican. Revelación 12:12 dice por qué: “Ay de la tierra y del mar, porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo.” Jehová es el único que puede poner fin a esta fuente invisible de iniquidad, y lo hará dentro de poco.—Juan 12:31; Rev. 20:1-3.
Pero ¿qué hay de la iniquidad y el sufrimiento que causan las sociedades humanas... la política corrupta, el comercio codicioso, el militarismo que fomenta la guerra? Y en cuanto a los incorregibles que se aprovechan de otros... ¿cómo se pondrá fin a la maldad de ellos? Personas sinceras que odian la iniquidad han tratado de ponerle fin mediante leyes, tribunales, prisiones y programas de rehabilitación... pero no han logrado éxito alguno.
¡Enfréntese a los hechos!
Surge esta dura realidad: Para terminar con las guerras, hay que terminar con los fomentadores de guerras. Para acabar con el hambre, hay que poner fin a los acaparadores. Para terminar con la contaminación, hay que terminar con los contaminadores. Para poner fin al crimen, hay que acabar con los criminales y con las condiciones que les permiten multiplicarse. Para acabar con la inmoralidad que destruye familias y engendra enfermedades, hay que poner fin a los que practican la inmoralidad. En el transcurso de seis mil años los esfuerzos de reformadores, trabajadores sociales, políticos, policías, organizaciones para la paz... todos han fracasado. Si los inicuos rehúsan reformarse, ¿qué solución queda sino la de exterminarlos? ¿Pueden estar en seguridad las gallinas si hay zorros en el gallinero, o las ovejas si hay lobos en el rebaño? De igual manera, no puede haber tranquilidad en la Tierra si está infestada de malhechores. Dios dejará de permitir la iniquidad cuando elimine a Satanás y a otros que insisten en practicar lo que es inicuo. El tiempo que se le ha concedido a Satanás para probar la veracidad de su desafío se está agotando rápidamente.—Éxo. 9:16.
De hecho, las dificultades comenzaron con la primera pareja humana. Dios creó la Tierra, puso al hombre a cargo de ella, le dijo que la cuidara y que también atendiera las plantas y animales que habían en ella. Adán y Eva recibieron pautas divinas... obedecer y vivir, desobedecer y morir. Satanás debatió esta declaración. Adán y Eva eran agentes libres en cuanto a asuntos de moralidad, podían escoger según lo que desearan, y siguieron la guía de Satanás. Desde entonces la humanidad ha estado haciendo mal uso de su libre albedrío.
El libre albedrío hoy
Los resultados del mal uso del libre albedrío se dejan ver claramente en la iniquidad que nos rodea hasta ahora. Los hombres mismos han escogido sembrar la maldad y segar el sufrimiento. ¿Han aprendido ellos las lecciones que su triste historia les ha comunicado? ¿Han observado el fracaso de toda clase de gobierno humano, y se han dado cuenta de que se necesita el gobierno de Dios bajo Cristo? ¿Han notado ellos la desastrosa cosecha que es resultado de la codicia de hombres y naciones que han contaminado la tierra y empapado el suelo de sangre inocente? ¿Han aprendido por amarga experiencia que al escoger el materialismo, la inmoralidad, el delito y un modo de vida egoísta millones de personas han usado su libre albedrío de manera insensata y se han acarreado sufrimiento y agonía incalculables?
El que Dios haya permitido la maldad, ¿les ha enseñado a utilizar su libre albedrío para optar por seguir las pautas de Jehová, tratar a otros de la misma manera que ellos desean que se les trate, amar a su prójimo como a sí mismos, mantener integridad a Dios y ganar su aprobación? La condición mundial contesta: ¡No! Después de haber experimentado seis mil años de guerra, hambre, enfermedad y muerte, ¿están muchos miembros de la raza humana en posición de apreciar más aún las bendiciones que estarán disponibles en una Tierra paradisíaca bajo el gobierno de Dios? Esperemos que sí, pues tales bendiciones son la promesa de Dios para la humanidad obediente. En 2 Pedro 3:13 se registra: “Hay nuevos cielos y una nueva tierra que esperamos según su promesa, y en éstos la justicia habrá de morar.”
Dios no se deleita en la muerte de los inicuos; más bien, desea que todos se arrepientan, y misericordiosamente llevará a cabo el propósito que tuvo originalmente al crear la Tierra. Él “no la creó sencillamente para nada”; “la formó aun para ser habitada” por personas que ejerzan su libre albedrío para escoger la paz y la tranquilidad. Él no se olvida de los que “están suspirando y gimiendo por todas las cosas detestables que se están haciendo.” Sabe que “toda la creación sigue gimiendo juntamente y estando en dolor juntamente hasta ahora.”—Isa. 45:18; Eze. 9:4; 18:23; Rom. 2:4; 8:22; 2 Ped. 3:9.
Además, Dios traerá alivio. Satisfará los anhelos de éstos. Cumplirá la promesa de barrer la iniquidad de sobre la Tierra hasta que ésta quede limpia, de modo que los mansos y pacíficos de la humanidad puedan ver realizado el deseo de su corazón: “Solo un poco más de tiempo, y el inicuo ya no será; y ciertamente darás atención a su lugar, y él no será. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz. Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella.”—Sal. 37:10, 11, 29.
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