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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
    La Atalaya 1958 | 1 de septiembre
    • ¡Cómo puede uno contenerse de ayudar a la señora que llora y llora porque la religión la ha abandonado y dejado sin esperanza y ella no quiere perder fe en Dios! Ella habla de poner fin a su vida porqué ha perdido su hijo, pero por medio del estudio ella vuelve a su tierra natal, dejando atrás los restos de su hijo, y pide que alguien por favor la visite y siga estudiando con ella.

      ¿Puede usted contenerse de ayudar a la joven que, en el momento en que usted entra en la casa de ella, comienza a hacer preguntas, y al salir usted a las 11:30 de la noche le obliga a decir si la próxima semana usted podrá quedarse más tiempo, añadiendo: ‘Necesito su ayuda; amo la vida y quiero más de ella; amo a Jehová y él me ama a mí, pero tengo que conocerlo mejor para servirle en verdad. ¡Ayúdeme!’?—sí, ¿puede usted contenerse?

      ¿Puede usted contenerse de ayudar al señor que en sus oraciones pedía morir, puesto que la vida le había dado tantos golpes duros que ni siquiera quería que se le mencionara la vida? Luego, con el estudio, verlo avanzar y decir: ‘Apenas puedo creer que soy el mismo, ¡estoy tan feliz ahora!’

      Durante todos esos doce años y más que estuvimos lejos de casa papá nos escribió fielmente cada semana. Entonces un día llegó una carta diciéndonos que él se estaba muriendo. Se nos instó a volver a casa si queríamos verlo. Pero entre las cartas también había una que él había dictado: ‘¡Quédense allá! Usen el tiempo ayudando a otros y predicando el nombre y reino de Jehová. Continúen fieles hasta el fin, y espérenme en la resurrección.’ Dos semanas más tarde un cable: ‘Papá ha muerto.’ ¡Qué fácil hubiera sido volvernos a casa! Lo más difícil era quedarnos. Fué durante esos días que personas a quienes nosotras habíamos ayudado previamente vinieron y nos leyeron palabras de consuelo de la Biblia—consejo consolador que ellas mismas habían aprendido muy recientemente. Uno no puede menos que amarlas. Era la recompensa por habernos quedado.

      Esos son algunos de los gozos que hemos vivido. Sabemos que nos esperan muchos acontecimientos aun más maravillosos. ¿Por qué no piensa usted en el futuro? ¿Por qué no viene a gozar de ellos con nosotras?

      ¿Quisiera usted preguntar: ‘¿Lo haría usted otra vez?’ Siguiendo tras mi propósito en la vida, ¡ciertamente que sí lo haría! ¿Por qué no? ¿Qué he perdido? ¡Nada! ¿Qué cosa mejor pudiera haber hecho?

      El dar a Jehová todo lo que uno tiene paga los dividendos más grandes. Con todas sus lágrimas, angustias, dolores de cabeza, dificultades, gozos aumentantes, privilegios—eso es vivir; sí, vivir a través de este tiempo del fin. No es fácil; pero ¿es fácil la vida hoy día?

      Vaya a Galaad; no tenga temor de que fracase; no se vuelva atrás. Siempre sea de ánimo correcto, apegándose a Jehová y a su organización, y ¡DÉ! Usted hallará que es certísimo lo que escribió Salomón: “Echa tu pan sobre la haz de las aguas; que después de muchos días lo hallarás.”—Ecl. 11:1, Mod.

  • No hay tiempo
    La Atalaya 1958 | 1 de septiembre
    • No hay tiempo

      “El otro día estaba hablando con un señor que ha viajado extensamente,” escribe Ronald K. Ross. “Cuando llegó a Nueva York, el aduanero, viendo que llevaba una Biblia en su maletín, le dijo: ‘Oiga, hermano, ¿no sabe que no hay tiempo para leer eso en los Estados Unidos? Todos estamos demasiado ocupados consiguiendo dólares. Parece que el todopoderoso dólar es nuestro dios.’”—Treasury of the Christian World.

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