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¿Hasta qué punto iría usted en salvar las apariencias?La Atalaya 1981 | 1 de febrero
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con el Creador y su esperanza de vida eterna. ¿Iría usted a tal extremo para salvar las apariencias?
Además, ¿qué hay si alguien peca contra usted? ¿Se le hace fácil a usted perdonar, o exige usted que se haga “justicia”? Hay ocasiones en que un cristiano quizás cometa un pecado contra otro. La persona ofendida lleva el caso a los ancianos de la congregación, y éstos censuran y restauran al pecador. Pero la víctima del pecado no puede olvidar el asunto. Le parece que los ancianos no fueron lo suficientemente severos y que no reconocieron la gravedad del daño personal que se le hizo. ¿Por qué piensa esa persona de esa manera? ¿Pudiera ser que para ella su sentido de amor propio herido fuera más importante que la restauración de un hermano que ha errado? En otras palabras, ¿exige su apariencia u honor que se haga sufrir al que ha pecado?
Pudieran mencionarse muchos otros ejemplos. ¿Ha conocido usted alguna vez a alguien que haya rehusado admitir que se ha equivocado, aun cuando los hechos están clarísimos para todos los demás? ¿O conoce usted a alguien a quien le disguste aceptar sugerencias, que se sienta herido y ofendido cuando otros no aceptan una sugerencia que él ofrece, o que sea testarudo e inmovible en sus opiniones? ¿Conoce usted a alguien que se sienta excesivamente orgulloso de su trabajo prestigioso o de su educación universitaria, o, al contrario, a alguien que se avergüence por no haber tenido tal educación? Todas estas características pueden ser indicios de que alguien se preocupa por su “cara” u honor personal, las apariencias. Por lo tanto, el cristiano hace bien en preguntarse: “¿Hasta qué extremo iría yo para salvar las apariencias? De hecho, ¿cuál debería ser mi punto de vista en este asunto de salvar las apariencias?”
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El punto de vista equilibrado del salvar las aparienciasLa Atalaya 1981 | 1 de febrero
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El punto de vista equilibrado del salvar las apariencias
LA BIBLIA indica que el deseo de salvar las apariencias ha existido casi por tanto tiempo como la humanidad. De hecho, los que cometieron el primerísimo pecado humano procuraron salvar las apariencias.
Tal vez usted sepa que nuestros primeros padres, Adán y Eva, pecaron contra Dios al comer el fruto prohibido. Llegó el momento en que tuvieron que rendir cuentas de su ofensa. Es de interés notar cómo reaccionaron. Adán, al verse obligado a confesar, trató de culpar a Eva y hasta a Jehová Dios mismo. Dijo: “La mujer que [tú] me diste para que estuviese conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí.” Eva también trató de evadir la culpa. Dijo: “La serpiente... ella me engañó y así es que comí.”—Gén 3:8-13
¿Se ha sentido usted alguna vez tentado a obrar de manera similar? Cuando se le ha confrontado con algo que usted ha hecho mal, ¿ha tratado de culpar a otros? Hay quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa más bien que decir abiertamente: “Lo siento. Fue culpa mía.” Sin embargo, el tratar de salvar las apariencias no cambia los hechos. Adán y Eva recibieron el castigo por sus pecados a pesar de sus pretextos.—Gén. 3:16-19.
Ananías y Safira fueron otro matrimonio que se preocupó en demasía por las apariencias. Trataron de engañar a la congregación cristiana primitiva por medio de decir una mentira rotunda, aparentemente con la intención de elevar su reputación, es decir, su apariencia, entre sus compañeros de creencia. Dios manifestó su desagrado por medio de darles muerte. (Hech. 5:1-11) ¿No consideraría Jehová los asuntos de manera similar hoy en día, si un cristiano alegara falsamente estar haciendo más de lo que realmente está haciendo en el servicio de Dios? O, ¿no le desagradaría a Jehová el que de algún otro modo tratáramos de pretender, con engaño, que fuéramos diferentes de lo que realmente somos?—Sant. 3:17.
¿NECESITA EL CRISTIANO SALVAR LAS APARIENCIAS?
El preocuparse por salvar las apariencias parece producir, en la mayoría de los casos, malos resultados. Esto se debe a que el salvar las apariencias se basa en una premisa errónea. Presupone que la reputación de alguien es de importancia suprema. Pero no es así. Además, el salvar las apariencias tal vez se base en el orgullo o en la opinión exageradamente elevada que uno tenga de sí mismo. Esto no le agrada a Jehová.—Pro. 16:18.
Es verdad que la Biblia dice: “Mejor es un nombre que el buen aceite.” (Ecl. 7:1) Sin embargo, esto se refiere a la reputación que una persona se gana, particularmente a los ojos de Jehová, en el transcurso de toda una vida de efectuar buenas obras. No tiene nada que ver con el respeto que alguien exija de otros, sea que lo merezca o no.
También es verdad que si un hombre desea ser anciano en la congregación cristiana tiene que tener “excelente testimonio de los de afuera.” (1 Tim. 3:7) Sin embargo, este “excelente testimonio” se debe a su conducta como cristiano y a su vida de familia bien ordenada, no a un título universitario ni a un empleo prestigioso, ni al mucho dinero que gaste en agasajar a sus amistades.
Es patente que en su propio caso Jesucristo no atribuyó valor excesivo a las apariencias, es decir, a lo que otros pensaran de él. Aparentemente el predicar a las personas pobres, a los recaudadores de impuestos y a los pecadores más bien que asociarse con los líderes religiosos le costó caro en el sentido de que le hizo quedar mal ante aquellos hombres orgullosos. (Juan 7:45-48) Pero Jesús no se dejó desviar de hacer la voluntad de su Padre celestial, pues no estaba buscando gloria para sí. De hecho, en una ocasión dijo: “Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada.” (Juan 8:49-54) Él se contentaba con esperar que su Padre lo glorificara. Con todo, la manera de obrar de Jesús sí le ganó una excelente reputación ante Dios y ante hombres de buen pensar.
Es lo mismo en nuestro caso. Si tratamos de glorificarnos, particularmente por medio de ocultar cosas, o presentar una apariencia falsa, esto evidentemente es malo y a la larga no tiene valor alguno. Es mucho mejor preocuparnos en cuanto a cómo Dios nos ve. Jesús mismo dijo: “Felices son ustedes cuando los vituperen y los persigan y mentirosamente digan toda suerte de cosa inicua contra ustedes por mi causa. Regocíjense y salten de gozo, puesto que grande es su galardón en los cielos.”—Mat. 5:11, 12.
Jesús tuvo esta experiencia, especialmente después que se le hubo arrestado. Los líderes religiosos lo llevaron a juicio y trataron de manchar su reputación por medio de testigos falsos. Después Jesús fue objeto de risa y burla. A la fuerza le colocaron una corona de espinas sobre la cabeza, y lo ataviaron de púrpura para mofarse de que fuera rey. (Mar. 14:55-65; 15:17-20) Entonces, mientras Jesús estaba muriendo, los gobernantes que estaban de pie en torno del madero de tormento lo contemplaron con un sentido de satisfacción
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