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Cuando muere un ser amado...¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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estoy acostumbrada a encargarme de todas las responsabilidades que tienen que ver con atender a la casa y la familia. No se puede estar pidiendo ayuda a los demás para cada cosita que se presente. A veces me enojo debido a esto”.
Después de la cólera frecuentemente surge otro sentimiento... el de culpabilidad.
“Él no habría muerto si tan solo yo hubiera [...]”
Hay quienes se sienten culpables de encolerizarse... es decir, que quizás se condenen a sí mismos por sentir cólera. Otros se culpan a sí mismos por la muerte del ser amado. “Él no habría muerto —se convencen a sí mismos— si tan solo yo le hubiera hecho ir antes al médico” o “si yo le hubiera hecho ir a ver a otro médico” o “si le hubiera hecho cuidar más de su salud”.
En el caso de otras personas, el sentido de culpabilidad es aun más extremo, especialmente si el ser amado murió repentinamente, o de manera inesperada. Empiezan a recordar las ocasiones en que se enojaron con el difunto o discutieron con él. O tal vez les parezca que no cumplieron cabalmente con su papel para con el difunto. Se sienten atormentadas por pensamientos como: ‘Debí haber —o no debí haber— hecho esto o aquello’.
Mike, joven de poco más de veinte años de edad, recuerda: “Nunca tuve una buena relación con mi padre. No fue sino hasta los últimos años que en realidad empecé a hablar con él. Ahora [desde la muerte de su padre] son tantas las cosas que creo que debí haber hecho o dicho”. Claro, el hecho de que ahora no hay medio de compensar el daño quizás solo contribuya a que uno se sienta más frustrado y culpable.
Por doloroso que sea perder en la muerte a su cónyuge, padre, madre, hermano o hermana, hay quienes consideran que la pérdida más trágica de todas es la muerte de un niño.
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Lo que sienten los padres¡Despertad! 1985 | 22 de abril
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Lo que sienten los padres
GENEAL había llevado a sus seis hijos —cinco niñas y un varón— a pasar las vacaciones en casa de unas amistades que vivían en la región norteña del estado de Nueva York. Un día las niñas decidieron ir al pueblo. El hijo, Jimmy, y otro chico preguntaron si podían ir de excursión. A los muchachos se les dijo que tuvieran mucho cuidado y que regresaran temprano por la tarde.
Hacia el final de la tarde los muchachos aún no habían regresado. “Mientras más tarde se hacía, más me preocupaba —recuerda Geneal—. Me imaginaba que quizás uno de ellos estuviera herido y que el otro no quería dejarlo solo.” La búsqueda continuó durante toda la noche. Temprano la mañana siguiente fueron hallados, y los temores de todos de que había sucedido lo peor quedaron confirmados... los muchachos se habían matado debido a una caída. Aunque ya han pasado diez años de esto, Geneal explica: “Jamás olvidaré el momento en que aquel policía entró en la casa. Él tenía el rostro sumamente pálido. Yo sabía lo que me iba a decir aun antes que él dijera una sola palabra”.
¿Cómo se sintió ella? Los sentimientos que se experimentan son más intensos que los sentimientos comunes que acompañan a otras pérdidas. Geneal explica: “Yo di a luz a Jimmy. Él solo tenía 12 años de edad cuando murió. Tenía toda su vida por delante. He sufrido otras pérdidas en la vida. Pero el sentimiento es diferente cuando una es madre y se le muere un hijo”.
La muerte de un hijo se ha descrito como “la pérdida máxima”, “la muerte más devastadora”. ¿Por qué? El libro Death and Grief in the Family explica: “La muerte de un hijo es tan inesperada. Es algo fuera de lugar, no es natural. [...] Los padres esperan cuidar de sus hijos, mantenerlos fuera de peligro, y criarlos para que lleguen a ser adultos saludables y normales. Cuando muere un hijo, es como si de repente se abriera la tierra bajo los pies de uno”.
En ciertos aspectos, ésta es una experiencia particularmente difícil para la madre. Después de todo, como lo explicó Geneal, alguien que había salido de ella ha muerto. Por eso en la Biblia se reconoce la congoja amarga que puede sentir una madre (2 Reyes 4:27). Por supuesto, también éstos son momentos difíciles para el padre de la criatura que ha muerto. Él también siente el dolor, la pena. (Compárese con Génesis 42:36-38 y 2 Samuel 18:33.) No obstante, a menudo él se abstiene de expresar abiertamente sus emociones por temor de parecer poco varonil. Puede que también le duela el que otros expresen mayor preocupación por los sentimientos de su esposa que por los de él.
A veces los padres que han perdido a un hijo llegan a experimentar un sentido particular de culpabilidad. Quizás piensen: ‘¿Pude haberlo amado más?’, ‘¿Le dije con suficiente frecuencia cuánto lo amaba?’, y: ‘Debí haberlo tomado en brazos más a menudo’. O quizás se sienta como Geneal, quien dijo: ‘Hubiera querido haber pasado más tiempo con Jimmy’.
Es natural que los padres se sientan responsables de su hijo. Pero a veces los padres que han sufrido la pérdida de un hijo se culpan a sí mismos porque les parece que pudieran haber hecho algo para impedir la muerte de su hijo. Por ejemplo, la Biblia describe cómo respondió el patriarca Jacob cuando se le hizo creer que un animal salvaje había matado a su hijo joven llamado José. Jacob mismo había mandado a José a que averiguara si sus hermanos se hallaban bien. Por eso quizás lo atormentaban sentimientos de culpabilidad como: ‘¿Por qué mandé a José solo? ¿Por qué lo envié a una zona donde abundan las bestias salvajes?’. Por eso “todos los hijos y todas las hijas [de Jacob] siguieron levantándose para consolarlo,
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