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La felicidad... en busca de ella¡Despertad! 1985 | 22 de marzo
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Cuando el señor Stewart Udall era secretario del Ministerio del Interior de los Estados Unidos, dijo: “Tenemos más automóviles que cualquier país del mundo... y los peores depósitos de chatarra. Somos la gente que más viaja en la Tierra... y aguantamos la mayor congestión de tráfico. Producimos la mayor cantidad de energía, y tenemos el aire más viciado”. Dijo eso hace años, y calificó la situación de “una catástrofe de proporciones continentales”. Ahora, años después, la situación es una catástrofe de proporciones mundiales. Hace años el alcalde de una ciudad estadounidense grande dijo sarcásticamente que “si no teníamos cuidado, se nos recordaría como la generación que colocó a un hombre en la Luna mientras estaba parada en medio de basura hasta las rodillas”. Ahora, años después, muchos científicos están advirtiendo que puede que seamos la última generación... y nada más.
Si nuestros sentimientos de valía personal se alimentan solamente de posesiones exteriores, más bien que de valores internos, tales sentimientos se vuelven pronto anémicos y nos expone a que seamos víctimas de un descontento consumidor. El materialismo, con sus adornos superficiales, no hace nada para satisfacer las profundas necesidades internas del espíritu humano, y nunca llevará a la felicidad. “La satisfacción, sin restricción, de todo deseo —dijo el sicoanalista Erich Fromm— no conduce al bienestar, ni es el camino a la felicidad o siquiera al placer máximo.” Pero mucho tiempo antes de Fromm, un sabio inspirado lo expresó de modo más directo: “He visto que todo esfuerzo y todo triunfo en el trabajo no es sino envidia del hombre contra su prójimo”. (Eclesiastés 4:4, Herder [1975].)
Algunas personas, desanimadas y desilusionadas, tratan de hallar satisfacción sumiéndose en preocupaciones con su yo que carecen de sentido. Acerca de este empeño, The Culture of Narcissism dice: “Por no tener esperanza de mejorar su vida de ninguna manera que importe, la gente se ha convencido a sí misma de que lo importante es el mejoramiento síquico de uno mismo: ponerse en contacto con sus propios sentimientos, comer alimentos saludables, tomar lecciones de ballet o del baile en que se mueve el vientre, sumirse en la sabiduría del Oriente [...] Cultivan experiencias más vívidas, procuran golpear la carne perezosa para infundirle vida, tratan de reavivar apetitos embotados”. (Páginas 29, 39, 40.)
El buscar felicidad mediante un torbellino de actividad, o nuevos estilos de vida, o empeños materiales, o la preocupación con el yo... ninguno de estos medios culmina jamás en la verdadera y duradera felicidad.
¿Qué se requiere, pues, para ser feliz?
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La felicidad... lo que se requiere para hallarla¡Despertad! 1985 | 22 de marzo
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La felicidad... lo que se requiere para hallarla
USTED tiene que respirar. Tiene que tomar líquidos. Tiene que comer. Tiene que dormir. Todo esto es obvio. El cuerpo le exige esto tan solo para seguir con vida. Pero se necesita más, mucho más, para ser feliz. Se necesitan la ropa y el abrigo, por supuesto. Y, claro, otros artículos materiales de primera necesidad, junto con algunas comodidades y algunos gustos sencillos. Muchas personas dicen que el tener muchísimo dinero las haría felices... no obstante, muchas que son ricas son también desdichadas.
¿Qué necesitamos precisamente para hallar felicidad?
Considere esta ilustración. Compramos un automóvil. El fabricante nos dice lo que el automóvil necesita: combustible en el tanque, agua en el radiador, aire en las ruedas, aceite en el cárter, y así por el estilo. Satisfacemos tales necesidades. El automóvil zumba hermosamente.
Pero ¿cuáles son nuestras necesidades? Son mucho más complejas que las de cualquier máquina. Hay un espíritu en el hombre que tiene necesidades que van más allá de cosas materiales. A menos que se satisfagan las necesidades del espíritu dentro de nosotros, no habrá contentamiento ni felicidad. La felicidad es un asunto interno, por decirlo así. Tiene que ver con el modo como estamos hechos. Hay que satisfacer tanto las necesidades del cuerpo como las del espíritu. Jesús señaló esto: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová”. (Mateo 4:4.)
Tiene que haber un equilibrio entre lo material y lo espiritual. Si se descuida lo uno o lo otro, carecerá de algo. De ambas clases de necesidades, la más crucial es la que con más frecuencia se desatiende. La vida feliz no consiste en un exceso de lujos. La persona feliz no se contenta con el placer que se produce comercialmente, con la idea de divertirse en una discoteca o un club nocturno. Presta atención a la sabiduría de Jesús, quien dijo: “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). Sin embargo, lamentablemente muchas personas ponen lo material antes de lo espiritual, carecen de paz y contentamiento internos, y nunca saben por qué.
Algunos científicos respetables saben por qué: El actual sistema de cosas está equivocado.
El señor René Dubos declara: “La tecnología científica está actualmente llevando a la civilización moderna por un rumbo que será suicida si no se cambia de dirección a tiempo. [...] [Las naciones acaudaladas] obran como si la satisfacción inmediata de todos sus caprichos e impulsos fuera el único criterio de conducta [...] Por lo tanto, no solo está en juego el asolamiento de la naturaleza, sino el mismísimo futuro de la humanidad. [...] Dudo que la humanidad pueda tolerar mucho más tiempo nuestro ridículo modo de vivir sin perder sus mejores sentimientos humanos. El hombre occidental escogerá una nueva sociedad, o una nueva sociedad lo abolirá”.
El escritor Erich Fromm concuerda, pero opina que “la nueva sociedad y el nuevo hombre son posibles solo si se sustituyen las viejas motivaciones del lucro, el poder y el intelecto por nuevas motivaciones: la existencia, el compartir, la comprensión”. Alude a informes comisionados por el Club de Roma en que se declara que solamente mediante drásticos cambios económicos y tecnológicos podría la humanidad “evitar una catástrofe de gran magnitud y finalmente mundial”. Fromm dijo que estos cambios solo podrían venir si primero “hay un cambio fundamental en la estructura del carácter del hombre contemporáneo. [...] Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la raza humana depende de un cambio radical del corazón humano”. Albert Schweitzer concordó en que los problemas “han de resolverse, como último recurso, solamente mediante un cambio interno de carácter”.
‘¿Un cambio fundamental en el carácter del hombre? ¿Un cambio de corazón?’ ¡Sí! Y la Biblia señaló eso hace 19 siglos. “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas —dijo la Biblia—, más transfórmense rehaciendo su mente.” De nuevo: “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que va haciéndose nueva en conocimiento exacto según la imagen de Aquel que la creó”. (Romanos 12:2; Colosenses 3:9, 10.)
¿“Según la imagen de Aquel que la creó”? ¡Sí! ¡La imagen de Jehová Dios, a semejanza de quien fue creado el hombre! (Génesis 1:27, 28.) Ésa es la imagen que el hombre debe tratar de reflejar. Así fue hecho el hombre. Eso es lo que determina cuáles son sus necesidades espirituales. ¡Y satisfacer tales necesidades es lo que se requiere para hacer feliz al hombre!
Jehová es un Dios de propósito, y trabaja para llevar a cabo Su propósito. El hombre, a Su imagen, también necesita hacer trabajo que tenga un propósito significativo. Esto presenta un problema. “En medio de las condiciones industriales modernas —dice el siquiatra Smiley Blanton—, cada vez más personas hallan que ellas [...] no son más que piezas diminutas, por regla general, de una enorme máquina dirigida por una distante administración corporativa. El trabajo ha llegado a estar especializado y fragmentado hasta el punto de tener poco significado intrínseco, y el trabajador mismo llega a ser un pedal anónimo que otro pisa.”
En medio de este sistema, la mayor parte del trabajo produce tensión y carece de significado. No obstante, necesitamos desesperadamente que la vida tenga significado. El siquiatra Viktor Frankl escribió: “El esforzarse por hallar significado en la vida de uno es la principal fuerza movedora dentro del hombre. [...] No hay nada en el mundo, me atrevo a decir, que ayudaría tan eficazmente a uno a sobrevivir hasta a las peores condiciones como el conocimiento de que la vida de uno tiene significado”.
Pero ¿cómo podemos sentir que nuestra vida es significativa? En la inmensidad del universo, nuestra Tierra es una partícula. Cada uno de nosotros es solamente uno de más de cuatro mil millones de lo mismo sobre esta partícula. Cada uno es un poco más grande que una amiba. ¿Qué importancia podemos tener? Hasta la Biblia dice que el hombre es como la hierba que se seca, la flor que se marchita, la sombra que pasa, la neblina que aparece pero pronto desaparece (Salmo 103:15, 16; 144:4; Santiago 4:14). A no ser que [...] a menos que podamos comunicarnos con el gran Poderoso que creó el universo. A no ser que ese Poderoso que también nos creó tenga un propósito en mente para nosotros. Sólo entonces puede nuestra vida ser realmente significativa y durar más que la hierba, la flor, la sombra, la neblina.
Y ése es exactamente el caso. El hombre fue creado por Dios, recibió el trabajo de cuidar de la Tierra y sus plantas y animales. Éste era un trabajo muy significativo... que la humanidad desgraciadamente no ha desempeñado. No solo lo ha dejado sin realizar, sino que en realidad ha arruinado la Tierra en vez de cuidarla (Génesis 1:28; 2:15; Revelación 11:18). Al hacer esto, ha quitado a su vida el único significado duradero que tiene a su disposición.
La gente necesita a Dios, tiene un vivo deseo interno que ejerce presión sobre las personas “para que busquen a Dios, por si acaso busquen a tientas y verdaderamente lo hallen, aunque, de hecho, no está muy lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:27). Este Grandioso Creador se refleja en los cielos y en la tierra a nuestro alrededor. Sus cualidades invisibles —el poder, la sabiduría, la divinidad— se pueden ver en las cosas que él ha hecho. De modo inexcusable, irracional, muchas personas enseñan que la Tierra y la vida en ella sencillamente evolucionaron por simple casualidad. Al hacer esto, repudian los principios y valores guiadores que tanto necesita el hombre. Conducen a ciegas a sus ciegos seguidores y los apartan de la única oportunidad de alcanzar felicidad profunda y satisfaciente. (Romanos 1:20; Mateo 15:14.)
No obstante, toda la humanidad busca a un dios a tientas, incluso los intelectuales sofisticados, y muchas veces hallan cualquier otro dios menos al verdadero Todopoderoso. Muchos siquiatras reconocen la necesidad inherente del hombre de adorar a un poder superior. El señor Rollo May dijo que, mediante creer en Dios, “la persona habrá adquirido un sentido de su propia pequeñez e insignificancia ante la grandeza del universo y los propósitos de Dios al respecto. [...] Reconocerá que hay propósitos que oscilan en arcos mucho más grandes que su pequeño orbe, y aspirará a ponerse en armonía con ellos”.
El señor C. G. Jung dijo: “La persona que no esté anclada a Dios no puede oponer resistencia con sus propios recursos a las lisonjas físicas y morales del mundo. [...] La religión [...] es una actitud instintiva típica del hombre, y sus manifestaciones se pueden seguir durante toda la historia humana. [...] [La] idea de un ser divino todopoderoso está presente en todas partes, si no se reconoce conscientemente, entonces se acepta inconscientemente [...] Por eso considero que es más sabio reconocer la idea de Dios conscientemente; de lo contrario, otra cosa se convierte en dios, por lo general algo muy impropio y estúpido”.
Toda la historia humana proclama más allá de toda duda que el hombre tiene un vivo deseo inherente de adorar. Desde las tribus más primitivas hasta las sociedades más cultas, el hombre ha establecido dioses... muchas veces estúpidamente. Piedras, árboles, una montaña, animales, líderes humanos, el dinero, el vientre, hasta Satanás el Diablo (que es lo que Satanás quería que Jesús hiciera). La filosofía no científica de la evolución se ha convertido en una religión del día moderno para millones
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