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  • Diocleciano intentó destruir el cristianismo
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • partes sus triunfos, lo que resultaría en perjuicio grande y duradero para ellos, trataron de excitar por medio de oráculos fingidos y otras imposiciones a Diocleciano, el cual ellos sabían era tanto tímido como crédulo, y hacer que se empeñara en perseguir a los cristianos.”2 Cuando sus esfuerzos no surtieron efecto en el emperador ellos trabajaron por medio del yerno de éste, Galerio, el cual dominaba la parte septentrional del imperio bajo Diocleciano.

      Galerio invernó en el palacio en Nicomedia con el emperador. El 23 de febrero de 303 d. de J.C., día de la fiesta del dios romano Término, los esfuerzos de Galerio comenzaron a producir su fruto podrido cuando sus hombres asaltaron el principal lugar de reunión de los cristianos en Nicomedia y, al no encontrar otra cosa, quemaron copias de las Escrituras. El día siguiente se proclamó un edicto general: Todas las iglesias cristianas habían de ser demolidas. Libros y Biblias habían de ser quemados. Se anularon los derechos civiles. Los que eran de las clases humildes, si permanecían firmes, habían de ser esclavizados. Los esclavos nunca podrían ser libertados. Aunque al principio “se restringió a los magistrados de derramar sangre; . . . se les permitía el uso de toda otra severidad en su celo, y hasta se les recomendaba,” y pronto el que se negaran los cristianos a entregar sus libros se consideró como amplio motivo para castigarles con la muerte.3 Fué un esfuerzo vigoroso por destruir la Biblia y toda memoria de ella, si fuera posible.

      Cuando una persona a quien afectaba el edicto arrancó vengativamente la proclamación la aprehendieron, la torturaron diabólicamente y finalmente la asaron viva como castigo. Fuere por casualidad o a propósito, dos veces durante las dos semanas subsiguientes hubo incendios en la alcoba de Diocleciano. Nunca se ha probado si los prendieron personas que afirmaran ser cristianas o el malicioso Galerio. Pero pronto se hizo uso astuto de los incidentes, junto con otros disturbios, para despertar en Diocleciano odio contra los cristianos. El emperador, que al principio había dejado que Galerio promoviera la persecución, ahora tomó una parte sumamente activa en ella. Parece que varios cristianos rendían servicio en el mismo palacio, estando algunos de ellos encargados de considerable responsabilidad, pero ni siquiera éstos se escaparon.

      Cuando vió que sus leyes no hacían que los cristianos abandonaran su adoración, Diocleciano se llenó de furia. “El resentimiento, o los temores de Diocleciano, al fin lo transportaron más allá de los límites de la moderación, la cual él había conservado hasta aquí, y declaró, en una serie de edictos crueles, su intención de abolir el nombre de cristiano. . . . a los gobernadores de las provincias se les dió instrucciones de aprehender a toda persona del orden eclesiástico; y las prisiones destinadas para los criminales más viles pronto estuvieron llenas” de los que ocupaban puestos de superintendencia en las congregaciones.3 Esto fué seguido pronto por otro edicto, que “ordenó que a todos los presos se les obligara por medio de torturas y castigos a ofrecer sacrificio a los dioses.”2 Diocleciano pensaba que si podía hacer que éstos quebrantaran su integridad los otros seguirían el ejemplo de ellos.

      Eusebio relata que ciertos hermanos fueron martirizados como ejemplos para aterrorizar a las congregaciones. Él dice que “se había dado la orden de que los que estaban en las prisiones deberían ser puestos en libertad si sacrificaban, pero que si rehusaban se les debería mutilar por innumerables torturas.” En un caso, a un hombre “se le mandó que sacrificara; y, puesto que rehusó, se dió el mandato de que fuera levantado en alto desnudo, y que todo su cuerpo fuera desgarrado con azotes, hasta que cediera, y aun contra su propia voluntad hiciera lo que se le mandaba. Pero cuando permaneció inmovible aun bajo estos sufrimientos,” se le sometió a otras torturas tan diabólicas que no pueden relatarse.4

      Dado que fueron infructuosos sus esfuerzos por extirpar la fe cristiana de esta manera, el estado dirigió su furia salvaje no sólo en contra de los superintendentes, sino de todos los que profesaran la fe. “En el segundo año de la persecución, 304 d. de J.C., Diocleciano publicó un cuarto edicto, a instigación de su yerno y de los otros enemigos de los cristianos. Por medio de este edicto se dió a los magistrados la instrucción de obligar a todos los cristianos a ofrecer sacrificios a los dioses, y a usar torturas con ese propósito.”2 En todos los pueblos se clavaban en lugares conspicuos tanto los edictos imperiales grabados en metal como los decretos locales para que todos los vieran.1 Nunca antes había hecho Roma un esfuerzo tan concentrado por abolir la fe cristiana. En la parte occidental del imperio especialmente se deleitó Maximiano a causa de esta acción.3 Hasta en España se ha encontrado una columna que lleva las palabras: “Diocleciano . . . por haber extinguido el nombre de los cristianos.”1

      Sólo dos años después de haber hecho el primer edicto, a saber, en 305 d. de J.C., Diocleciano se retiró de su puesto. Pero no cesó la persecución. Ahora que Galerio se hallaba en dominio supremo él satisfizo plenamente el odio que les tenía a los cristianos y el deleite que derivaba de la crueldad. Con severidad que variaba según la disposición de los gobernantes locales, 1a opresión continuó sin disminución hasta que Galerio, poco antes de morir, pronunció un edicto de tolerancia relativa, el cual fué seguido en el año 313 por una proclamación que Constantino hizo en Milán en que se concedía libertad de cultos.

      Los fieles cristianos del siglo cuarto consideraron sus circunstancias como consideraron las suyas los tres hebreos delante del enfurecido rey Nabucodonosor: “¡He aquí que existe nuestro Dios, a quien nosotros servimos; él tiene poder para librarnos del horno ardiendo en fuego; y de tu mano, oh rey, él nos librará! Y aunque no, séate conocido, oh rey, que a tus dioses nosotros no daremos culto, ni adoraremos la imagen de oro que tú has hecho levantar.” A su pueblo Jehová le asegura victoria continua ante toda oposición hasta la liberación y entrada de ellos en el nuevo mundo, al decir él: “Ellos pelearán contra ti, mas no prevalecerán contra ti; porque contigo soy yo, dice Jehová, para librarte.”—Dan. 3:17, 18; Jer.1:19, Mod.

      REFERENCIAS

      1 The History of the Church of Christ, por José Milner, páginas 258, 270.

      2 An Ecclesiastical History, por Mosheim, traducida por J. S. Reid, páginas 114, 115.

      3 History of Christianity, por Eduardo Gibbon, páginas 270-275, 277.

      4 The Ecclesiastical History, por Eusebio, Tomo 2, traducida por J. E. L. Oulton, páginas 265, 269.

  • El tratamiento de los herejes
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • El tratamiento de los herejes

      Tomás de Aquino, que vivió durante el siglo décimotercero, es el filósofo célebre de la Iglesia católica romana. Es de interés saber que hasta el día actual su Suma teológica permanece substancialmente como la autoridad católica romana que sirve de norma. Al considerar el tratamiento que se ha de dar a los herejes, dice en Pregunta XI, Art. 3, 2 a, 2ae: “Es un asunto mucho más grave el corromper la fe, que da vida al alma, que el falsificar dinero, que sostiene la vida temporal. Por lo tanto, si los príncipes seglares desde luego entregan a morir justamente a los falsificadores de dinero u otros malhechores, con cuánta más razón pueden los herejes, luego que se les haya declarado culpables de herejía, ser no sólo excomulgados, sino muertos justamente.”

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