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  • ¿Por qué hay tanto odio?
    ¡Despertad! 1984 | 22 de junio
    • ¿Por qué hay tanto odio?

      UNA ola de odio se está extendiendo por el mundo. Tal vez usted oiga acerca de la matanza de mujeres y niños indefensos. La explosión de una bomba en un lugar público puede resultar en una matanza que no tenga sentido. O quizás usted lea informes como los siguientes:

      “Todo el mundo odia a los demás y está preparado para matarlos. A veces temo que el Líbano sea una indicación de lo que tal vez suceda a toda la humanidad”. Así se lamentó Isaac Bashevis Singer, ganador de un premio Nobel, y agregó: “Tiemblo ante la condición degradada en la que hemos caído”.—U.S. News & World Report, 19 de diciembre de 1983.

      “Después de cuatro años de protestas enconadas y un mes de creciente violencia, el estado indio de Assam, rico en petróleo, estalló en un paroxismo de odio comunal y religioso”.—Time, 7 de marzo de 1983.

      “El sector oriental de Belfast es la zona de batalla, donde una grotesca ‘línea de paz’, hecha de acero y concreto, atraviesa un horripilante desierto de edificios destrozados [...] Los terroristas [de diferentes creencias políticas] buscan refugio en ellos y renuevan sus odios en el mismo pozo envenenado de la historia irlandesa”.—National Geographic de abril de 1981.

      El odio es como un cáncer en la sociedad humana. Se supone que vivamos en un mundo de esclarecimiento, uno que está muy lejos del salvajismo del pasado. Pero en todos los niveles de la sociedad vemos prueba de la triste verdad que en cierta ocasión expresó un escritor bíblico: “El odio suscita contiendas”. (Proverbios 10:12, Straubinger, versión católica.)

      Los propagandistas presentan muchísima información errónea que resulta en disputas y contiendas. Incitadas por el odio ciego, personas mal informadas tal vez recurran a terribles actos de violencia. Sí, a menudo hay agravios legítimos que añaden leña al fuego. Pero al ver la desesperación, el estado desesperanzado y la agonía de un sinnúmero de víctimas del prejuicio y la violencia que resultan del odio, tal vez usted pregunte en desconsuelo: ‘¿Por qué? ¿Por qué hay tanto odio? ¿Será posible eliminarlo? ¿Estará el mundo algún día libre del odio?’.

  • ¡Hay esperanza para las víctimas del odio!
    ¡Despertad! 1984 | 22 de junio
    • ¡Hay esperanza para las víctimas del odio!

      EL ODIO sí será eliminado de todo el mundo. Pero antes de ver cómo se realizará esto, tenemos que saber 1) las causas del odio, y 2) lo que se necesita para eliminarlo.

      Por supuesto, la palabra “odio” se usa con frecuencia. Un niñito hace un gesto de disgusto y declara: “¡Odio el aceite de hígado de bacalao!”. Usted quizás no lo culpe. Pero obviamente no estamos hablando de esta clase de odio.

      El odio que causa las contiendas y el dolor del día moderno proviene de una hostilidad intensa que a menudo es maliciosa. Puede ser una enemistad constante para con cierta gente o pueblo. Tal odio es como fuego consumidor. Cuando se descontrola puede ser mortífero, como muy bien lo sabemos.

      ¿Qué lo causa?

      En primer lugar, la manera como a veces se enseña la historia a los jóvenes puede influir en el entero punto de vista de ellos respecto a ciertas naciones y pueblos. Hay que admitir que las influencias del hogar contribuyen a ello. Los niños difícilmente pueden pasar por alto las declaraciones despectivas referentes a otra raza u otro pueblo. Pues, ¡mire cómo algunos irlandeses consideran a los ingleses, y viceversa!

      Los propagandistas tienen culpa también. Sea usted joven o anciano, lo que usted oye puede influir en su manera de pensar. Por ejemplo, cuando alguien escucha cierta propaganda política, puede llegar a odiar a ciertas personas debido a que algún astuto manipulador de la mente las estereotipa incorrectamente. ¡Cuán a menudo sucede esto en tiempo de guerra! En cuanto a esto, J. A. C. Brown escribió lo siguiente en Techniques of Persuasion: “Bastante a menudo, como en la propaganda de guerra, la persona sencillamente trata de despertar fuertes sentimientos de odio [...] en contra de otro grupo”. ¿Cuáles son los efectos de tal propaganda? Brown dice que “no solo resulta en un odio exagerado del enemigo, sino que alivia nuestro propio sentido de culpabilidad cuando nosotros también nos comportamos de manera brutal”.

      Puede que a usted le vengan a la mente otras causas del odio. Pero, como otras personas razonables, usted se interesa mucho más en lo que se puede hacer para eliminar esta causa de tanto sufrimiento. Entonces, ¿qué hay en cuanto a esto?

      ¿Qué se puede hacer al respecto?

      Por supuesto, usted no puede cambiar por sí solo el mundo. Pero tal vez piense que la religión podría ejercer una influencia excelente en contra de las diferentes clases de odio. Pues bien, piense en esto por un momento. En muchos casos, ¿no se ha promovido el odio debido al fanatismo religioso? Por lo menos se puede ver que las religiones del mundo no han tenido mucho éxito en vencer esta plaga que azota a la sociedad humana. Solo considere los bandos de diferentes creencias religiosas que están guerreando en el Líbano e Irlanda del Norte. Es interesante notar lo que Jonathan Swift, escritor del siglo XVIII, declaró: “Tenemos exactamente suficiente religión como para impulsarnos a odiar, pero no lo suficiente como para impulsarnos a amarnos unos a otros”.

      Ahora bien, esto no quiere decir que la religión debería enseñarnos a rechazar toda clase de odio. La Biblia dice: “Para todo hay un tiempo determinado, [...] tiempo de amar y tiempo de odiar” (Eclesiastés 3:1, 8). Pero éste es un odio piadoso. Esta emoción, cuando se controla apropiadamente, puede servir de protección. Es obvio que Dios odia las cosas malas, y, como es debido, sus siervos las odian también. Como lo expresa el salmista: “Oh amadores de Jehová, odien lo que es malo”. (Salmo 97:10.)

      Pero el odio malicioso... éste es otro asunto. ¿Cómo podemos evitarlo o eliminarlo? He aquí algunos puntos sobre los cuales reflexionar:

      Considere la fuente. Básicamente, el odio ciego es el resultado de nuestras propias imperfecciones. El apóstol cristiano Pablo escribió: “Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas, y son: fornicación, inmundicia, conducta relajada, idolatría, práctica de espiritismo, enemistades [odios, Biblia de Jerusalén], contiendas, celos, enojos, altercaciones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, diversiones estrepitosas y cosas semejantes a éstas. En cuanto a estas cosas, les estoy avisando de antemano, de la misma manera que ya les avisé, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19-21). Sí, las enemistades u odios, así como las contiendas y las riñas, son “obras de la carne” que resultarían en el ser excluido del Reino de Dios.

      Así que toda persona que anhele la bendición celestial tiene que desarraigar el odio impropio del corazón. Pero ¿cómo se puede hacer esto?

      Guarde su mente. Usted tiene que ejercer cautela con relación a las cosas con las que alimenta su mente si desea protegerse de esta emoción destructiva o si desea que desaparezca de su vida. Como es natural, esto se hace difícil cuando usted tiene una queja legítima o cuando se ha cometido alguna injusticia terrible o cuando sus derechos han sido pisoteados. Pero recuerde que usted solo hace que empeore la situación si se pone a cabilar en tales cosas y permite que el odio canceroso lo consuma por dentro. Por supuesto, es más fácil decir que hay que ejercer cautela en cuanto a las cosas con las que se alimenta la mente que hacerlo. Pero usted puede dar algunos pasos positivos. En primer lugar, puede dejar de escuchar el habla de las personas predispuestas que fomentan el odio. Pero ¿qué más puede hacer usted?

      Piense de manera positiva. Esto envuelve el sustituir los sentimientos amargos con sentimientos animadores y edificantes. El apóstol Pablo lo expresó como sigue: “Finalmente, hermanos, cuantas cosas sean verdaderas, cuantas sean de seria consideración, cuantas sean justas, cuantas sean castas, cuantas sean amables, cuantas sean de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, continúen considerando estas cosas” (Filipenses 4:8). ¡Éste es un consejo excelente! Pero se necesita más que solo pensar de manera positiva. Es también asunto de cifrar su confianza en lo que verdaderamente resultará en algún beneficio.

      Confíe en la bondad de Dios. Sí, tenga confianza en que Dios puede y quiere remediar los asuntos. Así sus emociones no le impulsarán a cometer actos malignos. En vez de eso, usted podrá continuar pensando de manera clara, racional y razonable. A este respecto, los cristianos hallan que la oración es muy útil. Como dijo el apóstol Pablo: “No se inquieten por cosa alguna, sino que en todo por oración y ruego junto con acción de gracias dense a conocer sus peticiones a Dios; y la paz de Dios que supera todo pensamiento guardará sus corazones y sus facultades mentales por medio de Cristo Jesús”. (Filipenses 4:6, 7.)

      Ya está desapareciendo el odio

      Hay que admitir que esta forma de pensar y el confiar en Dios no se desarrollan de la noche a la mañana. Pero usted sí puede desarrollar estas cosas. Centenares de miles de personas han podido seguir este sabio consejo de Jesucristo: “Oyeron ustedes que se dijo: ‘Tienes que amar a tu prójimo y odiar a tu enemigo.’ Sin embargo, yo les digo: Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen”. (Mateo 5:43, 44.)

      En el primer siglo, muchas personas de todas partes del mundo que entonces se conocía llegaron a ser seguidores de Jesucristo. Y se les llegó a conocer debido a que desplegaban dicho amor sobrepujante. Cuando ciertos hombres llenos de odio lapidaron a Esteban, discípulo de Jesús, las palabras finales de Esteban fueron: “Jehová, no les imputes este pecado”. Esteban estaba dispuesto a perdonarlos. Él deseaba lo mejor para los que lo odiaban. (Hechos 7:54-60.)

      Los siervos de Jehová del día moderno también han respondido al consejo de manifestar amor... no solo entre sí, a sus hermanos y hermanas cristianos, sino hasta a los que los odian. Se esfuerzan vigorosamente por eliminar de su vida el odio malicioso. Puesto que reconocen las fuerzas poderosas que pueden engendrar odio en ellos, toman medidas positivas y sustituyen el odio por el amor. Sí, el “odio es lo que suscita contiendas, pero el amor cubre aun todas las transgresiones”. (Proverbios 10:12.)

      El apóstol Juan declara: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciente en él” (1 Juan 3:15). Los testigos de Jehová creen esto. Como resultado de esto, ahora se les está integrando —de toda clase de antecedentes étnicos, culturales, religiosos y políticos— en una asociación de gente unida y libre del odio, una hermandad mundial genuina.

      ¡El odio está por terminar!

      ‘Pero —quizás diga usted— eso está muy bien para las personas implicadas en el asunto. Sin embargo, esto no hará que el odio desaparezca completamente de la Tierra’. Es cierto que, aunque usted no tenga odio en su corazón, usted todavía puede ser víctima de él. De modo que tiene que acudir a Dios para obtener la solución verdadera a este problema.

      No obstante, ¡cobre ánimo!, pues todo vestigio de odio impío que tenga un objetivo incorrecto será eliminado pronto de la Tierra. Esto acontecerá dentro de poco bajo la gobernación del gobierno celestial por el cual Jesucristo nos enseñó a orar a Dios: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:9, 10). Cuando esta oración sea contestada plenamente, las condiciones que fomentan el odio no existirán más. Las situaciones que lo explotan habrán sido eliminadas. La falta de conocimiento, las mentiras y el prejuicio habrán sido reemplazados por el esclarecimiento, la verdad y la justicia. Entonces Dios verdaderamente ‘habrá limpiado toda lágrima, la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor’. (Revelación 21:1-4.)

      ¡Y he aquí las mejores noticias! La mismísima generación que ha visto aumentar el odio hasta provocar guerras mundiales devastadoras y que ha sido testigo de otras pruebas de que vivimos en “los últimos días” verá la eliminación del odio impío de la Tierra (2 Timoteo 3:1-5; Mateo 24:3-14, 34). En el prometido Nuevo Orden de Dios existirá un genuino espíritu de hermandad, pues la humanidad habrá sido restaurada a la perfección. Además, usted puede estar aquí cuando nuestro hogar terrestre se convierta en un paraíso y todos sus residentes verdaderamente reflejen las excelentes cualidades morales de Dios (Lucas 23:43; 2 Pedro 3:13). Sí, usted puede llegar a vivir en el tiempo en que el amor reine en toda la Tierra y el odio impío sea cosa del pasado.

      Pero usted no tiene que esperar hasta entonces para disfrutar de una hermandad genuina. De hecho, como lo muestra el siguiente relato, el amor cristiano ya ha hallado un lugar en la vida de muchas personas cuyo corazón en un tiempo estaba lleno de odio.

      [Comentario en la página 5]

      Usted puede llegar a odiar a ciertas personas debido a que algún astuto manipulador de la mente las estereotipa incorrectamente

      [Comentario en la página 5]

      “Tenemos exactamente suficiente religión como para impulsarnos a odiar, pero no lo suficiente como para impulsarnos a amarnos unos a otros”—Jonathan Swift

      [Comentario en la página 6]

      “Todo el que odia a su hermano es homicida”

      [Ilustración en la página 7]

      Pronto la Tierra estará llena de amor y unidad

  • Tenía el corazón lleno de odio
    ¡Despertad! 1984 | 22 de junio
    • Tenía el corazón lleno de odio

      ¡QUÉ vívidamente recuerdo aquel incidente! El joven soldado se había quedado atrás cuando su patrulla se fue de la zona. Lo había rodeado una turba de mujeres amenazantes y burlonas. Éstas entonces se hicieron a un lado para dejarle paso libre a un pistolero. Él disparó y se marchó rápidamente. Sí, había matado al joven soldado.

      Debido al odio implacable que yo sentía por cualquier cosa que fuera británica, apenas sentí lástima o compasión mientras se llevaban al joven, con un brazo que le colgaba fuera de la camilla. Aquél era el enemigo. Su uniforme era el símbolo de aquellos a quienes yo consideraba opresores de mi pueblo. Él era soldado, y nosotros estábamos en guerra.

      El incidente que acabo de relatar ocurrió hace unos cuantos años en Belfast, ciudad de Irlanda del Norte que se halla desgarrada por la contienda. Permítame relatarle cómo me llené de odio... y, más importante aún, cómo aprendí a erradicarlo del corazón.

      Un ambiente de odio

      Cuando era muy jovencita, mi familia vivía en un sector de Belfast donde tanto familias protestantes como católicas podían vivir y trabajar juntas en paz. Pero los problemas sectarios comenzaron a recrudecerse a medida que las manifestaciones en pro de los derechos civiles cedieron el paso a la violencia y el asesinato. Muchas veces, pandillas de jóvenes protestantes persiguieron a mis hermanos y los golpearon brutalmente con correas que tenían incrustados tachones de metal. Estas pandillas andaban destrozándolo todo a su paso por la parte de la ciudad donde vivíamos, a la vez que amenazaban a los residentes y causaban daño a la propiedad. Después de muchas amenazas, que culminaron en la colocación de una bomba en el antepecho de una de las ventanas de nuestro hogar, nos vimos obligados a dejar aquel vecindario y mudarnos a lo que se convirtió en un barrio católico republicano.

      Aquél fue un tiempo en que se cometieron brutales asesinatos sectarios, mientras se devolvió asesinato por asesinato. Por ejemplo, el hermano de un joven condiscípulo mío fue asesinado mientras estaba parado en la orilla de la carretera. Tales actos de violencia aterradores, así como la discriminación de la cual creía que estaban siendo objeto los católicos en lo que a vivienda y empleo se refería, desarrollaron en mí el deseo de hacer lo que pudiera para cambiar las cosas.

      Participo en actividades paramilitares

      Después de haber visto a mis amistades en uniforme, quería ser como ellas. Así que, como joven escolar, me uní a la rama de miembros jóvenes de una organización católica paramilitar. A medida que escuchaba toda la propaganda, el joven corazón se me llenaba de odio hacia los que consideraba enemigos de mi pueblo. Al asistir a reuniones con otras personas que tenían ideales similares a los míos, me empapaba del fervor por ‘la causa’... ¡libertad para los irlandeses! ¿Cuál era mi trabajo? Vigilar las patrullas del ejército, distribuir propaganda y estar al acecho de cualesquier personas que mostraran amigabilidad para con las fuerzas de seguridad.

      Más tarde fui aceptada en la rama femenina de la organización. Allí alcanzó expresión más plena el odio que sentía por cualquier cosa que fuera británica. Junto con otros, hostigaba a las patrullas del ejército y la policía, gritaba y escupía a los miembros de las fuerzas de seguridad y participaba en manifestaciones a favor de la causa republicana. A veces también portaba armas para que las usaran los miembros varones de nuestra agrupación cuando participaban en algún tiroteo o robo. Si una patrulla del ejército nos detenía, a una muchacha se le hacía más fácil evitar que la registrasen.

      Realmente nunca me puse a analizar los asuntos, nunca pensé en otra cosa que no fuera la meta de sacar de Irlanda a los británicos. Por lo que a mí se refería, yo tenía la razón, y ellos estaban equivocados. Suprimía todo sentimiento de compasión por las víctimas de los actos violentos de terrorismo. Nos considerábamos luchadores por la libertad y estábamos en guerra contra un enemigo de nuestro pueblo, y la filosofía básica era que la guerra justificaba cualquier acto de violencia. Si había inocentes víctimas de cualquier acto violento que fuera resultado del odio, ¿qué le íbamos a hacer?

      Con el tiempo fui arrestada y acusada de portar armas en una tentativa de quebrarle la rótula de ambas rodillas a una víctima. Dos miembros de nuestro grupo infligirían el castigo mismo, destrozándole las rodillas a la víctima al disparar a través de ellas una bala. Debido a lo joven que yo era, con el tiempo fui puesta en libertad con solo una sentencia registrada. El breve período que pasé en la prisión de Armagh antes del juicio contribuyó solo a intensificar el odio que sentía por la policía, el sistema penal y el poder judicial, los cuales consideraba opresores.

      Crianza religiosa

      La crianza religiosa que recibí no contribuyó a poner freno al odio que me crecía en el corazón. En realidad, la religión a la cual pertenecía estaba intrincadamente entretejida con mi sentimiento nacionalista. Crecí viendo a los protestantes como una amenaza y un peligro para mí y para mi familia. El odio que sentía podía equipararse al odio que manifestaban por los de la comunidad católica los fanáticos del bando contrario.

      Nunca se me ocurrió que el ir a misa y orar a Dios como católica pudiera estar en contradicción con el odio intenso que le tenía a un soldado británico que también pudiera ser católico. Si alguna vez surgía un conflicto entre mi sentimiento nacionalista y mi religión, el nacionalismo salía triunfante. Así que podía aceptar la idea de que uno de mis camaradas disparase a un compañero católico si éste vestía uniforme británico.

      Por supuesto, algunos sacerdotes sinceros sí pronunciaban discursos que condenaban la violencia. Pero aquello era poco eficaz, puesto que rara vez lo respaldaba alguna acción contra los que participaban en actos terroristas. ¿Qué había de pensar una joven impresionable cuando veía que a un terrorista lo enterraban con todos los honores de la iglesia? En una de tales ocasiones formé parte de la comitiva fúnebre de un compañero que había muerto. Se hicieron disparos sobre su ataúd, que estaba cubierto con la bandera tricolor. Marché en uniforme hasta la capilla y fui a misa. Desde mi punto de vista, aquello era un entierro militar, y el envolvimiento de los sacerdotes quería decir que Dios aprobaba nuestra causa.

      No me causaba ningún sentimiento de culpabilidad nada de lo que estaba haciendo. De hecho, nunca hubo un sacerdote que me aconsejara directamente que dejara de participar en actividades paramilitares.

      Aprendo la verdad

      Para entonces estaba totalmente enfrascada en la causa y creía firmemente que era una causa justa. Veía las injusticias que cometían los del bando contrario, y cándidamente creía todas las noticias que llegaban sobre las atrocidades y actos de maldad que éstos cometían, mientras hacía caso omiso de los excesos brutales que los de mi bando cometían en la lucha. Sin embargo, el sentido común y la decencia comenzaron a indicarme que algo estaba muy mal.

      Mientras luchaba por comprender en cierto sentido el dilema que producían las diferencias nacionalistas y los ataques violentos para remediar los males, entré en contacto con los testigos de Jehová. Pues, ¡hablaban de las cosas por las cuales yo creía que estaba luchando... paz, justicia y libertad! ¿Eran ellos simplemente otra forma de protestantismo? No. A pesar de las sospechas iniciales, descubrí que eran muy diferentes. Ellos realmente se mantenían separados de la política, y solo recurrían a la Biblia.

      Para ilustrar: En una de las primeras consideraciones que tuve, pregunté a la Testigo que visitaba a mi familia lo que ella opinaba del líder religioso protestante que me parecía que era el poder tras las acciones anticatólicas y antirrepublicanas. En vez de tomar partido, ella me preguntó: “¿Qué hubiera hecho Jesús en tales circunstancias? ¿De parte de quién se hubiera puesto?”.

      Aquella pregunta: “¿Qué hubiera hecho Jesús?”, me ayudó a comprender las respuestas correctas a muchas preguntas que surgieron durante mi estudio de la Biblia. Por ejemplo, tuve que considerar lo que Jesús hubiera hecho cuando yo pensaba en mi participación en las protestas violentas por lo que yo consideraba injusticias. Al principio me parecía un poco a los judíos nacionalistas de los días de Jesús, que querían sacar de Judea a los romanos. Pero llegué a comprender que Jesús se hubiera mantenido neutral, tal como instruyó a sus seguidores. Su Reino no era parte de este mundo. (Juan 15:19; 17:16; 18:36.)

      Con el tiempo llegué a comprender claramente que el Reino de Dios por Jesucristo tiene un propósito mucho más maravilloso. Éste eliminará toda forma opresiva de gobierno y toda clase de injusticia (Daniel 2:44). ¡Y tan solo imagínese! ¡Eso se logrará sin que haya ni una sola víctima inocente, y yo bien pudiera vivir para verlo!

      Puesto que no quería que me volvieran a adoctrinar, seguía verificando las cosas en mi Biblia católica. Aprendí que el nombre de Dios es Jehová, y me emocionó su propósito de hacer que toda la Tierra sea un paraíso donde los mansos hallen deleite y abundancia de paz (Salmo 37:10, 11; Lucas 23:43). Pero ¿podía confiar verdaderamente en los testigos de Jehová? Bueno, empecé a asistir a las reuniones celebradas en el Salón del Reino de ellos, y el asociarme con ellos fortaleció mi confianza. Allí había personas que eran en verdad neutrales y predicaban con el ejemplo.

      Entre los testigos de Jehová conocí a personas que anteriormente habían sido protestantes que pertenecían a organizaciones paramilitares. Ellas habían renunciado a la violencia como medio de lograr con justicia la paz. Inicialmente habían estado tan convencidas de lo justo de su causa como yo lo había estado de la mía, y una vez habían sentido odio intenso por cualquier cosa que fuera católica o republicana. Pero se habían liberado de las ideas nacionalistas y del odio que estas ideas habían producido. Eso me ayudó a comprender lo que Jesús dijo: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará”. (Juan 8:32.)

      Liberada del odio

      En lo íntimo de mi ser sabía que Jesucristo no participaría en contiendas políticas ni en actos terroristas. Pero me sentía como si estuviera en una trampa, y no se me hizo fácil escapar. Con el tiempo otros miembros de mi familia dejaron de asociarse con los testigos de Jehová, y, para continuar nuestro estudio bíblico, mi hermana y yo tuvimos que cruzar la “línea de paz” que divide la zona católica de la zona protestante de Belfast. Al principio temíamos por nuestra seguridad cada vez que la cruzábamos. Pero a medida que fue aumentando nuestro entendimiento de la Biblia, ese temor fue reemplazado gradualmente por verdadera confianza en la protección de Jehová.

      En cierta ocasión, mientras todavía estaba aprendiendo la verdad de la Biblia, me hallaba sentada junto a otros compañeros en un club republicano cuando recibimos las noticias de una emboscada que se había tendido a unos soldados británicos en Irlanda del Norte, la cual resultó en muchas muertes. Descubrí que ya no podía unirme a otros en la alegría con que se recibían tales informes. Sin duda, Jesús no se hubiera alegrado. Su consejo fue: “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos” (Mateo 7:12). Yo sabía que no era correcto regocijarse porque se hubiera hecho volar en pedazos a algunas personas.

      Aquel incidente dejó grabado en mí lo que el odio ciego puede hacer a la gente, y ya no quería tener que ver más con aquello. Ahora, cuando me pongo a reflexionar en el pasado, ¡cuánto me alegra haber adquirido conocimiento de un Creador amoroso que tiene un maravilloso y amoroso propósito para esta Tierra y la humanidad! Hoy es un verdadero gozo utilizar de tiempo completo mi vida para ayudar a que otras personas adquieran esta misma esperanza que se basa en la Biblia. Y estoy verdaderamente agradecida de que ya no tengo el corazón lleno de odio.—Contribuido.

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