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  • Confiese sus pecados
    La Atalaya 1958 | 15 de agosto
    • amenazó con castigo si no informaban tales actos, en Sevilla solamente tantas mujeres registraron quejas en contra del clero que tuvo que abandonarse el asunto.

      Pero ¿qué hay de Juan 20:22, 23, que se citó en un párrafo anterior? ¿No autoriza este texto la confesión? No; ni siquiera la menciona. Si éste se refiriera a la confesión auricular y el perdón de los pecados dependiera de ella, ¿no es extraño el que no leamos ni una sola palabra acerca de la confesión auricular desde Mateo 1:1 hasta Apocalipsis 22:21?

      Tampoco sería correcto concluir en vista de Mateo 16:19 que los ministros cristianos hacen decisiones respecto al perdonar pecados que el cielo entonces está obligado a ratificar. Este texto está hablando acerca de las llaves (o el medio de abrir o poner de manifiesto conocimiento) del reino de los cielos y la oportunidad de entrar en él. Pedro usó la primera de estas llaves al poner de manifiesto este conocimiento a los judíos en el Pentecostés. Tres años y medio más tarde él fué dirigido por decisión celestial a abrir el conocimiento de esta oportunidad al gentil llamado Cornelio y a los de su casa.—Hechos, capítulos 2, 10.

      El pronombre “te” en el texto griego de Mateo 16:19 está en el singular, dirigido a Pedro, y las llaves fueron usadas por él solo. Apropiadamente la Traducción del Nuevo Mundo lo vierte en armonía con el texto griego y de acuerdo con el principio bíblico de la supremacía de Dios, diciendo: “Cualquier cosa que ates sobre la tierra habrá sido atada en los cielos, y cualquier cosa que desates sobre la tierra habrá sido desatada en los cielos.”

      Mateo 18:18 contiene una declaración parecida, pero con el pronombre plural “os.” Aquí los versículos precedentes muestran que el asunto de que se trata implica una decisión de parte de los hombres de mayor edad de la congregación respecto al retener en la congregación o expulsar de ella a una persona que hubiera pecado contra su hermano. Pero aquí, también, el asunto ya se ha resuelto en el cielo. ¿Cómo es eso?

      Los superintendentes cristianos son nombrados por el espíritu santo de Dios, ya que los ha designado como tales la organización en la cual funciona el espíritu de Dios, y la designación se ha hecho en armonía con los requisitos inspirados que según la Biblia deben satisfacer los superintendentes y en vista del hecho de que la vida de ellos da evidencia de los frutos del espíritu de Dios. (Hech. 20:28) Es este mismo espíritu santo lo que hace posible el perdón de pecados. (Juan 20:22, 23) El superintendente cristiano que está lleno del espíritu sabe qué decisiones se han hecho en el cielo respecto al asunto de perdonar, porque estas decisiones están registradas en la Biblia, y él sabe que esos principios justos siguen aplicando y gobernando en casos en que se cometen faltas hoy día. (Mat. 18:15-17; Luc. 24:27; Gál. 6:1) Por consiguiente, el superintendente tiene la obligación de aplicar los principios bíblicos al caso que esté recibiendo consideración, y cualquier decisión de acuerdo con esa Palabra escrita que él ahora atare o hiciera obligatoria para con las personas implicadas es la decisión atada ya en el cielo.

      Esto está de acuerdo con el consejo que se halla en Santiago 5:14-16: “¿Hay alguien enfermo entre ustedes? Que llame a los hombres de mayor edad de la congregación a él, y que éstos oren sobre él, frotándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También si ha cometido pecados, se le perdonará. Por lo tanto confiesen abiertamente sus pecados los unos a los otros y oren los unos por los otros, para que sean curados.” Esto de ninguna manera describe la confesión auricular católica. Constituye consejo sano que estimula a los cristianos que se hallan en condición de enfermedad espiritual a buscar la ayuda de hombres maduros de la congregación, confesando abiertamente su pecado. Estos hombres de mayor edad no están autorizados a inquirir minuciosamente en casa aspecto de la vida privada de la persona.

      La persona extraviada está tan enferma espiritualmente que ya no cree que su oración surta efecto. De manera que el superintendente maduro, habiendo aplicado fielmente el aceite calmante de la Palabra de Dios y habiendo fortalecido por medio de ella al que busca auxilio, le ayuda por medio de expresar para esta persona su súplica a Dios por perdón. Es el perdón de Él el que importa. “Te manifesté mi delito, y dejé de ocultar mi injusticia. Confesaré, dije yo, contra mí mismo al Señor la injusticia mía; y tú perdonaste la malicia de mi pecado.” (Sal. 31:5, TA) El superintendente no presume desempeñar el papel de Dios, ni ser el mediador entre Dios y los hombres. Más bien, como hermano cristiano afectuoso, él se acerca a Dios en oración junto con el que está espiritualmente enfermo, haciéndolo por medio del único Medianero Cristo Jesús, y señalando fielmente a la provisión amorosa de Jehová para perdón. Es Jehová quien restaura al que está verdaderamente arrepentido.

      ¿Confiesa usted sus pecados? Debería hacerlo, pero hágalo de la manera que la Biblia manda hacerlo.

  • Monja francocanadiense se pone de parte de Jehová
    La Atalaya 1958 | 15 de agosto
    • Monja francocanadiense se pone de parte de Jehová

      La señorita Luz Lacasse era una monja oblata joven, que enseñaba en la escuela del distrito D’Alembert, donde dos jovencitos testigos de Jehová son alumnos. En noviembre de 1956 le dió al más joven de estos muchachos literatura que atacaba a los testigos de Jehová, para que la llevara a casa. La madre le escribió una carta bondadosa, sugiriendo que la monja se enterara del otro lado del asunto, y acompañó la carta con varios ejemplares de La Atalaya. La monja leyó las revistas y día tras día le hizo preguntas al chico. Quedó tan impresionada por el conocimiento que él tenía de su religión que para el tiempo de los días de fiesta de la Navidad ella le envió una nota a la madre en la que le decía que ella estaba convencida de que los testigos de Jehová tenían la verdad y que ella iba a dejar la orden a que pertenecía. Hizo tal como había dicho y no volvió a la escuela. Sin embargo, debido a que no recibió las cartas que la madre del chico le escribió después, pensó que su amiga recién hallada la había abandonado y por eso consiguió trabajo como cocinera en un colegio agrícola que los padres oblatos operaban. Allí por fin recibió las cartas y empezó a expresar el gozo que le daba el conocimiento que conseguía de “Esto significa vida eterna”. Hallando que cada día se le hacía más difícil quedarse en esta institución, habló con otros acerca de lo que ella estaba aprendiendo, y algunos testigos hicieron arreglos para hallarle trabajo afuera para cuando saliera del lugar. Esto resultó ser más fácil que lo que se había esperado, porque, debido a dar el testimonio a otros, algunas personas se habían interesado; el encargado con gusto la dejó ir. Ella ahora asiste a todas las reuniones de los testigos, sigue con su estudio personal y está recibiendo entrenamiento en el ministerio del campo. También está aprendiendo inglés, teniendo como mira el servicio de tiempo cabal como misionera.

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