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Loterías y sorteos... ¿son inofensivos?¡Despertad! 1982 | 22 de noviembre
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el amor al dinero y una actitud de holgazán.
¿Cómo lo considera usted?
Por eso, ¿demostró estrechez de miras Valerie al no dejar que su hijo vendiera boletos de lotería? No hay duda de que si muchos otros padres hubiesen estado al tanto de los hechos, hubieran tomado la misma decisión. Las loterías, las rifas, los sorteos y muchas otras formas de apuestas de poca monta, conducen a la persona a los umbrales de un mundo peligroso, el mundo del juego por dinero. Ese juego no beneficia de manera alguna a la persona. Pero sí puede perjudicarla. A menudo produce una excitación malsana que conduce al exceso y al enviciamiento. Por lo menos algunas veces está enlazado con la inmoralidad y el delito. Y siempre estimula las debilidades humanas fundamentales.
Pero quizás usted pregunte: ‘¿Qué hay si el juego se efectúa para una causa buena?’ Por ejemplo, suponga que cierta escuela necesita algunas instalaciones nuevas y se organiza una rifa para reunir el dinero para ello. En casos de esta índole, algunas personas que objetan al juego han hecho una contribución directa en vez de comprar boletos de rifa o lotería. De ese modo el que ellas se opongan al juego no les impide ayudar, si así lo desean.
Particularmente los cristianos verdaderos evitan el juego. Saben que la avaricia, la holgazanería, la falta de gobierno de uno mismo, la inmoralidad y el delito desagradan a Dios y presentan peligros para ellos. (1 Timoteo 6:9, 10; Proverbios 6:6-11; 2 Timoteo 3:2, 3, 5; Efesios 5:3) Reconocen que en este mundo ya hay demasiadas tentaciones para hacer lo malo. No es sabio el que ellos añadan voluntariamente a esas tentaciones mediante exponerse a una práctica perjudicial como lo es el jugar por dinero.
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Salvaguardando la salud¡Despertad! 1982 | 22 de noviembre
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Salvaguardando la salud
La gente tiene que hacerse más responsable de salvaguardar su propia salud, según el libro intitulado The Patient’s Advocate. La autora de éste, Barbara Huttmann, escribe basándose en treinta y cinco años de experiencia como paciente y enfermera. Ella cree firmemente que toda persona que se interna en un hospital debe tener un “defensor,” sea su cónyuge o un amigo íntimo, alguien que haga preguntas inteligentes y salvaguarde los derechos del paciente cuando éste esté demasiado enfermo para hacerlo.
Ella explica que las enfermeras no pueden proteger siempre a los pacientes de los errores que se cometen tocante a tratamiento, puesto que las estadísticas muestran que cincuenta y siete empleados del hospital entran todos los días en la habitación del paciente. Como resultado de eso, “la ley de las probabilidades garantiza que el paciente estará sujeto al error humano.” ¿A qué clase de errores? Errores en medicamentos, en diagnósticos, en dar el tratamiento especificado para un paciente a otro a consecuencia de haberse anotado el resultado de alguna prueba de laboratorio equivocadamente en la tablilla de la persona a quien no correspondía.
“Teníamos a una paciente de cincuenta y cinco años de edad a quien el médico le dijo que tenía sífilis,” relata la enfermera. “La paciente se puso histérica. Había estado casada con el mismo hombre por treinta y cinco años. Ella no había tenido relaciones con otros hombres, y, por lo que ella sabía, ella era la única mujer en la vida de él. Lo que sucedió fue que alguien del laboratorio había anotado en la tablilla de ella los resultados de una prueba que se le hizo a otra persona. Mientras tanto, ya ella había progresado bastante en los arreglos para divorciarse de su esposo.”
¿Qué recomienda la enfermera a los pacientes hospitalizados? Ella recalca que si algo no parece lógico al paciente o al defensor del paciente, deberían preguntar acerca de ello sin demora. “Pero,” añade ella, “rara vez lo hacemos... por alguna razón, pensamos que no podemos hacer preguntas.”
Defendiendo a los médicos, ella escribe que la mayoría de las personas no están dispuestas a asumir responsabilidad por su propia salud. A menudo comen demasiado, fuman y beben en exceso, y entonces esperan que algún médico efectúe un milagro con el cuerpo enfermo de ellas. “De modo que se pone al médico en una posición como si tuviera poderes divinos, debido a lo que esperamos de él, y a menudo cuando éste está dispuesto a contestar nuestras preguntas, nosotros no queremos escuchar,” explica ella. “Sencillamente queremos ir como un niño donde él y decirle: ‘Arréglelo.’” Se recalca el punto de que a la mayoría de los pacientes les hace falta aceptar más responsabilidad tocante a salvaguardar su propia salud.
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