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Indios de Panamá... un vistazo al pasado¡Despertad! 1972 | 8 de marzo
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Esto restringe el desarrollo de su pierna inferior, lo que evidentemente se considera como un rasgo de belleza.
Al llegar a una de las islas nos sorprendimos al hallar en progreso unas festividades. Era una ocasión alegre, ruidosa. Nos enteramos de que formaba parte de los ritos de pubertad de una joven. Se había invitado a personas de otras islas, y había alimento en abundancia. Se había hecho un viaje especial a la ciudad de Colón en el continente, a más de ciento veinte kilómetros de distancia, para obtener un abastecimiento de ron.
La muchacha, me informó el jefe de la aldea, había sido encerrada en un compartimiento especial construido dentro de la casa de sus padres. Por varios días la bañarían ceremonialmente derramando agua sobre ella. Al fin de este ritual le cortarían el pelo largo. Entonces la presentarían como doncella casadera.
Me enteré de que a la muchacha se le permite que señale a su padre el joven con quien prefiere casarse. Entonces el padre le da a saber a éste los deseos de su hija. Aunque quizás él acepte la proposición, el joven es puesto a prueba.
El suegro lo lleva al continente, donde escoge un árbol grande. Entonces exige que el joven lo convierta en leña y la transporte por canoa a la morada insular de la familia. Mientras él se ocupa en esto la novia va a la casa de él y trae todas sus posesiones a la casa de ella. Después de terminar la tarea de ir por leña, el joven recibe una buena acogida en el hogar donde permanecerá hasta la muerte de su suegro, después de lo cual puede establecer su propio hogar.
Los indios guaymi
Cuando llegó Colón cerca del principio del siglo dieciséis se encontró y comerció con los indios guaymi. Al principio eran amigables, pero presentaron resistencia al ver que los blancos no se iban. Así es que Colón y sus hombres tomaron como rehén a El Quibián, un jefe guaymi local. Pero éste se escapó y condujo a sus guerreros en un ataque, matando a algunos del destacamento, y obligándolos a irse en abril de 1503. Durante los años siguientes, los guaymis continuaron resistiendo las intrusiones en su territorio.
Por lo tanto los guaymis han permanecido relativamente fuera de contacto con la civilización moderna, aunque algunos han aceptado empleo con regularidad y hasta cierto grado se han integrado en la sociedad de Panamá. Su territorio en el norte de Panamá ocupa una parte extensa de las remotas tierras altas, así como algunas de las regiones costaneras de la provincia Bocas del Toro. Los guaymis son el más populoso de los grupos de indios, ascendiendo a unos 35.000, y son de tamaño más grande que los cunas.
Las mujeres guaymi usan vestidos con faldas largas y amplias, y los varones por lo general se visten de manera similar a otros panameños que no son indios. Sin embargo, muchos de los varones tienen la costumbre peculiar de limarse los dientes delanteros superiores e inferiores a semejanza de los dientes de un serrucho.
Hasta ahora, entre los grupos de indios, los guaymis han mostrado la reacción más favorable a la predicación de los testigos de Jehová. El año pasado tuve el placer de visitar durante una semana una remota aldea de indios guaymi, en la cual la mayoría de las familias se compone de testigos de Jehová. Mi compañero y yo viajamos en avión desde la Ciudad de Panamá hasta Changuinola, y desde allí tomamos un tren hasta Almirante. Viajamos el resto del camino en canoa hasta nuestro destino, la aldea de Cayo de Paloma.
Allí, en la playa, un grupo de indios nos esperaba y nos hizo sentir como si estuviéramos en casa. Toda una familia se mudó de su casa de dos habitaciones, y dijo: “Ahora nuestra casa es su casa.” Otra mujer hospitalariamente preparó alimento y nos lo trajo. Incluidos en las actividades de nuestra visita estaba la dedicación de un recién construido lugar para reuniones cristianas, una boda y un servicio de bautismo.
El sábado por la mañana cinco indios, cada uno con su compañera e hijos, vinieron a legalizar su unión en armonía con los requisitos bíblicos. Escucharon el discurso bíblico que explica el propósito, deberes y obligaciones del matrimonio cristiano. Pero antes del intercambio de votos, las cinco mujeres salieron abruptamente después de una breve consulta hecha en susurros. Mi consternación duró poco. ¡Simplemente se habían ido a vestir para la boda! En diez minutos entraron todas en fila, resplandecientes con sus vestidos blancos, aunque descalzas. Ocuparon sus lugares y fueron unidas en matrimonio legal.
Poco tiempo después, en las aguas del océano que les suministra gran parte de su sustento, tres de este grupo, junto con otros dos, fueron bautizados como discípulos de Jesucristo. Así se han unido a muchos otros indios panameños en servicio dedicado a Dios.
Después del bautismo almorzamos. Los cazadores indios suministraron un cerdo silvestre, otros fueron a zambullirse con lanzas y suministraron pescados. Algunas familias trajeron pollos y una trajo un cerdo domesticado. Todavía otras, de sus granjas, trajeron arroz, llantenes, plátanos y yuca. La mayoría de los concurrentes se sentaron en el suelo o en el lugar de reuniones recién construido y comieron con las manos.
Entonces nos reunimos para el programa de dedicación. Vino gente de toda dirección, hasta que hubo 189 personas en la concurrencia, ¡todos guaymis salvo mi compañero de viaje y yo! Nos unimos en dar gracias a Jehová, el Creador del hombre, por el hecho de que “Dios no es parcial, sino que en toda nación el que le teme y obra justicia le es acepto.”—Hech. 10:34, 35.
Realmente el visitar a los indios de Panamá es como echar un vistazo a la vida de hace mucho tiempo en el pasado. Pero al emprender nuestro viaje a casa después de visitar a los guaymis, no pude menos que meditar en la unidad y hermandad que el entendimiento de la Palabra de Dios la Biblia puede producir entre los pueblos a pesar de sus diferentes antecedentes y costumbres.
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¿Quién paga por ello?¡Despertad! 1972 | 8 de marzo
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¿Quién paga por ello?
◆ “Contaminación del escritorio.” Así la llama un médico. Informando en el Journal of the American Medical Association, del 21 de diciembre de 1970, sobre el diluvio de literatura médica no solicitada que recibía, hizo notar algunos hechos interesantes en cuanto a ella.
En un día recibió nueve de dichas publicaciones; en un mes un total de setenta. Todas tenían tres cosas en común: Contenían publicidad de más de un laboratorio farmacéutico; le fueron enviadas sin que las solicitara y contenían artículos de interés para el médico practicante. Una muestra de tres revistas mostró que contenían 173 páginas de material de lectura y 277 páginas de publicidad. Contando el número de líneas que contenían estas setenta revistas, calculó que se necesitarían cuarenta horas a la semana para leerlas todas en el transcurso de un mes.
Estas revistas se envían semanal o mensualmente a millares si es que no a centenares de millares de médicos. El peso total de las revistas que recibió en un mes alcanzó un total de unos 15 kilos. Calculó que si los 200.000 médicos de los Estados Unidos recibieran esa cantidad cada mes, el total mensual ascendería a unas 3.000 toneladas.
Estas revistas médicas, de manera general, se publican en papel de calidad fina y contienen publicidad médica costosa muy llena de colorido. ¿Quién paga por todo esto? Ni los doctores ni los publicadores sino los pacientes que pagan por las drogas que recetan los doctores; pues toda esta publicidad se agrega al costo de las drogas. Es evidente que la fabricación de drogas es un negocio muy lucrativo.
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