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  • La economía mundial... ¿en qué parará?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de octubre
    • La economía mundial... ¿en qué parará?

      ¿Qué significará para usted?

      “USTED simplemente no sabe lo difícil que es pasarla con lo que se tiene”, dice Ann. Es cierto que su casa, propia de personas de clase media, es preciosa, pero el pago de la hipoteca casi le paraliza a uno el corazón. Y aunque el sueldo de su esposo es considerable, la inflación ha reducido su valor. “Todas las semanas los precios suben —dice Ann—, mientras que la cantidad de dinero con que cuento para las compras permanece igual.” Así que la presión implacable la hace sentirse agobiada. “Me he ofrecido para conseguir un trabajo de media jornada —dice ella suspirando—, pero él no quiere que yo haga eso.”

      Al otro lado del mundo, un agricultor africano llamado Alion hace frente a un sentimiento de frustración parecido. Los controles gubernamentales han fijado precios tan bajos que el trabajo que él pasa labrando y sembrando la tierra es simplemente poco lucrativo. Antes, dice Alion, “todo el mundo trataba de sembrar más productos que el agricultor de al lado. Ahora todo el mundo se conforma con cultivar lo mismo”. Sencillamente no vale la pena el esfuerzo adicional de cultivar más productos agrícolas.

      La inquietud y la desesperación son el patrimonio de nuestros tiempos turbulentos en sentido económico. Y sin duda usted, también, se ve afectado, sin tener en cuenta la parte del mundo donde vive. El futuro parece estar oculto tras signos de interrogación: ‘¿Debería comprar ahora, antes que suban los precios? ¿Debo invertir los pocos ahorros que tengo? ¿Puedo siquiera confiar en que los bancos sean un lugar seguro donde depositar mi dinero?’.

      Esos asuntos no son simplemente una monomanía. En los Estados Unidos, por ejemplo, la cantidad de bancos que cerraron en 1982 fue mayor que en cualquier otro año desde 1940. La cantidad de negocios que se declararon en quiebra se acercó de manera azarosa al máximo sin precedente a que llegó durante la Gran Depresión de los años treinta. Los elevados tipos de interés han ahogado a muchos negocios, grandes y pequeños. Y los problemas de ninguna manera se limitan a un país en particular. ‘De modo que, ¿en qué parará la economía mundial?’, pudiera preguntar usted lleno de frustración.

      En realidad, nadie sabe a ciencia cierta si el mañana nos traerá noticias de una recuperación económica, o de mayor regresión. La economía es simplemente demasiado imprevisible. No obstante, podemos predecir con toda autoridad en qué parará a la larga la economía mundial. Para hacer eso, sin embargo, tenemos que dirigir la vista más allá de los espirales de precios y salarios y los déficit en la balanza de pagos, y descubrir las verdaderas causas de los problemas de hoy. No obstante, sería útil que brevemente echáramos primero un vistazo a algunos de los problemas externos de la economía.

  • El dinero... ¿cómo se crea?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de octubre
    • El dinero... ¿cómo se crea?

      “EL PAN es para disfrutarlo, y el vino para gozar de la vida —dijo una vez un sabio—; mas para eso hace falta dinero” (Eclesiastés 10:19, Versión Popular). Pero ¿qué es precisamente esa cosa misteriosa... el dinero? ¿De dónde proviene?

      Hace mucho tiempo el hombre se dio cuenta de que ni el trueque ni el cargar consigo algún metal precioso eran modos convenientes de comerciar. Así que los ingeniosos chinos inventaron el papel moneda. Y con el tiempo otras naciones, también, optaron por la conveniencia del papel impreso, que podía cambiarse, al menos en teoría, por cierto metal precioso... generalmente oro.

      El patrón oro, sin embargo, tenía un defecto inherente. Se dice que el valor total de todo el oro que se ha extraído asciende a solo unos 85.000 millones de dólares estadounidenses (usando la vieja cotización de 35 dólares/oz. de oro). Jamás habría suficiente de tal metal brillante como para mantenerse al paso del frenético aumento de la población y los negocios.

      Para ilustrarlo: Después de la II Guerra Mundial, el dólar estadounidense se convirtió en la moneda del comercio internacional. Por eso, miles de millones de dólares estadounidenses llegaron a estar en manos de gobiernos extranjeros. Cierto escritor afirmó: “Ya para 1965 había más dólares en manos de bancos del extranjero que su equivalente en oro en Fort Knox”. (Las bastardillas son nuestras.) ¿Qué hubiera sucedido si todas las naciones hubiesen exigido de repente su oro? De modo que en 1971 los Estados Unidos dejaron de permitir el cambio de papel moneda por oro. Las naciones extranjeras ya no podrían redimir sus dólares por oro, aunque los Estados Unidos aún conservaron enormes reservas de oro. Para todo propósito práctico, pues, el dinero llegó a estar respaldado sólo por la buena fe del gobierno estadounidense. Eso produjo caos en el sistema monetario internacional.

      Por consiguiente, el dinero vale únicamente lo que la gente piensa que vale. Mientras más dinero imprimen los gobiernos, menos valor le da la gente. Pero las prensas no son la única fuente de dinero.

      Creado de la nada

      “Debieras haber depositado mis dineros en plata con los banqueros —dijo un hombre en una de las parábolas de Jesús—, y al llegar yo, estaría recibiendo lo que es mío con interés” (Mateo 25:27). Hasta en tiempos bíblicos, los banqueros conocían el arte de prestar dinero a cambio de una buena ganancia, y compartir en forma de “interés” parte de esa ganancia con el depositador. Sin embargo, al hacer eso los banqueros crean ingeniosamente dinero.

      Para esclarecer el asunto, suponga que usted deposita 100.000 dólares (o una cantidad parecida en la divisa del país donde vive) en un banco. Luego aparece un cliente que toma prestado 10.000 dólares para establecer un negocio nuevo. Usted tal vez calcule que si resta al depósito que usted hizo la cantidad del préstamo, el activo del banco asciende a solamente 90.000 dólares. Pero no es así como razona un banquero. En vez de dar al prestatario 10.000 dólares en dinero contante y sonante, generalmente se abona el dinero a su cuenta bancaria para que lo use poco a poco. Así que, en lugar de haber disminuido el activo del banco, los libros mayores del banco revelan que éste dispone de un total de 110.000 dólares... ¡se han creado de la nada 10.000 dólares!

      El hacer malabarismos así con los números quizás le cause a usted un dolor de cabeza, pero hace sonreír al banquero. De ese modo los bancos pueden prestar más dinero del que realmente tienen. ‘Pero ¿no es eso peligroso?’, pregunta usted. Puede serlo. Sobre todo, si un banco presta dinero irreflexivamente. No obstante, es raro que todos los depositadores y los prestatarios vayan al mismo tiempo a exigir su dinero. De modo que los bancos mantienen a mano suficiente efectivo para realizar sus transacciones comerciales de día en día.

      Los gobiernos, también, crean enormes cantidades de fondos sin que necesariamente pongan a funcionar sus prensas. Por ejemplo, según el libro The Money Balloon, el Banco Federal de Reserva de los Estados Unidos “pasa por una serie de partidas de contabilidad complejas y detestables... cambia números de un sitio a otro, compra y vende bonos del gobierno, concede préstamos, compra valores y accede a venderlos inmediatamente de vuelta, vende valores y accede a comprarlos de vuelta en seguida [...] pero cuando se analiza toda esa actividad, el Sistema Federal de Reserva crea dinero de la nada”.

      Usted, también, pudiera crear dinero involuntariamente. La tarjeta de crédito le permite tomar prestado dinero cada vez que usted la usa. A menudo las cuentas corrientes le permiten extender cheques de una cantidad de dinero mayor que la que en realidad hay depositada. Así aumenta el suministro de dinero... y se fomenta la inflación.

      Por lo tanto, el sistema monetario es como una burbuja que pudiera reventar fácilmente si la gente perdiera la confianza que tiene en el sistema. No obstante, si se crea dinero así de fácil, ¿en qué se gasta?

      [Ilustración en la página 5]

      La divisa de ningún país del mundo está respaldada ya por oro

  • El dinero... ¡nunca hay suficiente!
    ¡Despertad! 1983 | 22 de octubre
    • El dinero... ¡nunca hay suficiente!

      EL REY Salomón dijo: “Si te fijas bien, verás que no hay riquezas; de pronto se van volando, como águilas, como si les hubieran salido alas” (Proverbios 23:5, Versión Popular). Muchas personas despilfarran su dinero, como cierto general (muy bien pagado) del ejército que se declaró en quiebra después de comprar “dos Cadillacs y un segundo abrigo de visón para su esposa”.

      De igual manera, un gobierno puede gastar más de lo que tiene. Por ejemplo, ¡los Estados Unidos han acumulado una deuda interior que sobrepasa la cifra de un billón de dólares! También otros países han acumulado pagarés de cifras astronómicas, incluso deudas exteriores grandes a fuentes extranjeras, como la Unión Soviética (16.000 millones de dólares) y las Filipinas (10.000 millones de dólares).

      ‘Pero ¿por qué no han sido más prudentes las naciones?’, pregunta usted. En primer lugar, en nuestros tiempos ha habido una demanda sin precedente de mercancías. Irving S. Friedman, economista, lo explica así: “Después de la II Guerra Mundial, los gobiernos no podían sobrevivir, ni tampoco podían subir al poder los partidos de la oposición, a menos que hubieran prometido mejoras rápidas, generales e importantes en el bienestar material”. Por consiguiente, los gobiernos necesitaban dinero —mucho dinero— para construir las carreteras, las escuelas, los hospitales y las casas que pedía a voces la gente. ¿Cuáles fueron los resultados? Tomaron prestado cantidades exorbitantes de dinero, lo cual resultó en elevadas deudas mundiales. La situación empeoró notablemente después de 1973.

      En ese año la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo) redujo de manera drástica el flujo de petróleo al resto del mundo. El mundo se bamboleó debido a esa acción arrolladora. El precio del petróleo subió vertiginosamente. Sin embargo, las naciones en vías de desarrollo fueron las más afectadas.

      La marcha de los “petrodólares”

      La táctica de la OPEP tuvo éxito, y sus miembros se hicieron increíblemente ricos de repente (aunque hace poco se han visto en dificultades financieras debido al exceso en el abastecimiento de petróleo y a la baja de precios). Pero en aquel entonces gran parte de sus nuevas riquezas pasaron a las naciones en vías de desarrollo, que carecían de dinero contante. Mas el deseo de obtener ganancias resultó ser la ‘raíz de muchas cosas perjudiciales’. (1 Timoteo 6:10.)

      Todo ese dinero contante contribuyó a fomentar la inflación, la cual algunos países han tratado de controlar al permitir que los tipos de interés suban vertiginosamente. Las naciones muy endeudadas, no obstante, quedaron atrapadas... necesitaban más dinero, pero no podían pagar ni siquiera los intereses de sus viejos préstamos. Como veremos más adelante, ¡esas deudas constituyen actualmente una amenaza a la solvencia de todo el sistema económico mundial!

      Financiación del Tercer Mundo

      Después de la II Guerra Mundial se fundaron el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para prestar dinero a países necesitados. Esas organizaciones las financian las naciones más ricas de entre sus miembros. Hace poco el presidente del Banco Mundial, A. W. Clausen, declaró que “un objetivo clave y esencial del Banco Mundial es traer alivio de la pobreza”. Y esas instituciones ciertamente han encauzado a naciones en vías de desarrollo el dinero que a éstas les hacía mucha falta. Sin embargo, eso nos recuerda unas palabras sabias que hallamos en Proverbios 22:7: “El rico es el que gobierna sobre los de escasos recursos, y el que toma prestado es siervo del hombre que hace el préstamo”. Por consiguiente, algunas naciones en vías de desarrollo se oponen a aceptar ayuda de esas organizaciones. ¿Por qué?

      Para proteger sus inversiones, el FMI se caracteriza por el hecho de que exige que la nación prestataria modifique de manera drástica su política económica y trate de equilibrar el presupuesto, reducir los gastos gubernamentales y devaluar su moneda. Éstas pudieran parecer ideas económicas bien fundadas, pero también pueden causar caos en un país pobre. Por eso cierto economista llegó a la conclusión de que el obligar a un país en vías de desarrollo a aceptar ese plan de acción es “como lanzar un ancla a un hombre que se ahoga”.

      El imprimir más dinero es simplemente una táctica inútil... meramente aprieta el agarro de muerte de la inflación mundial. Así que quizás las naciones sumamente endeudadas no tengan más remedio que sucumbir al plan de acción de las organizaciones internacionales que prestan dinero.

  • La inflación... ¿qué la causa?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de octubre
    • La inflación... ¿qué la causa?

      USTED entra en su restaurante favorito y pide una taza de café a un precio ya excesivo. Pero cuando va a la cajera, se le informa que en el tiempo que usted pasó bebiéndose el café, el precio aumentó a casi el doble de lo que era. ¿Imposible? No, pues, en Alemania la gente tuvo esta mismísima experiencia en los años veinte... un ejemplo escalofriante de cómo puede acelerar la inflación.

      Tal vez usted no haya experimentado la inflación de manera tan drástica. Sin embargo, Argentina ha experimentado un índice de inflación de 500 por 100, y es uno de los varios países que están sufriendo de una inflación rápida y desastrosa. No obstante, los estudiantes de la Biblia no se sorprenden ante estos sucesos, puesto que Revelación 6:6 predijo el tiempo en que el salario de un día compraría solamente un “litro de trigo”.

      Sin embargo, como muchos de nosotros, puede que usted se sienta confundido en cuanto a quién (o qué) tiene la culpa de la inflación. ¡De modo que preguntemos a los “expertos”! Imagínese la sala de un tribunal donde estén reunidos hombres de negocio, políticos y economistas. Usted tiene el solemne privilegio de presidir el proceso.

      Usted golpea con el martillo mientras dice en tono de mandato: “¡Orden en la corte! ¡La economía mundial está a punto de morir y uno de ustedes es el culpable! ¿Quién quisiera ser el primero en presentar su defensa?”.

      “Si me lo permite la corte —dice un economista— yo quisiera tratar de esclarecer un poco lo que ha sucedido. La inflación —dice él— es sencillamente el resultado de la ley de la oferta y la demanda. Cuando los bancos extienden mucho crédito, el suministro de dinero aumenta. Ahora bien, mientras más dinero tenga la gente, mayor es la demanda de bienes. Mientras mayor sea la demanda de productos o bienes, más altos serán los precios de éstos. En realidad, es bastante simple.”

      “¡No nos eche la culpa a nosotros los banqueros!”, objeta alguien vestido como hombre de negocios. “Si no extendiéramos crédito, toda la economía caería en una recesión. Sin el crédito, la gente no puede comprar casas, automóviles y ni siquiera enseres domésticos. Los negocios y las industrias sufrirían. El mercado de valores comenzaría a caer a medida que los inversionistas sacaran su dinero. Ahora bien, tengo que admitir que a veces nos hemos pasado de la raya al extender crédito. Pero, en primer lugar, fueron los de la OPEP los que nos dieron todo ese dinero. Y ellos fueron los que hicieron subir drásticamente los precios con el embargo de petróleo que ellos impusieron. (Se oyen murmuraciones de personas que concuerdan con esto.) No obstante, los verdaderos culpables son los políticos.” Antes de que el enojado estadista pueda decir una palabra, el banquero interrumpe y dice: “Sí, ustedes son los que están gastando todo ese dinero en programas gubernamentales que ustedes prefieren. Pues, debido a que ustedes gastan tanto, hay una demanda mayor de productos o bienes. De modo que, naturalmente, ¡los precios aumentan!”.

      “¡Eso es todo lo que voy a aguantar!”, dice un político. “En primer lugar, son los establecimientos militares los que siempre están pidiendo más dinero para esos ‘juguetes’ suyos, ¡a pesar de que ya hay suficientes bombas como para volar el mundo varias veces! Y quiero recordarles que ustedes los banqueros son los que se lamentan cuando se suben los intereses para controlar la inflación.”

      “Pero lo único que se ha logrado por medio de eso es sumir al mundo en una recesión”, dice el economista. “Además, los precios casi nunca bajan después que suben. El costo de materias primas ha bajado varias veces. ¿Y qué han hecho algunos industriales? En vez de pasar las ganancias al consumidor, ¡invirtieron el dinero en más publicidad para hacer que sus productos tuvieran mayor demanda!”

      Un industrial se pone rojo de la ira. “¡Espere un minuto!”, dice él. “¿Cómo podemos bajar los precios cuando los empleados exigen constantemente mayores salarios? Algunas veces las uniones laborales han demandado aumentos pensando en una futura inflación... ¡aun antes de que ésta ocurra! ¿Qué podemos hacer sino aumentar los precios? Además, mantenemos empleadas a las personas. Así, ¿qué importa si nuestra expansión resulta en inflación?”

      Con esta declaración se desata el desorden en la sala, situación que solo se arregla cuando usted golpea con el martillo. “Ya he escuchado bastantes excusas de ustedes”, dice usted. “Quizás yo no sea economista, pero veo claramente que todos ustedes tienen culpa en lo relacionado con este asunto. Todos han contribuido a esta situación lamentable. De modo que los sentencio...”

      Pero su martillo se detiene cuando, súbitamente, usted se da cuenta de algo. Usted piensa en todas esas tarjetas de crédito que tiene en el bolsillo y cómo las ha usado excesivamente. Piensa en todas las cosas que ha comprado por puro capricho —no porque las necesitara— y por temor a que los precios subieran. Su confianza en usted mismo como juez decae, y cabizbajo usted se une a las filas de los culpables.

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