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  • ¿Había de sufrir y morir el Mesías?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de julio
    • él: “No dejarás mi alma en el sepulcro”. (Salmo 16:10, Valera [1934].)

      Con el tiempo los discípulos judíos de Jesús del primer siglo entendieron así tales profecías bíblicas. Por consiguiente, ya no se consideró que el sufrimiento y la muerte de Jesús descartaban el hecho de que él era el Mesías. En efecto, ¡tales sucesos llegaron a considerarse como pruebas corroborativas de que Jesús era el Mesías!

      ¿Por qué fue tan difícil aceptarlo?

      Sin embargo, a la mayor parte de la nación judía de entonces se le hizo difícil aceptar el concepto de un Mesías que hubiera de sufrir y morir. Sin duda esto se debió a otras creencias populares de aquel tiempo. Por ejemplo, muchos judíos creían que les era posible vencer por completo su inclinación innata a lo malo mediante sus esfuerzos por guardar la Ley de Moisés, la Torá. Tales personas esperaban “acabar con el pecado” por su cuenta, y, por consiguiente, consideraban que no era necesario que un Mesías muriera y así expiara los pecados de ellas.

      Otra enseñanza popular era la de que Dios declararía justos a los judíos simplemente por ser descendientes de Abrahán. En este punto, de nuevo, si se atribuye justicia automáticamente a los judíos, no es necesario que un Mesías ‘justifique a las multitudes’. Sí, como dijo Klausner: “Todo lo referente a un Mesías al que habría de darse muerte era algo que, en el tiempo de Jesús, era imposible de comprender [...] para los judíos”.

      Por tal vez unos 100 años después de la muerte de Jesús el pueblo judío rehusó creer en un Mesías a quien se daría muerte. Y entonces sucedió algo que cambió esa actitud. ¿Qué fue?

  • ¿Qué sucedió con lo que esperaban los judíos?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de julio
    • ¿Qué sucedió con lo que esperaban los judíos?

      LA COLECCIÓN de antiguos escritos judíos que se conoce como el Talmud babilónico contiene el siguiente comentario sobre el Mesías, comentario que data de principios del siglo segundo:

      “‘Y la tierra se lamentará’ (Zac. 12:12). ¿A qué se debe ese lamento? [...] El r[abino] Dosa dice: ‘[Se lamentarán] por el Mesías, que será asesinado’”.

      Es interesante notar que este pasaje dice que el Mesías sería asesinado; sin embargo, hemos visto que los judíos del primer siglo no podían comprender tal concepto. ¿A qué se debió el cambio en su punto de vista?

      La idea de un Mesías que moriría parece haber ganado popularidad durante el siglo segundo de nuestra Era común, particularmente desde la muerte de Simeón Ben Kosebá (Bar Kokebá). Éste fue un guerrero, un revolucionario político. Fue aclamado extensamente como el Mesías. Hasta el rabino Akiba (Aquiba) ben Joseph, a quien se ha llamado “el más influyente de todos los sabios rabínicos”, aclamó a Bar Kokebá como el Mesías.

      Con el tiempo Bar Kokebá dirigió una rebelión judía en contra del gobierno romano. Después de una victoria inicial contra las legiones romanas, Bar Kokebá peleó durante tres años contra los ejércitos romanos que regresaban, lucha que costó la vida a más de medio millón de judíos. Sin embargo, la rebelión fue aplastada en 135 E.C. y se dio muerte a Bar Kokebá.

      La generación que había apoyado de todo corazón a Bar Kokebá se hallaba ahora en una situación extraña. La muerte de Bar Kokebá no solo había puesto en duda la esperanza mesiánica, sino también el honor del rabino Aquiba. El Dr. Joseph Heinemann, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, explica cómo influyó la muerte de Bar Kokebá en los contemporáneos de éste:

      “Aquella generación tiene que haber tratado, por las buenas o por las malas, de lograr lo imposible: sostener la afirmación de que Bar Kokebá era el Mesías, a pesar de su fracaso. Esta posición paradójica no podía hallar otra expresión más apropiada que la de la sumamente ambivalente leyenda del Mesías militante que está destinado a caer en batalla, y, sin embargo, continúa siendo un redentor genuino”.

      Pero ¿cómo podían los judíos conciliar la idea de un Mesías que moriría con el hecho de que el Mesías iba a gobernar como rey? Como señala Raphael Patai:

      “El dilema se resolvió por medio de dividir en dos la persona del Mesías: uno, llamado Mesías ben Joseph [o hijo de José], iba a organizar los ejércitos de Israel en contra de sus enemigos, y, después de muchas victorias y milagros, caería como víctima. [...] El otro, Mesías ben David [o hijo de David], vendría después de él [...] y dirigiría a Israel a la victoria final, al triunfo, y a la Era mesiánica de felicidad”.

      Esa idea dominante de un Mesías que moriría continuó desarrollándose durante los años que siguieron a la muerte de Bar Kokebá y finalmente se aplicó a un Mesías que todavía había de venir, quien moriría en batalla. Para aclarar esto, Patai explica: “Uno tiene la impresión de que lo que tiene que entender es que [...] [el Mesías] como el Hijo de José, moriría en el umbral del Fin de los Días, pero que volvería a la vida como el Hijo de David y completaría la misión que había comenzado en su encarnación anterior”.

      ¡Qué paralelo extraño denota esto con las creencias de los cristianos del primer siglo! ¡Ambos grupos afirmaban creer en un Mesías que moriría y sería resucitado antes de la predicha Era de paz!

      Surgen otras objeciones

      Durante los primeros siglos de la Era común, el pagano Imperio Romano se convirtió al catolicismo romano, y el antisemitismo entonces se hizo popular entre los que alegaban ser seguidores de Jesús. Durante los años posteriores, los judíos fueron testigos oculares de atrocidades como las que se cometieron durante las Cruzadas y la Inquisición, acciones que claramente violaron el mandamiento de Dios de ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’ (Levítico 19:18). Además, los que afirmaban ser seguidores de Jesús adoptaron creencias no cristianas, como la adoración de un Dios trino y uno. Sin embargo, Moisés había enseñado: “EL SEÑOR, NUESTRO DIOS, ES SOLAMENTE UNO” (Deuteronomio 6:4, Nueva Biblia Española). Por eso, aunque ya no se podía considerar válida la objeción original en cuanto a Jesús como un Mesías que hubiera de morir, surgió otra objeción, la cual tenía que ver con la conducta y las creencias antibíblicas de los que afirmaban ser seguidores de Jesús. De aquí que el judaísmo continuara rechazando el cristianismo.

      El Mesías... ¿real, o ideal?

      Israel siguió esperando al Mesías siglo tras siglo. Por ejemplo, cuando el rabino medieval Maimónides formuló sus Trece Artículos de la Fe, incluyó lo siguiente: “Creo [...] con plena fe que el Mesías vendrá, y aunque se tarde, cada día esperaré su regreso”.

      Sin embargo, en tiempos más recientes, todo lo referente a un Mesías particular ha quedado en el olvido entre muchos judíos. Por ejemplo, hace un siglo Joseph Perl escribió: “Los judíos verdaderamente educados no se imaginan de ningún modo al Mesías como persona de la realidad”.

      Tales judíos no consideran que el Mesías sea una persona de la realidad, sino un ideal; por eso prefieren hablar de una Era mesiánica, en vez del Mesías. Sin embargo, sin un Mesías particular, no podría haber una Era mesiánica.

      Pero ¿cuándo había de venir ese Mesías? ¿Qué dicen las Escrituras Hebreas?

  • ¿Cuándo había de aparecer el Mesías?
    ¡Despertad! 1983 | 22 de julio
    • ¿Cuándo había de aparecer el Mesías?

      EL TALMUD babilónico conserva una leyenda interesante en cuanto a Yonatán ben Uzziel, traductor de la paráfrasis aramea de los profetas hebreos conocida con el nombre de Tárgumes. Según esa leyenda, Yonatán quería traducir al arameo los Hagiógrafos, la última porción de las Escrituras Hebreas (según la Biblia judía). Pero una “voz del cielo” le dijo a Yonatán que desistiera de hacerlo, porque esa porción de las Escrituras contenía la fecha en que había de aparecer el Mesías.

      Es interesante notar que una profecía de Daniel (el libro de Daniel forma parte de los Hagiógrafos), en la que, como ya hemos visto, se hace referencia específica al Mesías, sí contiene información cronológica respecto a cuándo había de aparecer. Considere de nuevo lo que se nos dice en Daniel 9:24-27 (Zunz):

      “Setenta semanas (de años) han sido fijadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para reprimir la apostasía y poner fin al pecado, y para expiar el error, y para traer salvación eterna. [...] Sabe, pues, y entiende: Desde la salida del decreto para reedificar a Jerusalén hasta el Ungido, el Príncipe, hay siete semanas (de años); también sesenta y dos semanas (de años), de modo que la plaza de mercado y el foso serán reedificados, y eso en medio de la presión de los tiempos. Y después de las sesenta y dos semanas (de años) un Ungido será destruido. [...] Y él concluirá un pacto firme con muchos, por una semana (de años), y a la mitad de la semana (de años) cancelará sacrificio y oblación”.

      Note que se dice que ese período es de “setenta semanas (de años)”. La expresión hebrea que se utiliza aquí significa literalmente “setenta semanas”, o “setenta septenas”. Pero los eruditos judíos en general han entendido que cada semana consiste, no en siete días, sino más bien en siete años. Por consiguiente, para verter la expresión hebrea, el rabino Leopold Zunz usó la frase “setenta semanas (de años)” en la traducción que se cita arriba. (Vea también la traducción de Moffatt, en inglés; Torres Amat [1925], Da 9 v. 24; Bartina-Roquer, v. 24, en las que se usa la expresión “semanas de años”.) Por lo tanto, todo el período de “setenta semanas” dura 490 años.

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