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  • ¿Hasta qué punto es Dios una realidad para usted?
    La Atalaya 1981 | 1 de julio
    • espíritu? Sí, pues leemos: “Si hay cuerpo físico, también lo hay espiritual.” (1 Cor. 15:44; Juan 4:24) Dado que Dios es un ser individual, una Persona con cuerpo espiritual, él tiene un lugar de habitación y por lo tanto no podría estar en ningún otro sitio a la misma vez. Por eso leemos en 1 Reyes 8:43 que los cielos son el ‘lugar establecido de su morada.’ También se nos dice en Hebreos 9:24 que “Cristo entró . . . en el cielo mismo, para comparecer ahora delante de la persona de Dios a favor nuestro.”

      Además, el discípulo Esteban y el apóstol Juan tuvieron visiones del cielo en las cuales vieron tanto a Dios como a Jesucristo. Por lo tanto, Jehová Dios debe ser una persona, un ser individual, tal como lo es Jesucristo. (Hech. 7:56; Rev. 5:1, 9) A los cristianos que tienen la esperanza de vivir en los cielos en un tiempo futuro se les asegura que verán a Dios y que también serán como él, lo cual muestra que Jehová Dios realmente es una persona y que tiene tanto un cuerpo como un lugar donde está.—1 Juan 3:2.

      Bien puede ser que algunas personas hayan caído en confusión debido a que Dios lo ve todo; además, su poder se puede sentir en todas partes. (2 Cró. 16:9) Podríamos ilustrar estos hechos al comparar a Dios con una planta eléctrica. Esta se encuentra en cierta calle de una ciudad. Pero la electricidad que ella proporciona se distribuye por toda la ciudad y provee luz y energía. Es lo mismo en el caso de Jehová Dios. Él tiene una ubicación en los cielos más altos, pero su fuerza activa, su espíritu santo, proporciona esclarecimiento, y su fuerza puede sentirse en todas partes, en todo el universo.

      Aunque repetidas veces la Biblia advierte que los adoradores de Dios no deben atreverse a hacer una semejanza de él ni deben prosternarse ante tales semejanzas ni adorarlas, sí usa antropomorfismos; es decir, atribuye a Dios características humanas. Así, la Biblia habla acerca del rostro de Dios, sus ojos y oídos, sus narices y su boca, sus brazos y pies. (Deu. 4:15-20; Sal. 27:8; 1 Ped. 3:12; Sal. 18:15; Isa. 1:20; Deu. 33:27; Isa. 41:2) Claro, tal lenguaje descriptivo no quiere decir que el cuerpo espiritual de Dios tenga la misma clase de miembros que el cuerpo humano. Pero estas expresiones nos ayudan, puesto que mediante ellas Dios se hace una realidad más vívida para nosotros.

      Sí, la Palabra de Dios muestra que Dios es una personalidad distintiva, que tiene sentimientos, que puede sentirse complacido o sentir desagrado, que puede reír, que puede enojarse, que es misericordioso y tierno en cariño. Se interesa personalmente en cada miembro de la humanidad. De hecho, tanto amó al mundo de la humanidad que envió a su Hijo unigénito a la Tierra para que éste muriera como sacrificio, de modo que cualquiera que ejerciera fe en él pudiera adquirir vida eterna.—Sal. 2:4, 12; Juan 3:16; Heb. 10:38; Sant. 5:11; 1 Ped. 5:7.

      ¿Por qué temerle?

      Si Dios verdaderamente es una realidad para nosotros, sus mismísimas cualidades harán que temamos desagradarle. La Biblia dice que “el temor de Jehová es el principio de la sabiduría” y que “significa odiar lo malo.” (Sal. 111:10; Pro. 8:13) ¿Significa esto meramente sentir un temor reverencial para con Jehová? ¿Significa algo más que simplemente tenerle sano respeto a Dios? Podemos sentir temor reverente para con los que ocupan puestos de responsabilidad por asignación divina y podemos tener un sano respeto para con toda persona honrada. Pero tener el temor de Jehová significa mucho más que eso. El apóstol Pablo escribe: “Continuemos teniendo bondad inmerecida, por la cual podamos rendir a Dios de manera acepta servicio sagrado, con temor piadoso y reverencia. Porque nuestro Dios es también un fuego consumidor.” Ese hecho ciertamente debería hacer que ejerciéramos cuidado para no acarreamos el desagrado de Dios, ¡pues el hacerlo significaría que estaríamos en peligro de ser consumidos por él!—Heb. 12:28, 29.

      El temor de Jehová podría ilustrarse como sigue: Un jovencito tiene razón para temer desagradar a su padre. ¿Por qué? Porque para él su padre es muy real. Puede verlo y oír su voz y, como hijo, sabe que su padre es más fuerte que él. Además, el padre satisface amorosamente todas las necesidades materiales del hijo... el alimento, la ropa y el abrigo, y las necesidades en cuanto al recreo, lo mental y lo espiritual. Por eso, el hijo tiene razones prácticas para obedecer a su padre, además de una obligación moral de hacerlo y de preocuparse por no desagradarle. El hijo sabio ejerce cuidado para no incurrir en el desagrado de su padre, y, cuanto más aprecia todo lo que su padre está haciendo por él, tanto más tiene un verdadero deseo de agradar a su padre.

      Pues bien, así deberían comportarse todos los que se dirigen a Dios con las palabras: “Padre nuestro que estás en los cielos.” (Mat. 6:9) Toda cosa buena viene de él. (Sant. 1:17) Un incidente en la vida de José, hijo del patriarca Jacob, muestra que el que Dios verdaderamente sea una realidad para nosotros nos infunde un temor sano de desagradarle. Mientras José estaba sirviendo en la casa de Potifar, un funcionario de la corte egipcia, la esposa de Potifar trató de seducir al hermoso joven José. ¿Qué ayudó a José a resistir esta gran tentación? El que Dios fuera una realidad para él, como lo muestran las palabras de José a la esposa de Potifar: “¿Cómo podría yo cometer esta gran maldad y realmente pecar contra Dios?” No hay lugar a duda; Dios era una realidad vívida para José. El que Dios verdaderamente sea una realidad para nosotros nos ayudará a nosotros también a resistir con buen éxito las tentaciones.—Gén. 39:9.

      Volvamos a nuestra ilustración: Supongamos que el padre tenga que viajar y permanecer lejos de su familia periódicamente por razones de negocio. Claro, él todavía estaría proveyendo el sostén para su familia y sin duda estaría escribiéndoles cartas, incluso a su hijo. Este leería las cartas con entusiasmo, pues éstas servirían para asegurarle que su padre sigue pensando en él. No obstante, debido a que su padre está lejos de la casa, el hijo podría tender a descuidarse en cuanto a no incurrir en el desagrado de su padre. Pero aquellas cartas seguirían recordándole su obligación para con su padre, ¿no es verdad?

      En el caso de los cristianos hoy en día podría decirse que, en cierto sentido, nuestro Padre también está lejos, en los cielos de los cielos. Pero, conforme a su promesa, él nos provee todas las cosas que necesitamos, y nos ha enviado cartas en forma de los 66 libros de la Biblia. Si realmente amamos a nuestro Padre que está en los cielos y apreciamos todo lo que ha hecho, está haciendo y hará por nosotros, tendremos sumo aprecio por esas cartas inspiradas. Las leeremos a menudo y con interés sincero. Es más, ¿no deberían estas cartas inspiradas servirnos también de ayuda para que vigilemos nuestra conducta, y no hagamos nada que tal vez resulte en que Dios se enoje con nosotros? ¡Ciertamente que sí!

      Es de notar que hay muchas más maneras de mostrar hasta qué punto Dios es una realidad para nosotros, entre ellas el hablar con él frecuentemente por medio de la oración y el hablar a otros acerca de las maravillosas cualidades de él. Así podemos hacer que Dios verdaderamente sea una realidad para otras personas a la misma vez que él se hace una realidad más y más perceptible para nosotros.

  • El escita
    La Atalaya 1981 | 1 de julio
    • El escita

      CUÁNDO estaba enfatizando que las diferencias carnales no afectan la posición del cristiano como miembro del cuerpo de Cristo, el apóstol Pablo escribió: “No hay ni griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, extranjero, escita, esclavo, libre, sino que Cristo es todas las cosas y en todos.” (Col. 3:11) Es digno de atención el que incluyera a los escitas, puesto que éstos eran un feroz pueblo nómada y se les consideraba entre los peores bárbaros. Sin embargo, mediante el poder que ejerce el espíritu santo de Dios, hasta ellos pudieron vestirse de una personalidad semejante a la de Cristo, y desechar su manera de ser anterior. (Col. 3:9, 10) ¡Qué poderoso es el espíritu de Dios!

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