-
El hacer caso omiso de las advertencias de Dios acarrea calamidadLa Atalaya 1977 | 1 de noviembre
-
-
El hacer caso omiso de las advertencias de Dios acarrea calamidad
CUANDO Dios da una advertencia lo hace con razón y no lo hace simplemente para manifestar su autoridad. Siempre la da para el provecho personal de todos los que oyen. La advertencia los salva de errores graves y costosos. Antes de que la nación de Israel entrara en la Tierra Prometida, Dios les advirtió del peligro de hacer caso omiso de su ley, y agregó: “Porque no es palabra sin valor para ustedes, sino que significa su vida.”—Deu. 32:46, 47.
Además, al prestar atención a las advertencias de Jehová aprendemos cuál es su sentir acerca de ciertos asuntos, cómo los considera, y llegamos a conocer sus caminos. Y ésta es la cosa más importante de todas... conocer íntimamente a Jehová Dios, entrando así en relación más estrecha con él. Él nos dice que no hagamos alarde en cuanto a las riquezas, sabiduría o poderío que tengamos, “pero el que se gloría, gloríese a causa de esta mismísima cosa: de tener perspicacia y de tener conocimiento de mí, que yo soy Jehová, Aquel que ejerce bondad amorosa, derecho y justicia en la tierra; porque en estas cosas de veras me deleito.”—Jer. 9:23, 24; Juan 17:3.
Frecuentemente las advertencias que Dios dio estuvieron en forma de profecías, o eran mandatos que, de hecho, eran proféticos. Un caso a propósito es la declaración que tocante a Jericó hizo Josué, sucesor de Moisés y comandante de los ejércitos de Israel. Josué recibió de Dios las órdenes de vencer a los habitantes cananeos de la Tierra Prometida, porque practicaban adoración sexual sumamente degradada y ritos idolátricos, demoníacos, y estaban contaminando la tierra con inmoralidad, enfermedad y derramamiento de sangre. (Deu. 20:15-18; Lev. 18:24-30) Jericó fue la primera ciudad que el ejército de Israel encontró en aquella tierra. Como tal, era las “primicias” de la conquista de Canaán. Tal como a las primicias de todo el producto de los israelitas... del grano, el ganado, etcétera, se les consideraba sagradas, ‘dadas irrevocablemente,’ también habría de serlo Jericó. (Lev. 23:10-14; Jos. 6:17) Y tal como las primicias eran ‘dadas irrevocablemente,’ para ser ofrecidas a Jehová antes de que el agricultor pudiera comer algo de la cosecha, así Jericó había de ser “dada irrevocablemente” y completamente, de modo que no se tomaría nada de la ciudad para uso personal. Por lo tanto Josué destruyó y quemó totalmente la ciudad, y entregó su metal al templo (tabernáculo) de Jehová.
Este requisito de Dios fue semejante a la ley, que aplicó posteriormente, tocante a una ciudad de Israel que apostatara a la idolatría. A tal ciudad se le ‘hacía sagrada por proscripción.’ Había que ejecutar a sus habitantes y quemar la ciudad, y jamás volver a edificarla. No se había de apropiar nada de aquella ciudad para uso personal. Israel había de considerar todo lo de allí como absolutamente detestable. Ni siquiera habían de jugar con la idea de utilizar aquellas cosas.—Deu. 13:12-17.
En armonía con esto, cuando Josué destruyó la ciudad de Jericó pronunció un juramento, diciendo: “Maldito de Yavé quien se ponga a reedificar esta ciudad de Jericó. Al precio de la vida de su primogénito ponga los cimientos, al precio de su hijo menor ponga las puertas.”—Jos. 6:26, Nácar-Colunga.
¿Qué quiso decir Josué? Evidentemente sus palabras no quisieron decir que el lugar donde estaba Jericó, “la ciudad de las palmeras,” no sería habitado, porque Josué mismo asignó el lugar donde estaba la ciudad de Jericó a los benjamitas, y más tarde se le menciona como lugar habitado. (Jue. 3:13; 2 Sam. 10:5) El énfasis se pone en una “ciudad” amurallada. Las palabras de Josué manifiestan que él se refirió a la reedificación de la ciudad. Esto incluía un muro. El poner los cimientos sería poner los cimientos de la ciudad amurallada. El colocar sus puertas no sería el erigir puertas en los hogares, sino colocar las puertas de la ciudad, que no podrían ser colgadas sin los muros. El hombre que hiciera esto, desatendiendo así el juramento profético de Josué, pagaría como precio su hijo primogénito y su hijo menor. Esta expresión puede significar ‘todos sus hijos,’ de modo que aquel hombre no tendría a nadie que llevara a la posteridad su nombre en Israel.
Esta fue una advertencia fuerte, pero de todos modos fue pasada por alto después que Israel cayó en crasa idolatría. Bajo el reinado de Acab sobre el reino septentrional de diez tribus de Israel se había introducido la adoración de Baal. Una indicación del bajo nivel al cual había caído Israel fue la acción de Hiel, el betelita. El relato dice: “En sus días [los de Acab] Hiel, el betelita, edificó a Jericó. Pagando con la pérdida de Abiram su primogénito colocó el fundamento de ella, y pagando con la pérdida de Segub el menor de los suyos puso sus puertas, conforme a la palabra de Jehová que él habló por medio de Josué hijo de Nun.”—1 Rey. 16:34.
No se declara si los muchachos murieron en accidentes relacionados con la edificación de las fortificaciones, o de otras maneras. Sin embargo, la declaración de Josué había resultado profética.
Todas las demás declaraciones de Dios en su Palabra se cumplirán con igual seguridad. Por lo tanto, debemos evitar cuidadosamente las cosas que Dios declara que son peligrosas. Podemos aprender las cosas que Dios considera buenas y las cosas que considera detestables al meditar con atención y cuidado en la Biblia. Nuestro sentir debe ser como el de él en cuanto a las cosas que condena; debemos entrenar nuestro corazón y nuestra conciencia para que no tengamos ninguna inclinación en absoluto hacia las cosas contra las cuales él advierte y debemos permanecer completamente alejados de ellas para obtener seguridad. No debemos demorarnos, sino que debemos tomar medidas inmediatas para librarnos de toda relación o asociación con cosas que Dios desaprueba. Jesucristo estuvo intensamente consciente de lo que le agradaba y de lo que le desagradaba a su Padre. (Heb. 1:9) Dijo: “Yo siempre hago las cosas que le agradan.” (Juan 8:29) Note cuán instantáneamente rechazó el consejo incorrecto de Pedro, de modo que no lo abrigó ni siquiera por un segundo. (Mat. 16:21-23) Demostró ciertas estas palabras de Jehová: “No solo de pan vive el hombre, sino que de toda expresión de la boca de Jehová vive el hombre.” (Deu. 8:3; Mat. 4:4) La triste calamidad que alcanzó a Hiel, el betelita, es uno de los muchos ejemplos de la Biblia que enfatizan el peligro de hacer caso omiso de las advertencias de Dios.
-
-
Ponderando las noticiasLa Atalaya 1977 | 1 de noviembre
-
-
Ponderando las noticias
La sangre donada, ¿un sacrificio?
● Informó el “Philippines Daily Express” del 11 de abril de 1977: “A penitentes de Negros Occidental se les ha ocurrido una manera singular de obtener absolución de sus pecados. El Comité de Acción Cuaresmal Diocesana de Alay Kapwa 77 en la provincia organizó un singular programa de donación de sangre que reemplazó el flagelarse y llevar la cruz.” Se informó que unos cien varones habían “donado sangre como sacrificio.”
Para algunas personas quizás parezca humanitario el que unas personas donen sangre que se haya de utilizar con propósitos de transfusión. Es obvio que por lo menos algunos individuos creen que hay mérito religioso y beneficio espiritual en hacer esto. Sin embargo, cuando se considera desde un punto de vista bíblico, ese “sacrificio” no es de ningún provecho para el donador y en realidad viola la ley de Dios.
El sabio rey Salomón del antiguo Israel reconoció apropiadamente en oración a Dios que “no hay hombre que no peque.” (1 Rey. 8:46) Y ningún ser humano imperfecto y pecaminoso puede suministrar un “sacrificio” que lo pudiera absolver de sus propios pecados o pudiera tener tal efecto en los pecados ajenos. Solo el sacrificio de rescate de Jesucristo tiene este poder limpiador. Como escribió sobre esto el apóstol cristiano Juan a compañeros de creencia: “La sangre de Jesús . . . nos limpia de todo pecado.”—1 Juan 1:7; Sal. 49:6-8.
Además, la ley de Dios a su pueblo de tiempos antiguos especificaba que la sangre, sacada de un cuerpo, no se debía usar para ninguna cosa, sino que había que deshacerse de ella. (Deu. 12:16) Posteriormente, de los cristianos se requirió específicamente que se ‘abstuvieran de sangre.’ (Hech. 15:28, 29) Por eso, ‘donar sangre como sacrificio’ no es ni eficaz ni tiene la aprobación de Dios.
La Navidad tiene origen pagano
● En la actualidad va reconociéndose más extensamente el origen pagano de la Navidad. En Nueva Zelanda, el “Star” de Auckland dijo lo siguiente acerca de la fiesta del 25 de diciembre: “La fiesta de los romanos al dios Saturno... las saturnales, y la festividad persa por el nacimiento del dios Mitra, también se celebraban en este día.”
¿Cómo sucedió que cayera en ese mismo día la Navidad? Una razón, hace notar el “Star,” es que varios siglos después de la muerte de Cristo los cristianos apóstatas “deseando transformar las festividades paganas más bien que abolirlas, destinaron el 25 de diciembre a la celebración del nacimiento de Cristo.”
En el “Daily Times” de Mount Pleasant, Michigan, una opinión editorial dijo esto tocante a la Navidad: “La celebración de ésta el 25 de diciembre de ninguna manera es una fecha exacta del Nacimiento de Jesús.” Hizo notar que la fecha era “para los romanos, la fiesta de ‘Sol Invictus’ —el Sol Invencible— un concepto heredado de la cultura de los griegos, quienes lo habían tomado prestado del Cercano Oriente. . . . Aun hoy día muchas de las antiguas costumbres paganas, no solo de la Roma antigua misma, sino de toda la Europa Occidental, se han introducido furtivamente en nuestra celebración de la Fiesta de la Navidad, entre estas cosas el acebo, el muérdago, árboles de Navidad, regalos, el beber y el banquetear, y ciertamente la observancia seglar de la Navidad, por lo menos en los Estados Unidos, no es desemejante a la antigua observancia romana de la fiesta de Sol Invictus por los romanos.”
De modo que los cristianos que no celebran la Navidad tienen sólido apoyo en la historia.
-