BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Estados Unidos de América (Parte 2)
    Anuario de los testigos de Jehová para 1975
    • de la Iglesia Católica Romana fue denunciada y el artículo advertía que la oposición pudiera llevar a la muerte de algunos siervos fieles de Dios. Pero instaba al pueblo de Dios a continuar dando testimonio de Su nombre con denuedo y gozo, para que participaran en la vindicación de aquel santo nombre.

      AYUDAS PARA SU DEFENSA

      Para los cristianos aquéllos fueron tiempos que sometieron a prueba su fe. Por supuesto, no todo incidente de oposición franca, ni siquiera todo arresto, condujo a un juicio ante un tribunal. Pero muchas veces los siervos de Jehová sí se vieron en necesidad de ayuda para presentar una defensa de buen éxito en los tribunales de los Estados Unidos. Para ayudar a los proclamadores del Reino, la Sociedad Watchtower estableció un departamento jurídico en sus oficinas centrales en Brooklyn, Nueva York.

      Mirando al pasado, Robert E. Morgan recuerda lo siguiente: “En nuestras reuniones de servicio semanales estudiábamos Order of Trial (Procedimiento de juicio) preparado por la Sociedad, y nos esforzábamos por equiparnos para enfrentarnos a la policía y los jueces que constantemente nos hostigaban en el servicio del campo. Nuestras reuniones de servicio nos enseñaban a responder cuando nos acosara la policía, cuáles eran nuestros derechos de ciudadanos, y qué procedimiento teníamos que seguir sin falla para establecer una base sólida para acción jurídica en defensa de las buenas nuevas si debido a fallos de culpabilidad se nos hacía necesario ir a los tribunales de apelaciones.”

      “Las demostraciones en las reuniones de servicio presentaban el procedimiento que se seguía desde el momento del arresto hasta la conclusión del juicio y la disposición del caso,” recuerda Ray C. Bopp, y añade: “Siervos de la congregación representaban el papel de fiscales y abogados defensores, y algunos ‘juicios’ duraban semanas.”

      ARRESTADOS Y A LA CÁRCEL

      Las ayudas para asuntos jurídicos suministradas por la Sociedad y el excelente entrenamiento en las reuniones de servicio ayudó mucho a los siervos de Dios. Pero para los rigores de la vida en las cárceles solo Jehová mismo podía fortalecer a su pueblo. Como dijo Pablo: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder.”—Filipenses 4:13.

      Centenares de testigos cristianos de Jehová fueron arrestados y enviados a la cárcel durante los turbulentos años treinta y cuarenta. Homer L. Rogers dice esto acerca de los problemas jurídicos a que se enfrentó el pueblo de Jehová en cierta sección: “La ciudad de La Grange [Georgia] había formulado un reglamento que prohibía a toda persona que visitara un hogar de La Grange ofrecer al amo de casa pieza alguna de materia impresa. Esto estaba dirigido contra los testigos de Jehová y se ponía en vigor solo contra los testigos de Jehová.” ¿Cómo podía él estar seguro de esto? Los residentes de la ciudad testificaban que toda otra materia impresa se distribuía libremente en La Grange sin que las autoridades presentaran estorbo.

      El 17 de mayo de 1936, 176 Testigos fueron arrestados por predicar en La Grange y fueron encarcelados. El día siguiente las mujeres fueron puestas en libertad, pero 76 hombres fueron detenidos por catorce días en la Prisión y Vallado del Condado de Troup, a seis kilómetros y medio de la ciudad. Los presos corrientes del lugar eran prisioneros mantenidos en cadenas, que de hecho estaban en grillos mientras trabajaban en las carreteras desde la salida hasta la puesta del Sol. Cuando los Testigos fueron juzgados, se les pronunció culpables y se les impuso una multa de un dólar a cada uno o treinta días de cárcel, según C. E. Sillaway. Debido a que el fiscal de la ciudad le ordenó al escribano municipal que no firmara la fianza mientras se apelaba por auto de avocación, los hermanos perdieron sus derechos de apelar y 57 de ellos regresaron para cumplir la sentencia de treinta días en el vallado el 28 de mayo de 1937. A pesar de su inocencia, estos Testigos llevaban ahora traje de prisión, dos personas tenían que compartir una sola sábana durante las noches frías, y tuvieron que efectuar trabajos forzados en calles y otros lugares.

      Muchos fueron los sufrimientos de los que estuvieron en prisión. Sin embargo, ellos también tuvieron la oportunidad de hacer bien espiritualmente. El hermano C. E. Sillaway escribe: “Hacia el fin de nuestros treinta días mi grupo y otro, doce personas en total, recibimos la asignación de un cementerio de personas de color, casi rural por lo aislado que se hallaba. A casi la mitad de la mañana una procesión funeral vino a la puerta principal y se detuvo mientras el empresario de pompas fúnebres se nos acercó. Parece que esta familia era demasiado pobre para pagar al predicador sus honorarios por un funeral y no habían tenido sermón ni oración. ¿Quisiera uno de nosotros los ministros decir unas cuantas palabras? Fue un privilegio hablar a aquel puñado de personas acerca de la verdadera condición de los muertos y la esperanza de una resurrección. No les importó que lleváramos ropa de prisioneros.”

      Theresa Drake dice que por primera vez experimentó la intolerancia contra el pueblo de Dios a principios de los años treinta cuando originalmente fue arrestada en Bergenfield, Nueva Jersey. Continúa: “Me tomaron por primera vez las huellas digitales en Plainfield, Nueva Jersey. Fue en Plainfield donde me retuvieron una noche en la cárcel junto con otras 28 hermanas. Nos pusieron en una celda pequeña y, puesto que había 29 de nosotras allí, se nos hacía imposible acostarnos para dormir. Finalmente nos llevaron al gimnasio del mismo edificio y allí pusieron esteras sobre las cuales pudimos acostarnos. Recuerdo que un agente de la policía, abriendo la puerta y echándonos una mirada, dijo: ‘Como ovejas que llevan al matadero.’”

      Citando otro caso, la hermana Drake escribe: “En Perth Amboy nos arrestaron y encerraron desde las diez de la mañana hasta las ocho de la noche. Fue en esta ocasión que conocí al hermano Rutherford. Él vino para sacar bajo fianza a 150 de nosotros que habíamos sido arrestados. Se nos tenía en un salón grande en el edificio del tribunal. Afuera, la gente estaba sacando nuestros libros y literatura de nuestros automóviles y arrojándolos por todo el césped del edificio del tribunal. En la parte de atrás de la sala del tribunal había media docena de hombres esperando para poner manos violentas en el hermano Rutherford. Lo amenazaron, pero nunca tuvieron la oportunidad que querían, porque al salir del tribunal nosotros lo rodeábamos y entonces él se dirigió rápidamente a un auto que lo esperaba, no al que por lo general usaba.”

      Refiriéndose a pueblos de Ohio y Virginia Occidental, Edna Bauer dice: “Muchos de los hermanos fueron arrestados y llevados a la cárcel en camiones de los bomberos mientras sonaban las sirenas, llamando sonoramente atención a los arrestos que se hacían.” A menudo se encerraba en la cárcel a muchos a la vez, y había casos en los cuales no se mostraba consideración por la edad. Por ejemplo, la hermana Bennecoff, esposa del hermano James W. Bennecoff, recuerda un incidente en Columbia, Carolina del Sur, “en el cual 200 de nosotros fuimos encerrados en la cárcel, y el más joven tenía seis semanas de edad.”

      En la cárcel las condiciones podían ser muy angustiosas. Earl R. Dale recuerda que se le encerró injustamente como cristiano en Somersworth, New Hampshire, y escribe: “Dormí aquella noche, o traté de hacerlo. La prisión no estaba muy limpia. De noche había unas criaturitas arrastrándose por encima de nosotros y no me gustaban, pero yo les gustaba.” Por predicar las buenas nuevas en Caruthersville, Misuri, en 1941, el hermano R. J. Adair y su esposa fueron encarcelados por setenta y ocho días. La hermana Adair dice que el lugar donde la encerraron era una “mazmorra.” La hermana Adair sufrió daño a su salud durante aquel encarcelamiento. “No fue cosa agradable dormir sobre un piso de concreto con una sábana y una almohada por setenta y ocho días,” admite. “Pero lo importante era guardar la fidelidad a Jehová.”

      Aunque los testigos de Jehová de los Estados Unidos fueron encarcelados con frecuencia por predicar el mensaje del Reino, eso no hizo que cerraran sus labios. Como prisioneros siguieron adelante declarando las buenas nuevas. Por ejemplo, Dora Wadams tuvo varias oportunidades de predicar mientras estuvo encarcelada. En cierta ocasión, cuando en una cárcel de Newark, Nueva Jersey, corrieron las noticias de que los Testigos iban a ser puestos en libertad, esto es lo que ella recuerda que sucedió: “Cierta noche cuando estábamos encerrados en nuestras celdas oímos a los prisioneros alrededor de nosotros decir: ‘Mañana se van los de la Biblia. Este sitio nunca será igual. Son como ángeles que nos hubieran enviado.’”

      SU DÍA EN EL TRIBUNAL

      Los siervos de Jehová estaban dispuestos a defenderse y a defender su obra dada por Dios si el arresto de ellos llevaba a juicios ante los tribunales. A veces ni siquiera fueron representados por abogados. Por ejemplo, allá en 1938 Roland E. Collier, asociado con la congregación de Orange, Massachusetts, obtuvo permiso para usar un auto con altavoz en la cercana Athol. Él y otro hermano estaban en el automóvil con altavoz tocando el disco “Enemigos” mientras otros publicadores del Reino predicaban de casa en casa. El hermano Collier fue arrestado y acusado de ir de casa en casa aunque él no había hecho aquello en aquella ocasión. Nos dice: “Con interés esperamos el juicio y nos preparamos para él. Estudié cuidadosamente el Procedimiento de juicio que la Sociedad publicó para que nos preparáramos para los juicios. El día en que había de celebrarse el juicio algunos hermanos vinieron a la sala del tribunal para estimularme. Seguí el debido procedimiento en el tribunal que bosquejaba la Sociedad, hasta el punto de someter a interrogatorio al jefe de la policía. Cuando toda la evidencia se había dado después de un juicio completo fui declarado no culpable y el periódico llevó un encabezamiento que decía ‘HOMBRE DE ORANGE PREDICA Y SE SALVA DE LA CÁRCEL.’”

      Algunos abogados que no eran testigos de Jehová se esforzaron mucho en la defensa del pueblo de Dios. Sin embargo, muchas veces abogados que eran Testigos representaron a sus compañeros de creencia ante las cortes o tribunales. Entre ellos estuvo Victor Schmidt. Su esposa Mildred dice, en parte: “Después de la decisión adversa por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en el caso de la bandera, hubo lo que pareció ser un alud de chusmas y arrestos que descendió sobre nuestros hermanos en muchísimos lugares fuera de Cincinnati [Ohio]. Se me hizo necesario llevar por auto a mi esposo a estos diferentes lugares, puesto que él no manejaba automóviles. Por un tiempo, casi diariamente teníamos que ir a un lugar diferente. Por lo tanto, tuve que dejar de trabajar con los precursores. . . . Victor tenía gran fe en Jehová y esto me fortalecía para tener igual fe. Cuando nos acercábamos a estos pueblos donde él había de representar a nuestros hermanos ante el tribunal, me hacía salir de la carretera y oraba a Jehová que le abriera el camino para dar alguna ayuda a nuestros hermanos, y también que si era la voluntad de Jehová, que bondadosamente nos diera protección y nos ayudara a nunca ceder al temor a los hombres. Muchas fueron las veces que vimos la evidencia del gran poder de las fuerzas angélicas de Jehová trabajando a favor de nosotros.”

      ADELANTE AL TRIBUNAL SUPREMO DE LOS ESTADOS UNIDOS

      Varios casos jurídicos que tenían que ver con los testigos de Jehová al fin llegaron al Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Uno de éstos fue el de Lovell contra Ciudad de Griffin. Aunque muchas veces se había arrestado al pueblo de Dios por predicar las buenas nuevas en Griffin, Georgia, en cierta ocasión varios de ellos fueron arrestados por una supuesta violación de un reglamento municipal que prohibía “la práctica de distribuir . . . literatura de cualquier clase, . . . sin obtener primero permiso escrito del Administrador Municipal de la Ciudad de Griffin.” El hermano G. E. Fiske comenta: “Había varios hermanos de más de dos metros de altura y los funcionarios pidieron que se les dejara escoger a uno para que representara al grupo, y nuestros superintendentes estuvieron dispuestos a ello. Por eso, escogieron a una hermana pequeña y delgada porque pensaban que ella sería víctima fácil. Pero ella [Alma Lovell] había estudiado el Procedimiento de juicio . . . Ninguno de los hombres se había preparado como se había preparado esta hermanita, y cuando el caso se presentó para el juicio, ella le habló al tribunal por más de una hora y dio un maravilloso testimonio. Sin embargo, el juez no estaba siquiera interesado y había colocado los pies sobre el escritorio. Cuando ella se sentó, el juez levantó los pies del escritorio y los puso en el piso y dijo: ‘¿Ya terminó?’ Ella dijo: ‘Sí, su señoría.’ Entonces él los pronunció culpables a todos. El abogado de la Sociedad inmediatamente apeló.” El 28 de marzo de 1938 el Tribunal Supremo sostuvo unánimemente que el reglamento en cuestión era inválido como estaba.

      Mientras participaba en predicar el Reino el 26 de abril de 1938, el testigo cristiano Newton Cantwell fue arrestado con sus dos hijos menores mientras tocaba el disco fonográfico “Enemigos” y distribuía el libro del mismo nombre. El caso fue llevado a tribunales de Connecticut por la queja de dos católicos romanos. Se alegaba una violación de la paz y también una supuesta violación de un reglamento de Connecticut que prohibía solicitar donaciones a caridades o a causas religiosas sin la aprobación del secretario del consejo de la beneficencia pública del condado. Se les declaró culpables en tribunales de Connecticut, y R. D. Cantwell escribe: “El caso fue apelado por la Sociedad y pasó al Tribunal Supremo de los Estados Unidos . . . el fallo de culpabilidad fue revocado y se declaró que el estatuto de Connecticut que exigía un permiso para ofrecer literatura religiosa en venta, o aceptar donaciones para una causa religiosa, era anticonstitucional según se aplicaba a los testigos de Jehová. ¡Otra victoria para el pueblo de Jehová!”

      Pero los testigos de Jehová perdieron un caso importante en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos por un fallo de cinco contra cuatro el 8 de junio de 1942. Fue el de Jones contra Ciudad de Opelika. Este caso tuvo que ver con la obra con las revistas en la calle e hizo surgir la pregunta de si Rosco Jones había sido correctamente hallado culpable de violar un reglamento de Opelika, Alabama, por “vender libros” sin haber obtenido licencia ni pagado impuesto de oficio.

      UN “DÍA DE VICTORIAS” PARA EL PUEBLO DE DIOS

      Entonces vino el 3 de mayo de 1943. Bien pudiera ser llamado un “día de victorias” para los testigos de Jehová. ¿Por qué? Porque doce de trece casos fueron entonces decididos a favor de ellos. Sobresaliente fue el caso de impuesto por licencia de Murdock contra Pensilvania. Esta decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos revocó su propia posición en el caso de Jones contra Ciudad de Opelika. En la decisión Murdock el Tribunal sostuvo: “Sin embargo, se alega que el hecho de que el impuesto por licencia pueda suprimir o controlar esta actividad no es importante si no lo hace. Pero eso es desatender la naturaleza de este impuesto. Es un impuesto por licencia... un impuesto general sobre el ejercicio de un privilegio concedido por la Declaración de Derechos. No se le permite a un estado imponer un impuesto por el disfrute de un derecho que la constitución federal otorga.” Acerca del caso Jones, se dijo: “El fallo en Jones contra Opelika ha sido rescindido hoy. Libres de ese precedente controlador, podemos restaurar a su puesto elevado y constitucional las libertades de los evangelizadores viajeros que diseminan sus creencias religiosas y los credos de su fe por medio de la distribución de literatura.” La decisión favorable Murdock acabó con la inundación en cuanto a casos de impuestos por licencia que tenían que ver con el pueblo de Jehová.

      Sus esfuerzos han tenido un efecto en la ley. Correctamente se ha dicho: “Es claro que las garantías constitucionales actuales respecto a la libertad personal, como éstas han sido interpretadas autoritativamente por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, son mucho más amplias de lo que eran antes de la primavera de 1938; y la mayor parte de este ensanchamiento se halla en los treinta y un juicios de los Testigos de Jehová (dieciséis opiniones de decisiva importancia) de los cuales Lovell contra Ciudad de Griffin fue el primero. Si ‘la sangre de los mártires es la simiente de la Iglesia,’ ¿cuánto debe la Ley Constitucional a la persistencia militante —o tal vez debo decir la devoción— de este extraño grupo?”—Minnesota Law Review, tomo 28, núm. 4, mar. de 1944, pág. 246.

      CHUSMAS VIOLENTAS NO PUEDEN ACALLAR A LOS ALABADORES DE JEHOVÁ

      Mientras los testigos de Jehová peleaban batallas jurídicas por la libertad de adoración y su derecho a predicar las buenas nuevas, en el campo a veces se enfrentaban a chusmas violentas. Sin embargo, esto no era algo que no tuviera paralelo, porque Jesucristo mismo tuvo experiencias de esa clase. (Luc. 4:28-30; Juan 8:59; 10:31-39) El fiel Esteban sufrió martirio a manos de una muchedumbre encolerizada.—Hech. 6:8-12; 7:54–8:1.

      La asamblea cristiana que se celebró por todo el mundo del 23 al 25 de junio de 1939 fue considerada por maleantes como una oportunidad para importunar al pueblo de Dios. Conexiones radiotelefónicas vincularon la ciudad de Nueva York, la ciudad clave, con otros lugares de asamblea en los Estados Unidos, Canadá, las Islas Británicas, Australia y Hawai. Mientras se anunciaba el discurso de J. F. Rutherford “Gobierno y paz,” los siervos de Jehová se enteraron de que grupos de la Acción Católica tenían planes de evitar que se celebrara la reunión pública el 25 de junio. Por eso, el pueblo de Dios estuvo listo para las dificultades. Blosco Muscariello nos dice: “Como Nehemías al construir la muralla de Jerusalén y suplir a sus hombres con instrumentos de construcción e instrumentos de pelea (Neh. 4:15-22), nosotros estábamos armados así. . . . Algunos de nosotros los jóvenes recibimos instrucciones especiales como acomodadores. A cada uno se nos suplió un bastón fuerte para usarlo si surgía alguna interferencia durante el discurso principal.” Pero R. D. Cantwell añade: “Se nos dio la instrucción de no usarlo a menos que fuera asunto de que se nos acorralara en una defensa final.”

      Aunque por lo general no se sabía, el hermano Rutherford se hallaba en mala salud cuando subió a la plataforma en el Madison Square Garden de la ciudad de Nueva York aquel domingo 25 de junio de 1939 por la tarde. Pronto comenzó el discurso. Entre los que llegaron tarde estuvieron unos 500 seguidores del clérigo católico romano Charles E. Coughlin, famoso “sacerdote del aire” de los años treinta, cuyas transmisiones regulares eran escuchadas por millones de personas. Puesto que el nivel inferior del auditorio había sido reservado y llenado con los Testigos, los seguidores de Coughlin, incluso sacerdotes, tuvieron que ocupar una sección superior del palco detrás del orador.

      “No se estaba fumando en ningún otro lugar en el auditorio,” escribió un corresponsal de Consolación, “pero dieciocho minutos después de empezar el discurso un hombre a la izquierda y hacia el frente de esta muchedumbre encendió un cigarrillo, y entonces otro a la derecha y hacia el frente encendió uno; entonces las luces eléctricas de solamente esta sección fueron apagadas y prendidas de nuevo súbitamente, y entonces solamente en esta sección hubo abucheos, gritos y rechiflas.” “Me quedé tensa,” dice la hermana Broad, esposa de Edward Broad, “esperando que la confusión se esparciera por todo el Garden. Pero al pasar unos momentos vi que la dificultad estaba limitada a un grupo que estaba directamente detrás del discursante. ‘¿Qué hará él?’ me pregunté. Parecía imposible que alguien continuara hablando mientras se arrojaban cosas a la plataforma y sin saber si en cualquier momento alguien se llevaba el micrófono.” Esther Allen recuerda que el aire se llenó de “gritería desenfrenada y expresiones de ‘¡Heil Hitler!’ ‘¡Viva Franco!’ y ‘¡Maten a ese maldito Rutherford!’”

      ¿Cedería el enfermo hermano Rutherford ante aquellos enemigos violentos? “Mientras más alzaban la voz para ahogar la voz del discursante, más fuerte se hacía la voz del juez Rutherford,” dice la hermana A. F. Laupert. Aleck Bangle declara: “El presidente de la Sociedad no tuvo miedo, sino que valerosamente dijo: ‘A los nazis y a los católicos les gustaría disolver esta reunión, pero por la gracia de Dios no pueden hacerlo.’” “Aquélla era la oportunidad que necesitábamos para romper en vigoroso aplauso, dando al discursante nuestro apoyo entusiástico,” escribe Roger Morgan y añade: “El hermano Rutherford se mantuvo firme hasta el fin de la hora. Más tarde nos emocionábamos cada vez que tocábamos grabaciones de aquella conferencia en los hogares de la gente.”

      C. H. Lyon nos dice: “Los acomodadores hicieron bien su trabajo. Dos de los más inquietos coughlinistas fueron golpeados en la cabeza con un bastón, y todos ellos fueron echados sin ceremonia rampa abajo y fuera del auditorio. Uno de los coughlinistas recibió alguna publicidad en un diario sensacionalista la mañana siguiente, pues imprimieron una fotografía de él con la cabeza vendada, como si tuviera un turbante.”

      Tres Testigos que servían de acomodadores fueron arrestados y acusados de “ataque alevoso.” Fueron sometidos a juicio ante tres jueces (dos católicos romanos y un judío) del Tribunal de Sesiones Especiales de la Ciudad de Nueva York el 23 y 24 de octubre de 1939. En el tribunal se mostró que los acomodadores habían entrado en la sección del Madison Square Garden donde había estallado la perturbación con el propósito de remover a los perturbadores. Cuando los alborotadores atacaron a los acomodadores, éstos resistieron y trataron firmemente con algunos del grupo radical. Los testigos de la parte actora hicieron muchas declaraciones contradictorias. El tribunal no solo declaró libres de culpa a los tres acomodadores. También decidió que los Testigos acomodadores habían obrado dentro de su derecho.

      LA GUERRA MUNDIAL ALIMENTA LAS LLAMAS DE LA VIOLENCIA

      En la asamblea de 1939 de los testigos de Jehová había estallado la violencia de chusmas. Pero las llamas de la violencia contra ellos todavía serían alimentadas de modo que alcanzaran mayor intensidad a medida que el mundo entrara en la guerra. No sería sino hasta fines de 1941 cuando los Estados Unidos declararían la guerra a Alemania, Italia y Japón, pero el espíritu del nacionalismo era vigoroso por todo el país mucho antes de eso.

      Durante aquellos primeros meses de la II Guerra Mundial, Jehová Dios hizo una sobresaliente provisión para su pueblo. En su número del 1 de noviembre de 1939, The Watchtower presentó un artículo intitulado “Neutralidad,” que se publicó en español en La Atalaya de marzo de 1940. Como texto básico tenía estas palabras de Jesucristo acerca de sus discípulos: “No son del mundo, tal como yo no soy del mundo.” (Juan 17:16, King James Version) Ese estudio bíblico de la neutralidad cristiana, al venir cuando vino, preparó a los testigos de Jehová de antemano para los difíciles tiempos que se acercaban.

      AMENAZA DE INCENDIO PREMEDITADO EN LA HACIENDA DEL REINO

      La Hacienda del Reino, cerca de South Lansing, Nueva York, desempeñaba bien su servicio de suministrar frutas, vegetales, carne, leche y queso a los miembros del personal de la oficina central de la Sociedad. David Abbuhl trabajaba en la Hacienda del Reino cuando la paz y serenidad de este lugar fue perturbada allá en 1940. “En la víspera del Día de la Bandera, el 14 de junio de 1940,” dice el hermano Abbuhl, “un viejo que acostumbraba pasar diariamente por allí de camino a comprar su whisky en la taberna de South Lansing nos indicó que la gente del pueblo y los de la Legión Americana tenían un plan de quemar nuestros edificios y destruir nuestras máquinas.” Esto se le notificó al alguacil.

      Finalmente el enemigo se presentó en la escena. John Bogard, que era entonces el siervo de la hacienda, una vez dio esta descripción gráfica de la dificultad: “Alrededor de las seis de la tarde se comenzaron a juntar las pandillas, un auto tras otro, hasta que hubo treinta o cuarenta autos llenos de gente. El alguacil y sus hombres llegaron y comenzaron a detener a los choferes de los autos y examinar sus licencias y advertirles en contra de cualquier movimiento contra la Hacienda del Reino. Siguieron viajando de ida y vuelta a lo largo de la carretera que estaba enfrente de nuestra propiedad hasta altas horas de la noche, pero la presencia de la policía los mantuvo en la carretera y frustró su plan de destruir la hacienda. Fue una noche sumamente excitante para todos nosotros los que estábamos en la hacienda, pero nos hizo recordar vívidamente la garantía de Jesús a sus seguidores: ‘Serán objetos de odio de parte de toda la gente por causa de mi nombre. Y con todo no perecerá ni un cabello de sus cabezas.’—Luc. 21:17, 18.”

      Así fue que se evitó este ataque con el cual se había amenazado y el incendio premeditado. Se calcula que 1.000 automóviles, llevando posiblemente 4.000 hombres, habían venido de todos los sectores del occidente del estado de Nueva York para destruir la propiedad de la Hacienda del Reino de la Sociedad... pero inútilmente. Dice Kathryn Bogard: “Su propósito fracasó, y algunas de las mismísimas personas que componían la chusma son hoy Testigos ellas mismas, ¡sí, hasta están en el ministerio de tiempo cabal!”

  • Estados Unidos de América (Parte 3)
    Anuario de los testigos de Jehová para 1975
    • Estados Unidos de América (Parte 3)

      ESTALLA LA VIOLENCIA EN LITCHFIELD

      Para aproximadamente el mismo tiempo en que la Hacienda del Reino había sido objeto de una amenaza de ataque e incendio premeditado, estallaron dificultades contra los testigos de Jehová en Litchfield, Illinois. “De alguna manera los alborotadores de Litchfield se enteraron de nuestros planes de modo que cuando sí entramos en aquel lugar para trabajar el pueblo ya nos estaban esperando,” recuerda Clarence S. Huzzey. “El sacerdote local tocó las campanas de la iglesia como señal y ellos empezaron a recoger a los hermanos... y llevarlos a la cárcel local. Algunos de los hermanos fueron golpeados malamente y la chusma hasta amenazó con quemar la cárcel. Algunos de los de la chusma hallaron los automóviles de los hermanos y comenzaron a demolerlos... hasta convertirlos en basura.”

      Walter R. Wissman dice: “Los hermanos, después de haber sido golpeados por la chusma, fueron llevados rápidamente en grupo a la cárcel local por la patrulla estatal de las carreteras para su propia protección. A cierto hermano, Charles Cervenka, lo derribaron al suelo cuando rehusó saludar la bandera, y le empujaron la bandera contra el rostro, y lo patearon y golpearon gravemente en la cabeza y el cuerpo. Fue el más gravemente golpeado y herido de los hermanos y nunca se recuperó completamente de la golpeadura. Murió pocos años después. Él dijo más tarde que mientras lo golpeaban pensó para sí que se alegraba mucho de que esto le estuviera sucediendo a él y no a uno de los hermanos más nuevos porque él sabía que él podía aguantarlo, mientras que quizás uno más nuevo se hubiera debilitado y hubiera transigido.”

      “El pueblo de Litchfield se enorgulleció mucho de su logro,” recuerda el hermano Wissman. “De hecho, varios años después, cuando habían entrado ya los años cincuenta, Litchfield tuvo una celebración de centenario con carrozas que pintaban los sucesos sobresalientes de los cien años de historia de la ciudad. Una de estas carrozas conmemoraba la asonada de 1940 contra los testigos de Jehová. Los funcionarios de la ciudad consideraban que esto era un acontecimiento memorable de su historia. ¡Que Jehová les dé su recompensa!”

      SÚPLICAS QUE NO FUERON OÍDAS

      Tan serios y numerosos fueron los ataques violentos contra los testigos de Jehová que el subsecretario de justicia de los Estados Unidos, Francis Biddle, y la Sra. Eleanor Roosevelt (esposa del presidente Franklin D. Roosevelt) hicieron llamamientos públicos para que se descontinuaran aquellos actos. De hecho, el 16 de junio de 1940, el mismo día del incidente de Litchfield, durante una transmisión por radio a través de una cadena de costa a costa de la National Broadcasting Company, Biddle declaró:

      “A los testigos de Jehová los han atacado y golpeado repetidas veces. No habían cometido ningún crimen; pero la chusma juzgó que sí lo habían cometido; y suministró el castigo de la asonada. El ministro de justicia ha mandado que se haga una investigación inmediata de estos ultrajes.

      “El pueblo tiene que estar alerta y vigilante, y ante todo ser sereno y cuerdo. Puesto que la violencia de las chusmas hará infinitamente más difícil la tarea del gobierno, no será tolerada. No venceremos el mal de los nazis emulando sus métodos.”

      Pero esas súplicas no detuvieron el oleaje de hostilidad contra los testigos de Jehová.

      INTERRUPCIÓN DE REUNIONES CRISTIANAS

      Durante aquellos años turbulentos, a veces se atacó a los cristianos de los Estados Unidos mientras estaban reunidos pacíficamente para recibir instrucción bíblica. Eso sucedió, por ejemplo, en Saco, Maine, durante 1940. En cierta ocasión, mientras los testigos de Jehová estaban en su Salón del Reino de un segundo piso preparándose para presentar una conferencia bíblica grabada, una chusma de 1.500 a 1.700 se formó, según Harold B. Duncan. Él recuerda claramente que había un sacerdote con ellos, sentado en un automóvil enfrente del salón. “El individuo del taller [adyacente] de reparación de radios puso todo aparato de radio que pudo en el volumen más alto para que no se pudiera oír el discurso,” dice el hermano Duncan, y añade: “Entonces la chusma empezó a arrojar piedras contra las ventanas. La policía en traje civil usaba linternas eléctricas para señalar con rayos de luz las ventanas que se habían de apedrear. El cuartel de la policía estaba a solo cuadra y media o manzana y media de distancia. Fui dos veces a aquel lugar y les informé lo que estaba sucediendo. Dijeron: ‘¡Cuando saluden la bandera americana les daremos ayuda!’ La chusma rompió a pedradas 70 [vidrios pequeños de las ventanas] del salón, y una piedra del tamaño de mi puño, que por poco le da en la cabeza a la hermana Gertrude Bob, le arrancó un trozo de esquina a la pared enyesada.”

      También estalló violencia de chusmas durante la asamblea de 1942 en Klamath Falls, Oregón. Según Don Milford, los alborotadores cortaron los alambres telefónicos por los cuales estaba transmitiéndose un discurso desde otra ciudad de asamblea, pero un hermano que tenía una copia del discurso inmediatamente tomó control de la situación y el programa siguió adelante. Finalmente, la chusma irrumpió en el salón. Los Testigos se defendieron y cuando la puerta se cerró de nuevo uno de los atacantes —“un hombre grande y poderoso”— estaba inconsciente dentro del edificio. Era un agente de la policía y se le tomó una fotografía con su placa identificadora al lado de la cara. “Llamamos a la Cruz Roja,” dice el hermano Milford, “y ellos enviaron dos mujeres con una camilla y se lo llevaron. Más tarde se le oyó decir: ‘Yo no pensaba que ellos iban a pelear.’” La policía rehusó ayudar a los Testigos, y pasaron más de cuatro horas antes que la chusma fuera disuelta por la milicia estatal.

      ATAQUES DURANTE LA OBRA CON LAS REVISTAS EN LA CALLE

      Aunque en algunas localidades los agentes de la policía no protegían a los testigos de Jehová, ciertamente no sucedía así en todo caso. Por ejemplo, años atrás, mientras L. I. Payne trabajaba en la calle con las revistas en Tulsa, Oklahoma, notó que siempre había un policía a la vista. “Por eso,” dice el hermano Payne, “cierto día le pregunté por qué estaba siempre tan cerca. Dijo que aunque tenía que abarcar un territorio grande, estaría en aquella vecindad porque no iba a dejar que nadie me echara de allí o me golpeara. Había leído en cuanto a cómo los pueblecitos estaban tratando a los Testigos y no podía ver por qué nadie querría estorbar esta obra.”

      La realidad fue que los siervos de Jehová a menudo fueron atacados por chusmas violentas mientras participaban en testificar en las calles con The Watchtower (La Atalaya) y Consolation (Consolación). Por ejemplo, George L. McKee dice que semana tras semana en una comunidad de Oklahoma chusmas que variaban de 100 a mucho más de 1.000 hombres enfurecidos atacaban a los Testigos que participaban en la obra con las revistas en las calles. El alcalde, el jefe de la policía y otros funcionarios no suministraban ninguna protección. Según el hermano McKee, por lo general los alborotosos eran dirigidos por un médico prominente y líder de la Legión Americana, primo de Belle Starr, una notoria bandida. Primero, unos secuaces borrachos comenzaban a perturbar. Entonces venía la chusma, armada con tacos de billar, palos, cuchillos, hachas de carnicero y pistolas. ¿Con qué objetivo? Echar del pueblo a los Testigos. Pero cada sábado los proclamadores del Reino determinaban de antemano por cuánto tiempo participarían en la obra en las calles y, aunque la chusma se reunía rápidamente, los hermanos lograban completar el tiempo que se habían fijado. Se colocaban muchas revistas con los que iban de compras.

      Cierto sábado unos quince Testigos fueron atacados. “Nos dimos cuenta de que teníamos que depender de Jehová Dios y del buen juicio para escapar con nuestra propia vida,” dice el hermano McKee, y continúa: “Sin darnos advertencia alguna, comenzaron a atacar a tres de nosotros los hermanos con sus cuchillos y palos. . . . Con nuestros brazos rotos, cráneos partidos y otros daños, fuimos a cuatro diferentes médicos de la comunidad, pero todos rehusaron darnos el tratamiento que necesitábamos. Tuvimos que viajar a una comunidad a ochenta kilómetros de allí para que un doctor compasivo nos administrara su servicio. Golpes y sentimientos pronto ganaron y volvimos a la esquina de la calle el siguiente sábado con las buenas nuevas del Reino. Este espíritu dominó durante todos los tiempos difíciles que experimentamos en lo intenso de la persecución.”

      FURIA EN CONNERSVILLE

      Notables entre los actos de violencia de chusmas fueron incidentes que ocurrieron en 1940 en Connersville, Indiana. Ciertas cristianas que estaban siendo sometidas a juicio allí fueron acusadas falsamente de “conspiración y amotinamiento.” Mientras el hermano Rainbow, un siervo de zona, y Victor y Mildred Schmidt salían del edificio del tribunal el primer día del juicio, unos veinte hombres se lanzaron contra el auto de ellos, los amenazaron de muerte y trataron de volcar el vehículo.

      El último día del juicio, el fiscal usó más para incitar a un alboroto que para presentar su caso el tiempo de que disponía; a veces habló directamente a hombres armados que estaban en el edificio. Para las nueve de la noche vino el veredicto... “Culpables.” Entonces estalló una tempestad de violencia. La hermana Schmidt dice que ella y su esposo Victor, que era uno de los abogados encargados del caso, junto con otros dos hermanos, fueron separados de los otros Testigos y atacados por una chusma de doscientas a trescientas personas. Nos dice:

      “Casi inmediatamente, nos vimos bombardeados por una lluvia de toda clase de frutas, vegetales y huevos. Más tarde se nos dijo que los de la chusma habían descargado un camión entero lleno de estas cosas sobre nosotros.

      “Tratamos de correr a nuestro auto, pero nos cerraron el paso y nos empujaron a la carretera que llevaba hacia fuera de la ciudad. Entonces la chusma se abalanzó sobre nosotros; golpearon con los puños a los hermanos y a mí me propinaron un golpe en la espalda, con el efecto de sacudirme violentamente la cabeza hacia atrás. Para entonces, una tormenta había estallado en toda su furia. La lluvia caía a torrentes y el viento azotaba furiosamente. Sin embargo, la furia de los elementos era insignificante en comparación con la furia de esta chusma enloquecida por los demonios. Debido a la tormenta, muchos corrieron a sus autos y manejaban al lado de nosotros, gritando y maldiciéndonos y siempre incluyendo el nombre de Jehová en sus maldiciones. ¡Oh, cómo hería nuestro corazón aquello!

      “Pero a pesar de la tormenta, parecía como si hubiera por lo menos cien hombres a pie hostigándonos. En una ocasión un automóvil en que venían hermanos, y manejado por la hermana Jacoby (ahora la hermana Crain) de Springfield, Ohio, trató de rescatarnos, pero la chusma casi derribó el auto y le dio patadas y trató de abrir sus puertas. Esto hizo que arreciaran los golpes contra nosotros cuando la chusma nos apartó del automóvil. Los hermanos se vieron obligados a seguir adelante sin nosotros. Empujándonos adelante mientras la tormenta continuaba sin abatir, la chusma seguía gritando y repitiendo: ‘¡Échenlos al río! ¡Échenlos al río!’ Este sonsonete incesante puso terror en mi corazón y cuando nos acercábamos al puente para cruzar el río el sonsonete súbitamente cesó. En poco tiempo estuvimos de hecho al otro lado del puente. ¡Era como si los ángeles de Jehová hubieran cegado a la chusma en cuanto a dónde estábamos! Pensé: ‘¡Ay, Jehová, gracias!’

      “Entonces los grandes y fornidos miembros de la chusma empezaron a golpear de nuevo a los hermanos. ¡Qué duro es ver que se golpea a una persona a quien uno ama! Cada vez que golpeaban a Victor, él tambaleaba, pero nunca caía. Estos golpes eran golpes de horror para mí . . .

      “Vez tras vez se me acercaban desde atrás y me daban aquel empujón rápido que me sacudía violentamente la cabeza hacia atrás. Finalmente nos vimos separados de los dos hermanos y mientras caminábamos con los brazos fuertemente enlazados, Victor dijo: ‘No hemos sufrido lo que sufrió Pablo. No hemos resistido hasta el derramamiento de sangre.’ [Compare con Hebreos 12:4.]

      “Estaba muy oscuro y se estaba haciendo tarde (después supe que eran las once de la noche, aproximadamente). Habíamos salido de los límites de la ciudad y estábamos casi exhaustos cuando súbitamente un automóvil se detuvo muy cerca de nosotros. Una voz familiar dijo: ‘¡Rápido! ¡Entren!’ ¡Oh, aquí estaba aquel excelente joven precursor, Ray Franz, rescatándonos de esta violenta chusma! . . .

      “Otra vez, todos sentimos que los ángeles de Jehová habían cegado al enemigo de modo que no nos vieran entrar en el auto. Aquí en el automóvil, a salvo de la chusma, estaban el estimado hermano Rainbow y su esposa y otros tres. De alguna manera, aquel pequeño automóvil tuvo espacio para todos nosotros, ocho personas. Fue el sentir de todos nosotros que los ángeles de Jehová habían evitado que el enemigo nos viera entrar en el auto. La chusma todavía estaba violentamente agitada contra nosotros, sin señal de dejarnos ir. ¡Parecía como si Jehová con sus brazos amorosos hubiera extendido las manos a nosotros y nos hubiera rescatado! Más tarde aprendimos que después que los dos hermanos fueron separados de nosotros habían hallado refugio en un montón de heno hasta que unos hermanos los encontraron temprano por la mañana. Uno de los hermanos había sido herido seriamente por un objeto que habían arrojado contra él.

      “Llegamos a casa como a las dos de la mañana empapados y fríos, puesto que la tormenta había puesto fin a una ola de calor y traído consigo aire frío. Nuestros hermanos y hermanas nos atendieron, y hasta cerraron cinco heridas que habían sido abiertas en el rostro de Victor. ¡Cuánto agradecimos estar recibiendo el amoroso cuidado de nuestros queridos hermanos!”

      A pesar de experiencias graves de esa índole, Jehová sostiene y fortalece a sus siervos. “Así,” dice la hermana Schmidt, “habíamos pasado otra clase de prueba que Jehová nos había ayudado misericordiosamente a soportar y ‘dejar que el aguante tuviera completa su obra.’”—Sant. 1:4.

      OTROS ACTOS DE CRUELDAD DE CHUSMAS

      Muchos fueron los actos de violencia de chusmas que tuvieron como blanco a los testigos de Jehová. En diciembre de 1942 en Winnsboro, Texas, varios testigos de Jehová fueron atacados por una chusma mientras trabajaban en las calles con las revistas. Entre los Testigos estuvo O. L. Pillars, siervo para los hermanos (superintendente de circuito). Al acercarse la chusma, los Testigos concluyeron que no podían trabajar en la calle en medio de aquellas circunstancias. Por eso comenzaron a dirigirse a su automóvil. “En medio de la calle principal, en su automóvil con altavoz, estaba el predicador bautista, C. C. Phillips,” recuerda el hermano Pillars. “Él había estado predicando acerca de Cristo y la crucifixión, pero tan pronto como nos vio cambió de sermón. Empezó a vociferar y rabiar en cuanto a que los testigos de Jehová no querían saludar la bandera. Dijo que él se alegraría de morir por la bandera y que todo el que no saludaba la bandera debería ser echado del pueblo. Cuando pasamos su camión, vimos que desde el frente tenía otra chusma hacia nosotros. Pronto nos rodearon y nos mantuvieron allí hasta que el jefe de la policía de la ciudad apareció y nos arrestó.”

      Más tarde, la chusma entró en la oficina del jefe de la policía, que no hizo ningún esfuerzo por proteger a los Testigos. La chusma se apoderó de ellos. En la calle, sobre el hermano Pillars, entre otros, llovieron puñetazos. “En ese momento,” dice el hermano Pillars, “experimenté la ayuda más extraordinaria. Me estaban golpeando terriblemente. De mi nariz, rostro y boca salía sangre, pero yo sentía poco o ningún dolor. Aun en aquel tiempo me maravillé de este hecho y pensé que era una manifestación de ayuda angelical. . . . Para mí esto explicaba cómo nuestros hermanos alemanes habían aguantado fielmente lo más intenso de la persecución nazi sin vacilar.”

      Al hermano Pillars lo golpearon repetidamente hasta que perdió el sentido, entonces lo revivificaron y golpearon de nuevo. Finalmente, no pudiendo hacer que recobrara el sentido, la chusma lo empapó de agua fría y trató de hacerle saludar una bandera de cinco centímetros por diez, según él, “la única bandera que estos grandes ‘patriotas’ pudieron encontrar.” Mientras la mantenían en alto, también le levantaban el brazo, pero él dejaba que la mano colgara, mostrando que no iba a saludar. Pronto le pusieron una soga alrededor del cuello, lo halaron violentamente hacia el suelo y lo arrastraron a la cárcel. Con dificultad les oyó decir: “Vamos a colgarlo de una vez. Entonces nos habremos librado de estos Testigos para siempre.” Poco tiempo después trataron de hacer precisamente eso. El hermano Pillars escribe: “Me pusieron la nueva soga de cáñamo de un centímetro alrededor del cuello, y me hicieron el nudo de ejecución detrás de la oreja, y me arrastraron a la calle. Después lanzaron la soga sobre un tubo que sobresalía del edificio. Cuatro o cinco miembros de la chusma comenzaron a halar la soga. Mientras me elevaban del suelo, la soga se apretó y yo perdí el sentido.”

      Lo siguiente de que tuvo consciencia el hermano Pillars fue que estaba de nuevo en la cárcel sin calefacción. Un médico lo examinó y dijo: “Si se quiere que este muchacho viva, hay que llevarlo al hospital, porque ha perdido mucha sangre y sus ojos se han dilatado.” A esto el alguacil respondió: “No he visto diablo más terco que éste.” “¡Cómo me animaron aquellas palabras,” dice el hermano Pillars, “porque me dieron seguridad de que no había transigido!”

      Cuando el doctor se fue, los miembros de la chusma desfilaron por la cárcel fría y sin luz. Prendieron cerillos para verle la cara al hermano Pillars, y él les oyó preguntar: “¿No está muerto todavía?” Alguien respondió: “No, pero se morirá.” Frío hasta los huesos y calado de agua, el hermano Pillara trataba de evitar los temblores del frío, esperando que pensaran que había muerto. Finalmente se fueron y todo quedó en silencio. Al fin la puerta se abrió, miembros de la Policía Estatal de Texas entraron, y el hermano Pillars fue llevado en ambulancia al hospital de Pittsburg, Texas. Había estado a merced de la chusma por seis horas. Pero, ¿qué había sucedido cuando lo colgaron? ¿Por qué estaba vivo todavía? “Tarde al día siguiente me enteré de la respuesta a esas preguntas,” dice el hermano Pillars, y añade:

      “A mi cuarto de prisión en el hospital de Pittsburg donde me recuperaba vino el hermano Tom Williams. Él era un abogado local de Sulphur Springs y un verdadero luchador a favor de la justicia. Se había esforzado inútilmente por hallarme hasta que amenazó con demandar al pueblo. Entonces le revelaron que estaba en el hospital. ¡Qué bueno fue ver el rostro de un hermano! Entonces me dijo que por todo el pueblo se sabía... ¡me habían colgado pero la soga se rompió!

      “Más tarde, cuando la F.B.I. hizo una investigación oficial y esto llevó a una pesquisa por jurado para determinar si había motivo para procesar, un grupo de pentecosteses estuvieron dispuestos a testificar. Dijeron: ‘Hoy son los testigos de Jehová. ¡Mañana seremos nosotros!’ Cuando describieron el ahorcamiento dijeron: ‘Lo vimos colgando de la soga. Entonces se rompió. Cuando vimos que la soga se rompió, supimos que el Señor la había roto.’”

      El alguacil y otros oficiales cruzaron, huyendo, la frontera del estado. Por eso, nunca se les sometió a juicio. El hermano Pillars se recuperó y regresó a su obra de siervo para los hermanos en aquella zona.

      AGUANTANDO CRUEL PERSECUCIÓN

      “¡Yo nunca podría aguantar una persecución tan cruel!” quizás exclame usted. No, no por su propia fortaleza. Pero Jehová puede hacerlo fuerte si usted aprovecha las provisiones que él hace para que uno se edifique espiritualmente ahora. La razón principal para la persecución tiene que ver con la cuestión de la soberanía universal. En realidad, Satanás desafió a Dios, alegando que ninguna criatura humana permanecería fiel a Jehová si el Diablo la sometía a una prueba. ¡Qué privilegio es mantener integridad a Dios, y así probar que Satanás es un mentiroso y apoyar el lado de Jehová en la cuestión!—Job 1:1–2:10; Pro. 27:11.

      En los años que han pasado desde aquellos días turbulentos de muchos ataques de chusmas a los testigos de Jehová en los Estados Unidos, el pueblo de Dios ha comprendido con claridad cada vez mayor que es necesario que dependan plenamente de Jehová. Aunque se defienden y defienden a sus amados en armonía con los principios cristianos, no se arman con armas mortíferas a la espera de un ataque. (Mat. 26:51, 52; 2 Tim. 2:24) Más bien, reconocen que ‘las armas de su guerrear no son carnales.’—2 Cor. 10:4; vea La Atalaya, 15 de octubre de 1968, páginas 633-638.

      ASAMBLEA TEOCRÁTICA EN SAINT LOUIS

      La humanidad estaba en los dolores de la II Guerra Mundial y rabiaba la persecución contra el pueblo de Dios. Pero ‘Jehová de los ejércitos estaba con ellos.’ (Sal. 46:1, 7) Él se encargó de que tuvieran amplias provisiones en sentido espiritual. Muy notable en cuanto a esto fue la Asamblea Teocrática de los Testigos de Jehová en Saint Louis, Misuri, del 6 al 10 de agosto de 1941.

      Los siervos de Jehová estaban muy deseosos de estar presentes en aquella asamblea. Por eso, hubo muchos de ellos viajando por las carreteras en dirección a Saint Louis. “Pronto aprendimos,” dice la hermana A. L. McCreery, “que todos los Testigos ponían una revista [La Atalaya o Consolación en inglés] en la ventana del automóvil para identificarse; de modo que hicimos lo mismo. Todo el viaje fue uno de saludar con la mano a personas a quienes nunca habíamos visto que nos pasaban, pero sabíamos que eran nuestros hermanos por sus sonrisas y sus saludos.”

      A pesar de que recibieron presión de la Acción Católica y de los Veteranos de las Guerras Extranjeras, la administración del lugar de asamblea, The Arena, rehusó cancelar el contrato para el uso de este establecimiento por los testigos de Jehová. Sin embargo, las iglesias católicas circularon propaganda que hizo que muchos amos de casa cancelaran el uso de las habitaciones que iban a alquilar al pueblo de Dios. “Las monjas iban de casa en casa diciéndole a la gente que no alquilara sus habitaciones a los testigos de Jehová,” dice Robert E. Rainer. Por eso, al llegar a Saint Louis, “hubo tantos Testigos sin alojamiento que se hizo necesario hacer colchones y rellenarlos para que pudieran dormir allí en el terreno de la Arena,” según Margaret J. Rogers.

      Acerca del problema del alojamiento, el hermano G. J. Janssen y su esposa declaran: “Durante la asamblea el periódico publicó una fotografía de una madre Testigo y su criatura durmiendo de noche sobre el césped en los terrenos de la asamblea. Aquello cambió la situación. Los residentes locales, de corazón más blando que sus falsos maestros, empezaron a hacer llamadas al departamento de alojamiento para decir que sus habitaciones extras estaban disponibles para los Testigos.” No pasó mucho tiempo antes que se estuvieran ofreciendo habitaciones por telegrama, llamadas telefónicas, cartas, visitas personales y otros medios. Hasta en las calles la gente detenía a los publicadores del Reino y les ofrecía alojamiento.

      Algunos Testigos, al llegar, se dirigieron a la Ciudad Teocrática

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir