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Creyentes en la buena suerteLa Atalaya 1965 | 15 de febrero
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judíos, muchos fanáticos radicales, sembradores de sedición contra el dominio romano, buscadores inquietos de innovación en toda esfera de la vida. Las legiones romanas bajo Cestio Galo fueron despachadas finalmente en el año 66 E.C. para reprimir la rebelión y castigar a los ofensores. Sus ejércitos penetraron en los suburbios de Jerusalén esparciendo estrago, pero la mayor parte de los habitantes se retiró tras los muros de la ciudad y se preparó para el sitio. Las masas de la gente alegremente hubieran abierto las puertas a Cestio. Sin embargo, un grupo de revolucionarios extremados estaba en control, y ellos no querían aceptar la capitulación. Los ejércitos enemigos cercaron la ciudad. Luego vino un acontecimiento sumamente inesperado, como lo registra Josefo: “Así, pues, Cestio, sin saber los ánimos del pueblo, ni la desesperación de los cercados, hizo retraer su gente, y sin alguna esperanza, muy desacordada e injustamente, sin algún consejo partió.”2
SEÑAL DE ADVERTENCIA PASADA POR ALTO
¡Cuán orgullosamente regocijados deben haber estado los judíos por esta victoria aparente! Sin duda asumieron que Jehová había estado con ellos y que ésta era otra evidencia de que estaban justificados en esperar que les fuera bien. De hecho, deberían haber estado dando atención a la urgente advertencia de Jesús: “Entonces [cuando hubieran visto a Jerusalén cercada de ejércitos] los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella; porque éstos son días para hacer justicia, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.” (Luc. 21:21, 22) Solo unos cuantos miles de personas, seguidores del despreciado Jesús de Nazaret y los pocos en quienes ellos influyeron, hicieron caso de la señal de advertencia de los ejércitos acampados en cerco y huyeron a las montañas de Galaad al otro lado del Jordán tan pronto como se retiraron las tropas de Cestio.
Por otra parte, los judíos infieles y supersticiosos se adhirieron a su ciudad y templo santos, mientras que otras multitudes se mudaron allí desde lugares rurales por miedo de esperadas represalias por los romanos. De hecho, al tiempo de la Pascua en el año 70 E.C. una inmensa muchedumbre de toda Palestina aumentó la población mucho más allá de lo normal. En ese momento las legiones del general Tito sitiaron la ciudad. El historiador relata que Tito determinó “cercar de muro la ciudad. Porque de esta manera estaría cerrado el paso y todas las partes, porque los judíos no saliesen. . . . Fuéles quitada a los judíos la licencia y facultad que tenían de salir, y con esto perdieron la esperanza de alcanzar salud ni poder salvarse.”3
Josefo refiere que, en un punto crítico, al tratar los romanos de capturar el collado del templo, judíos fanáticos, agotados por el hambre y los ardores del sitio, todavía efectuaron un esfuerzo desesperado por salvar de profanación su casa santa. La desesperación, entremezclada con una creencia desenfrenada en que de alguna manera Jehová en el último instante intervendría y pelearía por ellos, los galvanizó para ataques furiosos contra los invasores. Pronto, sin embargo, contra el deseo expreso de Tito, el templo se halló en llamas, y como lo expresa Josefo: “De esta manera, pues, fué quemado el templo contra la voluntad de Tito.”4 Debe haber sido una vista melancólica para los judíos que todavía sobrevivían el ver su glorioso lugar santo reducido a un armazón de piedra ennegrecida llena de los restos carbonizados y humeantes de todos los hermosos muebles de cedro tallados.
En breve la entera ciudad se halló a merced de los romanos. Más de un millón de judíos había perecido, ya sea en la lucha o en el hambre ocasionada por el sitio. Unos 97,000 cautivos fueron embarcados como esclavos a Egipto y otros lugares lejanos. Padres, que habían aguantado la miseria de ver que irremediablemente sus hijitos se consumían y morían de inanición, ahora también tuvieron que sufrir la angustia de que los hijos sobrevivientes les fueran arrancados y fueran enviados en esclavitud con poca esperanza de alguna reunión futura. Cuán terriblemente exacta había sido la profecía por Jesús: “¡Ay de las mujeres que estén encintas y de las que den de mamar en aquellos días! Porque habrá gran necesidad sobre la tierra e ira sobre este pueblo; y caerán a filo de espada y serán llevados cautivos a todas las naciones.” (Luc. 21:23, 24) ¿Dónde estaba ahora su estado favorecido con Dios—para esperar que les fuera bien?
Entonces Josefo informa que “mandóles Tito [a sus legiones] que acabasen de destruirla toda y todo el templo también . . . La imprudencia y locura de los revolvedores del pueblo y de los que amaban innovar las cosas [judíos fanáticos, rebeldes], fué el fin y destrucción de Jerusalén, ciudad muy principal y de gran nombre, loada y predicada entre todos los hombres del mundo.”5 Verdaderamente, no se dejó allí ni una piedra sobre piedra, así como Jesús había advertido. Aun los vasos sagrados y los muebles, todo aquello de que pudo apoderarse, se lo llevó el enemigo para adornar la procesión de victoria del general Tito en Roma.
¿CUAL ES NUESTRA POSICIÓN?
No obstante, todavía en nuestra era crítica, se oye decir a la gente: ‘No hay nada que podamos hacer sino solo esperar que nos vaya bien.’ Son meros creyentes en la Buena Suerte. ¡Cuán necio es el permitirnos la idea vana de que hemos tenido suerte por haber nacido en determinada raza o nación; que estamos a salvo mientras permanezcamos adheridos a alguna organización religiosa grande e imponente; que nuestra nación en particular es la superior, la favorita de los dioses, con un glorioso destino en el futuro! ¿Es nuestro caso mejor que el de los judíos? Sus ventajas les fallaron. Tuvieron que presenciar la disolución de su sueño de un glorioso destino en cascajo y ceniza por desobedecer a Dios.
El derrotero sabio es hacer inventario de nuestra posición y determinar cómo podemos huir, separarnos, de un sistema de cosas que está condenado a la destrucción, como lo hicieron aquellos seguidores fieles de Cristo que abandonaron a Jerusalén al tiempo oportuno. Ellos fueron los que sobrevivieron y los que pudieron conseguir consuelo por la expectativa que despertó Jesús cuando agregó a su profecía: “Y Jerusalén será pisoteada por las naciones, hasta que se cumplan los tiempos señalados de las naciones.” (Luc. 21:24) En vez de adorar en los altares de la Buena Suerte y el Destino, debemos dirigirnos al único Dios Creador, Jehová, y adorarlo en espíritu y en verdad, porque él es quien puede reemplazar y reemplazará el dominio corrompido de las naciones con su glorioso dominio del Reino, que será para la bendición de los hombres y mujeres de toda raza y nación que le temen y obran justicia.—Hech. 10:34, 35.
REFERENCIAS
1 Guerras de los Judíos, Libro VI, cap. vi, pág. 150.
2 Íb., Libro II, cap. xxiv, págs. 282, 283.
3 Íb., Libro VI, caps. xiii y xiv, págs. 188-190.
4 Íb., Libro VII, cap. x, pág. 232.
5 Íb., Libro VII, cap. xviii, pág. 256.
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Ládano–digno regalo para un gobernanteLa Atalaya 1965 | 15 de febrero
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Ládano–digno regalo para un gobernante
◆ Este fue uno de los excelentes productos que Jacob dijo a sus hijos que le llevaran como regalo al que en Egipto era gobernante principal después de solamente Faraón. (Gén. 43:11) El ládano, confundido a veces con la mirra, es una goma aromática, producto de una plantita arbustiva de hermosas flores conocida como jara. Las grandes flores del arbusto se parecen a la rosa silvestre. El ládano es la goma que exuda de las hojas y tallos de los arbustillos. Es blando, pardo oscuro o negro y tiene un olor de delicado y fragante aroma y sabor amargo. Se usa en perfumes y, hace algún tiempo, también se usaba extensamente en la medicina.—Gén. 37:25.
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