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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1970 | 1 de julio
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funerales eclesiásticos porque querían estar cerca de la familia inmediata y apoyarla. De modo que han ido a la funeraria, al funeral eclesiástico y luego hasta el sepulcro. Quizás hayan podido hacer todo eso sin personalmente cometer ningún acto de religión falsa. Por supuesto, hay peligros espirituales al ir a cualquier lugar de adoración falsa.
Es verdad que la esposa cristiana cuyo esposo es incrédulo y que quiere que ella asista a un funeral eclesiástico pudiera considerar el ejemplo de Naamán. Él fue el general sirio que fue curado de lepra al bañarse siete veces en el río Jordán por mandato del profeta Eliseo. Debido a esta curación milagrosa Naamán resolvió jamás adorar a ningún otro dios que no fuera Jehová. Pero le sería difícil hacer eso porque todavía estaba al servicio de su rey. Ayudaba al rey acompañándolo por todas partes, de modo que tendría que entrar con él en la casa del dios pagano Rimón. Quizás hasta tendría que ayudar al rey a inclinarse. De modo que pidió que Jehová Dios lo perdonara y no tomara esto en cuenta contra él. Naamán, que se había hecho adorador verdadero de Jehová, no estaba adorando él mismo a este dios falso; solo estaba allí bajo órdenes.—2 Rey. 5:1-19.
Y así sucede con la esposa cristiana que tiene un esposo incrédulo. Si su esposo insistiera en que en cierta ocasión ella lo acompañara a un funeral eclesiástico de un pariente o de un amigo de la familia es posible que a ella le pareciera que podría actuar de una manera semejante a la de Naamán... estar presente en aquella ocasión pero no participar en ningún acto de religión falsa. Pero quedaría con ella decidir ir o no. Tendría que resolver el conflicto entre el respetar los deseos de su esposo y el obedecer a Jehová, y seguir los dictados de la conciencia de ella, entrenada por la Palabra de Dios.—1 Ped. 3:16.
Sí, su conciencia estaría envuelta en el asunto. ¿Por qué? Porque otros podrían verla, a una testigo de Jehová, entrar en la iglesia, y eso podría hacerlos tropezar. Por lo tanto ella tendría que considerar esa posibilidad. Como escribió el apóstol Pablo: “Que se aseguren de las cosas más importantes, para que estén exentos de defectos y no estén haciendo tropezar a otros hasta el día de Cristo.”—Fili. 1:10.
Sería mejor el que una esposa en ese caso tratara de explicar su posición a su esposo. Ella haría bien en escoger una ocasión en la cual él estuviera descansado y en buen estado de ánimo, aprovechando la lección de la reina Ester, y luego prudentemente tratar de explicar por qué a ella le parece que no podría asistir a un funeral eclesiástico como el que se va a celebrar. Entre otras cosas, ella podría indicar que si asistiera y no participara en las ceremonias podría hacer muy incómodos a otros, y especialmente a su esposo. Así, es posible que el esposo incrédulo concuerde con ella, por amor a su esposa, por respeto a los escrúpulos religiosos de ella y por un deseo de evitar una situación incómoda.—Est. 5:1-8.
Pero, ¿ofendería uno a la familia acongojada por no asistir? Solo la ofendería si uno pasara por alto la muerte enteramente. No habría necesidad de que uno hiciera eso. Uno podría hacer cosas para mostrar su pésame y que está interesado en ayudar. Podría ir a la funeraria de antemano, expresar sus condolencias a la familia y ofrecer ayuda práctica. Podría llevar alimento a la casa si hubiera necesidad de ello, o preparar una comida allí para la familia o cuidar a los niños, librando a los adultos temporalmente de esa responsabilidad. Entonces la familia no consideraría desamorosa a la persona simplemente porque no asistió al funeral eclesiástico.
Así, pues no es necesario que un cristiano se sienta obligado a ir a un funeral eclesiástico de otra organización religiosa, donde puede haber la tentación de ceder a la presión y hacer lo mismo que otros, cuando todos lleven a cabo algún acto de religión falsa. Así también se puede evitar el peligro de ejecutar un acto de apostasía y de ese modo desagradar a Jehová Dios. Pero cada uno tiene que decidir por sí mismo sobre la base de las circunstancias y de su propia conciencia.
● ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que “no es admisible que un profeta sea destruido fuera de Jerusalén”?—J. B., EE. UU.
Algún tiempo después de la Pascua de 32 E.C. “Jesucristo comenzó a mostrar a sus discípulos que él tenía que ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas de parte de los hombres de mayor edad y de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto.” (Mat. 16:21) Él sabía de antemano que iba a ser condenado a muerte y muerto en Jerusalén y sus alrededores, no en Corinto, Roma, Samaria o alguna otra ciudad. Había sido enviado a la casa de Israel, y moriría en la ciudad capital de los judíos.—Mat. 15:24.
Más tarde en aquel mismo año lunar judío Cristo se refirió de nuevo a su muerte cercana en Jerusalén y dijo: “No es admisible que un profeta sea destruido fuera de Jerusalén [o “lejos de Jerusalén,” NR]. Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que son enviados a ella,... ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos . . . , pero ustedes no quisieron! ¡Miren! Su casa se les deja abandonada a ustedes.”—Luc. 13:33-35.
Aunque a Jerusalén se le podía llamar la “que mata a los profetas,” al decir que no era admisible que un profeta fuera muerto fuera de Jerusalén Jesús no pudo haber querido decir que ningún profeta judío jamás había sido muerto en otro lugar. Según Josefo, Juan el Bautista fue decapitado en Maquerunte, en el lado de Perea del mar Muerto. Evidentemente, el punto que Jesús estaba recalcando era que era apropiado y habría de esperarse que si los judíos iban a matar a un profeta, y especialmente al Mesías, sería en Jerusalén.
Una razón para esto era que Jerusalén era la ubicación del Sanedrín o tribunal supremo de setenta y un miembros. Según la ley de Dios, el que fuera profeta falso habría de morir. (Deu. 18:20) La Mishna judía explica: “No era condenado a muerte ni por el tribunal que estaba en su propia ciudad ni por el tribunal que estaba en Jabne, sino que era traído al Gran Tribunal [Sanedrín] que estaba en Jerusalén.” (Sanedrín, sec. 11, párr. 4) Por eso, puesto que el Sanedrín solo se reunía en Jerusalén, y era ante este cuerpo que se juzgaba, se condenaba y se mataba a los profetas “falsos,” Jesús pudo hacer el comentario que hizo, sabiendo que los líderes religiosos judíos no lo aceptaban como profeta verdadero de Dios.
Además, Isaías predijo que el Mesías sería traído como oveja al degüello. (Isa. 53:7) Juan el Bautista llamó a Jesús “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Juan 1:29) ¿Dónde, entonces, sería el lugar apropiado para que Jesús fuera sacrificado como cordero, como el cordero de la Pascua? (1 Cor. 5:7) ¿No sería en Jerusalén, donde se ofrecían los sacrificios regulares a Dios y donde se degollaba el cordero de la Pascua? Sí, y esto nos da otra razón lógica para que Jesús señalara a Jerusalén como la ubicación de su muerte.
Como resultaron las cosas, lo que Jesús dijo resultó cierto. Fue llevado ante el Sanedrín en Jerusalén y condenado. Y fue allí en Jerusalén, un poco más allá de los muros de la ciudad, donde murió.
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19 de julio: Defensores leales de la Palabra de Dios, y Manifestando lealtad a Jehová y su Palabra, §1-6. Página 393. Cánticos que se usarán: 10, 65.
26 de julio: Manifestando lealtad a Jehová y su Palabra, §7-35. Página 400. Cánticos que se usarán: 108, 69.
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