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  • Identificando al Mesías
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • había de venir por medio del linaje de David.—Juan 7:42; Mat. 22:42.

      El registro cuádruplo de los Evangelios muestra que Jesucristo llenó los requisitos concernientes al linaje del Mesías, el lugar de su nacimiento y el tiempo de su venida. (Luc. 2:10-16; 3:23-34) Y lo que es más, en ocasiones él admitió que era el Mesías. Así fué que en respuesta a la mujer que estaba junto al pozo de Sicar, la cual había dicho: “Yo sé que Mesías viene, el cual se llama Cristo,” Jesús respondió: “Yo el que le hablo a usted soy él.” De igual manera, cuando el sumo sacerdote le preguntó a Jesús: “¿Eres tú el Cristo el Hijo del Bendito?” Jesús contestó: “Lo soy.”—Juan 4:25, 26; Mar. 14:61, 62.

      Miqueas había profetizado que el Mesías tenía una existencia prehumana y Jesús testificó repetidamente en cuanto a ello. Él sostuvo que había descendido desde lo alto y que había existido antes que Abrahán fuera. (Juan 3:13; 8:58) Si él hubiera sido un embaucador o impostor, ¿pudiera haber efectuado tales milagros como sanar a los enfermos, echar fuera demonios, dar órdenes a los elementos y hacer que le obedecieran, resucitar a los muertos, etc.? Todo esto seguramente constituía amplia prueba de que el poder de Dios respaldaba a Jesús en sus afirmaciones de ser Su Hijo y el Mesías.

      Con razón la gente decía: “Cuando llegue el Cristo [Mesías], él no ejecutará más señales que las ejecutadas por este hombre, ¿verdad?” Por eso fué que él pudo decir a sus seguidores: “Crean debido a las obras mismas.” Sí, tal como Dios le dió a Moisés credenciales para que su pueblo creyera que Jehová de veras había aparecido a Moisés y lo había comisionado, así también Jehová le dió poder a Jesucristo para ejecutar innumerables milagros de magnitud asombrosa de modo que los judíos tuvieran motivo para creer que Jesús en realidad era el Mesías prometido, “el Hijo del Dios vivo,” como Pedro tan confiadamente lo identificó.—Juan 7:31; 14:11; Mat. 16:16.

      Dios había predicho que el camino sería preparado delante del Mesías, una profecía que Juan el Bautista cumplió. (Mal. 4:5, 6; Mat. 17:12, 13) A medida que Jesús continuó en su ministerio se cumplieron más y más profecías concernientes a él, entre las cuales estuvieron la de su entrada triunfal en Jerusalén y la venta de él por treinta monedas de plata. (Zac. 9:9; 11:12; Mat. 21:4, 5; 26:15) La profecía del capítulo 53 de Isaías tuvo un cumplimiento notable y detallado en Jesús: él fué despreciado y rechazado, cargó con las flaquezas de otros, fué enjuiciado y condenado falsamente, fué contado entre los pecadores, murió una muerte de sacrificio, fué sepultado con los ricos, etc. Véanse Mateo 8:17; 27:12-14, 38, 57-60; Marcos 15:1-15; Juan 1:29; 12:38.

      POR QUÉ NO SE LE RECONOCIÓ

      En vista de todos estos pasajes bíblicos y hechos que identifican a Jesús como el Mesías, ¿por qué no lo reconoció la nación de Israel, y especialmente por qué no lo reconocieron los líderes religiosos de aquella nación? Ante todo, que se advierta que el que la nación no pudiera identificarlo no debería causarle sorpresa a ningún judío que esté familiarizado con la historia de su pueblo, porque las Escrituras Hebreas vez tras vez dan testimonio de que este pueblo era una nación porfiada. (Éxo. 32:9; Deu. 9:6; 2 Cró. 30:8) Desde el tiempo en que se les llamó y sacó de Egipto hasta su restauración después del cautiverio babilónico el registro de ellos es uno de repetidas apostasías, de no poner atención a las instrucciones de Dios y de perseguir a los profetas que les envió. (2 Cró. 36:15, 16) Ya que maltrataron a los esclavos del gran Dueño de la viña, Jehová Dios, de la manera en que lo hicieron, no sorprende el que dieran muerte maliciosamente a su Hijo, aun como Jesús mostró en una ilustración.—Mat. 21:33-46.

      Otra cosa: el clero del día de Jesús había llegado a tan gran deterioro que era hipócrita y amador del dinero, dos características que estorbaban el identificar a Jesús como el Mesías. Así como Jesús les dijo: “¿Cómo pueden ustedes creer, cuando están aceptando gloria unos de otros y no están buscando la gloria que proviene del único Dios?” Cuando él puso de manifiesto el egoísmo de ellos se les hizo más difícil considerar la evidencia objetivamente, ¡y por lo tanto trataron de hallar amparo acusando a Jesús de hacer sus obras por medio del poder de Satanás el Diablo!—Juan 5:44; Mat.12:22-31.

      Hay todavía otra razón por la cual estos líderes religiosos no reconocieron a su Mesías. Enfadados e irritados de estar bajo el yugo romano, buscaban ansiosamente a un Mesías que los libertara de tal yugo. ¿No predecía Isaías que “el dominio estará sobre su hombro,” y que “del aumento de su dominio y de su paz no habrá fin”? Más que eso, ¿no había predicho Isaías también que el Mesías sería un gobernante muy sabio y justo, que él destruiría a todos los inicuos y que todas las naciones jurarían lealtad a él? Seguro que sí lo había dicho.—Isa. 9:6, 7; 11:1-10, Mod.

      ‘PARA TODO UN TIEMPO SEÑALADO’

      Bien, entonces, ¿se contradice la Palabra de Dios, o se pronunció parte de ella en vano? Ni lo uno ni lo otro. Es obvio que tales profecías contrastantes no podrían cumplirse al mismísimo tiempo. Necesariamente, por lo tanto, aquí aplica esta regla de Dios, a saber: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para cada asunto debajo de los cielos.”—Ecl. 3:l.

      Las Escrituras muestran que era el propósito de Dios en el principio hacer que toda la tierra llegara a ser un paraíso. (Gén. 1:26-28) También muestran que este propósito se realizará al cabo mediante el reinado del Mesías. Esto, sin embargo, implica dos venidas del Mesías, el Hijo de Dios, cada una para un propósito separado y distinto. La primera venida, o más bien “presencia,” se efectuó desde 29 hasta 33 d. de J.C. En ese tiempo Jesús vino como hombre humilde, dió testimonio al nombre de su Padre, demostró su integridad bajo prueba y murió por los pecados de la humanidad. Al hacer eso probó que era digno de ser Mesías el Rey y suministró una base legal para librar a toda la humanidad de la incapacidad que se debe al pecado de Adán. Después que Jesús había logrado estos propósitos Dios lo resucitó de entre los muertos y lo ensalzó soberanamente.—Juan 18:37; Heb. 5:8; Mat. 20:28; Fili. 2:9.

      Poco antes de su muerte Jesús no sólo les dijo a sus seguidores que él volvería, sino que también les dió una profecía detallada por medio de la cual podría identificarse el tiempo de su vuelta. Esa vuelta o segunda presencia ha de ser con el propósito de realizar el cumplimiento de todas las gloriosas profecías concernientes a su reinado, las cuales los judíos de su día erróneamente pensaban que él debería haber cumplido en su primera presencia.—Mateo, capítulo 24; Marcos, capítulo 13; Lucas, capítulo 21.

      Durante muchos siglos los judíos se han sentido obligados a prestarle apoyo al error que sus líderes cometieron en el primer siglo, cuando rechazaron al Mesías. Ahora, sin embargo, la tendencia es reconocer a Jesús como uno de sus profetas. Tal punto de vista no es sino lógico, ya que absolutamente ningún otro hombre ha afectado tan profundamente a la humanidad para bien como lo hizo Jesús. Pero ¿basta con eso? No. Para sacar completo provecho del reinado del Mesías es preciso que también reconozcamos como ciertas sus aseveraciones: que él es el Hijo de Dios en un sentido singular; que él tuvo una existencia prehumana; que murió como sacrificio por nuestros pecados; que su profecía de que él sería resucitado de entre los muertos de veras se cumplió.

      Los ateos, agnósticos, deístas, clérigos modernistas, judíos y musulmanes que profesan reconocer las cualidades de Jesús como gran maestro y filántropo pero que se niegan a reconocer como ciertas las cosas que él aseveró, son inconsistentes. Las cosas que él afirmó y que se citaron en el párrafo anterior o son verídicas o él era un necio que se había engañado a sí mismo o un farsante; en cualquiera de estos últimos dos casos él no podría haber sido un gran maestro y filántropo. No podemos admitir las dos maneras de ver el asunto. La Palabra de Dios no deja lugar a dudas.

      Sí, Jesús no sólo ha ‘dejado un modelo para nosotros para que sigamos cuidadosamente sus pisadas,’ sino que él es también nuestro medio de ganar la vida eterna; porque “no hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre bajo el cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual hayamos de ser salvos.” Jesucristo es el prometido Mesías.—1 Ped. 2:21; Hech. 4:12.

  • Diocleciano intentó destruir el cristianismo
    La Atalaya 1958 | 15 de mayo
    • Diocleciano intentó destruir el cristianismo

      JESÚS dijo a sus seguidores: “Si ellos me han perseguido a mí, los perseguirán también a ustedes.” Desde tiempos muy antiguos el Diablo ha empleado varios medios para apartar a los hombres de la adoración de Jehová Dios. Él ha usado sutilmente el materialismo, despertando en ellos el deseo de tener las cosas del mundo o la aprobación de los hombres, entremezclando esto con oposición violenta cuyo intento es infundir terror en el corazón de los que todavía estuvieran firmes; y si esto no los desviara, entonces mediante la violencia él ha procurado destruirlos, aun como en el caso de Cristo Jesús.—Juan 15:20; Pro. 29:25.

      Después del empalamiento de Cristo la congregación cristiana fué colmada de persecución tanto de parte del pueblo como del gobierno. Persecuciones severas se encendieron en varias localidades y luego se apagaron. Pero en el cuarto siglo, bajo el gobierno del emperador romano Diocleciano, por todo el imperio se lanzó un programa inspirado por los demonios con el objeto de extirpar todo vestigio del cristianismo. Una medalla de Diocleciano da testimonio de la purga, pues lleva esta inscripción: “El nombre de los cristianos se está extinguiendo.”1

      Los efectos del cristianismo no podían pasar desadvertidos en el mundo romano. La adoración verdadera es más que una mera forma de devoción; afecta todo el modo de vivir de los que la practican. Y los que se adhieren a ella creen en ella y hablan persuasivamente a otros acerca de ella. “Los sacerdotes paganos, por lo tanto, debido a temores bien fundados de que el cristianismo esparciera por todas

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