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La visión de la paz anhelada¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
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Evidentemente Wilson creía con fervor evangélico en su misión de establecer paz en la Tierra. El escritor Charles L. Mee declara: “En cierto punto, él dejó asombrados a Lloyd George y Clemenceau al explicar cómo la Liga o Sociedad de Naciones establecería una hermandad entre los hombres aunque la cristiandad no había podido lograrlo. ‘¿Por qué —recuerda Lloyd George que Wilson dijo— no ha logrado Jesucristo hasta ahora inducir al mundo a seguir Sus enseñanzas en estos asuntos? Se debe a que Él enseñó el ideal sin idear ningún medio práctico de alcanzarlo. Por eso estoy proponiendo un plan práctico para realizar las metas de Él’”. (The End of Order, Versailles 1919.)
Wilson ciertamente recibió ánimo de muchos sectores. Josephus Daniels, secretario de la Marina de los Estados Unidos, recibió la publicación del proyecto del pacto de la Sociedad de Naciones con el siguiente elogio: “El proyecto de la Sociedad de Paz es casi tan sencillo como una de las parábolas de Jesús y casi tan iluminador y animador. Es tiempo de que repiquen las campanas de las iglesias, de que los predicadores se pongan de rodillas, de que los hombres de estado se regocijen, y de que los ángeles canten: ‘¡Gloria a Dios en las supremas alturas!’”.
La Sociedad de Naciones y la Iglesia Católica
¿Se pusieron de rodillas los predicadores? Algunos ciertamente fueron prontos a aclamar esta Sociedad como la solución divina a los problemas de la humanidad. El papa Benedicto XV casi había atraído toda la atención pública a expensas de Wilson en agosto de 1917 cuando, de acuerdo con el escritor John Dos Passos, instó a las naciones en guerra para que “negociaran una paz sin victoria, basándose más o menos en los términos establecidos en los discursos pronunciados por Wilson antes que los Estados Unidos entraran en la guerra”. Pero a Wilson le parecía que estaba demasiado ocupado en hacer guerra para prestar atención al papa... es decir, hasta que recibió una carta importante de Colonel House, su ayudante principal. Esta declaró:
“He quedado tan impresionado con la importancia de la situación que lo estoy molestando de nuevo [...] creo que usted tiene la oportunidad de sacar las negociaciones de paz de entre las manos del papa y tomarlas en sus propias manos”.
Wilson tomó rápidamente medidas para asegurarse de no perder la iniciativa. La visión de la Sociedad de Naciones fue de él, no del papa. Y era él quien debía llevar el proyecto a su culminación.
No obstante, la Iglesia Católica dio su apoyo a la Sociedad de Naciones. El cardenal Bourne, arzobispo católico de Westminster hasta fines de 1934, declaró: “Recuerde que la Sociedad de Naciones, a pesar de sus imperfecciones, está llevando a cabo el deseo de la Iglesia Católica a favor de la paz, y realizando los deseos de nuestro Santo Padre, el papa”.
“La Sociedad de Naciones tiene sus raíces en el Evangelio”
El clero protestante tampoco vaciló en apoyar dicha Sociedad. El periódico The New York Times del 11 de enero de 1920, informó: “Las campanas de las iglesias de Londres han estado repicando esta noche en celebración de la conclusión de la paz con Alemania y el nacimiento oficial de la Sociedad de Naciones”.
Un folleto publicado en Inglaterra bajo el título The Christian Church and the League of Nations declaró: “La Iglesia Cristiana de Gran Bretaña apoya a la Sociedad de Naciones. He aquí una Afirmación hecha por los arzobispos de Canterbury y York, treinta y cinco obispos diocesanos de Inglaterra, el moderador de la Iglesia de Escocia, y representantes oficiales de todas las Iglesias Libres de Inglaterra:
”Estamos convencidos:
”1) De que Dios en este tiempo está haciendo un llamamiento a las naciones del mundo para que aprendan a vivir como una sola familia;
”2) De que la maquinaria de cooperación internacional proporcionada por la Sociedad de Naciones [...] ofrece los mejores medios disponibles para aplicar los principios del Evangelio de Cristo para poner fin a la guerra, para proporcionar justicia y para organizar la paz”.
Antes de lo susodicho, en diciembre de 1918, el Concilio Federal de las Iglesias de Cristo de América emitió una declaración en la que se dijo en parte: “Como cristianos instamos el establecimiento de una Sociedad de Naciones Libres en la venidera Conferencia de Paz. Dicha Sociedad no es un mero expediente político; es más bien la expresión política del Reino de Dios en la Tierra”. (Las cursivas son nuestras.) Entonces procedió a decir: “Son muchas las cosas que la Iglesia puede contribuir y ganar. Puede dar una sanción poderosa por medio de impartir al nuevo orden internacional algo de la gloria profética del Reino de Dios. [...] La Sociedad de Naciones tiene sus raíces en el Evangelio”.
Si esta Sociedad verdaderamente tenía “sus raíces en el Evangelio” y era verdaderamente una “expresión del Reino de Dios”, entonces el destino de la Sociedad de Naciones se reflejaría tanto en el Evangelio como en el Reino. ¿Fue Wilson presuntuoso al creer que él era el instrumento de Dios para traer paz permanente a las naciones? Además, una pregunta aun más fundamental es: ¿Realmente tenía la Sociedad de Naciones el respaldo de Dios?
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Una visión rechazada¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
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Una visión rechazada
“DICHA Sociedad existe, pero ¿qué ha de ser? ¿Ha de ser una realidad, o un fraude?” Esta pregunta la hizo surgir el lord británico Robert Cecil, presidente del Comité Ejecutivo de la Unión de la Sociedad de Naciones. Sí, aunque a muchas personas se les hizo creer que esta Sociedad garantizaría la paz, otras expresaron graves dudas al respecto.
El conocido autor inglés Jerome K. Jerome escribió: “La Sociedad de Naciones ha llegado al mundo como un bebé que nace muerto. [...] Sus patrocinadores [...] nos invitan a su bautismo. [...] Esperaban a un nuevo Mesías. Parecen haberse convencido de que a fuerza de gritar mucho y postrarse pueden levantarlo de entre los muertos”. El Standard, de Londres, declaró: “Una Sociedad de Naciones en la que nadie cree, pero a la cual todos rinden servicio de labios, es simplemente un engaño, un engaño sumamente peligroso”.
Una voz disidente
En cambio, hemos visto cómo el clero acogió a la Sociedad de Naciones. Pero en medio del clamor religioso a favor de esta, en mayo de 1920 la revista La Atalaya en inglés publicó una denuncia inequívoca respecto a esta Sociedad, en la que se declaró: “Esta ha
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