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Al servicio de una causa nobleLa Atalaya 1980 | 1 de febrero
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necesidades de la gente, en cualquier lugar que vivan, no estriba en los planes de los hombres, sino únicamente en la solución que ofrece el reino de Dios.
El ver que tantas personas de mi propia raza reconozcan esto llena de gozo mi corazón. Pues en Nueva Zelanda, de los 6.500 Testigos que hay en el país, unos 1.000 son maoríes. Veintenas de éstos sirven de ancianos en la congregación cristiana, muchos de precursores, tres han servido de superintendentes de circuito y cinco han ido a Galaad y a lugares distantes para servir a sus semejantes en otros lugares. ¡Ah, qué magnífico será cuando, por medio de la administración del reino de Dios, toda la humanidad esté unida como una sola!
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¿Dónde opta usted por estar?La Atalaya 1980 | 1 de febrero
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Salmos
¿Dónde opta usted por estar?
LOS siervos devotos de Jehová Dios aprecian mucho el poder disfrutar de compañerismo con personas de su misma fe preciosa. Entre los israelitas, este aprecio se manifestaba en la forma de un deseo sincero de ir al santuario. ¿Le deleita sobremanera a usted también el adorar a Dios en compañía de otros?
El escritor del Salmo 84, un levita descendiente de Coré, puso el excelente ejemplo de querer estar entre los siervos fieles de Dios. Dijo: “¡Cuán amable es tu magnífico tabernáculo, oh Jehová de los ejércitos! Mi alma ha anhelado y también se ha consumido en su vivo deseo por los patios de Jehová. Mi propio corazón y mi mismísima carne claman gozosamente al Dios vivo. ¡Aun el pájaro mismo ha hallado una casa, y la golondrina un nido para sí, donde ella ha puesto sus polluelos... ¡tu magnífico altar, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío y Dios mío!”—Sal. 84:1-3.
Para el salmista, el santuario era “amable,” hermoso, sí, la cosa más atractiva por ser el lugar donde se adoraba a Jehová. La intensidad con que este levita expresó su deseo de estar en los patios del tabernáculo de Jehová nos recuerda que durante el tiempo del reino los levitas, en sus decenas de miles, vivían en las 48 ciudades que habían sido asignadas a ellos por toda la tierra de Israel. Solo una vez cada medio año una de las órdenes o divisiones de los levitas que no eran sacerdotes servía una semana entera en el templo. Por consiguiente, la mayor parte del año estaban en sus hogares individuales con sus familias en las ciudades de los levitas. Por otro lado,
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