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La humanidad... lo que le sucedió¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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sus mandamientos.” (1 Juan 5:3) Adán puso a un lado su amor a Dios para aliarse con Eva en la rebelión de ésta. Los atributos divinos que estos dos habían recibido ya no estaban en el debido equilibrio, sino que ahora estaban incompletos, imperfectos. Y, conforme a la advertencia de Dios, recibieron la sentencia de muerte, y pasaron a su prole la imperfección y la muerte.—Sal. 51:5; Rom. 5:12.
Sin embargo, hasta el día de hoy sus descendientes todavía tienen estos atributos divinos hasta cierto grado. Considere, por ejemplo, el deseo de tener conocimiento. Hasta un niñito tiene tremendos deseos de saber. Tan pronto como empieza a hablar, de su mente salen torrentes de preguntas. Quiere respuestas; desea con vehemencia asuntos en los cuales pensar. La interminable efusión de preguntas asombra a los adultos, a veces los desconcierta y exaspera, y por fin los deja agotados. Pero esa andanada de interrogantes tiene como propósito satisfacer una curiosidad natural y un gran deseo de conocimiento. ¿Por qué es esto así? ¿Por qué aquello? ¿Por qué, por qué, por qué? Finalmente, puede que el padre acosado grite en desesperación: “¡Ve pregunta a tu madre!” o la madre diga: “¡Ve pregunta a tu padre!” Pero no se debe ahogar esta curiosidad de los jóvenes, y los viejos no deben perderla. Nos lleva a satisfacer nuestra necesidad inherente de saber.
“Un hombre de conocimiento está reforzando el poder.” (Pro. 24:5) El conocimiento ha venido acumulándose hasta que ahora el hombre tiene poder para volar más alto y más rápidamente que cualquier ave, viajar en tierra con mayor velocidad que cualquier animal y superar a los peces en el agua. Puede ver y oír lo que está aconteciendo al otro lado de la Tierra. Ha ido a la Luna y regresado. El poder nos atrae irresistiblemente; observamos fascinados mientras una grúa eleva una bola de acero y con ella golpea vez tras vez el lado de un viejo edificio de ladrillos hasta que éste se deshace y cae estrepitosamente al suelo. La embestida de un rinoceronte, la carrera de un elefante en estampida por la selva, el relampagueo del rayo, el retumbar del trueno, la furia de una tempestad en el mar... ¡tal poder infunde en nosotros temor reverente!
Tenemos un sentido de justicia. Hasta los niños muestran sensibilidad en cuanto a la injusticia, y se molestan en gran manera cuando creen que no se les ha tratado justamente. Los adultos también se indignan, con razón, cuando sufren injusticia. En los cuentos queremos que la justicia triunfe. Queremos que el héroe salga ganador y que el villano se lleve su merecido. Solo es justo que seguemos lo que sembremos. Es justo y recto el que hagamos a otros lo que queremos que nos hagan a nosotros. (Gál. 6:7; Mat. 7:12) Hasta los que no tienen la ley de Dios poseen por naturaleza un sentido de lo correcto y lo incorrecto, y una conciencia que los acusa o excusa. Cuando hacemos algo incorrecto, nos sentimos culpables, tal como se sintieron Adán y Eva, que se escondieron cuando incurrieron en culpa.—Gén. 3:8-10.
Muchos desean sabiduría y tratan de conseguirla por medio de estudio y meditación. No se les ha programado con esta cualidad como parte inherente de ellos como sucede en el caso de muchas otras criaturas terrestres. Algunos animales poseen una sabiduría que asombra a los seres humanos. Por instinto realizan viajes migratorios, pasan el invierno o el verano en estado de letargo, hacen obras de construcción y participan en otras actividades que reflejan sabiduría. Como dice la Biblia: “Son instintivamente sabias.” (Pro. 30:24) Sin embargo, la humanidad está capacitada para conseguir conocimiento y usarlo de manera prudente. La meditación le permite adquirir discernimiento y entendimiento. De todas las criaturas terrestres, el hombre es el único que posee esta sabiduría flexible.
Jehová es un Dios de propósito, y es preciso que el hombre tenga propósito en la vida. Se siente afligido si no tiene propósito, si su vida no tiene significado. El hombre tiene que trabajar para lograr un propósito. El trabajo hace que el hombre se sienta útil. Dios hizo al hombre para que trabajara, le dio trabajo que hacer y lo puso “en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase.” La dádiva de Dios es que el hombre “vea el bien por todo su duro trabajo.” (Gén. 2:15; Ecl. 3:13) El trabajo refleja al trabajador; testifica en cuanto al valor de éste. Da satisfacción ver trabajo bien hecho, terminado, y que el propósito se haya logrado. Jehová pronunció muy buena su obra de creación, y para él fue refrescante terminarla.—Gén. 1:31; Éxo. 31:17.
Ante todo, la humanidad necesita amor. Hombres y mujeres necesitan amar y que se les ame. Sin amor, nos marchitamos por dentro. Los bebés que reciben buen cuidado físico pero que no reciben amor no se desarrollan bien, y a veces hasta mueren. Los adultos se sienten solos y sufren un decaimiento del ánimo y abatimiento si se les priva del amor. “El espíritu del hombre puede aguantar su dolencia; pero en cuanto al espíritu herido, ¿quién puede soportarlo?” (Pro. 18:14) El amor soporta todas las cosas y aguanta todas las cosas; sin amor gran parte de la vida se hace insoportable e inaguantable. (1 Cor. 13:7) En estos tiempos tan llenos de problemas, oímos hablar de escasez de muchas cosas, pero la peor escasez en la Tierra es la falta de amor. Los siquiatras dicen que esto explica la mayoría de las enfermedades mentales de hoy día.
Y con esto llegamos al siguiente paso en nuestro esfuerzo por hallar la respuesta a la pregunta: ¿Por qué es la humanidad como es? Cuando no se satisfacen las necesidades que fueron incorporadas en el hombre al tiempo de su creación, es inevitable que surjan dificultades. Según su diseño, el automóvil tiene ciertas necesidades. Si éstas no se satisfacen, el automóvil no funciona. Si no se satisfacen debidamente, quizás el automóvil funcione, pero no del modo apropiado. Así sucede con la humanidad. La primera pareja fue creada con ciertas cualidades que tenían que ser satisfechas, y la gente hoy día posee esos mismos atributos. Cuando esas necesidades no se satisfacen, o solo se satisfacen parcialmente, la increíble máquina humana no funciona correctamente. A veces se vuelve loca y hace cosas increíblemente inhumanas.
Las personalidades torcidas manifiestan las cualidades humanas con deformación, tal como los espejos curvos presentan reflejos grotescos de los cuerpos físicos. Los atributos divinos de justicia, amor, sabiduría, poder y otros todavía existen entre nosotros, pero en nuestro estado imperfecto ya no hay equilibrio en el funcionamiento de ellos. En cuanto a esas cualidades, la humanidad se ha desequilibrado.
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La humanidad... por qué hace las cosas como las hace¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... por qué hace las cosas como las hace
¿Está en sus genes? ¿En su ambiente? ¿Su libre albedrío? ¿Lo sabemos acaso de veras?
“¡ES CULPA de mis genes!” dice alguien en defensa de su mala acción. Es cierto que la herencia, o los genes, influyen en la conducta de la gente. La Biblia concuerda con eso: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.
“¡Se debe al ambiente en que vivo!” dice en tono suplicante otro que ha cometido un mal. El ambiente también es un factor. “El que está andando con personas sabias,” dice la Biblia, “se hará sabio, pero al que está
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