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La humanidad... ¿por qué es como es?¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... ¿por qué es como es?
La gente hace cosas buenas y cosas malas. Son una mezcla de lo bueno y lo malo. Muchas veces dan en el blanco y muchas veces yerran. Son individuos contradictorios, en los que hay lo amargo y lo dulce. ¿Por qué? ¿Qué hace que sean así? En realidad, ¿por qué es la humanidad como es? Esta serie acerca de la HUMANIDAD busca la respuesta.
¿QUÉ hace que un hombre entre en su casa un día y mate a balazos a su esposa y cuatro hijos? ¿Por qué pasa otro hombre toda la vida trabajando para atender a su familia?
Una persona vive una vida dedicada a servir a la humanidad, mientras que otra hace del delito y la violencia una profesión. Una da generosamente de lo suyo para aliviar el sufrimiento; otra, codiciosamente, acumula riquezas y crea dolor y miseria. Algunas personas dan a los pobres, mientras que otras culpan a los pobres de la indigencia en que viven. Un grupo se regocija en construir y crear. Otros sacan deleite vengativo de un vandalismo sin sentido. ¿Por qué son tan diferentes las acciones de las diferentes personas?
Además, ¿a qué se debe que la misma persona pueda a veces ser tan bondadosa y amorosa y en otras ocasiones ser tan cruel? Puede que use su conocimiento y el poder que resulta de éste para beneficiar a la humanidad, entonces dé la vuelta y emplee ese mismo conocimiento para hacer bombas que despedacen a mujeres y niños. Quizás algunos se sientan apenados por ello después, mientras que otros sean insensibles. ¿Por qué hay este conflicto interno, esta guerra entre la carne y el espíritu, esta condición en el hombre como si él fuera una casa dividida contra sí misma? ¿Ha heredado el hombre esta condición? ¿Se debe a su ambiente? ¿Hay dentro de la gente ciertas necesidades que, al no ser satisfechas, la impulse a cometer males? Y si se satisfacen estas necesidades, ¿permite eso que la gente haga el bien que quizás desee hacer?
El apóstol Pablo escribió acerca de este conflicto interno: “Lo que obro, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. No hago lo bueno que quiero; sino lo malo que no quiero, eso practico. En lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios; mas veo en mis miembros otra ley que combate contra la ley de mi mente.”—Rom. 7:15, 19, 22, 23, Versión Latinoamericana.
Santiago, un hermano de Jesús, escribió esto acerca de las contradicciones que hay en la humanidad: “La lengua, nadie de la humanidad puede domarla. Cosa ingobernable y perjudicial, está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos a Jehová, sí, al Padre, y no obstante con ella maldecimos a los hombres que han venido a existir ‘a la semejanza de Dios.’ De la misma boca salen bendición y maldición. No es correcto, hermanos míos, que estas cosas sigan ocurriendo de esta manera.”—Sant. 3:8-10.
Note la declaración acerca de haber venido a existir “a la semejanza de Dios.” ¿Qué significa eso? ¿Es ésa la clave para la respuesta a la pregunta: ¿Por qué es la humanidad como es?
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La humanidad... cómo empezó¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... cómo empezó
El saber cómo empezó la humanidad nos ayudará a entender lo que ha llegado a ser
HAY razones tanto lógicas como científicas para creer el relato de la Biblia sobre la creación de la primera pareja humana.a El primer capítulo de ese libro declara: “A la imagen de Dios lo creó [al hombre]; macho y hembra los creó.”—Gén. 1:27.
¿Qué significa tener existencia “a la imagen de Dios”? ¿Quiere decir que el primer ser humano se parecía a Dios en sentido físico? De ser así, eso significaría que el hombre o sus descendientes pudieran haber hecho una imagen esculpida que se pareciera a Dios. Pero no era posible tal cosa. Por eso Isaías preguntó: “¿A quién pueden ustedes asemejar a Dios, y qué semejanza pueden poner al lado de él?” La Biblia dice: “A Dios ningún hombre lo ha visto jamás.” Por eso, preguntamos de nuevo: ¿Qué significa tener existencia “a la imagen de Dios”?—Isa. 40:18; Juan 1:18.
Alguien puede observar a un muchacho y decir: “¡Es precisamente como su padre!” Pero es posible que el muchacho no se parezca a su padre, que no tenga la misma apariencia. Pero se asemeja a su padre de otras maneras, como en disposición, personalidad, aptitud mecánica, talento musical, agilidad física o cualidades morales. Puesto que tiene atributos parecidos a los de su padre, se dice que el muchacho es como su padre.
Es en este sentido que la primera pareja humana fue creada a la semejanza de Dios. Recibieron ciertos atributos que Dios posee. Esto explica por qué existe tan tremendo abismo entre el hombre y los animales inferiores. Con estas cualidades piadosas el hombre estaba equipado para ejercer dominio sobre los animales. Al hombre y a la mujer Dios dijo: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra.”—Gén. 1:28.
Macho y hembra los creó. ¿Diferentes? Obviamente diferentes. Diferentes en sentido físico. Diferentes en sentido mental. Diferentes en cuanto a emociones. Los hombres y las mujeres se sienten complacidos con estas diferencias. Esto hace que se complementen mutuamente. Fueron creados para ser complementos. (Gén. 2:18, 20) Había un aspecto en particular en que el hombre era a la imagen de Dios y la mujer no... en jefatura. (1 Cor. 11:3, 7) Tanto el hombre como la mujer compartían el estar a la semejanza de Dios en lo referente a poseer cada uno los atributos divinos que habían recibido al tiempo de su creación.
¿Cuáles son algunas de las cualidades de Dios que fueron incorporadas en la primera pareja humana? Algunas de esas cualidades las ponen de manifiesto las creaciones visibles de Dios. Romanos 1:20 declara esto: “Sus cualidades invisibles se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por medio de las cosas hechas.” Sin palabras o voz o habla, las obras de Dios en los cielos y en la Tierra declaran su gloria y reflejan sus atributos.—Sal. 19:1-4.
Ciertamente se perciben conocimiento y sabiduría en la Tierra y en las plantas y animales del planeta. ¿Y no siente uno el poder de Dios cuando lo sorprende una tronada? La infinita variedad de Sus creaciones da testimonio de que él es un obrero prolífico. Sus creaciones revelan que es un Diseñador supremo con un propósito en mira. Su cualidad de justicia se revela en esto: Diseñó a las criaturas con ciertas necesidades; con justicia, proveyó los medios para satisfacer esas necesidades. Él va más allá de lo que la justicia exige... en su amor, da sus bendiciones en profusión hasta a los inicuos. Jesús indicó esto: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen; para que demuestren ser hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre inicuos y buenos y hace llover sobre justos e injustos.”—Mat. 5:44, 45.
La primera pareja humana tenía estas cualidades, o podía adquirirlas. En este sentido fueron creados a la semejanza de Dios. Sin embargo, la historia muestra que la humanidad no siempre ha reflejado estos atributos, y no los refleja hoy. ¿Qué ha pasado? ¿Habrá dejado de estar a la semejanza de Dios?
[Nota a pie de página]
a Vea el libro ¿Llegó a existir el hombre por evolución, o por creación?, publicado por la Sociedad Watchtower Bible and Tract.
[Ilustración en la página 4]
Precisamente como su padre... pero no en apariencia
[Recuadro/Ilustración en la página 5]
ALGUNOS ATRIBUTOS DE DIOS DADOS A LOS PRIMEROS HUMANOS
JUSTICIA
“Todos sus caminos son justicia.”—Deu. 32:4.
PODER
“Él es el Hacedor de la tierra por su poder.”—Jer. 10:12.
AMOR
“Dios es amor.”—1 Juan 4:8.
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito.”—Juan 3:16.
SABIDURÍA
“Jehová mismo da la sabiduría.”—Pro. 2:6.
CONOCIMIENTO
“Dios de conocimiento es Jehová.”—1 Sam. 2:3.
PROPÓSITO
“Todo lo ha hecho Jehová para su propósito.”—Pro. 16:4.
TRABAJO
“¡Cuántas son tus obras, oh Jehová!”—Sal. 104:24.
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La humanidad... lo que le sucedió¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... lo que le sucedió
“El Dios verdadero hizo a la humanidad recta, pero ellos mismos han buscado muchos planes.” “Ellos han obrado ruinosamente por su propia cuenta; no son hijos de él, el defecto es de ellos mismos.”—Ecl. 7:29; Deu. 32:5.
EN ALGUNOS parques de atracciones hay espejos que son curvos y por lo tanto deforman las imágenes que reflejan. La gente se detiene frente a éstos y se ríe de lo que ve... la cabeza de ellos parece larga, el cuerpo corto y achaparrado, las piernas tres veces más largas de lo que realmente son. Al acercarse más al espejo, o al alejarse de él, las deformidades cambian, pero la imagen nunca refleja las verdaderas proporciones del cuerpo. Lloraríamos de desesperación si estas horribles deformidades fueran el verdadero reflejo de lo que somos. Pero como lo hacemos para divertirnos, primero adoptamos una postura y luego otra y nos reímos de las imágenes grotescas que vemos en el espejo. Todas las partes del cuerpo están allí, pero ¡qué deformes se ven!
Hay otra imagen de nosotros que no tiene las debidas proporciones, pero esta imagen es verdadera y no es cosa de risa. Es la imagen de lo que somos por dentro, en lo más recóndito de nuestro ser, “la persona secreta del corazón.” (1 Ped. 3:4) Esta imagen debería manifestar los atributos de Jehová Dios, en cuya semejanza el hombre fue creado originalmente. Todavía tenemos sus atributos, pero han llegado a estar desproporcionados, como los reflejos de nuestra imagen física en el espejo curvo.
Jehová Dios creó a la primera pareja humana con los atributos de él o con capacidad para desarrollarlos. Necesitaban las cualidades de justicia y amor, conocimiento y sabiduría, y el poder para trabajar con propósitos y metas. Se les asignó trabajo que daría a su vida propósito y significado, y se les creó con las aptitudes que les permitirían efectuar el trabajo. (Gén. 1:28; 2:15, 18) También poseían libre albedrío, de modo que podían escoger su propio derrotero.—Jos. 24:15.
A Adán y Eva se les creó rectos y se les informó sobre el proceder que significaría vida, pero ellos ‘buscaron otro plan, obraron ruinosamente por su propia cuenta, y se hicieron defectuosos.’ (Ecl. 7:29; Deu. 32:5) Dieron mal uso a su libertad de selección. Eva, en un esfuerzo egoísta por apropiarse de conocimiento, obró imprudentemente y desobedeció a Dios. Por esta desobediencia manifestó falta de amor a Aquel que le había dado la vida. “Esto es lo que el amor de Dios significa: que observemos sus mandamientos.” (1 Juan 5:3) Adán puso a un lado su amor a Dios para aliarse con Eva en la rebelión de ésta. Los atributos divinos que estos dos habían recibido ya no estaban en el debido equilibrio, sino que ahora estaban incompletos, imperfectos. Y, conforme a la advertencia de Dios, recibieron la sentencia de muerte, y pasaron a su prole la imperfección y la muerte.—Sal. 51:5; Rom. 5:12.
Sin embargo, hasta el día de hoy sus descendientes todavía tienen estos atributos divinos hasta cierto grado. Considere, por ejemplo, el deseo de tener conocimiento. Hasta un niñito tiene tremendos deseos de saber. Tan pronto como empieza a hablar, de su mente salen torrentes de preguntas. Quiere respuestas; desea con vehemencia asuntos en los cuales pensar. La interminable efusión de preguntas asombra a los adultos, a veces los desconcierta y exaspera, y por fin los deja agotados. Pero esa andanada de interrogantes tiene como propósito satisfacer una curiosidad natural y un gran deseo de conocimiento. ¿Por qué es esto así? ¿Por qué aquello? ¿Por qué, por qué, por qué? Finalmente, puede que el padre acosado grite en desesperación: “¡Ve pregunta a tu madre!” o la madre diga: “¡Ve pregunta a tu padre!” Pero no se debe ahogar esta curiosidad de los jóvenes, y los viejos no deben perderla. Nos lleva a satisfacer nuestra necesidad inherente de saber.
“Un hombre de conocimiento está reforzando el poder.” (Pro. 24:5) El conocimiento ha venido acumulándose hasta que ahora el hombre tiene poder para volar más alto y más rápidamente que cualquier ave, viajar en tierra con mayor velocidad que cualquier animal y superar a los peces en el agua. Puede ver y oír lo que está aconteciendo al otro lado de la Tierra. Ha ido a la Luna y regresado. El poder nos atrae irresistiblemente; observamos fascinados mientras una grúa eleva una bola de acero y con ella golpea vez tras vez el lado de un viejo edificio de ladrillos hasta que éste se deshace y cae estrepitosamente al suelo. La embestida de un rinoceronte, la carrera de un elefante en estampida por la selva, el relampagueo del rayo, el retumbar del trueno, la furia de una tempestad en el mar... ¡tal poder infunde en nosotros temor reverente!
Tenemos un sentido de justicia. Hasta los niños muestran sensibilidad en cuanto a la injusticia, y se molestan en gran manera cuando creen que no se les ha tratado justamente. Los adultos también se indignan, con razón, cuando sufren injusticia. En los cuentos queremos que la justicia triunfe. Queremos que el héroe salga ganador y que el villano se lleve su merecido. Solo es justo que seguemos lo que sembremos. Es justo y recto el que hagamos a otros lo que queremos que nos hagan a nosotros. (Gál. 6:7; Mat. 7:12) Hasta los que no tienen la ley de Dios poseen por naturaleza un sentido de lo correcto y lo incorrecto, y una conciencia que los acusa o excusa. Cuando hacemos algo incorrecto, nos sentimos culpables, tal como se sintieron Adán y Eva, que se escondieron cuando incurrieron en culpa.—Gén. 3:8-10.
Muchos desean sabiduría y tratan de conseguirla por medio de estudio y meditación. No se les ha programado con esta cualidad como parte inherente de ellos como sucede en el caso de muchas otras criaturas terrestres. Algunos animales poseen una sabiduría que asombra a los seres humanos. Por instinto realizan viajes migratorios, pasan el invierno o el verano en estado de letargo, hacen obras de construcción y participan en otras actividades que reflejan sabiduría. Como dice la Biblia: “Son instintivamente sabias.” (Pro. 30:24) Sin embargo, la humanidad está capacitada para conseguir conocimiento y usarlo de manera prudente. La meditación le permite adquirir discernimiento y entendimiento. De todas las criaturas terrestres, el hombre es el único que posee esta sabiduría flexible.
Jehová es un Dios de propósito, y es preciso que el hombre tenga propósito en la vida. Se siente afligido si no tiene propósito, si su vida no tiene significado. El hombre tiene que trabajar para lograr un propósito. El trabajo hace que el hombre se sienta útil. Dios hizo al hombre para que trabajara, le dio trabajo que hacer y lo puso “en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase.” La dádiva de Dios es que el hombre “vea el bien por todo su duro trabajo.” (Gén. 2:15; Ecl. 3:13) El trabajo refleja al trabajador; testifica en cuanto al valor de éste. Da satisfacción ver trabajo bien hecho, terminado, y que el propósito se haya logrado. Jehová pronunció muy buena su obra de creación, y para él fue refrescante terminarla.—Gén. 1:31; Éxo. 31:17.
Ante todo, la humanidad necesita amor. Hombres y mujeres necesitan amar y que se les ame. Sin amor, nos marchitamos por dentro. Los bebés que reciben buen cuidado físico pero que no reciben amor no se desarrollan bien, y a veces hasta mueren. Los adultos se sienten solos y sufren un decaimiento del ánimo y abatimiento si se les priva del amor. “El espíritu del hombre puede aguantar su dolencia; pero en cuanto al espíritu herido, ¿quién puede soportarlo?” (Pro. 18:14) El amor soporta todas las cosas y aguanta todas las cosas; sin amor gran parte de la vida se hace insoportable e inaguantable. (1 Cor. 13:7) En estos tiempos tan llenos de problemas, oímos hablar de escasez de muchas cosas, pero la peor escasez en la Tierra es la falta de amor. Los siquiatras dicen que esto explica la mayoría de las enfermedades mentales de hoy día.
Y con esto llegamos al siguiente paso en nuestro esfuerzo por hallar la respuesta a la pregunta: ¿Por qué es la humanidad como es? Cuando no se satisfacen las necesidades que fueron incorporadas en el hombre al tiempo de su creación, es inevitable que surjan dificultades. Según su diseño, el automóvil tiene ciertas necesidades. Si éstas no se satisfacen, el automóvil no funciona. Si no se satisfacen debidamente, quizás el automóvil funcione, pero no del modo apropiado. Así sucede con la humanidad. La primera pareja fue creada con ciertas cualidades que tenían que ser satisfechas, y la gente hoy día posee esos mismos atributos. Cuando esas necesidades no se satisfacen, o solo se satisfacen parcialmente, la increíble máquina humana no funciona correctamente. A veces se vuelve loca y hace cosas increíblemente inhumanas.
Las personalidades torcidas manifiestan las cualidades humanas con deformación, tal como los espejos curvos presentan reflejos grotescos de los cuerpos físicos. Los atributos divinos de justicia, amor, sabiduría, poder y otros todavía existen entre nosotros, pero en nuestro estado imperfecto ya no hay equilibrio en el funcionamiento de ellos. En cuanto a esas cualidades, la humanidad se ha desequilibrado.
[Comentario en la página 7]
Hasta los que no tienen la ley de Dios poseen por naturaleza un sentido de lo correcto y lo incorrecto
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La humanidad... por qué hace las cosas como las hace¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... por qué hace las cosas como las hace
¿Está en sus genes? ¿En su ambiente? ¿Su libre albedrío? ¿Lo sabemos acaso de veras?
“¡ES CULPA de mis genes!” dice alguien en defensa de su mala acción. Es cierto que la herencia, o los genes, influyen en la conducta de la gente. La Biblia concuerda con eso: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Rom. 5:12.
“¡Se debe al ambiente en que vivo!” dice en tono suplicante otro que ha cometido un mal. El ambiente también es un factor. “El que está andando con personas sabias,” dice la Biblia, “se hará sabio, pero al que está teniendo tratos con los estúpidos le irá mal.” También: “No se extravíen. Las malas asociaciones echan a perder los hábitos útiles.”—Pro. 13:20; 1 Cor. 15:33.
Tanto las características heredadas como las influencias ambientales son factores poderosos en la formación de la persona. No obstante, no se puede pasar la responsabilidad de los actos de la persona a los genes ni al ambiente. ¿Por qué no? Porque la gente tiene libre albedrío. Por eso, “cada uno de nosotros rendirá cuenta de sí mismo a Dios.” El hombre no fue hecho para funcionar como un autómata o robot; él tiene su propia voluntad y lleva responsabilidad por el modo en que la emplea.—Rom. 14:12.
El hombre está facultado para conseguir conocimiento y sabiduría, para amar, y tiene un sentido de justicia. Puede hacer trabajo significativo; dar a su vida propósito. Pero en el hombre caído estas potencialidades no alcanzan su desarrollo cabal, ni están debidamente equilibradas entre sí. Por consiguiente, no se satisfacen las necesidades del hombre y éste actúa imperfectamente... como el automóvil cuando no se da atención debida a las necesidades con que fue diseñado.
Tal como una piedrecita en el zapato o una partícula de polvo en el ojo recibe nuestra atención, así lo malo que la gente hace es lo que sale en primera plana. El resto del cuerpo puede estar en excelentes condiciones, y la gente puede estar haciendo mucho bien, pero la alteración o disturbio es lo que recibe la atención. Es en vista de los fracasos, entonces, que se hace la pregunta: ¿Por qué hace la humanidad las cosas como las hace? ¿Por qué es como es?
Los fracasos pueden ser pequeños. Puede que cierta necesidad no se satisfaga, se niegue cierto deseo, quede frustrado algún propósito, y, estando de mal humor, la persona conteste bruscamente a otros. Muchas veces la situación es más grave. Puede que debido a discriminación se niegue a la persona aceptación o reconocimiento o empleo; la frustración empieza a arraigar, entonces la hostilidad se intensifica hasta convertirse en cólera, y estalla en violencia. Muchas personas, impelidas por la avaricia de dinero o posesiones, pisotean a otras. Los que siempre quieren todo antes de los demás, obsesionados por sus propios deseos, roban o violan o matan para satisfacer su lujuria. Hombres, organizaciones y naciones ambiciosas emprenden inquisiciones y guerras, cometen horrendas atrocidades, arruinan la tierra con sustancias químicas venenosas y extienden hambre, peste y muerte a millones de personas.
¿Por qué? Ya no están a la semejanza de Dios, ya no son guiados por los atributos de Dios. El abismo que separa a los hombres de los animales se hace más angosto y, en casos extremos, hace que los hombres sean como “bestias irracionales, nacidas de propósito para ser cogidas y destruidas.” (2 Ped. 2:12, Versión Moderna) Esos hombres pervierten los atributos divinos. El conocimiento se usa maliciosamente para aumentar la clase de poder que corrompe y destruye. La sabiduría se deteriora y se convierte en locura mundana. La justicia se hace severa, cruel. El amor se vuelve hacia dentro, al yo. Cualidades que pudieran conducir a que se hiciera mucho bien se tuercen de modo que los hombres quedan dotados de poder para cometer males que son mucho peores que los que pudieran cometer las “bestias irracionales.”
La violencia rodea a la humanidad... en las ciudades, en los libros, dramas y películas, en sus calles, en sus salas. La televisión inunda la mente de violencia y asesinato desde la infancia. Según cierto estudio, para cuando el niño estadounidense de término medio cumple 14 años de edad ha estado expuesto a 11.000 asesinatos televisados. Un subcomité del congreso estadounidense investigó la violencia escolar e hizo la siguiente declaración de importancia histórica: “Entre 1970 y 1973 murieron más niños en las escuelas, a menudo como resultado de peleas con pistolas entre alumnos, que la cantidad de soldados que murió en combate en Vietnam.”
Los científicos evolucionistas nos aseguran que todo esto es natural. La agresión es innata, dicen, pues nos la transmitieron antepasados animales. No es cierto, sostienen otros científicos. El antropólogo Ashley Montagu escribe lo siguiente:
“Hay muchas sociedades que, lejos de participar en comportamiento agresivo, son notablemente no violentas y cooperativas. Ejemplos de éstas son los tasaday de Mindanao, los toda del sur de India, los tahitianos, los hadza de Tanzania, los ifaluk del Pacífico, los yamis del Pacífico occidental, los lapones, los arapesh y los fore de Nueva Guinea. . . .
“Cuando los antropólogos estudiamos sociedades no agresivas como éstas, observamos que es principalmente por medio de las prácticas de éstas que tienen que ver con la crianza de los hijos que ellas producen personalidades cooperativas, no violentas. Son profusas en sus expresiones de cariño para con los niños. Desde su infancia en adelante, los pequeñuelos rara vez están fuera de contacto corporal con alguien que los esté abrazando o cargando. . . .
“Tanto la agresión como la no agresión son modos de comportamiento que se aprenden. Cada sociedad suministra modelos para las formas de comportamiento que prefiere... modelos que fortalecen de continuo el comportamiento del individuo. Los Estados Unidos ponen ante el niño modelos de las clases más agresivas, y entonces nos preguntamos por qué tenemos una proporción tan elevada de crímenes violentos.”
El Dr. John Lind insta a que se vuelva a la práctica de mecer a los bebés y cantarles canciones de cuna, porque esto “apresura el desarrollo del cerebro.” En la revista Psychology Today de diciembre de 1979 se dijo que “durante los períodos de formación del desarrollo cerebral, el que se prive al niño de ciertas clases de impresiones sensoriales —como porque la madre no toque ni meza al niño con suficiente frecuencia— da por resultado un desarrollo incompleto o perjudicado de los sistemas neuronales que controlan el afecto.” “Puesto que los mismos sistemas ejercen influencia en los centros cerebrales que tienen que ver con la violencia,” sigue diciendo el artículo, “puede que al infante que sufra dicha privación se le haga difícil controlar los impulsos violentos cuando llegue a ser adulto.”
En su libro The Brain: the Last Frontier (El cerebro: última zona por explorar [1979]) el Dr. Richard Restak repara en los siguientes puntos: Los experimentos han “suministrado prueba definitiva de que el sistema límbico [periférico] es la zona del cerebro que más tiene que ver con la emoción,” y que la destrucción o estímulo de esta zona produce cambios en la conducta. El estímulo eléctrico puede causar gozo o furia. “Para su desarrollo normal, el cerebro inmaturo depende del estímulo sensorial,” y “cuando a un infante se le mece o abraza, eso dirige al cerebelo impulsos que estimulan su desarrollo.” Esto es importante, porque el cerebelo controla los movimientos, y si se le priva de estos impulsos agradables, no se forman suficientes sinapsis de los nervios, y el desarrollo es anormal. El resultado puede ser una personalidad no controlada, impulsiva y violenta.
Los dos párrafos anteriores muestran que no solo los genes, ambientes y patrones de conducta que la sociedad pone ante nosotros afectan la manera en que nos portamos, en que hacemos las cosas, sino que además el tratamiento que recibimos como bebés indefensos afecta nuestro desarrollo cerebral, nuestros estados emocionales y las acciones resultantes.
Pero hay todavía otro factor que figura en esto... uno cuya existencia muchas personas no quieren admitir. Sin embargo, la publicación The Wall Street Journal sí lo admite. En un editorial del 28 de octubre de 1977 sobre “El impulso terrorista,” se pregunta acerca de la expresión despreocupada e insensata de furia y violencia. Generalmente se tiende a culpar a la sociedad, pero el editorial se pregunta acerca de “impulsos profundos e irracionales” en el hombre para el cual “el mal tiene su propia atracción.” En su oración concluyente dice: “Usted está más alejado de la verdad si culpa a la sociedad que si culpa a Satanás.”
La Biblia llama a Satanás “el dios de este sistema de cosas,” identifica a las “fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales” como los verdaderos enemigos, y declara ay para la Tierra “porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo.” (2 Cor. 4:4; Efe. 6:12; Rev. 12:12) Satanás dio origen a la dificultad en Edén cuando tentó a Eva hacia abandonar la ‘imagen y semejanza’ de Dios. Hoy Satanás todavía es una tremenda fuerza que influye en la gente y la lleva a obrar con violencia insensata y furiosa.
Muchos factores conocidos explican por qué la humanidad hace las cosas como las hace. La genética, el ambiente, el libre albedrío, las necesidades insatisfechas... todo esto influye en la conducta. El desarrollo cerebral durante la infancia desempeña un papel importante. No obstante, el entendimiento que el hombre tiene del cerebro esta en etapa inicial. A menudo se llama al cerebro la cosa más misteriosa de nuestro misterioso universo. Además, hay la influencia satánica.
Por lo tanto, ¿sabemos de veras por qué la humanidad hace las cosas como las hace? Conocemos algunos detalles; muchos otros no los conocemos. Pero si conocemos la razón fundamental: Ninguno de nosotros refleja perfectamente ‘la imagen y semejanza de Dios.’
[Comentario en la página 9]
Entre 1970 y 1973 murieron más niños en violencia escolar que la cantidad de soldados que murió en combate en Vietnam
[Ilustración en la página 10]
Los abrazos y las canciones de cuna contribuyen al desarrollo cerebral
[Ilustración en la página 10]
La televisión inunda la mente de violencia y asesinato desde la infancia
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La humanidad... su regreso a la semejanza de Dios¡Despertad! 1980 | 22 de agosto
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La humanidad... su regreso a la semejanza de Dios
“Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que va haciéndose nueva en conocimiento exacto según la imagen de Aquel que la creó.”—Col. 3:9, 10.
JEHOVÁ creó la Tierra para que ésta continuara para siempre, para que fuera habitada para siempre. La ha dado a los hijos de los hombres, para que la hereden los mansos de la Tierra. Y en conformidad con lo que Jesús enseñó a sus seguidores a pedir en oración, la voluntad de Dios ciertamente se hará en la Tierra como se hace en el cielo. Desde el principio fue el propósito de Dios que el hombre sirviera de cuidador de la Tierra. Ese sigue siendo su propósito. Sin embargo, solo los que regresen a la semejanza de Dios pueden disfrutar de este privilegio.—Sal. 104:5; 37:29; 115:16; Mat. 6:9, 10.
Estas personas tendrán que desnudarse de la vieja personalidad con sus prácticas y vestirse de la nueva personalidad. (Efe. 4:22; Col. 3:9) ¿Cómo? Por medio de conocimiento exacto... conocimiento de Jehová y de sus cualidades divinas, y por medio de ponerlas en práctica. Se puede dar el primer paso en esa dirección siguiendo este consejo que el apóstol Pablo da en Filipenses 4:8, 9: “Cuantas cosas sean verdaderas, cuantas sean de seria consideración, cuantas sean justas, cuantas sean castas, cuantas sean amables, cuantas sean de buena reputación, cualquier virtud que haya y cualquier cosa que haya digna de alabanza, continúen considerando estas cosas. Las cosas que ustedes aprendieron así como también aceptaron y oyeron y vieron relacionadas conmigo, practiquen éstas; y el Dios de paz estará con ustedes.”
El consejo es que se piense en estas cosas. Los pensamientos crean sentimientos, y cuando los sentimientos cobran suficiente fuerza mueven a las personas a actuar. El escritor bíblico Santiago indicó esto cuando dijo que el espaciarse por mucho tiempo en ideas malas hace que el deseo crezca y con el tiempo conduce a la comisión de actos pecaminosos. Esto se declara en Santiago 1:14, 15: “Cada uno es probado por medio de ser provocado y atraído seductoramente por su propio deseo. Luego el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte.”
Jesús también indicó esto en cuanto al adulterio: “Les digo que todo el que sigue mirando a una mujer a fin de tener una pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.” (Mat. 5:28) El seguir mirando y pensando puede hacer tan fuerte el deseo que se llegue a cometer el mismísimo acto de adulterio.
Este mismo principio da resultados en el caso de los pensamientos buenos. Estos crean buenos sentimientos que llevan a que se efectúen buenos actos. Por eso, use su libre albedrío prudentemente. Piense en cosas buenas, deséelas, hágalas.
El apóstol Pablo dio este mismo consejo. Él ciertamente lo practicó. No obstante, se lamentó así: “Lo que deseo, esto no lo practico; sino que lo que odio es lo que hago.” Deploró el conflicto que había en su interior entre la carne y el espíritu: “¡Hombre desdichado que soy! ¿Quién me librará?” Tenía conocimiento exacto, trataba de regresar a la semejanza de Dios, trataba de poner en equilibrio los varios atributos de Jehová que él tenía. Por lo que él mismo podía hacer, fracasaba, pero sí ganó la victoria. Su clamor nos dice cómo: “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!”—Rom. 7:15, 24, 25.
Podemos empezar a equilibrar los atributos divinos armoniosamente, pero solo Dios mediante Cristo hace completo el regreso a su semejanza.
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