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¿Es rechazar la vida el rechazar tratamiento médico?¡Despertad! 1984 | 8 de julio
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¿Es rechazar la vida el rechazar tratamiento médico?
PREGÚNTESE: “¿Tengo yo el derecho de decidir cuál tratamiento médico, si alguno, aceptaré?”. Ésta es una pregunta importante que usted debe considerar, ya que hay quienes afirman que una persona muestra falta de aprecio por su vida si rechaza una terapia que recomiendan los médicos que la atienden. Además, cabe preguntarse si no es muestra de desamor el que padres que hayan pesado los riesgos envueltos en la situación rehúsen cierto tratamiento que se haya aconsejado para un hijo suyo que esté enfermo.
Algunas personas que hablan dogmáticamente sobre este asunto lo reducen a menudo a esta afirmación: “El decir no a la terapia es decir no a la vida del niño”. Pero usted puede ver fácilmente que ése es un punto de vista superficial o una simplificación excesiva. Explota las emociones, mientras pasa por alto 1) la conciencia y la ética fundamental, 2) sus derechos personales y los de su familia, y 3) los aspectos médicos y legales de una cuestión que actualmente ha captado la atención mundial.
La conciencia es una parte íntima e inviolable de usted y de todo ser humano moral y en su sano juicio. John Henry Newman, cardenal católico muy conocido, sostuvo ‘que el camino a la luz ha de hallarse mediante la obediencia a la conciencia’. Por eso cuando los criminales de guerra que promovieron el nazismo dijeron que solo habían obedecido órdenes, por toda la Tierra hubo personas morales que respondieron que, a pesar de las órdenes, ellos debieron haber seguido los dictados de su conciencia. De igual modo, en enero de 1982, el papa Juan Pablo II ‘levantó la voz y pidió a Dios que la conciencia de la gente no sea ahogada’. Dijo que el obligar a alguien a violar su conciencia “es el golpe más doloroso que se pueda asestar a la dignidad humana. En cierto sentido, es peor que causar la muerte física, peor que matar”.
Puede que los comentarios de él armonicen con el parecer de usted respecto a que la conciencia debe desempeñar un papel vital en las decisiones médicas.
La conciencia y las cuestiones médicas
He aquí un ejemplo: Prescindiendo de la fe que usted profese, probablemente sepa que la doctrina católica condena el que una mujer se someta a un aborto, aunque el embarazo presente peligros para la madre o la criatura. Imagínese el problema que tal situación plantearía a un médico católico romano en un país donde el aborto sea legal, como en el caso de Italia desde que se promulgó la Ley número 194 del 22 de mayo de 1978. Esta ley deja margen para la objeción de conciencia al aborto por parte del personal médico. Sin embargo, el artículo 9 especifica que un médico “no puede acogerse a la objeción de conciencia” cuando tal vez esté en peligro la vida de una madre. ¿Qué ha de hacer, pues, un médico sincero que sea católico practicante?
Si no hubiera ningún otro médico allí y él hiciera cuanto estuviera a su alcance, menos violar su conciencia, ¿lo acusaríamos de ser asesino? Al contrario, ‘sería peor que matar’ el obligar al médico a violar su conciencia aun cuando una madre o las autoridades insistieran en ello. Esto ilustra la manera como los dictados de la conciencia pueden afectar las decisiones médicas con relación a la salud y la vida.
Padres, hijos y la vida
Podemos ver esto claramente, también, por lo que hicieron los cristianos primitivos. Es probable que usted sepa que ellos rehusaban quemar incienso ante la estatua del emperador, pues consideraban que tal acción equivalía a idolatría. Pero el punto de vista religioso y de conciencia de ellos tenía que ver directamente con la salud y la vida de ellos, y con la de sus hijos también. ¿Por qué? Cuando se les obligaba a escoger —‘¡ofrezca incienso, o su familia morirá en una arena romana!’—, los cristianos no repudiaban sus convicciones. Eran leales a su fe aun cuando aquel proceder era peligroso o mortal para ellos y sus hijos.
A los cristianos también se les ponía a prueba en cuanto a la sangre, puesto que la Biblia les mandaba que se ‘abstuvieran de la sangre’ (Hechos 15:20). Tertuliano, teólogo latino del siglo III, informa que los epilépticos bebían, como supuesta cura, la sangre fresca de los gladiadores muertos. ¿Consumirían sangre los cristianos por tales razones “médicas”? Jamás. Tertuliano añade que ‘los cristianos ni siquiera comían la sangre de animales’. De hecho, cuando los funcionarios romanos querían poner a prueba si alguien realmente era cristiano, ejercían presión sobre él para que comiera morcilla, pues sabían que un cristiano genuino no la comería, ni siquiera so pena de muerte. Vale la pena tomar nota de esto, ya que los testigos cristianos de Jehová hoy día también rehúsan aceptar sangre.
Ahora pudiéramos preguntar: ¿Tenían aquellos cristianos primitivos en poca estima la vida, o querían ser mártires? No, las autoridades romanas los obligaban a escoger la muerte para sí mismos y sus hijos. Y ¿no respetamos el recuerdo de aquellos cristianos devotos que sabían, como dijo recientemente el papa, que el violar su conciencia hubiera sido peor que la muerte?
Si alguien opina que eso aplica a un campo diferente del de las decisiones médicas, note lo que escribió el Dr. D. N. Goldstein:
“Los doctores que han adoptado esta posición [imponer por la fuerza cierto tratamiento a personas que lo han rechazado] han negado los sacrificios de todos los mártires que han glorificado la historia con su devoción suprema a los principios hasta a costa de su propia vida. Porque los pacientes que optan por muerte segura más bien que violar una creencia religiosa son de la misma índole que los que pagaron con su vida [...] antes que aceptar el bautismo [obligado]. [...] Ningún médico debería procurar asistencia legal para salvar un cuerpo por medio de destruir un alma. El paciente es dueño de su propia vida”.—The Wisconsin Medical Journal.
Escoja la vida que lo es realmente
La mayoría de nosotros concordaría en que la “vida” significa más que la mera existencia biológica. La vida es una existencia que gira en torno a ideales o valores (políticos, religiosos, científicos, artísticos, etc.); sin los mismos, la existencia quizás sería inútil. Por eso, durante la II Guerra Mundial, hombres y mujeres patrióticos arriesgaron su vida para defender ideales políticos, valores como la democracia y la libertad de palabra, adoración y conciencia. Como resultado de aquella defensa de ideales, muchos niños murieron. Un sinnúmero de otros niños quedaron huérfanos.
Eso lo muestra el caso dramático del estadista italiano Aldo Moro. Éste fue asesinado despiadadamente en 1978 cuando las autoridades rehusaron cumplir con las exigencias de los terroristas. Está claro que a veces se sacrifican vidas en nombre de intereses superiores.
Usted puede comprender, pues, que una persona moral pudiera decidir arriesgar su existencia biológica más bien que transigir en cuanto a sus ideales. Al hacer eso, la persona escoge la vida que lo es realmente, vida en todo el sentido de la palabra. Esto ciertamente aplica a los ideales cristianos.
Los cristianos consideran la vida humana como algo sagrado, un don precioso procedente de Dios. Considere el caso del apóstol Pablo, una persona inteligente y educada. Él recibió palizas y estuvo en situaciones en que por poco pierde la vida, pero dijo: “He sufrido la pérdida de todas las cosas y las considero como un montón de basura, a fin de ganar a Cristo [...] para ver si de algún modo puedo lograr alcanzar la resurrección más temprana de entre los muertos”. (Filipenses 3:8-11.)
Podemos estar seguros de que Pablo nunca hubiera participado en algo que sabía que Dios condenaba. Sin duda alguna, Pablo no se hubiera arriesgado a perder “la vida que lo es realmente”, que en su caso sería vida en el cielo, solo para alargar por unos cuantos años su vida humana o salud (1 Timoteo 6:19). Pero considere:
Hay millones de personas religiosas hoy día que esperan ir a vivir en el cielo; tal vez usted sea una de ellas. De modo que si una persona gravemente enferma tuviera la esperanza de vida eterna en el futuro y rechazara cierta terapia que le pareciera que Dios prohibía, ciertamente sería injusto acusarla de rechazar la vida. Más bien, después de haber vivido en la Tierra por años, pudiera recobrar la salud para seguir viviendo aquí más tiempo. Pero, de todas formas, y aunque los médicos que la atendieran fueran incrédulos, sería razonable que ella considerara su perdurable vida futura y tomara decisiones médicas de acuerdo con ello.
Los médicos rara vez consideran ese aspecto de los asuntos cuando recomiendan alguna terapia para usted o sus amados. Pero hay un aspecto vital sobre el cual ellos deben informarle. Pudiera llamarse riesgo/beneficio. A usted y su familia les conviene considerar este rasgo, pues éste puede ayudarlos a tomar una decisión sabia y a entender la sabiduría tras lo que otros han hecho.
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Su derecho de pesar los riesgos y los beneficios¡Despertad! 1984 | 8 de julio
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Su derecho de pesar los riesgos y los beneficios
SU CUERPO pertenece a usted. Su propia vida pertenece a usted. Estas declaraciones pueden parecer obvias, pero señalan a un derecho fundamental de usted que está relacionado con el tratamiento médico. Usted tiene el derecho de decidir lo que se le hará a usted. Muchas personas ejercen este derecho mediante conseguir una segunda opinión y entonces decidir al respecto; otras rechazan cierto tipo de tratamiento. El Dr. Loren H. Roth efectuó un estudio en 1983 que reveló que ‘20 por 100 de los pacientes hospitalizados rehúsan ciertos tratamientos’.
Pero si usted estuviera enfermo o lesionado, ¿cómo podría decidir el asunto? Puesto que no es médico, ¿cómo podría usted saber cuál es el mejor tratamiento? Generalmente acudimos a los expertos, a médicos que han recibido una educación especializada, que tienen experiencia y están dedicados a ayudar a la gente. El médico y el paciente deberían considerar la comparación o razón que existe entre el riesgo y el beneficio, o la “razón riesgo/beneficio”. ¿A qué se refiere esto?
Supongamos que usted sufre de algún mal en la rodilla. Cierto médico recomienda una intervención quirúrgica. No obstante, ¿cuáles son los riesgos en lo relacionado con la anestesia y la cirugía, o qué garantía hay de que su pierna funcionará después? Por otro lado, ¿cuáles son los posibles beneficios, y cuáles son las probabilidades de que tales beneficios se realicen en el caso de usted? Una vez que se haya considerado el cuadro general respecto a los riesgos y los beneficios, usted tiene el derecho de decidir: dar su consentimiento basado en la información recibida, o rehusar el tratamiento.
Pese los riesgos y los beneficios
Considere la razón riesgo/beneficio en una situación verdadera, la de Giuseppe y Consiglia Oneda, que se mencionó anteriormente.
La hija de ellos, Isabella, estaba muy enferma y los médicos recomendaron (hasta exigieron) que se le administraran transfusiones de sangre con regularidad. Sus amorosos padres objetaron principalmente debido a su conocimiento de la ley bíblica. Aun así, ¿cómo podría haber afectado el asunto la razón riesgo/beneficio?
Hoy día la mayoría de la gente supone que las transfusiones de sangre constituyen un tratamiento seguro y eficaz. Pero no debemos olvidar que en el siglo XVII la flebotomía o sangría era una práctica médica común, tanto para los jóvenes como para los ancianos; a menudo con consecuencias mortíferas. ¿Qué hubiera sucedido en aquellos días si un padre no hubiera permitido que su hijo se sometiera a una flebotomía?
Ya no se practica la flebotomía; ahora los médicos emplean las transfusiones de sangre. Aunque los médicos han logrado mucho en años recientes, tienen que reconocer que las transfusiones son peligrosas. El Dr. Joseph Bove (presidente del comité que trata el asunto de las enfermedades transmitidas por las transfusiones, de la Asociación de Bancos de Sangre de los Estados Unidos) dijo recientemente que la cuestión de contraer hepatitis mediante la sangre se consideró por primera vez en 1943. Añadió:
“Hoy, unos 40 años después, se reconoce que las transfusiones presentan el riesgo de que se transmita la hepatitis por lo menos mediante cuatro virus diferentes que se alojan en la sangre, y se alista una gran cantidad de otros agentes infecciosos que se pueden transmitir por medio de la sangre y productos sanguíneos”.—The New England Journal of Medicine, 12 de enero de 1984.
Si usted fuera a pesar los asuntos relacionados con su salud y vida, o la de su familia, ¿cuánto peligro presentan tales enfermedades? Ni siquiera los doctores pueden decirlo, pues la muerte debido a tales enfermedades puede ocurrir mucho tiempo después que se haya hecho una transfusión. Considere, por ejemplo, tan solo un tipo de hepatitis (el B), el cual sólo se puede cribar con éxito parcialmente. En un informe de noticias (del 10 de enero de 1984) se dijo:
“En 1982, unos 200.000 estadounidenses contrajeron la hepatitis del tipo B, de acuerdo con el Centro para el Control de Enfermedades (CDC, siglas en inglés), ubicado en Atlanta; 15.000 personas fueron hospitalizadas debido al estado agudo de la enfermedad, y 112 murieron. Otras 4.000 víctimas murieron de complicaciones crónicas atribuidas a dicha enfermedad”.
¿Cuántas otras personas han muerto en Italia, Alemania, Japón y otros lugares debido a la hepatitis causada por transfusiones? Sí, la muerte debido a las transfusiones es un riesgo serio que es preciso pesar.
Además, en la razón riesgo/beneficio de las transfusiones, el riesgo está creciendo. “A medida que aumenta nuestro conocimiento —declaró el profesor Giorgio Veneroni (de Milán) en mayo de 1982—, vamos descubriendo una cantidad cada vez mayor de riesgos relacionados con las transfusiones de sangre homólogas”. Cierto descubrimiento que ha alarmado a los médicos es el SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida), el cual es muy mortífero. El Dr. Joseph Bove continuó diciendo:
“Para los que las reciban, los médicos tienen que pesar los riesgos de las transfusiones contra los beneficios que se esperan. Este concepto no es nuevo, pero se ha hecho más apremiante, puesto que ya no se puede dar garantía al preocupado paciente de que él o ella no contraerá el SIDA debido a una transfusión”.
Los médicos no consideraron dicho riesgo con los Oneda en 1978; el SIDA no se conocía en aquel entonces. Pero ahora sabemos que existe. ¿No debería este conocimiento de que las transfusiones implican mayores riesgos hacer que la decisión de los Oneda esté menos sujeta a la crítica?
Los padres tienen que pesar los riesgos y los beneficios
Como adulto, usted tiene el derecho de pesar los riesgos y los beneficios de las transfusiones de sangre o de cualquier otro tratamiento. “Se considera que todo adulto competente es amo de su propio cuerpo. Puede tratarlo sabia o tontamente. Hasta puede rehusar tratamiento que salve la vida, y nadie tiene que intervenir en este asunto. Ciertamente no incumbe al estado” (Dr. Willard Gaylin, presidente del Centro Hastings). Pero ¿quién pesará los riesgos y los beneficios en el caso de un niño?
La experiencia general demuestra que los padres amorosos deben hacerlo. Por ejemplo, supongamos que su hijo tuviera problemas con las amígdalas y se sugiriera una intervención quirúrgica. ¿No quisiera usted enterarse de las ventajas y los riesgos que están envueltos en una tonsilectomía? Luego usted pudiera comparar esto con información sobre los riesgos/beneficios de someterlo a un tratamiento con antibióticos. Así usted podría llegar a una conclusión basada en la información que haya considerado, tal como lo han hecho muchos padres.
Considere una situación aún más seria. Los médicos le dan la triste noticia de que su amado hijo tiene una forma de cáncer que es virtualmente incurable. Le dicen que se podría emplear la quimioterapia, pero que las sustancias químicas podrían enfermar muchísimo a su hijo, y que las probabilidades de detener la enfermedad en esta etapa serían casi nulas. ¿No tendría usted el derecho de tomar la decisión final?
Si usted se basara en un artículo escrito por el Dr. Terrence F. Ackermana, su contestación sería positiva. Él admitió que muchas de las órdenes judiciales se han obtenido sobre la base de que el Estado debe proteger a los menores de edad. Sin embargo, en una serie de casos, el afamado Hospital M.D. Anderson e Instituto de Tumores ha seguido ‘la norma de no procurar órdenes judiciales para hacer transfusiones’. ¿Por qué? En parte se debe a que “cada uno de estos niños tenía una enfermedad potencialmente mortífera y no podíamos predecir que tendríamos éxito”. ¿No resultó ser así también en el caso de Isabella?
Ackerman recalcó el valor de “respetar la autoridad que tienen los padres de criar a sus hijos de la manera que ellos consideren apropiada”. Él razonó: “Es axiomático en la pediatría el que el médico tiene el deber moral de apoyar a los padres y a la familia. El que se diagnostique alguna enfermedad potencialmente mortífera en su hijo ejerce una enorme presión sobre los padres. Además, si los padres tienen que luchar con lo que ellos consideran una transgresión de la ley de Dios, esto podría causar aun mayor daño a su capacidad de desempeñar su función. Más importante aún, el bienestar de la familia influye directamente en el bienestar del niño enfermo”.
Otros métodos
Para evitar los muchos peligros de las transfusiones, los investigadores han desarrollado técnicas quirúrgicas que limitan la necesidad de administrar sangre. De hecho, la posición de los Testigos respecto a la sangre ha contribuido a efectuar dichas investigaciones. A fines de 1983, los periódicos estadounidenses hablaron acerca de un informe que se presentó en un congreso de la Asociación Norteamericana del Corazón: No se empleó sangre en las intervenciones quirúrgicas efectuadas en 48 niños entre las edades de tres meses y ocho años. Se hizo bajar la temperatura corporal del paciente y se diluyó la sangre con agua que contenía minerales y nutrimentos. ¡Pero no se administró nada de sangre! Al principio se utilizaba esta técnica solamente en hijos de testigos de Jehová. Cuando los cirujanos notaron que los hijos de los Testigos sobrevivían dichas operaciones mucho mejor que los niños que habían sido sometidos a métodos convencionales, decidieron extender esta técnica a todos sus pacientes.
Se entiende que hay casos en que los médicos consideran indispensable una transfusión de sangre. Sin embargo, se puede sostener objetivamente que: 1) Aun muchos médicos admiten que son muy raros los casos en que están convencidos de que son verdaderamente vitales las transfusiones; 2) por largo tiempo ha habido la perjudicial costumbre de administrar sangre innecesariamente; 3) los graves riesgos que presentan las transfusiones imposibilitan el ser dogmático respecto a la razón riesgo/beneficio.
Hay esperanza
Felizmente, se está dando cada vez más atención a la dignidad de la persona y a sus derechos. Países bien informados, como Italia, se están esforzando por asegurar la más amplia libertad posible, incluso la libertad de tomar decisiones sobre asuntos médicos basadas en información que la persona haya considerado. Un folleto publicado por la Asociación Médica Norteamericana explica: “Es preciso que el paciente sea el árbitro final respecto a si se arriesgará a aceptar el tratamiento o la intervención quirúrgica que el médico recomiende, o si tomará el riesgo de seguir viviendo sin dicho tratamiento. Éste es el derecho natural de la persona, derecho que la ley reconoce”.
Además, esto aplica en el caso de los menores de edad. Si usted es padre o madre, debe tomar parte activamente en tomar decisiones sobre tratamientos médicos que afecten a sus hijos. Un consejo de jueces de los Estados Unidos escribió lo siguiente en “Guía para los jueces respecto a órdenes médicas que afectan a los niños”:
“Si se puede seleccionar entre dos o más procedimientos —si, por ejemplo, el médico recomienda algún procedimiento en que la probabilidad de éxito sea de 80 por 100, pero que los padres desaprueban, y los padres no tienen objeción a que se emplee algún procedimiento en que la probabilidad de éxito sea de 40 por 100— el médico tiene que tomar el proceder que sea más arriesgado desde el punto de vista médico pero contra el cual los padres no levanten ninguna objeción”.
Tal consejo puede ser muy significativo si usted reconoce su derecho —sí, su obligación— de obtener información médica exacta. En muchos casos es sabio pedir una segunda opinión. Pregunte en cuanto a los diversos métodos de tratar cierto problema médico, y los posibles riesgos y beneficios de cada tratamiento. Entonces, con conocimiento de la razón riesgo/beneficio, usted puede decidir respecto al tratamiento médico, basándose en la información que haya obtenido. La ley establece que usted tiene este derecho. Dios y la conciencia de usted dicen que usted tiene esta obligación.
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