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El cuerpo carnal de JesúsLa Atalaya 1954 | 15 de abril
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Àhora acerca del texto que dice: “Mientras estaban hablando de estas cosas, él mismo se paró en medio de ellos y les dijo: ‘Tengan ustedes paz.’ Pero ellos se aterrorizaron, y porque se asustaron se imaginaban que contemplaban a un espíritu. Por eso él les dijo: ‘¿Por qué están ustedes perturbados, y por qué surgen dudas en su corazón? Vean mis manos y mis pies, que soy yo mismo; tiéntenme y vean, porque un espíritu no tiene carne y huesos como ustedes contemplan que yo tengo.’” (Luc. 24:36-39, NM) Ciertamente, sostendrán algunos, esto muestra que él no era espíritu, sino que estos hombres pensaron que veían una visión, o una manifestación a ellos tal como la manifestación del ángel a Daniel, que lo hizo postrarse con temor.—Dan. 10:4-9.
Dado que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, Jesús no podía ir al cielo con un cuerpo carnal. “¡Ah!,” algunos argüirán, “Jesús no dijo aquí que era carne y sangre, sino carne y huesos.” Pero ¿hubiera sido razonable que Jesús dijera: ‘Vean, soy carne y sangre,’ cuando ninguna sangre podía verse en su cuerpo? Empero era fácilmente evidente para los sentidos de la vista y el tacto que él tenía carne y huesos.
Así pues, los que rehusan reconocer las señales de la presencia invisible de Jesús debido a esperar su venida con un cuerpo de carne están equivocados. También lo están los que tratan de adorarlo hoy como el bebé Jesús, ante la evidencia de que él creció a ser hombre, murió y fué resucitado una poderosa persona espiritual. No es al bebé Jesús que Dios mandó que todos rindieran homenaje, ni al cuerpo carnal, sino a Cristo Jesús el glorificado Rey celestial del nuevo mundo.
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Encontrando oídos que oyen en SiamLa Atalaya 1954 | 15 de abril
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Encontrando oídos que oyen en Siam
DE LOS misioneros de la Watch Tówer en Siam viene la siguiente carta: “Para llegar a la aldea de Pe Pong tuvimos que viajar unos veinticuatro kilómetros (aproximadamente quince millas) en autobús, lo que nos tomó cuatro horas, y entonces tuvimos que vadear a través de campos de arroz inundados unos cuantos kilómetros más. Los aldeanos nos recibieron bien, y después de unos cuantos minutos de descanso procedimos a anunciar la conferencia bíblica que se presentaría esa noche.
“La conferencia comenzó a las 7 p.m., y todos nosotros estábamos sentados en el suelo. Nunca habíamos visto a un auditorio prestar tan cuidadosa atención como la que prestaba aquél. Muchos de los presentes habían traído consigo grandes Biblias y de vez en cuando verificaban con sus Biblias lo que el orador decía. Para cuando la conferencia terminó hallamos que más de setenta personas habían venido en medio de la oscuridad y los campos de arroz y las carreteras inundadas e infectadas de culebras, y algunos desde muy lejos. Pero no querían irse a casa después de oír sólo una conferencia; querían más. De modo que otras conferencias se presentaron y después de eso se dió contestación a sus muchas preguntas. Llegó la una de la mañana antes de que todo el mundo estuviera satisfecho y listo para irse a casa.
“La mañana siguiente a las diez los aldeanos se volvieron a reunir, queriendo oír otra conferencia, y la oyeron. Tres jóvenes quisieron ver cómo los testigos de Jehová llevaban a cabo su actividad de predicación y nos acompañaron en ella.
“Por la noche a las siete tuvimos un estudio bíblico con la ayuda de La Atalaya, y algunos de nuestros nuevos amigos contestaron tan bien como nuestros propios hermanos. Entonces otra conferencia bíblica, a la que asistieron sesenta aldeanos. Hicieron preguntas hasta la medianoche y nos hubieran mantenido allí por más tiempo, pero les dijimos que íbamos a dormir. Después de la última conferencia el encargado de esta congregación se expresó como sigue: ‘Nosotros hemos abierto las puertas a todo el que ha venido con la Palabra de Dios y a todo grupo religioso que tenemos en Siam. Pero nunca hemos tenido gente como ustedes los testigos de Jehová.’”
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