-
El carbón... cuestión candente en el pasado¡Despertad! 1985 | 22 de mayo
-
-
El carbón... cuestión candente en el pasado
ANTES del alba, la niebla desaparece de las montañas lentamente a medida que el Sol va saliendo y luchando por aparecer en el horizonte oriental. La luz trémula de los quinqués se puede ver a través de las deslustradas ventanas de cristal de hilera tras hilera de casuchas en mal estado que cubren la ladera de la montaña. En la penumbra de adentro, las esposas y madres tratan desesperadamente de buscar comida que puedan poner en las fiambreras para alimentar a los varones de su familia.
Unos minutos más tarde, los abrumados varones salen de sus casas. Las luces débiles de sus cascos les dan la apariencia de centenares de luciérnagas gigantes mientras descienden en masa al camino pedregoso de más abajo. Caminan lentamente, como si hubiera un desfile... los viejos, los de mediana edad, los jóvenes y los jovencitos. Son estadounidenses, ingleses, negros, irlandeses, galeses, checos y eslovacos. Entre ellos hay italianos y húngaros, polacos y griegos —una mezcla de gente de casi toda nacionalidad de Europa—, todos son mineros de carbón.
El desfile en curso se detiene. Comienza la espera por el desvencijado ascensor que los descenderá a centenares de metros en las entrañas de la tierra. El olor a humedad de las vigas de madera podridas que sostienen las toneladas de peso que hay por encima de la cabeza de los mineros y el olor nocivo a moho les llenan las narices. El ruido de goteras es constante. Tienen que acostumbrarse al sonido de la tierra cuando se acomoda.
Así empieza cada día del minero, quien extrae diariamente 16 toneladas de carbón de las profundidades de la tierra.
La demanda de carbón se siente mundialmente
La Revolución Industrial del siglo XIX había comenzado. Estaban apareciendo nuevas fábricas a través del país y se estaban ampliando las viejas para satisfacer las necesidades de una nación en desarrollo. El carbón era el artículo necesario para alimentar las calderas y generar la energía para mantener activa la industria. La demanda de carbón se sentía alrededor del mundo, y desde los Estados Unidos se oía a través de los mares la invitación a hombres para que trabajaran en las minas.
Los experimentados mineros de carbón de Inglaterra y Gales oyeron a través del mar el distante pedido de ayuda. Consideraron las “colonias” como una tierra de oportunidad y emigraron a los Estados Unidos. La invitación a los mineros se oyó también en Irlanda, adonde los dueños de minas de carbón habían enviado viajantes de comercio para divulgar el “sueño estadounidense” de una tierra de abundancia... altos salarios, excelentes hogares, iglesias y escuelas, y un sistema basado en la igualdad de derechos para todos. El mero hecho de que los dueños de minas pagarían por la transportación de los mineros subrayó la creencia de que los Estados Unidos ciertamente eran una tierra donde abundaban las riquezas y las oportunidades.
Si había mineros que creían que su isla Esmeralda era demasiado hermosa para dejarla y que el viaje de nueve semanas a través del mar era demasiado largo hasta para una vida mejor, su modo de pensar iba a cambiar pronto... ¡el hambre debido a la escasez de la papa! La papa o patata era el sostén de la vida para los irlandeses. El adulto de término medio consumía de 4 a 6 kilos (9 a 14 libras) de papas al día. En 1845 una plaga misteriosa, que duraría seis años y causaría muchas muertes, azotó los sembrados de papa. Más de un millón de personas murieron debido al hambre en Irlanda. Los que divulgaban el sueño estadounidense se vieron acosados repentinamente por gente que pedía el pasaje para el viaje en barco. Hubo que poner en servicio todo barco disponible, a menudo sin alojamiento e instalaciones sanitarias adecuadas para los centenares de personas que atestaban los barcos. Muchas murieron. Familias enteras fueron aniquiladas. Se calcula que 5.000 personas perecieron en camino a los Estados Unidos, y sus cadáveres fueron arrojados al mar. No obstante, durante los años del hambre causada por la escasez de la papa, 1.200.000 inmigrantes irlandeses llegaron a las costas estadounidenses.
En los Estados Unidos se esfumó la ilusión de muchos. El sueño se convirtió en una pesadilla. Los “excelentes hogares” eran casuchas mal construidas, sin enlucido, techo interior ni papel de empapelar, y donde el viento frío se imponía durante el invierno. Los muebles consistían en camas y mesas mal terminadas, y sillas toscas. Los “altos salarios” eran unos cuantos centavos por hora... menos de un dólar por un larguísimo día de trabajo. No había ni una de las escuelas prometidas. Los niños crecieron sin saber leer ni escribir su propio nombre. Muchos de los mineros y sus familias terminaron casi como esclavos, con pocos medios para escapar.
Por ejemplo: Los pueblos de casuchas eran propiedad de las minas, y éstas los administraban. Lo mismo sucedía con las tiendas de las compañías. La mayoría de los dueños de minas se negaban a permitir que hubiera otra tienda dentro de sus límites. Por consiguiente, los mineros se veían obligados a comprar todos los bienes de consumo en la tienda de la compañía —alimento, ropa y herramientas— a precios sustancialmente más altos que en otras tiendas, a veces tres veces más altos. Si había otras tiendas cerca, entonces a los mineros no se les pagaba con dinero, sino con cupones y fichas, llamados vales, que se podían cambiar solamente en la tienda de la compañía. Si el minero rehusaba comprar en la tienda, se le despedía y se le ponía en la lista negra, y otros explotadores de minas se negaban a contratarlo.
No era poco común que los niños tuvieran que trabajar para pagar las deudas que habían heredado de su padre, deudas relacionadas con la tienda de la compañía. Por ejemplo, note una parte de un artículo de fondo que apareció en un periódico de Nueva York en 1872: “A veces generación tras generación trabaja para pagar deudas en que incurrieron sus abuelos. Los que tienen unas cuantas monedas en los bolsillos las ganaron mediante trabajo servil después de trabajar largas horas en la tierra”.
Así que, sin otro lugar adonde ir y sin dinero para irse, los mineros se convirtieron en esclavos de los dueños de minas.
Puesto que entonces eran desconocidas las leyes relacionadas con el trabajo que podían desempeñar los niños, los explotadores de minas se aprovechaban de los varones jóvenes y los enviaban a las minas a una edad muy tierna para trabajar largas horas en espacios estrechos donde solo cabía el pequeño cuerpo de ellos. Algunos hasta de cinco años de edad trabajaban en la superficie separando el carbón y la pizarra, a medida que lo extraído se movía a lo largo de cintas transportadoras, y frecuentemente tenían los dedos y las manos aplastados y deformes. Otros, agotados después de 14 horas de trabajo, caían en las cintas transportadoras y morían aplastados. A otros pequeñuelos se les dejaba sentados a solas en oscuros pasadizos subterráneos por 12 horas al día abriendo puertas para que las mulas pasaran; las mulas recibían mejor cuidado que los humanos.
Las condiciones de trabajo de los jóvenes y los mayores eran una constante amenaza a su vida. Las explosiones subterráneas, los incendios mineros, los derrumbamientos, las inundaciones, la muerte por inhalar gases venenosos o por asfixia, el quedar atrapados por varios días sin luz, alimento ni agua... éstos eran los peligros cotidianos que hacían estragos en el juicio sano de ellos.
Los mineros decidieron que las condiciones tenían que mejorar, tanto sobre el suelo como bajo tierra. Se trató de formar sindicatos, y se llevaron las quejas a los dueños de minas, a la vez que se les pidieron reformas y condiciones de trabajo más seguras, mejores salarios, la abolición del sistema de la tienda de la compañía, la exclusión de los niños respecto al trabajo en las minas... todo lo cual los magnates del carbón pasaron por alto.
A eso le siguió la negativa de los mineros a trabajar. Las huelgas relacionadas con la extracción de carbón se pusieron de moda. Las minas tuvieron que cerrar, y los dueños de minas contrataron a criminales para terminar las huelgas. Familias completas fueron echadas de sus casuchas al frío penetrante. Se golpeó a hombres, y a mujeres a punto de dar a luz se les sacó de sus casas a la fuerza. Por orden de los dueños de minas, los médicos de la compañía se negaron a prestar asistencia médica.
Los “Molly Maguires”
Mucho antes que los irlandeses emigraran a los Estados Unidos, había un rencor profundamente arraigado entre los ingleses protestantes y los irlandeses católicos. De modo que cuando los irlandeses se hallaron en tierras estadounidenses pero bajo magnates y patrones de minas que eran ingleses, la situación fue demasiado amarga para soportarla. Durante el gran conflicto entre mineros y dueños de minas, los irlandeses formaron una sociedad secreta llamada los “Molly Maguires”. Éstos eran una pequeña banda de mineros irlandeses que se vengaban de los dueños, los patrones y los explotadores de minas matándolos en sus hogares, en las calles y en las minas.
Un régimen de terror se esparció a través de los pueblos mineros. Se pusieron bombas en minas, se descarrilaron y destruyeron vagones de ferrocarril que llevaban el carbón. Los funcionarios mineros ingleses sufrieron mucho. Después de un largo período, luego que se había infiltrado un espía en las filas de los “Molly Maguires”, éstos llegaron a un fin desastroso... 20 de sus miembros fueron ahorcados, 10 de ellos en un solo día.
Los “Mollies” fueron solamente un diente del engranaje de la maquinaria de los mineros que se sublevaron y dieron el golpe de gracia al dominio dictatorial que los dueños de minas ejercían sobre los mineros. Con el tiempo se formó un sindicato poderoso que gobernó a los mineros por toda la nación, lo cual aseguró mejores salarios, condiciones de trabajo más seguras, la abolición del empleo de niños, y así sucesivamente. Hoy la minería es una ocupación respetada que cuenta con beneficios que inducen a miles de personas a buscar carbón debajo de la tierra.
-
-
El carbón... todavía una cuestión candente¡Despertad! 1985 | 22 de mayo
-
-
El carbón... todavía una cuestión candente
A PESAR de adelantos durante las postrimerías de este siglo XX, el trabajo en las minas subterráneas de carbón todavía se considera la profesión más peligrosa de los Estados Unidos. El trabajar a centenares de metros bajo la superficie terrestre, con miles de toneladas de carbón, roca y tierra a punto de atravesar el techo y gases volátiles, imperceptibles mediante el olfato, a punto de explotar... estas condiciones hacen peligrosa esta profesión. Se ha determinado que tan solo en los Estados Unidos han muerto en las minas más de 114.000 hombres desde el año 1910. Desde 1930, los mineros han sufrido más de 1.500.000 heridas que les han causado incapacidad física. Se informa que la cifra de muertes relacionadas con las minas asciende a más de mil anualmente. Una de las causas es la temida asma de los mineros (antracosis), enfermedad causada por el polvo de carbón.
“Los hombres son más baratos que el carbón”
Aunque las condiciones de trabajo bajo tierra han mejorado grandemente durante los últimos años, las condiciones de seguridad continúan siendo una cuestión candente. “Los explotadores de minas —dijo cierto escritor— han combatido tradicionalmente el gasto adicional de mayores medidas de seguridad como una amenaza para su producción y sus ganancias.” “Para los explotadores, los hombres son más baratos que el carbón”, es la acusación de algunos críticos. “Las grandes corporaciones preferirían que perdiéramos la vida en vez de perder ellas su dinero”, añadió cierto minero disgustado.
Además de los progresos que se han hecho para que la minería subterránea sea más segura que en el pasado, se han hecho aun mayores progresos en la minería del carbón mismo. En vez de enviar a hombres y muchachos debajo de la tierra con picos y palas, enormes máquinas grotescas extraen de las paredes de las minas hasta 12 toneladas de carbón por minuto. Estas máquinas recogen el carbón suelto y lo ponen en cintas transportadoras que lo llevan a la superficie.
Para evitar que el techo se desplome sobre los mineros a medida que la máquina desgasta la tierra y se abre paso a través de ella, poderosas y ensordecedoras perforadoras de percusión hacen agujeros profundos en la roca del techo, en los cuales se atornillan pernos de expansión para evitar derrumbamientos. Para contener el polvo de carbón y evitar, tanto como sea posible, el asma de los mineros y los peligros de una explosión, los mineros rocían con piedra caliza en polvo las galerías y demás sitios donde trabajan.
Sin embargo, por cada dispositivo útil y moderno que se ha desarrollado y cada máquina nueva que se ha diseñado para facilitar la extracción del carbón y hacerla más segura, los mineros han sufrido un efecto secundario desconsolador... el desempleo. Donde se empleaba a cinco mineros para producir una tonelada de carbón, ahora que hay máquinas más poderosas funcionando en la tierra, cuatro de esos hombres podrían eliminarse de la nómina. En algunos sectores azotó la pobreza extremada. Comunidades mineras enteras llegaron a empobrecer.
En el caso de los mineros que continuaron empleados surgió una nueva cuestión. Esos enormes monstruos mecánicos eran costosos, y los dueños de minas hacían muecas al imaginárselos detenidos siquiera por un momento. Querían que los mineros operaran las máquinas 24 horas al día, siete días a la semana. Los mineros se rebelaron y rehusaron trabajar los domingos. Esto se convirtió en una de las cuestiones claves de la huelga de mineros de carbón en 1981. Esta vez los dueños de minas recordaron la huelga que había habido tres años antes, la cual había durado 111 días, y cedieron.
A medida que fue llegando a su fin el año 1984, Inglaterra se vio de lleno en medio de la peor ola de violencia industrial en su historia posbélica... todo debido al carbón. En lo que se denominó “guerra declarada”, siete mil mineros de carbón que estaban en huelga pelearon una batalla campal con tres mil policías británicos en las calles de la ciudad. Protegidos tras barricadas de postes para líneas de conducción eléctrica que se habían desarraigado, los mineros lanzaron piedras, ladrillos y botellas, y hasta tendieron trampas para tullir a los caballos de la policía. Lanzaron bombas de humo, cojinetes de bolas, pedazos de metal y papas a las que habían puesto clavos, y observaron las llamas rodear a automóviles que ellos mismos habían incendiado.
“Hubo escenas de brutalidad que fueron casi increíbles”, dijo el presidente del Sindicato Nacional de Mineros, quien había declarado la huelga. Centenares de personas quedaron heridas en esas confrontaciones. Desde mediados de marzo de 1984, la huelga plagó la nación. Durante ese año, el trabajo se paralizó en 132 de las 175 minas de carbón de Gran Bretaña, y hubo un paro que afectó a 130.000 mineros, lo cual costó al gobierno más de 1.400 millones de dólares (E.U.A.). Finalmente, en marzo de 1985 se dio por terminada la huelga.
Pasemos a la explotación de minas a cielo abierto. Los geólogos de los Estados Unidos han sabido por largo tiempo que tremendas reservas de carbón, miles de millones de toneladas, yacen en vastas capas a solo de 15 a 60 metros (50 a 200 pies) bajo la superficie del suelo. A medida que la Revolución Industrial se fue acelerando después de la II Guerra Mundial, y la necesidad de carbón para accionar la industria se fue haciendo más importante, la explotación de minas a cielo abierto fue prosperando. Mediante explosiones se aflojaba el terreno sobre las vetas de carbón, y luego enormes camiones entraban en la zona y acarreaban la tierra y el carbón.
-