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  • ¿Qué quiso decir el sabio?
    La Atalaya 1977 | 1 de septiembre
    • rey viejo puede hundir a todo el reino en deuda desesperanzada, apartar de sí a sus súbditos y hasta puede ser depuesto y morir en ignominia. El joven que continúa obrando con sabiduría, por otra parte, puede ganarse el mismísimo respeto que no se le otorga a un rey viejo pero estúpido.

      Como Salomón hizo notar, ese joven sabio hasta pudiera ser elevado de la casa de encierro a la gobernación real. Eso fue lo que le sucedió a José. Tan impresionado quedó el Faraón de Egipto que le dijo: “No hay nadie tan discreto y sabio como tú. Tú estarás personalmente sobre mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá sin reserva. Solo en cuanto al trono seré yo más grande que tú.” (Gén. 41:39, 40) Así José fue ensalzado a gobernante segundo de Egipto.

      En seguida, enfocando la atención en la manera caprichosa en que la gente responde a un cambio de gobernantes, escribe Salomón: “He visto a todos los vivientes que van andando de acá para allá bajo el sol, cómo sucede con el niño, que es segundo, que se pone de pie en el lugar del otro. No hay fin de toda la gente, de todos aquellos delante de quienes él se hallaba; tampoco se regocijará en él la gente después, pues esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento.”—Ecl. 4:15, 16.

      ¿Qué quiso decir Salomón con la expresión “el niño, que es segundo”? Evidentemente se estaba refiriendo al sucesor del rey. “Los vivientes” están llenos de emoción por tener un nuevo gobernante. “No hay fin de toda la gente” delante de la cual se halla como rey. Esto significa que todos lo respaldan, que apoyan su gobernación. Pero su popularidad no continúa indefinidamente. Pronto llega el tiempo en que la gente ya no se complace en aquel a quien tanto aclamaba. Desilusionada ahora, cesa de regocijarse en él.

      De modo similar, en tiempos modernos un conjunto de políticos es reemplazado por otro. Quizás haya entusiasmo inicial por cierto gobernador, primer ministro o presidente. Pero en poco tiempo la gente se disgusta con el individuo y sus normas. Pronto la gente comienza a buscar a otra persona para que tome en sus manos las riendas del gobierno.

      Verdaderamente, entonces, hasta la posición más encumbrada resulta ser solo una fruslería, “vanidad.” ¡Cuán enérgicamente enfatiza esto que en este mundo la posesión más satisfactoria no es la posición, sino una buena relación con el Dios eterno, Jehová!

  • Viendo como Dios ve las deudas
    La Atalaya 1977 | 1 de septiembre
    • Viendo como Dios ve las deudas

      EL Dios de justicia, Jehová, no mira con favor a las personas que no pagan sus deudas. El salmista inspirado declaró: “El inicuo está pidiendo prestado y no devuelve.” (Sal. 37:21) Manifestando la posición del cristiano, el apóstol Pablo instó: “No deban a nadie ni una sola cosa, salvo el amarse los unos a los otros.”—Rom. 13:8.

      Por lo tanto, la persona que desea la aprobación de Dios tiene que ser concienzuda en cuanto a devolver el dinero que se le haya prestado y efectuar pago puntual por los artículos y servicios que haya recibido. Con este fin, debe ejercer cuidado cuando asume cargas financieras mayores de las que ya tiene. Si no hace eso, pudiera meterse en una situación en que no pudiera cumplir con sus obligaciones. Además, no debe haber demora en el pago de las deudas. Sería sumamente irrazonable y desagradecido el que una persona postergara el pago y utilizara una parte considerable de su salario para diversión pródiga, lujos o vacaciones costosas.

      Algunos pudieron pensar que la responsabilidad no es tan grande cuando uno está endeudado con un pariente o un amigo. Pero ¿no es tal falta de diligencia un aprovecharse egoístamente de otros por la relación de familia o la amistad?

      En realidad, la persona que es negligente en cuanto a pagar a otros lo que les debe no está mostrando amor. Está privando a esas personas de la oportunidad de utilizar el dinero al cual tienen derecho. Esto hasta puede causarles daño. Considere, por ejemplo, la situación de personas que trabajan por cuenta propia... doctores, abogados, electricistas, carpinteros y así por el estilo. Al efectuar su trabajo, incurren en gastos. Los pagos por sus servicios tienen que sufragar estos gastos y tienen que ser lo suficientemente grandes como para que se ganen la vida. Ahora bien, si sucede que muchas personas no les pagan, estos profesionales quizás no puedan saldar sus cuentas, y las cosas pueden llegar a tal grado que tengan que renunciar a su negocio. Es obvio que las personas que privan a otros de su subsistencia no están demostrando amor.

      Este es un asunto muy serio. El apóstol Juan hizo patente esto cuando escribió a los cristianos: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciente en él. En esto hemos venido a conocer el amor, porque ése entregó su alma por nosotros; y nosotros estamos obligados a entregar nuestras almas por nuestros hermanos. Pero cualquiera que tiene los medios de este mundo para el sostén de la vida y contempla a su hermano pasar necesidad y sin embargo le cierra la puerta de sus tiernas compasiones, ¿de qué manera permanece el amor de Dios en él?”—1 Juan 3:15-17.

      Si ese hermano necesitado no pudiera obtener ayuda de ninguna otra fuente, moriría si se le privara de las cosas necesarias por un espacio de tiempo demasiado largo. Por lo tanto, la persona que alegara ser cristiana y rehusara acudir en su ayuda sería culpable de una forma de negligencia criminal. De modo similar, si los cristianos fuesen a aprovecharse de un compañero de creencia por medio de postergar indebidamente los pagos de sus deudas, podrían hacerse culpables de obligarlo a cerrar el negocio. Esto podría crear graves problemas financieros para él y podría llevarlo a una condición de necesidad. Si eso sucediera, ¿no podríamos decir que los que rehusaron pagar sus deudas hicieron una cosa muy odiosa para con su hermano?

      Los cristianos que prestan atención a su conciencia no tratan de obtener ventajas para sí por las relaciones espirituales que existen. Reconocen que esto sería mostrarse “ambiciosos de ganancia falta de honradez.” (1 Tim. 3:8) Las Escrituras nos enseñan que tal ambición podría poner en peligro la posición de un individuo con Jehová Dios. Esto se ilustra bien en el caso de Guejazi, el servidor de Eliseo. Por medio de Eliseo, Naamán el jefe del ejército sirio había sido sanado de una repugnante lepra. Porque apreciaba la curación, Naamán quiso hacerle un regalo al profeta. Pero Eliseo rehusó aceptarlo, pues no quería sacar ganancia de su cargo profético dado por Dios y las facultades asociadas con él. Sin embargo, Guejazi ambiciosamente codició lo que Eliseo había rehusado y obtuvo un regalo de Naamán con engaño. Como resultado de esto, en expresión del juicio de Jehová, Guejazi fue herido de lepra.—2 Rey. 5:15, 20-23, 27.

      En armonía con esto, si la ambición es lo que hace que una persona no pague sus deudas, esa persona puede acarrearse juicio adverso. La Biblia nos advierte que ‘los avarientos no heredarán el reino de Dios.’ (1 Cor. 6:10) Sí, esa avaricia podría significar perder el don de la vida eterna. ¡Qué precio tan elevado!

      Como cristianos, pues, queremos ser honrados en nuestros tratos con toda persona. Debemos guiarnos por los siguientes principios: “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” (Mat. 7:12) “Mientras tengamos tiempo favorable para ello, obremos lo que es bueno para con todos, pero especialmente para con los que están relacionados con nosotros en la fe.” (Gál. 6:10) Por eso, si nosotros deseamos que otros sean concienzudos y diligentes al encargarse de sus deudas, ¿no deberíamos estar poniendo nosotros mismos el ejemplo correcto? Especialmente deberíamos interesarnos en hacer lo bueno para con nuestros hermanos cristianos, y no abusar de su bondad cuando se trata de pagarles lo que les debemos.

      Sería incorrecto que los cristianos pensaran que, en asuntos comerciales, los compañeros de creencia están obligados a darles precios y favores especiales. Pero si se muestra alguna consideración especial, ésta se debe considerar con aprecio. Los cristianos deben querer que sus hermanos obtengan todo lo que tienen derecho a recibir. El consejo del apóstol Pablo a los esclavos cristianos manifiesta una pauta excelente: “Que los que tienen dueños creyentes no los menosprecien, porque son hermanos. Al contrario, que sean esclavos con mayor prontitud, porque los que reciben el provecho de su buen servicio son creyentes y amados.” (1 Tim. 6:2) La diligencia de un cristiano para pagar sus deudas a sus compañeros de creencia ciertamente estaría en armonía con esta admonición.

      Que nuestro manejo de las deudas revele que estamos conduciendo nuestros asuntos en armonía con los principios bíblicos. Jamás debemos perder de vista el hecho de que el no pagar deliberadamente lo que debemos a otros es inicuo. El Altísimo jamás mirará con aprobación a los que, por ambición o egoísmo, no cumplen con sus obligaciones. Solo por medio de asegurarnos de que ‘no estamos debiéndole a nadie ni una sola cosa, salvo el amor,’ podemos esperar la bendición de Jehová.

  • Preguntas de los lectores
    La Atalaya 1977 | 1 de septiembre
    • Preguntas de los lectores

      ● ¿Cómo se cumplieron las palabras de Miqueas 1:6, 7 en Samaria?

      Por medio de su profeta Miqueas, Jehová Dios declaró: “Ciertamente haré de Samaria un montón de ruinas . . . Y todas sus imágenes esculpidas serán desmenuzadas, y todos los regalos hechos a ella como su alquiler serán quemados en el fuego; y de todos sus ídolos haré un yermo desolado. Porque de las cosas que se dieron como alquiler de una prostituta ella los juntó, y a la cosa dada como alquiler de una prostituta volverán.”—Miq. 1:6, 7.

      En cumplimiento de ese juicio profético, en 740 a. de la E.C. los asirios destruyeron a Samaria, y en ello habrían estado incluidas sus muchas imágenes. Aquellos ídolos no les proveyeron ninguna protección de los ejércitos conquistadores a los israelitas infieles.

      Pero ¿qué hay de los regalos que los israelitas idólatras llevaban a los centros de adoración falsa? A estos regalos se les podía llamar el “alquiler de una prostituta.” ¿Por qué? Porque se presentaban para apoyar la adoración falsa y constituían una violación del pacto de ellos con Jehová Dios, a quien estaban unidos como una esposa lo está a su esposo. Según la práctica común de aquel tiempo, los artículos preciosos que se sacaban de los santuarios de los pueblos conquistados se depositaban en los templos de los triunfadores. (Compare con Esdras 1:7.) Esto significaba que los dioses de los conquistadores habían triunfado de los dioses de los pueblos subyugados. De modo que el alquiler de la prostitución espiritual de Israel (las ofrendas votivas de los adoradores idólatras) acrecentaron la religión falsa de los asirios. Así, los regalos que los israelitas idólatras llevaron a sus dioses ‘volvieron al alquiler de

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