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  • Valores por los cuales vivir
    ¡Despertad! 1979 | 22 de enero
    • que está dispuesto a sacrificar o privarse de algunas de sus preferencias personales a fin de llevarse bien con el grupo. Aunque la asociación a veces sea irritante, se prefiere a estar solo. Tan intensa es esta necesidad que algunos descartan sus propios principios y valores a fin de sentirse parte de un todo acogedor. Muchos atribuyen más valor a la estimación de parte de otros que a su propia integridad personal. Esta tendencia es lo que da fuerza a la advertencia bíblica: “Las malas asociaciones echan a perder los hábitos útiles.”—1 Cor. 15:33.

      Estime el respeto de sí mismo

      Si abandonamos nuestra integridad personal o nuestros valores a fin de ser populares, sufriremos por ello. Perderemos el respeto de nosotros mismos, nuestro sentimiento de dignidad personal, y el amor que nos tenemos. Es grande el daño sicológico de esto, y sus repercusiones son de largo alcance. La Biblia nos dice que amemos a otros como nos amamos a nosotros mismos. El amor que uno se tiene a sí mismo no es amor de la clase indulgente, egoísta, ególatra, sino que está relacionado con tener valores por los cuales vivir que hacen posible que uno se tenga respeto a sí mismo. Uno tiene que amarse a fin de amar a otros. Sin este amor uno se siente inseguro y envidia a otros y se ve tentado a criticarlos y chismear acerca de ellos. El censurar a otros hace que uno se sienta superior. Pero, la Biblia nos amonesta a no hacer nada “por egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores” a uno y a ‘retener esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús.’ (Fili. 2:3, 5; Juan 13:5) De modo que uno no debe tratar de edificar o elevarse por medio de denigrar a otros. El hacerlo disminuye el respeto de sí mismo y le resta valor a la persona.

      Debemos apreciar el valor del trabajo útil. Jehová Dios, nuestro Creador, es un trabajador, y nosotros estamos hechos a su imagen y semejanza. A él le da gusto ver que Sus obras queden completas y las pronuncia buenas. (Gén. 1:10, 12, 18, 21, 25, 31) El hombre necesita trabajar, tener el sentido de haber logrado algo. El trabajo bien hecho da testimonio de las habilidades del obrero y le imparte un sentimiento de dignidad. La ociosidad nos hace sentir inútiles y de poco valor. El buen trabajo añade propósito y significado a la vida. Algunos dicen: ‘La vida no tiene significado. ¿Qué propósito tiene?’ Un sentido de futilidad abruma a estas personas.

      Puede que trabajen duro y acumulen riquezas. Esto no satisface. “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad.” (Ecl. 5:10) Basan sus valores en cosas materiales, “el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno.” (1 Juan 2:16) Absortos en su esfuerzo por conseguir cosas materiales, pasan por alto lo que el espíritu necesita. Invierten todo su tiempo y energía en lo que más avalúan: riquezas o prestigio. Una vez que lo logran, no parece tan vital. Después de todo su afán, sufren desilusión porque el conjunto de valores por el cual vivieron era erróneo. No reconocieron que tenían necesidades espirituales.

      Lo de más valor

      “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual,” dijo Jesús. (Mat. 5:3) Muchos no se dan cuenta de esta necesidad hasta tarde en la vida, cuando sus energías han menguado y queda poco tiempo. Apreciamos el valor de satisfacer las necesidades físicas, mentales y emocionales durante nuestra vida, pero debemos reconocer que ninguna de estas cosas puede prolongarla mucho más allá de los 70 u 80 años. Contribuyen a la supervivencia a corto plazo. El atribuir el debido valor a nuestra necesidad espiritual puede significar supervivencia eterna. Los hombres dicen: “No se lo puede llevar consigo cuando muera,” refiriéndose a las riquezas materiales. Pero hay algo de mucho más valor que uno sí puede llevar consigo: un buen nombre con Dios. Eclesiastés 7:2 (7:1 en otras versiones) declara: “Más vale la buena reputación que los más preciosos perfumes; mejor es el día de la muerte que el día del nacimiento.”—Editorial Herder.

      ¿Cómo puede ser eso? ¿Cómo puede el día en que uno muere ser mejor que el día en que empieza a vivir? Solo es cierto si en el día de morir uno tiene un buen nombre con Dios, un nombre que él recuerde cuando sea tiempo de resucitarlo. Esto querrá decir que saldrá a una vida que puede ser eterna, si la valora correctamente. Tendemos a dar por sentado las muchas bendiciones que poseemos... el poder ver, oír, nuestra salud general, la vida misma. Solo cuando estas bendiciones empiezan a decaer reconocemos su valor. Cuando uno está a punto de morir, puede que otros digan: ‘Bueno, vivió una buena y larga vida,’ como si eso hiciera más aceptable el morir. No le parece así al moribundo. El pasado no cuenta. El presente y el futuro es lo que cuenta, lo que llega a ser la verdadera necesidad. Por eso lo de más valor es satisfacer esa necesidad por medio de hacerse un buen nombre con Dios.

      ¿Se da cuenta usted de esto? ¿Necesita hacer una revaluación de los valores por los cuales vive? El siguiente artículo nos relata cuán feliz se sintió una persona que lo hizo.

  • Nuestro hijo me ayudó a corregir mis valores
    ¡Despertad! 1979 | 22 de enero
    • Nuestro hijo me ayudó a corregir mis valores

      El día en que nació nuestro primer hijo fue un día muy feliz. El gozo de mi esposo y el anuncio del médico de que el bebé era un varoncito normal y sano significó mucho en ese momento. Pero esa felicidad fue de corta duración. Pronto nuestros amigos trataban de convencerme de

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