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La opresión terminaráLa Atalaya 1982 | 15 de enero
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La opresión terminará
EL REGISTRO de opresión que la humanidad se ha hecho es verdaderamente espantoso. Incontables millones de personas han sufrido. Las guerras de conquista particularmente han sido una fuente de sufrimiento. Además de la pérdida de vidas que ha resultado directamente de tales conflictos, el hambre y la peste que acompañan la guerra han reclamado muchas víctimas. ¿Anhela usted ver el día en que desaparezca la opresión y el sufrimiento que resulta de ésta?
Hay alguien más alto que los hombres que ha decretado el fin de toda opresión al tiempo señalado por él. Sí, Jehová, el Dios Todopoderoso, está plenamente consciente del registro vergonzoso que los hombres y las naciones se han hecho. Los tratos que él ha tenido en el pasado con individuos y naciones garantizan que pedirá cuentas. De hecho, debido a ser el Dios que es, se le hace necesario actuar. Su Palabra nos dice: “Jehová es un Dios que exige devoción exclusiva y se venga; Jehová se venga y está dispuesto a la furia. Jehová se venga contra sus adversarios, y está resentido para con sus enemigos. Jehová es tardo para la cólera y grande en poder, y de ninguna manera se retendrá Jehová de castigar.”—Nahúm 1:2, 3.
Estas palabras forman parte de la declaración profética que Nahúm hizo contra Nínive, capital de la antigua Asiria. Puesto que las normas de Jehová Dios no varían, el registro histórico en relación con la destrucción de Nínive nos asegura que la opresión no durará indefinidamente. (Malaquías 3:6) Además, los que aman la justicia no tendrán nada que temer en el día de ajuste de cuentas. La profecía de Nahúm da este estímulo: “Jehová es bueno, una plaza fuerte en el día de angustia. Y está informado de los que buscan refugio en él.” (Nahúm 1:7) Por eso, el que examinemos la profecía de Nahúm puede ser sumamente útil para fortalecer nuestra fe.
Nínive ‘coge en un lazo a las naciones’
El profeta se refirió a Nínive como una “ciudad de derramamiento de sangre.” (Nahúm 3:1) Sus guerreros eran como leones que despedazaban la víctima, es decir, los pueblos y naciones más débiles. (Nahúm 2:11-13) En el séptimo siglo a. de la E.C., el tiempo en que Nahúm profetizó, los asirios eran el terror del Oriente Medio. A fin de infundir miedo, trataban de manera singularmente cruel a los que se negaban a cumplir con sus exigencias. Podía ser que quemaran a los prisioneros de guerra o los desollaran vivos. Dejaban ciegos a muchos prisioneros o los arrastraban con cuerdas amarradas de garfios que traspasaban la nariz o los labios de los prisioneros.
Ni siquiera el reino de Judá escapó de sufrir a manos de los asirios. Actuando tontamente, Acaz recurrió al rey Tiglat-piléser (Tilgat-pilnéser) en busca de ayuda para hacer frente a la coalición de los reinos de Israel y Siria. Aunque los asirios aplastaron el poderío de aquella coalición, Judá no se benefició en realidad. Acaz llegó a estar a merced de su poderoso y exigente aliado. La Biblia nos dice: “Tilgat-pilnéser el rey de Asiria vino contra él y le causó angustia, y no lo fortaleció. Pues Acaz despojó la casa de Jehová y la casa del rey y de los príncipes y así le hizo un regalo al rey de Asiria; pero esto no le fue de ninguna ayuda.”—2 Reyes 16:5-9; 2 Crónicas 28:20, 21.
De igual manera, otras naciones se aliaron a Asiria, con la esperanza de mantener cierta medida de independencia. Pero aquella alianza solo resultó en que perdieran la libertad y tuvieran que enfrentarse a la opresión de Asiria. Debido a que estas alianzas prometían mucha ayuda y protección, pero a la larga solo resultaban en experiencias dolorosas, se habla de Nínive como de una prostituta que está “cogiendo en lazo a las naciones.” (Nahúm 3:4) Sus ofertas de amistad eran atrayentes. Pero ¡ay de las naciones que las aceptaron!
Cuando Ezequías, hijo de Acaz y sucesor real de éste, trató de librarse del yugo asirio, el rey Senaquerib invadió el reino de Judá, y capturó ciudad fortificada tras ciudad fortificada. Solo la intervención divina libró a Jerusalén de la destrucción. El ángel de Jehová derribó a 185.000 guerreros de la hueste asiria, y obligó a Senaquerib a abandonar sus planes de sitiar la ciudad.—2 Reyes 18:13; 19:32-36.
Se predice el fin de Nínive
Las invasiones de Judá por los asirios interfirieron con las operaciones agrícolas y los viajes que se hacían a Jerusalén para asistir a las fiestas anuales que se celebraban en el templo. ¡Qué alivio, por lo tanto, traería la caída de Nínive! Bajo inspiración, el profeta Nahúm predijo esta caída al declarar: “¡Mira! Sobre las montañas los pies de uno que trae buenas nuevas, uno que publica la paz. Oh Judá, celebra tus fiestas. Paga tus votos; porque ya no volverá a pasar por ti ninguna persona que no sirve para nada. Enteramente será por cierto cortada.”—Nahúm 1:15.
¿Qué aguardaba a Nínive en el día de su calamidad? El profeta Nahúm describe a la ciudad bajo asedio. El rey de Asiria acudiría en vano a sus “majestuosos,” sus militares poderosos, en busca de ayuda. (Nahúm 2:5) Los defensores de la ciudad serían como mujeres débiles. La profecía lanza el siguiente reto a Nínive: “Agua para un asedio saca para ti. Fortalece tus lugares fortificados. Métete en el fango, y huella en el barro; agarra el molde de ladrillos.” Sin embargo, todos los esfuerzos para fortalecer las defensas de la ciudad serían inútiles. La profecía continúa así: “Aun allí el fuego te devorará. Una espada te cortará.”—Nahúm 3:13-15.
Nínive había sido “como un estanque de aguas” hacia el cual fluían la gente y las riquezas de las naciones. “Pero,” dice Nahúm, “están huyendo. ‘¡Deténganse! ¡Deténganse!’ Pero no hay quien se vuelva.” (Nahúm 2:8) Así, los pueblos que se habían beneficiado de Nínive escaparían en todas direcciones. Las súplicas para que permanecieran en la ciudad y la ayudaran serían dirigidas a oídos sordos. Los conquistadores saquearían los enormes almacenes de plata y oro.—Nahúm 2:9.
Puede que a muchos les haya parecido increíble que aquella “ciudad de derramamiento de sangre” tuviera tal fin. No obstante, ya se había establecido un precedente histórico para lo predicho. Nahúm llamó la atención a esto con las palabras: “¿Eres tú mejor que No-amón, que estaba sentada junto a los canales del Nilo? Aguas había todo alrededor de ella, cuya riqueza era el mar, cuyo muro era del mar. Etiopía era su pleno poder, también Egipto; y eso sin límite. Put y los libios mismos resultaron servirte de ayuda. Ella, también, había de ir al destierro; fue al cautiverio. Sus propios hijos también llegaron a ser estrellados en la cabecera de todas las calles; y por sus hombres glorificados echaron suertes, y sus grandes, todos, han sido atados con grillos.”—Nahúm 3:8-10.
Los asirios sabían bien lo que había acontecido a No-amón o Tebas. Los ejércitos de los asirios, bajo el mando del rey Asurbanipal, habían arrasado por completo a Tebas. El “muro” de la ciudad —sus defensas, incluso el Nilo y sus canales— no habían sido de ayuda. Ni siquiera el apoyo militar que recibió de los etíopes, libios y hombres de Put había podido librar a Tebas.
Nada podría salvar a Nínive tampoco. Ella se había hecho un registro tan malo mediante sus guerras y alianzas que su caída sería recibida con júbilo. “Todos los que oigan el informe acerca de ti,” escribió Nahúm, “ciertamente batirán las manos a causa de ti; porque ¿sobre quién fue que tu maldad no pasó constantemente?”—Nahúm 3:19.
En cumplimiento de la profecía de Nahúm, Nínive cayó en manos de las fuerzas combinadas del rey babilonio Nabopolasar y Ciaxares el Medo en 632 a. de la E.C. Las Crónicas de Babilonia declaran: “Se llevaron el gran despojo de la ciudad y del templo y [convirtieron] la ciudad en un montón de ruinas.”
Hoy el lugar donde estuvo ubicada la antigua Nínive es todavía una ruina desolada, en vindicación del Dios de profecía veraz, Jehová. Al igual que se redujo a la nada a la opresiva Nínive, así se reducirá a la nada a todos los opresores en la inminente “guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” (Revelación 16:14) ¡Qué alivio grandioso traerá esto! Que se nos halle entre los que buscan refugio en el Soberano Supremo.
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Ponderando las noticiasLa Atalaya 1982 | 15 de enero
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Ponderando las noticias
“Los adivinos se equivocan constantemente”
Millones de personas se dejan llevar por las predicciones de mediums, o “adivinos.” No obstante, en el “Tribune” de Chicago, Jack Mabley dice: “Si usted los tomara en serio y comprara acciones o vendiera plata a base de lo que dicen, yo sugeriría hacer lo opuesto de lo que ellos dicen. Los adivinos se equivocan constantemente.” Referente a 62 predicciones que éstos hicieron para 1980 y que fueron publicadas en un periódico, Mabley dijo: “Ninguna de aquellas 62 predicciones fue exacta.”
Por ejemplo, un adivino predijo que en 1980 “los intereses disminuirían a medida que fuera mejorando la economía.” Ocurrió lo opuesto. Siete adivinos predijeron que Ted Kennedy sería elegido presidente. El ni siquiera ganó la nominación de su partido. En cuanto al presidente de aquel entonces, Jimmy Carter, Jeanne Dixon predijo lo siguiente: “En el otoño, debido a un asunto relacionado con una iglesia, se cometerá un atentado contra su vida.” Ella también predijo que a causa de escándalos él perdería a varios funcionarios íntimos y de alto rango. Ninguna de aquellas predicciones se realizó.
No son las predicciones humanas, sino las profecías inspiradas de Dios las que se cumplen con exactitud. (Isaías 46:9-11; 2 Pedro 1:20, 21) Por lo tanto, la Palabra de Dios condena a los falsos pronosticadores de sucesos.—Deuteronomio 18:10-12.
Siete mil insultos
Una concordancia bíblica nueva, “The NIV Complete Concordance,” ha sido publicada para la “New International Version.” El prólogo de esta concordancia dice que en la “NIV,” así como en otras traducciones de la Biblia, “el nombre propio de Dios, ‘Yaweh,’ se traduce ‘SEÑOR,’” con todas las letras mayúsculas, y que la palabra hebrea para señor, “Adonai,” también se traduce “Señor,” pero con la primera letra mayúscula y las demás minúsculas. Se alistan por separado en la concordancia las veces que aparecen estas dos palabras.
Es interesante el hecho de que bajo la palabra “Señor” hay poco menos de 1.000 anotaciones, mientras que bajo “SEÑOR” (”Yaweh”) hay más de 6.800 anotaciones. Si es cierto que “Yaweh” es el “nombre propio de Dios,” el sustituir en Su propio libro este nombre unas 7.000 veces por la palabra impersonal “SEÑOR” constituye realmente una blasfemia monumental, un “insulto a . . . Dios.” (”Webster’s New Collegiate Dictionary”) ¿No se sentiría usted insultado si la mayoría de sus supuestos amigos rehusaran usar el nombre de usted y, en cambio, le llamaran “hombre,” “mujer,” “niño” o “niña”?—Salmos 83:16-18.
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