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  • Los lolardos, valerosos predicadores de la Biblia
    La Atalaya 1981 | 1 de enero
    • LAS ENSEÑANZAS DE WICLEF EN EL CONTINENTE

      Aunque la gente común no podía leer la Biblia abiertamente, una persona de gran autoridad podía. Ana, reina de Inglaterra y esposa de Ricardo II, tenía una Biblia latina y una en su propio idioma bohemio. El hermano de la reina Ana, el rey Wenceslao, había accedido al casamiento de ella, que se efectuó en 1382 a instancias del papa, quien por esta unión esperaba obtener sus propios fines egoístas, pero no pudo prever lo que sucedería como resultado de aquello. Ana pronto oyó acerca de los escritos de Wiclef y obtuvo algunos de ellos, junto con los cuatro Evangelios en inglés. Puesto que le agradó lo que leyó, dio su apoyo a Wiclef. Miembros de la Corte de Praga que la visitaron se llevaron consigo algunas de las obras de Wiclef al regresar a Bohemia. La Universidad de Praga también estableció lazos con la Universidad de Oxford, que todavía favorecía considerablemente a Wiclef.

      Como resultado de este contacto, Jan Hus, o Huss, llegó a leer los escritos de John Wiclef. Jan Hus, educado en la Universidad de Praga, llegó a ser el rector de ésta. En 1403 se efectuó una serie de discusiones acerca de las enseñanzas de Wiclef. Las autoridades las condenaron, pero Hus continuó pronunciando discursos acerca de ellas. Finalmente, en 1409, el papa Alejandro V emitió una bula papal en la cual se ordenó una investigación. Hus y sus seguidores fueron excomulgados, y 200 volúmenes de los escritos de Wiclef fueron quemados. Pero Bohemia ardía de un cabo al otro con las enseñanzas de Hus y de Wiclef, y por eso el rey no apoyó al papa. Cuando el papa murió en 1410, y luego al año siguiente murió el arzobispo de Praga, Hus aprovechó esta oportunidad para continuar su predicación.

      En 1414 el emperador Segismundo convocó el Concilio de Constanza en un esfuerzo por terminar con el cisma papal. Los efectos alarmantes de los escritos de Wiclef volvieron a considerarse. El papado ahora podía ver los resultados en dos países ampliamente separados uno del otro, Inglaterra y Bohemia. En 1415 Hus fue condenado y quemado en la hoguera a pesar de un salvoconducto que le fue otorgado por el emperador. A Wiclef se le declaró líder de la herejía en aquella época. Sus libros habían de ser quemados y sus restos sacados de su tumba y echados fuera del ‘suelo consagrado.’ A dos obispos que sirvieron sucesivamente en Lincoln esta acción les pareció tan repugnante que no se llevó a cabo sino hasta 1428. Entonces, el cuerpo de Wiclef fue desenterrado y quemado, y sus cenizas fueron esparcidas en el cercano río Swift. Fue natural que algunas personas vieran en esta acción vil un significado simbólico: Así como las aguas del río llevaron sus cenizas al ancho océano, así las enseñanzas de Wiclef se estaban esparciendo por todo el mundo.

      Un testimonio de 1572 pintó a Wiclef encendiendo la chispa, a Hus avivando las brasas, y a Lutero sosteniendo en alto la antorcha. Wiclef puso en moción muchas de las ideas y principios que salieron a la superficie en el siglo dieciséis cuando la Reforma removió algunas de las tradiciones y enseñanzas falsas que se habían desarrollado durante el oscurantismo y la época medieval. Los lolardos sobrevivieron a través de todo este período. Cuando en Inglaterra se introdujeron los escritos de Lutero, las congregaciones de los lolardos se mezclaron con el nuevo movimiento, por lo semejantes que eran las enseñanzas de unos y otros.

      Gradualmente la Biblia estaba siendo librada de los grilletes que la habían hecho un libro cerrado a todos con excepción de algunas personas acaudaladas favorecidas. ¿Apreciamos hoy el valor que desplegaron personas muy devotas? Ellas estimaban la Biblia como un libro que valía la pena leer y estudiar... de hecho, que valía su propia tierra, libertad y vida. ¿Tiene algún efecto en nosotros el gran esfuerzo que se hizo para estudiar con libertad las Escrituras? Solo podemos decir que lo tiene si nosotros mismos estudiamos la Biblia y desplegamos una fe activa, al compartir las verdades de ella con otros.

  • La bendición de la unidad fraternal
    La Atalaya 1981 | 1 de enero
    • La bendición de la unidad fraternal

      LA UNIDAD ciertamente es una bendición. Por el esfuerzo unido de muchas personas se puede conseguir mucho más que solo por el esfuerzo de una. Cuando las personas se llevan bien unas con otras, gozan muchísimo de trabajar juntas.

      David escribió bajo inspiración acerca de la bendición de la unidad fraternal. Puesto que todos los israelitas eran descendientes del mismo hombre, Jacob, las palabras de David en el Salmo 133 en realidad aplicaban a la nación entera. Hoy los cristianos devotos son miembros de una hermandad mundial y por eso deben esforzarse por mantener la deleitable unidad que describe el salmista: “¡Miren! ¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos moren juntos en unidad! Es como el buen aceite sobre la cabeza, que viene bajando sobre la barba, la barba de Aarón, que viene bajando hasta el cuello de sus prendas de vestir. Es como el rocío de Hermón que viene descendiendo sobre las montañas de Sión. Porque allí ordenó Jehová que estuviese la bendición, aun vida hasta tiempo indefinido.”—Sal. 133:1-3.

      Cuando todas las tribus de Israel venían a Jerusalén para las tres fiestas anuales, tenían la oportunidad de morar juntas en unidad. Aunque venían de diversas tribus, eran una sola familia de hermanos. El que los israelitas estuvieran juntos tenía una influencia agradable y sana. El efecto de que moraran juntos en unidad de este modo era como buen aceite de unción... una sustancia refrescante con un aroma persistente y agradable. El aceite derramado sobre la cabeza de Aarón fluía por su larga barba y bajaba hasta el cuello de su prenda de vestir. De manera similar, el efecto saludable de que los israelitas estuvieran juntos tenía una influencia de poder penetrador que se esparcía entre el pueblo congregado. Esto resultaba

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