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  • “Los amó hasta el fin”
    La Atalaya 1980 | 1 de marzo
    • “otras ovejas” de la cual habló Jesús. (Luc. 12:32; Juan 10:16; Rev. 7:9) Ellos, también, ejercen fe en la sangre derramada de Jesús. (Rev. 7:14) Tienen la esperanza de ‘heredar el Reino,’ en el sentido de que disfrutarán de sus bendiciones de vida eterna en la Tierra, como prometió Jesús en Mateo 25:31-40. También disfrutan de asociación estrecha con los “hermanos” de Cristo, mencionados en esa ilustración. En comparación con los israelitas espirituales, como “extranjeros” ellos aprecian profundamente el privilegio y la responsabilidad de participar con los israelitas espirituales en producir frutos del Reino. (Isa. 56:6, 7; 61:5; Mat. 21:43) Algunos hasta han muerto debido a la posición fiel que han adoptado en cuanto a la verdad y a su proclamación denodada del mensaje del Reino. Sin embargo, aunque quizás mueran como mártires, no mueren una muerte de sacrificio como Jesús y los que son “coherederos con Cristo” en el reino celestial. Dándose cuenta de esta distinción, no participan de los emblemas del pan sin levadura y la copa de vino que significan no solo recibir los beneficios de la muerte de Cristo, sino también participar con él en el mismo proceder de sacrificio.

      ESCRUTINIO INDIVIDUAL

      Aunque el grueso de los que hoy componen el “un solo rebaño, [bajo el] un solo pastor” comprenden esta distinción, en algunos pudiera surgir la pregunta en cuanto a cómo sabe alguien que ha sido invitado al llamamiento celestial. Esto ya no puede ser determinado por ninguna evidencia externa como cuando se dieron los dones milagrosos del espíritu en los días del comienzo de la congregación cristiana. De aún mayor valor que estos dones era la gloriosa esperanza de adquirir la herencia celestial que se daba a aquellos a quienes se ‘llamaba hijos de Dios’ y eran “participantes del llamamiento celestial.” (Heb. 3:1; 1 Juan 3:1-3) En aquel tiempo había aquella única esperanza, pero hoy, cuando esa parte de la “administración” de Dios está casi completa, las puertas del Reino se abren con amplitud en invitación a una “grande muchedumbre” para que obtengan bendiciones terrestres, como ya se ha mencionado. Esto ha sido especialmente cierto desde 1935 en adelante, cuando se identificó claramente a la “grande muchedumbre” como una clase terrestre que tiene la esperanza de vivir para siempre en una Tierra paradisíaca.—Efe. 1:10; Rev. 7:9-17.

      ¿Se deja al individuo escoger en cuanto a qué esperanza tendrá, si será celestial o terrestre? No. Antes de que se pueda tener alguna esperanza personal, se tiene que dar el paso de dedicación incondicional y bautismo, al concordar la persona en hacer desde entonces en adelante la voluntad de Dios, no su propia voluntad. Dios hace que Su voluntad se haga por el funcionamiento de su espíritu santo. En Romanos 8:14-17 se explica cómo ese espíritu opera o funciona en aquellos a quienes Dios escoge como miembros en perspectiva del “rebaño pequeño” y despierta dentro de ellos una esperanza celestial. Aquellos cristianos tenían evidencia inequívoca dentro de sí mismos de que habían sido llamados al reino celestial.

      ¿Reciben también el espíritu de Dios los siervos dedicados a quienes Dios acepta como miembros de la “grande muchedumbre”? Definitivamente sí, de manera similar a como sucedió en el caso de los fieles siervos de Dios de antes del cristianismo, tales como Moisés y Juan el Bautizante, quienes no tenían esperanza celestial. (Mat. 11:11) Dios está tratando con todos y cada uno de sus siervos dedicados hoy día, cultivando en ellos una esperanza de vivir en su reino. Pablo dijo a aquellos cristianos primitivos que a ellos se les estaba ‘salvando en esta esperanza,’ la celestial. También habló de la esperanza que había para la “creación,” los demás de la familia humana, quienes estaban ‘aguardando la revelación de los hijos de Dios’ con la perspectiva de disfrutar ellos mismos de “la gloriosa libertad de los hijos de Dios” como Sus hijos terrestres restaurados.—Rom. 8:18-25.

      Por eso cada uno tiene que ser salvado dentro de cierta esperanza. Esa esperanza debe ser absorbente y muy real para usted. Si, después de un examen honrado, a usted le parece que hay algún grado de incertidumbre, o si usted reconoce que fueron fuertes sentimientos de emoción los que lo llevaron a concluir que había recibido el llamamiento celestial, o quizás que tal llamamiento lo separaba como diferente y algo superior a los demás, con derecho a recibir tratamiento y respeto especiales, entonces usted tiene buena razón para volver a evaluar su posición. Con sinceridad y humildad, no vacile en pedir a Dios sabiduría y guía y ayuda para hacer Su voluntad. Él no le reprochará nada. “Dios está tratando con ustedes como con hijos,” a quienes ama.—1 Cor. 11:28; Heb. 12:4-11; Sant. 1:5-8.

      Todo individuo que verdaderamente es como una oveja y que asiste a la “cena del Señor,” sea como observador o como participante, se deleita en estar presente “en memoria” de todo lo que Jesús hizo como prueba del amor leal que le tiene a su Padre, y también de su amor a todo el que ejerce fe en él. Como Jesús “los amó hasta el fin,” mostremos nosotros el mismo espíritu de aguante y lealtad hasta el fin. Juan dijo que los seguidores de Jesús estaban “en el mundo.” Para nuestro estímulo, Jesús concordó con esto, y añadió: “En el mundo están teniendo tribulación, pero ¡cobren ánimo! yo he vencido al mundo.” (Juan 13:1; 16:33) Por eso, todos hagamos diariamente como exhortó Pablo: “Guardemos la fiesta . . . con tortas no fermentadas de sinceridad y verdad.”—1 Cor. 5:8.

  • ¿Atormenta Dios a las almas?
    La Atalaya 1980 | 1 de marzo
    • ¿Atormenta Dios a las almas?

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