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  • EL arrepentimiento verdadero... ¿cómo podemos identificarlo?
    La Atalaya 1972 | 1 de diciembre
    • pesar. Y sin embargo estos sentimientos en sí no son una medida segura de lo genuino del arrepentimiento. La cuestión es: ¿Por qué siente el malhechor tal tristeza, remordimiento y pesar? ¿Qué motiva estos sentimientos?

      El apóstol muestra la importancia de determinar esto cuando escribe: “Porque la tristeza de manera piadosa obra arrepentimiento para salvación, del cual no hay que tener pesar; mas la tristeza del mundo produce muerte.” (2 Cor. 7:10) De modo que es asunto de vida o muerte el que nuestro motivo sea el correcto. La tristeza mundana no brota de fe y amor a Dios y la justicia. Nace de pesar debido a fracaso, desilusión, pérdida material o social, la perspectiva de sufrir castigo o vergüenza. La tristeza mundana lamenta las consecuencias desagradables que acarrea la comisión del mal. Pero no se lamenta a causa de la injusticia misma, ni del vituperio que le acarrea a Dios.—Compare con Jeremías 6:13-15, 22-26.

      Caín expresó esta clase de tristeza. Cuando Dios pronunció sentencia sobre él, Caín de veras se sintió apenado... por sí mismo debido al futuro aciago que prevía. Pero no expresó pesar alguno por su acto de asesinar a su hermano.—Gén. 4:5-14.

      Esaú mostrando falta de aprecio vendió su primogenitura a su hermano Jacob. Más tarde, al enterarse de que Jacob había recibido la bendición profética de su padre Isaac como primogénito, Esaú clamó “de una manera extremadamente fuerte y amarga.” Con lágrimas buscó arrepentimiento... no su propio arrepentimiento sino el de su padre, tratando de convencer a Isaac para que se ‘arrepintiera’ o ‘cambiara de parecer’ en cuanto a otorgarle la bendición a él. Lo que le pesó a Esaú no fue la actitud materialista que le hizo ‘despreciar su primogenitura.’ Le pesó la pérdida en beneficios que esto le iba a costar ahora. Dios dijo: “Amé a Jacob, pero odié a Esaú.”—Gén. 25:29-34; 27:34; Heb. 12:16, 17; Rom. 9:13.

      El hecho de que Dios jamás se complacerá con una actitud mudadiza en este asunto se manifiesta en la profecía de Oseas. Concerniente a Israel él dice: ‘Cuando están en grave aprieto, buscan a Dios.’ Pero las expresiones de arrepentimiento que hicieron fueron efímeras. “La bondad amorosa de ustedes es como las nubes de la mañana y como el rocío que temprano se va.”—Ose. 5:15; 6:1-4.

      Oseas 7:14-16 entonces revela el factor clave que falta en muchas expresiones de arrepentimiento aun hoy día, diciendo: “No clamaron a mí por socorro con su corazón, aunque siguieron aullando en sus camas. A causa de su grano y vino dulce siguieron holgazaneando . . . procedieron a volverse, no a nada más elevado . . .” Su ‘aullar’ por alivio en tiempo de dificultad fue motivado egoístamente y, si se les concedía alivio, no usaban la oportunidad para mejorar y fortalecer su relación con Dios adhiriéndose más estrechamente a sus normas elevadas. (Sant. 4:3) Oseas dice que eran como un “arco flojo,” un arco que jamás da en el blanco. (Ose. 7:16; Sal. 78:57) Su arrepentimiento realmente no era de corazón.—Joel 2:12, 13.

      LO QUE MOTIVA ARREPENTIMIENTO VERDADERO

      La tristeza que acompaña al arrepentimiento verdadero tiene una motivación muy diferente a la motivación de la tristeza mundana. Hay un deseo sincero de volver al favor de Dios, motivado por amor a él que proviene de conocerlo y conocer sus cualidades espléndidas y propósitos justos. El aprecio a su bondad y grandeza hace que los malhechores genuinamente arrepentidos sientan vivo remordimiento por haberle acarreado vituperio a Su nombre. El amor al prójimo también los hace lamentar el daño que han causado a otros, el mal ejemplo puesto, el daño hecho, quizás la manera en que han ensuciado la reputación del pueblo de Dios entre los de afuera, impidiendo así que las personas reconozcan la congregación verdadera de Dios. Estas cosas, y no solo la vergüenza de ser ‘descubiertos’ o la perspectiva de la disciplina, los hace sentirse “quebrantados de corazón” y “aplastados en espíritu.”—Sal. 34:18.

      Pero el arrepentimiento (griego, metánoia) también envuelve un ‘cambio de parecer’ o ‘cambio de voluntad.’ Para ser genuino, tiene que incluir un rechazamiento positivo del derrotero malo como repugnante, algo odiado. (Sal. 97:10; Rom. 12:9) Esto es acompañado por un amor a la justicia que hace que el cristiano arrepentido determine firmemente el adherirse a un derrotero justo de allí en adelante. Sin este odio a lo malo y amor a la justicia no habría verdadera fuerza en nuestro arrepentimiento, no habría refuerzo con lo que el apóstol Pablo llamó “obras propias del arrepentimiento.” (Hech. 26:20) El caso del rey Roboam ilustra esto. Después de primero humillarse bajo la cólera de Dios, volvió al proceder de hacer lo malo. ¿Por qué? Porque “no había establecido firmemente su corazón en buscar a Jehová.”—2 Cró. 12:12-14.

      Los de la congregación corintia sí mostraron estar “entristecidos de manera piadosa.” Cuando Pablo los censuró por haber amparado a un practicante de iniquidad en medio de ellos, respondieron y corrigieron la situación. La tristeza que sintieron por su mal la manifestaron no solo por temor sino por “¡ . . . gran solicitud . . . sí, el librarse de culpa, sí, indignación [por el vituperio que había acarreado el derrotero del malhechor], . . . sí, anhelo, sí, celo, sí, corrección del abuso!” (2 Cor. 7:11) De modo que hoy los ancianos pueden buscar cualidades similares en los que les expresan arrepentimiento por algún mal cometido.

      LA IMPERFECCIÓN NO DEBE FRUSTRAR EL GOZO

      Los pecados, por supuesto, pueden variar en cuanto a gravedad. Quizás en vez de algún pecado grave, como fornicación, adulterio o robo, nos demos cuenta de que hemos sido culpables de tener “ojos altaneros” o de estar “mostrando favoritismo,” cosas que desagradan mucho a Dios. (Pro. 6:16, 17; Sant. 2:9) Y cuando se trata del uso de la lengua, “todos tropezamos muchas veces,” diciendo cosas que más tarde reconocemos como imprudentes, desprovistas de bondad, desamoradas, no cristianas. (Sant. 3:2, 8-13) ¿Estamos interesados en que nuestras relaciones con Dios no sufran daño? Entonces necesitamos ‘arrepentirnos y volvernos,’ buscando su perdón.

      Pero puesto que nuestra imperfección se muestra de una u otra manera diariamente, ¿significa esto que debemos estar en una condición constante de lamento, sintiéndonos continuamente llenos de remordimiento? De ninguna manera.

      Al alistar los frutos del espíritu santo de Dios, el apóstol pone “gozo” inmediatamente después de “amor.” (Gál. 5:22) El salmista dice: “Si errores fuese lo que tú vigilas, oh Jah, oh Jehová, ¿quién podría estar de pie?” (Sal. 130:3) Podemos estar gozosos, recordando en cambio que “Jehová es misericordioso y benévolo, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa. . . . Pues él mismo conoce bien la formación de nosotros, acordándose de que somos polvo.” (Sal. 103:8-14) Aunque nuestros errores correctamente producen pesar, no hay que atormentarnos por toda falta menor o palabra irreflexiva.

      Sin embargo, nuestro reconocimiento de estas faltas debe tener un efecto humillante en nosotros, ayudándonos a mantenernos tanto modestos como compasivos para con otros. Entonces, cuando oremos a Dios por perdón de nuestros errores cotidianos él se complacerá con nuestra oración. Al andar escrupulosamente en sus caminos y buscar con regularidad su rostro en oración, de veras podemos estar gozosos, seguros de una buena relación con él.—Fili. 4:4-7.

  • Piedras espirituales
    La Atalaya 1972 | 1 de diciembre
    • Piedras espirituales

      ◆ El clérigo John W. Meister, secretario ejecutivo del Concilio Sobre Educación Teológica de la Iglesia Presbiteriana Unida de los E.U.A., reconoció que los que asisten a las iglesias están dejándolas porque no están recibiendo pan espiritual. Informando sobre sus observaciones, el Daily News de Springfield, Massachusetts, dijo: “Lo que está molestando a los que ocupan los bancos de las iglesias en estos días, escribe en la revista Presbyterian Life, es la dieta escasa que se le está sirviendo desde el púlpito. Según la metáfora vívida de Jesús, los hombres están pidiendo pan... y están recibiendo piedras.”

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