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Una esperanza maravillosa¡Despertad! 1976 | 22 de enero
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Una esperanza maravillosa
¿CONTINUARÁ la muerte para siempre reclamando víctimas y ocasionando expresiones de angustia? ¿O, hay esperanza de que la muerte sea abolida y de que los que ahora están asidos firmemente en sus garras sean librados?
Puesto que Jehová Dios le dio vida a la primera pareja humana, Adán y Eva, se desprende lógicamente que él también puede restaurar la vida a los que ahora están durmiendo en la muerte. Esto es lo que el patriarca Job de la antigüedad creyó. Debido a los intensos sufrimientos que estaba padeciendo, dirigió estas palabras a Dios: “¡Oh que en el Seol [la tumba] me ocultases, . . . que me fijaras un límite de tiempo y te acordaras de mí! . . . Tú llamarás, y yo mismo te responderé. Por la obra de tus manos sentirás anhelo.”—Job 14:13-15.
Base para la esperanza
Debido a que Dios creó a Adán y Eva y los dotó de la capacidad para procrear, las criaturas humanas son la ‘obra de las manos de Dios.’ Como descendientes del pecador Adán, son imperfectos y están sujetos a la muerte. Sin embargo Dios no quiere ver a la familia humana en conjunto reducida al polvo inanimado del cual creó al primer hombre Adán. Él anhela o ansía el día que él ha fijado para restaurar a la vida a los miles de millones de seres humanos muertos.
Para que tuviéramos confianza en su capacidad de resucitar a los muertos, Jehová Dios en ocasiones dio poder a hombres para hacer esto. También inspiró a ciertos hombres para proveer un registro confiable de las resurrecciones pasadas. La Biblia contiene este registro. ¿Qué aprendemos de él?
El profeta hebreo Elías resucitó al hijo único de una viuda que vivía en Sarepta. (1 Rey. 17:21-23) En Sunem, en la parte norte de Israel, el sucesor de Elías, Eliseo resucitó al hijo único de una prominente señora hospitalaria.—2 Rey. 4:8, 32-37.
Muchos siglos más tarde Jesucristo les ocasionó gran felicidad a varias personas que habían perdido en la muerte a familiares queridos. Jairo, un presidente de una sinagoga cerca del mar de Galilea, tuvo el gozo de ver resucitada a su hija del sueño de la muerte. Una viuda de Naín, al sudoeste del mar de Galilea, vio a su hijo único recobrar la vida en el mismísimo féretro en que los portadores lo llevaban a una tumba fuera de la ciudad. A María y Marta de Betania, no lejos de Jerusalén, les fue restaurado su hermano después que este había estado muerto por cuatro días.—Mar. 5:22, 35, 41-43; Luc. 7:11-17; Juan 11:38-45.
Más tarde, dos apóstoles de Jesús fueron usados como medios para volver a la vida a personas muertas. El apóstol Pedro resucitó a Dorcas (Tabita) en Jope, una ciudad de la costa mediterránea. (Hech. 9:36-42) Y en Troas, en la provincia romana de Asia, el apóstol Pablo levantó de entre los muertos a Eutico.—Hech. 20:6-12.
La resurrección más notable de todo tiempo fue la de Jesucristo. Esa resurrección fue cabalmente establecida como realidad. Más de quinientos testigos vieron al Cristo resucitado. Tan abrumadora fue la evidencia que el apóstol Pablo señaló que el negar la resurrección significaba negar la fe cristiana en conjunto. Él declaró: “Si, de veras, no hay resurrección de los muertos, tampoco ha sido levantado Cristo. Pero si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano. Además, también somos hallados testigos falsos de Dios, porque hemos dado testimonio contra Dios de que él levantó al Cristo, pero a quien no levantó si los muertos verdaderamente no han de ser levantados.”—1 Cor. 15:13-15.
Clases de resurrecciones
La resurrección de Jesucristo, sin embargo, fue muy diferente a la de todos los otros que fueron restaurados a la vida durante el primer siglo de la era común y antes. Él experimentó un cambio de naturaleza. La Biblia nos dice que él fue “muerto en la carne” pero “hecho vivo en el espíritu.” (1 Ped. 3:18) Solo los que han sido escogidos de entre la humanidad para ser gobernantes asociados con él participan en una resurrección como esta... una resurrección a vida inmortal de espíritus en los cielos. Concerniente a estos, la Biblia dice: “Feliz y santo es cualquiera que tiene parte en la primera resurrección; sobre éstos no tiene autoridad la muerte segunda, sino que serán sacerdotes de Dios y del Cristo, y gobernarán como reyes con él por los mil años.”—Rev. 20:6.
Note que esta clase de resurrección se llama la “primera resurrección.” Por ende, tiene que haber todavía otra resurrección que abarque a los miles de millones de seres humanos muertos que estarán bajo el gobierno de Jesucristo y sus reyes y sacerdotes asociados. Describiendo esta resurrección posterior tal como la vio en una visión, el apóstol Juan escribe: “El mar entregó los muertos que había en él, y la muerte y el Hades [la tumba] entregaron los muertos que había en ellos.”—Rev. 20:13.
Pero, ¿para vivir dónde serán resucitadas todas estas personas muertas? Serán resucitadas para la vida sobre la Tierra, como lo fueron las personas que los profetas hebreos, así como Jesús y sus apóstoles resucitaron. El hecho de que habrá una resurrección a la vida terrenal también quedó confirmado por lo que se le reveló a Juan acerca de las condiciones cambiadas que existirán sobre la Tierra entre la humanidad. Leemos: “La tienda de Dios está con la humanidad . . . Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.”—Rev. 21:3, 4.
Pero, ¿pudiera el quitar la muerte de la humanidad ocasionar problemas incalculables debido al exceso de población en la Tierra? No. ¿Por qué no? Porque el propósito original de Dios fue que la Tierra fuera llenada, no que se poblara en demasía. (Gén. 1:28) Así es que podemos tener la seguridad de que Aquel que tiene la capacidad para hacer volver a la vida a los muertos no tendrá dificultad en ver que esta Tierra continúe siendo un hogar deleitable para la humanidad.
¿Qué será resucitado?
El levantar a las personas de entre los muertos ciertamente es un asombroso milagro. Puesto que lo que los seres humanos son como personas parece estar inseparablemente ligado a sus cuerpos físicos, a muchas personas se les hace difícil entender cómo es posible la resurrección. En la mayoría de los casos, no queda nada del organismo físico de la persona muerta. El cadáver hasta puede haber sido quemado o quizás devorado por las aves, los peces o las bestias. Así es que, ¿cómo pueden las personas que son resucitadas verdaderamente ser las mismas que murieron?
La creación de Adán pone en claro que lo que lo hizo una persona fue lo que Dios hizo con él. Los elementos de los cuales Adán fue hecho no tenían personalidad. Sin embargo, cuando Jehová Dios le dio energía al cuerpo inanimado compuesto de los elementos del suelo, Adán llegó a ser una persona con una personalidad definida. La posesión del espíritu de vida que Dios puso en el cuerpo inanimado cuando le dio energía hizo de Adán un alma viviente.—Compare con Génesis 1:21, 24 concerniente a “alma.”
Lo que hace que los descendientes de Adán sean las personalidades que son no es la substancia que compone sus cuerpos sino la condición hereditaria que se transmite dentro de esa substancia... una herencia que consiste en las cualidades, rasgos y habilidades que distinguen de otras personas a los que los poseen. Lo que es más, aun durante la vida el cuerpo humano está cambiando constantemente. Las moléculas que forman el cuerpo de una persona hoy, no son las mismas que formaban su cuerpo hace unos siete años. No obstante, aunque sus substancias son diferentes en cuanto a moléculas, la persona todavía es la misma persona. ¿Por qué? Porque los órganos y rasgos corporales todavía están ahí a pesar del cambio gradual de las moléculas; hasta las impresiones digitales siguen siendo las mismas.
Claramente, entonces, la resurrección no depende de la conservación de las mismas moléculas. La persona resucitada puede ser, de hecho, hasta de una substancia diferente, como es el caso con los que resucitan a la vida como espíritus en los cielos. Tocante a la resurrección celestial, el apóstol Pablo escribió: “Lo que siembras no es vivificado a menos que primero muera; y en cuanto a lo que siembras, no siembras el cuerpo que se desarrollará, sino un grano desnudo, sea de trigo o cualquiera de los demás; pero Dios le da un cuerpo así como le ha agradado, y a cada una de las semillas su propio cuerpo. . . . Y hay cuerpos celestes, y cuerpos terrestres; mas la gloria de los cuerpos celestes es de una clase, y la de los cuerpos terrestres es de una clase diferente. . . . Así también es la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, se levanta en incorrupción. Se siembra en deshonra, se levanta en gloria. Se siembra en debilidad, se levanta en poder. Se siembra cuerpo físico, se levanta cuerpo espiritual.” (1 Cor. 15:36-44) Sin embargo, para que las personas resucitadas sean las mismas personas, tienen que tener la indentidad personal de su vida anterior.
Esa cosa intangible —los rasgos y las cualidades que hacen a la materia organizada una persona distinta de otras— queda en manos de Dios, y él puede poner esa personalidad idéntica dentro del cuerpo que se le da al tiempo de la resurrección. Es por eso que la persona resucitada no es meramente una copia. Es la persona idéntica, que posee todo rasgo mental y emocional que la hizo lo que era antes de su muerte.
Esto explica por qué Jesús les dijo a sus discípulos: “No se hagan temerosos de los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; sino, más bien, teman al que puede destruir tanto el alma como el cuerpo.” (Mat. 10:28) Es verdad que los hombres pueden quitar la vida, haciendo que el cuerpo quede inanimado. Pero no pueden quitar de una persona el derecho dado por Dios de ser un alma viviente. No pueden borrar a nadie de la provisión de Dios para ellos de ser despertados del sueño de la muerte. Solo Dios puede cancelar la oportunidad de una persona de vivir de nuevo como un alma. Cuando eso sucede, la persona está totalmente destruida. Aun si las mismas moléculas que componen el cuerpo de una persona se pudieran juntar, estas no tendrían ningún valor sin el derecho dado por Dios de volver a vivir. Solo Dios puede suministrar esa fuerza vital necesaria.
Por lo tanto, la resurrección de los muertos solo es posible porque Dios existe. Aunque la Biblia no suministra los detalles, provee suficiente información como para que uno tenga una base sólida para su fe en la resurrección. Uno puede beneficiarse personalmente de esta esperanza maravillosa tanto ahora como en el futuro. ¿Cómo?
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¿Cómo puede uno beneficiarse de esta esperanza?¡Despertad! 1976 | 22 de enero
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¿Cómo puede uno beneficiarse de esta esperanza?
¿QUIÉN diría usted que está en mejor situación... la persona que considera que la muerte lo termina todo, o la que tiene la firme convicción de que los muertos serán resucitados?
El individuo sin esperanza no tiene nada que le sirva de ayuda. A lo más puede tener la perspectiva de unos setenta u ochenta años de vida. Cuando alguien de su familia muere, no tiene nada que lo consuele. Para él, la pérdida es permanente. Quizás pueda expresarles condolencia a otras personas que estén de duelo, pero no puede señalarles alguna esperanza estimuladora. Puesto que él mismo cree que no hay esperanza para los muertos, tal vez se sienta tentado a hacer todo lo que está a su alcance para mantenerse vivo aunque el hacerlo resultara en daño para sus semejantes.
Es completamente diferente la situación de los que creen lo que la Biblia enseña acerca de la muerte y que tienen fe en la promesa de resurrección que esta presenta. Saben con seguridad que todos los que están en las tumbas serán despertados del sueño de la muerte. Este conocimiento también los ha librado de los temores a que instan las enseñanzas falsas acerca de la muerte. Sabiendo que los muertos están inconscientes y no tienen memoria, los que creen en la Palabra de Dios no tienen temor alguno acerca de que los muertos amados de ellos estén sufriendo en un lugar de tormento temporáneo o permanente. Comprenden que los muertos no pueden ni ayudarlos ni causarles daño y, por lo tanto, están libres de cualquier temor a los muertos.
Ciertamente, si uno abraza la esperanza de la resurrección como propia, puede beneficiarse de ella aun ahora. Si la muerte despoja a uno de un amigo o pariente amado, su convicción de que él o ella será levantado a la vida le impedirá el abandonarse a la clase de angustia que sufren los que no tienen esta esperanza. También podrá dar consuelo verdadero a los apesadumbrados por la pérdida de sus familiares amados.
La convicción de que hay una resurrección protege a uno de vivir solo para el presente. En vez de que viva solo según el precepto “comamos y bebamos, porque mañana hemos de morir,” la esperanza de la resurrección le sirve de incentivo para que viva de un modo que le agrade a Dios.—1 Cor. 15:32.
El tener fe en que Dios tiene el poder para resucitar a los muertos también libra a uno del temor de perder la vida por medios violentos. La Palabra de Dios señala que Jesucristo fue el medio para emancipar “a todos los que por temor de la muerte estaban sujetos a la esclavitud durante toda su vida.” (Heb. 2:15) Por temor de que los ejecutaran si no cumplían con las demandas de los superiores, a través de los siglos muchas personas han sacrificado principios y han convenido en hacer cosas que sabían eran incorrectas. Sin embargo, la persona que tiene fe firme en la promesa de la Biblia de una resurrección no daña su conciencia de este modo. ¿No es el conservar una conciencia limpia otro excelente beneficio que reciben los que creen en la resurrección?
Además de obtener beneficios ahora, el tener fe en la capacidad de Dios para levantar a los muertos pone ante uno la perspectiva de dar la bienvenida a los muertos que vuelvan o de estar uno mismo entre los que sean levantados a la vida. Pero para estar entre los que verán el cumplimiento de la esperanza de la resurrección uno tendrá que llenar ciertos requisitos.
No todos los que hayan muerto obtendrán una resurrección de entre los muertos. Jesucristo indicó que no había esperanza para los que pecaran contra el espíritu de Dios. Él dijo: “Toda suerte de pecado y blasfemia será perdonada a los hombres, pero la blasfemia contra el espíritu no será perdonada. Por ejemplo, a cualquiera que hable una palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonado; pero a cualquiera que hable contra el espíritu santo, no le será perdonado, no, ni en este sistema de cosas ni en el venidero.” (Mat. 12:31, 32) Puesto que no hay ninguna posibilidad de perdón para el pecado en contra del espíritu de Dios, todos los que se hacen culpables de tal pecado pagan la entera pena de ello por medio de quedar muertos para siempre.
Comparados con los miles de millones que han muerto, pocos de la humanidad se han hecho culpables de una deliberada práctica del pecado que Dios considera imperdonable. No obstante, el hecho de que es posible cometer ese pecado debería alertar a uno contra la insensatez de arriesgarse por medio de deliberadamente desatender los mandamientos de Dios. La fe en la promesa de Dios de una resurrección de los muertos impide que uno cometa el pecado imperdonable, por lo cual perdería la vida por toda la eternidad.
Comenzando de antemano
Todavía hay otro beneficio que proviene de vivir de un modo que refleja la fe en la esperanza de la resurrección. Tiene que ver con comenzar de antemano en el camino de la justicia. ¿Cómo puede ser esto?
La resurrección “así de justos como de injustos” a la vida sobre la Tierra brindará a ambos grupos la oportunidad de obtener perfección como hijos de Dios. (Hech. 24:15) Todos pueden aprovecharse de la ayuda que suministrará el gobierno celestial en manos de Jesucristo y sus gobernantes asociados. A la persona que sirvió a Dios de todo corazón antes de su muerte y resurrección se le hará mucho más fácil someterse al gobierno de Jesucristo y sus asociados. Por otra parte, cuanto mayor haya sido la terquedad de una persona al resistir la voluntad de Dios, tanto más difícil le será cambiar y adelantar a la perfección.
Jesucristo señaló esto cuando les dijo a sus incrédulos compatriotas: “Varones de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron por lo que Jonás predicó, pero, ¡miren! algo más que Jonás está aquí. La reina del Sur será levantada en el juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino desde los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, pero, ¡miren! algo más que Salomón está aquí.” (Mat. 12:41, 42) Comentando sobre una ciudad que tercamente rehusara prestar atención al mensaje de la verdad, Jesús dijo: “Le será más soportable a la tierra de Sodoma y Gomorra en el Día de Juicio que a aquella ciudad.”—Mat. 10:15.
La resurrección de los muertos, así de justos como de injustos, hace posible un Día de Juicio, durante el cual las criaturas humanas podrán demostrar si realmente quieren someterse o no al reino de Dios por Cristo. En el caso de los compatriotas de Jesús que oyeron su predicación y vieron sus milagros pero que entonces lo rechazaron, esto será muy difícil. Tendrán que humillarse y confesar que estuvieron equivocados al rechazar a Jesús como el Mesías. Ciertamente requerirá humildad para que se sometan al gobierno de aquel a quien no quisieron como rey.
Los habitantes de Sodoma y Gomorra, por otra parte, nunca tuvieron la oportunidad que fue puesta ante los que vieron las poderosas obras de Jesucristo. En el caso de ellos, el orgullo y la terquedad no serán obstáculos tan grandes como lo serán para los judíos incrédulos del primer siglo de la era común. La manera favorable de responder los ninivitas y la “reina del Sur” resucitados reprenderá a la generación resucitada de los compatriotas de Jesús que realmente lo oyeron predicar y enseñar. En el pasado, los ninivitas del tiempo de Jonás y la “reina del Sur” respondieron favorablemente a lo que dijeron los siervos de Dios. Por lo tanto les será más fácil a estos someterse al reinado del rey escogido por Dios, uno para con quien nunca habían tenido prejuicio.
De modo parecido, las personas que hoy día voluntaria y gustosamente consideran lo que dice la Palabra de Dios y luego lo aplican a su vida hallarán que les es mucho más fácil progresar durante el Día de Juicio. Por lo tanto, lo que las personas hacen ahora puede afectar su futuro eterno.
Todo el que se rebele contra el gobierno divino después de haber sido levantado de entre los muertos perderá la perspectiva de vida eterna. Experimentará la “muerte segunda,” de la cual no hay posibilidad de recobro. Respecto a la “muerte segunda,” leemos en Revelación 20:14, 15: “Esto significa la muerte segunda: el lago de fuego. Además, cualquiera que no se halló escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.”
Dado que una disposición orgullosa, terca puede hacer que perdamos la vida eternamente, querremos comenzar de antemano en el camino de la justicia. ¡Qué triste sería el que uno perdiera la vida eterna por no aprovecharse ahora de las oportunidades para cultivar cualidades excelentes... cualidades que lo harán más fácil que uno cumpla con los requisitos de Dios durante el Día de Juicio!
Pero quizás alguien pregunte: ¿Qué puedo hacer para comenzar de antemano en el camino de la justicia?
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