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  • La felicidad... en busca de ella
    ¡Despertad! 1985 | 22 de marzo
    • La felicidad... en busca de ella

      LA DECLARACIÓN de Independencia de los Estados Unidos proclama el derecho a ‘la vida, la libertad y la búsqueda de felicidad’. Para muchas personas hoy día, la palabra clave es búsqueda. Hacen eso ávidamente al ocupar cada minuto en frenética actividad. Van en grandes cantidades a estadios donde se celebran actividades deportivas, se encorvan ante pantallas de ordenadores para divertirse con juegos electrónicos, fijan la atención en programas de televisión para ocupar las horas nocturnas, hacen planes para tener fines de semanas llenos de actividades excitadoras, van de excursión aérea por el mundo, y se mantienen afanosamente envueltas de otras maneras en un torbellino de actividades sociales. Muchas hasta recurren a drogas nocivas para alcanzar alturas emocionales. Hacen cualquier cosa por evitar momentos en que estén desocupadas y tal vez tengan que sentarse calladamente y encararse a sí mismas... y al aburrimiento. Sin embargo, esta búsqueda frenética de felicidad nunca culmina en felicidad genuina.

      Algunas personas siguen nuevos estilos de vida en busca de felicidad. El matrimonio ya no se considera como algo que hay que cumplir... lo que el agua trae, el agua lleva; la gente se divorcia por cualquier razón o sin razón alguna; los niños pasan de manos de la madre a las del padre, y viceversa. Personas solteras se entregan promiscuamente a las relaciones sexuales libres de compromiso. Parejas viven juntas sin casarse... sin compromiso, sin lazos que las una, libres para separarse y seguir tras cualquier capricho. Hay parejas que viven juntas y sus relaciones son homosexuales, o individualmente siguen sus perversiones. En todos estos experimentos por tanteo, la gente está sembrando solamente para la carne, y al final segará angustia mental, sentimientos de culpabilidad, celos, separaciones traumáticas, y enfermedades... a menudo incurables. La “nueva moralidad” cosecha hasta mayores desgracias que la antigua inmoralidad.

      Muchas otras personas equiparan la felicidad a las posesiones materiales, pero la acumulación de éstas solo intensifica el deseo insaciable de adquirir cada vez más. Las agencias de publicidad fomentan gustosamente ese deseo al difundir representaciones atractivas que las personas pueden reflejar... representaciones que han de apoyarse solamente en la marca de fábrica correcta de ropa que deben ponerse, los vinos que deben beber, el automóvil que deben conducir, la casa que deben adquirir, además de una cadena interminable de otras posesiones exteriores de las cuales rodearse.

      La ciencia aumenta la inundación materialista, como se quejó el biólogo René Dubos: “Demasiado a menudo se está utilizando ahora la ciencia para aplicaciones tecnológicas que no tienen nada que ver con las necesidades humanas y que tienen el único propósito de crear nuevos deseos artificiales”. Estos deseos —dice él—, cuando quedan satisfechos, “no han contribuido mucho a la felicidad ni al significado de la vida”. En las naciones acaudaladas se ha utilizado la tecnología en la producción estúpida para el consumo necio. En el caso de muchas personas, el derroche del consumo creciente de bienes raya en lo incorregible. Los valores espirituales casi se ahogan bajo la avalancha del materialismo.

      Cuando el señor Stewart Udall era secretario del Ministerio del Interior de los Estados Unidos, dijo: “Tenemos más automóviles que cualquier país del mundo... y los peores depósitos de chatarra. Somos la gente que más viaja en la Tierra... y aguantamos la mayor congestión de tráfico. Producimos la mayor cantidad de energía, y tenemos el aire más viciado”. Dijo eso hace años, y calificó la situación de “una catástrofe de proporciones continentales”. Ahora, años después, la situación es una catástrofe de proporciones mundiales. Hace años el alcalde de una ciudad estadounidense grande dijo sarcásticamente que “si no teníamos cuidado, se nos recordaría como la generación que colocó a un hombre en la Luna mientras estaba parada en medio de basura hasta las rodillas”. Ahora, años después, muchos científicos están advirtiendo que puede que seamos la última generación... y nada más.

      Si nuestros sentimientos de valía personal se alimentan solamente de posesiones exteriores, más bien que de valores internos, tales sentimientos se vuelven pronto anémicos y nos expone a que seamos víctimas de un descontento consumidor. El materialismo, con sus adornos superficiales, no hace nada para satisfacer las profundas necesidades internas del espíritu humano, y nunca llevará a la felicidad. “La satisfacción, sin restricción, de todo deseo —dijo el sicoanalista Erich Fromm— no conduce al bienestar, ni es el camino a la felicidad o siquiera al placer máximo.” Pero mucho tiempo antes de Fromm, un sabio inspirado lo expresó de modo más directo: “He visto que todo esfuerzo y todo triunfo en el trabajo no es sino envidia del hombre contra su prójimo”. (Eclesiastés 4:4, Herder [1975].)

      Algunas personas, desanimadas y desilusionadas, tratan de hallar satisfacción sumiéndose en preocupaciones con su yo que carecen de sentido. Acerca de este empeño, The Culture of Narcissism dice: “Por no tener esperanza de mejorar su vida de ninguna manera que importe, la gente se ha convencido a sí misma de que lo importante es el mejoramiento síquico de uno mismo: ponerse en contacto con sus propios sentimientos, comer alimentos saludables, tomar lecciones de ballet o del baile en que se mueve el vientre, sumirse en la sabiduría del Oriente [...] Cultivan experiencias más vívidas, procuran golpear la carne perezosa para infundirle vida, tratan de reavivar apetitos embotados”. (Páginas 29, 39, 40.)

      El buscar felicidad mediante un torbellino de actividad, o nuevos estilos de vida, o empeños materiales, o la preocupación con el yo... ninguno de estos medios culmina jamás en la verdadera y duradera felicidad.

      ¿Qué se requiere, pues, para ser feliz?

  • La felicidad... lo que se requiere para hallarla
    ¡Despertad! 1985 | 22 de marzo
    • La felicidad... lo que se requiere para hallarla

      USTED tiene que respirar. Tiene que tomar líquidos. Tiene que comer. Tiene que dormir. Todo esto es obvio. El cuerpo le exige esto tan solo para seguir con vida. Pero se necesita más, mucho más, para ser feliz. Se necesitan la ropa y el abrigo, por supuesto. Y, claro, otros artículos materiales de primera necesidad, junto con algunas comodidades y algunos gustos sencillos. Muchas personas dicen que el tener muchísimo dinero las haría felices... no obstante, muchas que son ricas son también desdichadas.

      ¿Qué necesitamos precisamente para hallar felicidad?

      Considere esta ilustración. Compramos un automóvil. El fabricante nos dice lo que el automóvil necesita: combustible en el tanque, agua en el radiador, aire en las ruedas, aceite en el cárter, y así por el estilo. Satisfacemos tales necesidades. El automóvil zumba hermosamente.

      Pero ¿cuáles son nuestras necesidades? Son mucho más complejas que las de cualquier máquina. Hay un espíritu en el hombre que tiene necesidades que van más allá de cosas materiales. A menos que se satisfagan las necesidades del espíritu dentro de nosotros, no habrá contentamiento ni felicidad. La felicidad es un asunto interno, por decirlo así. Tiene que ver con el modo como estamos hechos. Hay que satisfacer tanto las necesidades del cuerpo como las del espíritu. Jesús señaló esto: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová”. (Mateo 4:4.)

      Tiene que haber un equilibrio entre lo material y lo espiritual. Si se descuida lo uno o lo otro, carecerá de algo. De ambas clases de necesidades, la más crucial es la que con más frecuencia se desatiende. La vida feliz no consiste en un exceso de lujos. La persona feliz no se contenta con el placer que se produce comercialmente, con la idea de divertirse en una discoteca o un club nocturno. Presta atención a la sabiduría de Jesús, quien dijo: “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual” (Mateo 5:3). Sin embargo, lamentablemente muchas personas ponen lo material antes de lo espiritual, carecen de paz y contentamiento internos, y nunca saben por qué.

      Algunos científicos respetables saben por qué: El actual sistema de cosas está equivocado.

      El señor René Dubos declara: “La tecnología científica está actualmente llevando a la civilización moderna por un rumbo que será suicida si no se cambia de dirección a tiempo. [...] [Las naciones acaudaladas] obran como si la satisfacción inmediata de todos sus caprichos e impulsos fuera el único criterio de conducta [...] Por lo tanto, no solo está en juego el asolamiento de la naturaleza, sino el mismísimo futuro de la humanidad. [...] Dudo que la humanidad pueda tolerar mucho más tiempo nuestro ridículo modo de vivir sin perder sus mejores sentimientos humanos. El hombre occidental escogerá una nueva sociedad, o una nueva sociedad lo abolirá”.

      El escritor Erich Fromm concuerda, pero opina que “la nueva sociedad y el nuevo hombre son posibles solo si se sustituyen las viejas motivaciones del lucro, el poder y el intelecto por nuevas motivaciones: la existencia, el compartir, la comprensión”. Alude a informes comisionados por el Club de Roma en que se declara que solamente mediante drásticos cambios económicos y tecnológicos podría la humanidad “evitar una catástrofe de gran magnitud y finalmente mundial”. Fromm dijo que estos cambios solo podrían venir si primero “hay un cambio fundamental en la estructura del carácter del hombre contemporáneo. [...] Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la raza humana depende de un cambio radical del corazón humano”. Albert Schweitzer concordó en que los problemas “han de resolverse, como último recurso, solamente mediante un cambio interno de carácter”.

      ‘¿Un cambio fundamental en el carácter del hombre? ¿Un cambio de corazón?’ ¡Sí! Y la Biblia señaló eso hace 19 siglos. “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas —dijo la Biblia—, más transfórmense rehaciendo su mente.” De nuevo: “Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse de la nueva personalidad, que va haciéndose nueva en conocimiento

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