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  • Colocando la piedra en cumplimiento final
    La Atalaya 1952 | 15 de marzo
    • de los falsos adoradores de Jehová, los “borrachos de Efraim”. Pero los propósitos del Creador se realizarán, porque él es el Altísimo y el Todopoderoso, y nadie puede impedir que él cumpla lo que espera hacer. Para algunos quizás los años han sido más de los que esperaban; pero debe ser causa para regocijo y felicidad debido a lo que ven acontecer. No estamos en duda tocante a dónde vamos, qué estamos haciendo, y por qué lo estamos haciendo. De hecho, el Reino está aquí, Cristo Jesús es Rey, las “otras ovejas” se están recogiendo, y los adoradores falsos se están juntando para la destrucción. Todos deben recordar que toda la tierra habitada tiene que saber que el Rey de la Sión celestial ahora está en autoridad y que está gobernando. El templo en el cielo está casi completo. De hecho, ya se ha abierto. La piedra angular se ha colocado en cumplimiento final y el juicio está en progreso. Los incrédulos serán destruídos pero los creyentes serán salvados, protegidos y bendecidos para siempre jamás. Observe, pues, a su Rey, y sea feliz, usted que cree en él. Honre al Rey y regocíjese cabalmente. En verdad ha llegado el tiempo de bendición para el pueblo de Dios.

  • Fariseos del pasado y del presente
    La Atalaya 1952 | 15 de marzo
    • Fariseos del pasado y del presente

      UNA vez Cristo Jesús dijo a sus discípulos: “Cuídense de la levadura de los fariseos, que es hipocresía. Pero no hay nada cuidadosamente encubierto que no haya de ser revelado, ni secreto que no llegue a ser conocido.” Y, dando ejemplos concretos de la hipocresía de estos guías religiosos, Jesús declaró en otra ocasión: “Todas las obras que ellos hacen las hacen para ser contemplados por los hombres.”—Luc. 12:1, 2; Mat. 23:2-5, NM.

      El hecho de que no hay diferencia entre los religiosos del siglo veinte, especialmente al ser representados por los prelados católicos romanos, y los religiosos del primer siglo se destaca al leer los siguientes dos relatos periodísticos que emanaron de Wáshington, D.C., capital de los Estados Unidos.

      El 17 de noviembre de 1951, trece prelados de la Iglesia Católica Romana, incluyendo a tres cardenales, y entre quienes estaba Spellman, y cinco arzobispos, emitieron una declaración de unas tres o cuatro mil palabras tratando tales temas como “Moralidad: La falta que hace hoy”; “Moralidad y educación”; “Moralidad y política,” etc., y especialmente fué condenada la inmoralidad en el gobierno.—Times de Nueva York, 18 de noviembre de 1951.

      Pero pudo determinarse la sinceridad de estos prelados por lo indicado en ciertos despachos periodísticos procedentes de la capital nacional unos dos meses después. El público americano estaba agitado como resultado de la revelación de la extensa corrupción en el departamento de impuestos del gobierno. J. Howard McGrath, ministro de justicia, especialmente fué culpado, tanto por lo que había hecho como por lo que dejó de hacer. La opinión general era que debería pedírsele que renunciara su puesto, y todo señalaba que el presidente exigiría su dimisión, pero de repente todo lo contrario sucedió, y el presidente anunció no sólo que intentaba retener a McGrath en su puesto de ministro de justicia sino que se le había dado a McGrath la asignación de limpiar toda la situación corrupta, ¡el que era el más culpable! ¿Quién ayudó a hacer que el presidente rindiera tal deservicio a su país?

      Según The Nation del 19 de enero de 1952, Robert S. Allen, corresponsal veterano de Wáshington, reveló que McGrath “fué salvado por la intervención de tres amigos—el senador Theodore Green, su padrino político; el cardenal Spellman, que telefoneó su ruego desde Tokio; y Matt Connelly, secretario presidencial, que se ocupa principalmente en asuntos de la iglesia católica romana”. [Spellman ha negado esto.]

      Esa telefoneada, desde allá en Tokio, proporcionó prueba irrefutable de que a pesar de lo que dijera el prelado católico romano más importante de los Estados Unidos en defensa fingida de la moralidad en el gobierno, él se interesaba más en mantener a un católico romano en un puesto de importancia en el gobierno; hecho que, de paso, debe demostrar claramente que los intereses de la moralidad, integridad y buen gobierno no son de necesidad los mismos que los de la religión organizada. En verdad, la hipocresía es la levadura del farisaico primer siglo y del siglo veinte.

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