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El fin de un sistema de cosasLa Atalaya 1975 | 15 de abril
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Se levantarían judíos que alegarían, no que fueran Jesús que hubiera regresado en la carne, sino que se presentarían como el Mesías o Cristo prometido. La revuelta judía contra los romanos en 66 E.C. fue un esfuerzo mesiánico de esa índole. Pero ninguna de estas cosas fueron evidencia de la “presencia” o parusía de Cristo (término que se aplica en las Escrituras Griegas a su regreso en poder del Reino).
También, habría varias guerras durante este período que afectarían a la nación judía. Pero los discípulos de Cristo no habrían de aterrorizarse y tomar acción prematura. Jesús pasó a decir de este período:
“Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino, y habrá escaseces de alimento y terremotos en un lugar tras otro. Todas estas cosas son principio de dolores de aflicción.”—Mat. 24:7, 8.
Estas cosas serían indicaciones inequívocas a los cristianos de que el fin se acercaba. También, habría cosas específicas que les sobrevendrían a los discípulos de Jesús porque anunciaban al Mesías verdadero y seguían su ejemplo. Jesús continuó:
“Entonces los entregarán a ustedes a tribulación y los matarán, y serán objetos de odio de parte de todas las naciones por causa de mi nombre. Entonces, también, a muchos se les hará tropezar y se traicionarán unos a otros y se odiarán unos a otros. Y muchos falsos profetas se levantarán y extraviarán a muchos; y por el aumento del desafuero se enfriará el amor de la mayor parte. Mas el que haya perseverado hasta el fin es el que será salvo. Y estas buenas nuevas del reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.”—Mat. 24:9-14.
Esto se cumplió a medida que el desafuero general y el desamor a Dios aumentaban. Los judíos, adondequiera que habían sido esparcidos, alegaban servir a Dios cuando perseguían a los discípulos de Cristo. No obstante, los cristianos predicaban las buenas nuevas del reino en toda la Tierra habitada, particularmente en las naciones a las cuales habían sido dispersados los judíos.—Col. 1:6, 23.
LA EVIDENCIA DE LA INMINENCIA DEL FIN
Entonces Jesús especificó la cosa particular que indicaría que el fin del sistema de cosas judío estaba muy cerca. Dijo:
“Por lo tanto, cuando alcancen a ver la cosa repugnante que causa desolación, como se habló de ella por medio de Daniel el profeta, de pie en un lugar santo, (use discernimiento el lector,) entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas. . . . porque habrá entonces grande tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder. De hecho, a menos que se acortaran aquellos días, ninguna carne se salvaría; mas por causa de los escogidos serán acortados aquellos días.”—Mat. 24:15-22.
Esta sería una advertencia segura para que los cristianos se salieran de Jerusalén y la provincia de Judea entonces, a toda velocidad, sin cargas innecesarias, por ruta directa.
¿Qué era esta “cosa repugnante,” y cómo estaba de pie en un “lugar santo”? En reacción a la revuelta de los judíos en octubre de 66 E.C., el general romano Galo bajó desde Siria durante la Fiesta judía de las Cabañas y rodeó a Jerusalén con “ejércitos acampados.” Después de una pelea, introdujo sus tropas en la ciudad de Jerusalén, de hecho, hasta socavó una sección del muro del templo. Esto ciertamente fue un ataque contra lo que los judíos consideraban santo. Pero Galo se retiró súbita e inesperadamente. Los judíos, saliendo de la ciudad, siguieron y hostilizaron al ejército de Galo, capturando armas de sitio y regresando a Jerusalén aun más confiados de su seguridad.
Tan pronto como Galo se retiró, los cristianos que estaban en Jerusalén salieron de la ciudad y se fueron a la región montañosa al otro lado del río Jordán en la provincia de Perea. Se salvaron de morir cuando, cuatro años más tarde, el general Tito capturó Jerusalén.
SE SALVÓ ALGUNA “CARNE”
En el período intermedio entre 66 y 70 E.C., hubo gran tumulto en Jerusalén, pues varias facciones estuvieron peleando para controlar la ciudad. Entonces, en 70 E.C. el general Tito, hijo del emperador Vespasiano, subió contra la ciudad, la rodeó con una fortificación de estacas puntiagudas, como Jesús había predicho, y redujo a los habitantes a una lastimosa condición de inanición. Parecía que, si el sitio duraba mucho más tiempo, “ninguna carne” adentro de la ciudad sobreviviría. Pero, como Jesús había profetizado acerca de esta “grande tribulación,” la más grande que Jerusalén jamás había experimentado, “a menos que Jehová hubiese acortado los días, ninguna carne se salvaría. Mas por causa de los escogidos que él ha escogido él ha acortado los días.”—Mar. 13:19, 20.
Providencialmente, el sitio solo duró 142 días. Pero aun así, la plaga, la peste y la espada devoraron a 1.100.000 judíos, dejando a 97.000 sobrevivientes para que sufrieran la pena de ser vendidos como esclavos o como gladiadores en la arena romana. Pero, los “escogidos” de Jehová habían huido de la ciudad condenada a destrucción. Por eso Jehová no tuvo que prolongar el tiempo de angustia, sino que pudo ejecutar venganza en un corto tiempo, salvando a 97.000 personas, salvando así a alguna “carne.”
De esta manera el sistema de cosas judío vino a su fin. Ya no tenían su templo. Todos sus registros fueron destruidos, de modo que ningún judío puede probar hoy un linaje sacerdotal para sí mismo, o que es de la tribu real de Judá. Jesucristo resalta como el único que tiene comprobado su linaje de Judá por medio de David. Solo él es el Rey legítimo. (Eze. 21:27) Él ocupa el puesto del Sumo Sacerdocio para toda la humanidad, no según descendencia de Aarón, sino “a la manera de Melquisedec,” por nombramiento directo de su Padre Jehová Dios.—Heb. 7:15-17.
Pero la respuesta a la pregunta de los apóstoles, “¿Cuándo serán estas cosas, y qué será la señal de tu presencia y de la conclusión del sistema de cosas?” requirió aún más respuesta, porque la parusía de Jesús, su “presencia” en poder del Reino, no aconteció al tiempo de la destrucción de Jerusalén. Por lo tanto, Jesús habló acerca del fin de un sistema de cosas mayor, dando mucho más información en cuanto a la “señal.” Esto se considerará en un número subsiguiente.
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Un hombre dedicado a un solo propósitoLa Atalaya 1975 | 15 de abril
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Un hombre dedicado a un solo propósito
EN LAS horas de la madrugada del jueves 23 de enero de 1975, John Otto Groh terminó cuarenta y un años de servicio fervoroso a Jehová su Dios. Los testigos de Jehová que lo conocieron lo recordarán como un hombre dedicado a un solo propósito. Nació en Kulm, Dakota del Norte, el 3 de julio de 1906, y de joven, con instrucción universitaria, llegó a ser un metalúrgico investigador. Entonces, en abril de 1934 se bautizó, y ocho años después él y su esposa Helen empezaron a dedicar todo su tiempo a la publicación de las buenas nuevas del reino de Dios en la zona de Pittsburgo, Pensilvania. En 1953 llegaron a ser miembros de la familia de Betel de Brooklyn, y con el tiempo el hermano Groh llegó a ser el principal comprador para la Sociedad Watchtower. Fue miembro del cuerpo gobernante mundial de los testigos de Jehová. Muchas personas también recordarán al hermano Groh por el papel clave que desempeñó en superentender muchas asambleas grandes que los testigos de Jehová celebraron en Nueva York y en otras partes. El servicio conmemorativo se celebró en el Salón del Reino en el Betel de Brooklyn, y hubo muchos negociantes, conocidos del hermano Groh, entre los que estuvieron presentes para oír acerca de la feliz esperanza a la cual se atenía este hombre amigable de un solo propósito. Como dijo el orador en esa ocasión, el hermano Groh por su fiel proceder había salido victorioso. (1 Cor. 15:57) De él, así como de otros ungidos que completan su asignación terrestre, se puede decir: “Porque las cosas que hicieron van junto con ellos.”—Rev. 14:13.
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