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  • La tormenta que se aproxima: Armagedón
    La Atalaya 1960 | 15 de noviembre
    • que ellos tomaron posesión de la tierra, y su propio brazo no fue lo que les trajo salvación. Porque fue tu mano derecha y tu brazo y la luz de tu rostro.” Debido a que Jehová peleó a favor del pueblo que llevaba su nombre, esos ejércitos paganos fueron derrotados.

      También, en la vecindad de Megido los reyes Ocozías y Josías fueron muertos en batalla y las fuerzas reincidentes de Jerusalén sufrieron derrota, conduciendo a la dominación extranjera de ella.—2 Rey. 9:27; 23:29.

      Por estos motivos, entonces, el Armagedón, o Har–Magedón, simbólico, puede asociarse correctamente con la “guerra del gran día de Dios el Todopoderoso.” En el Armagedón Jehová Dios descarga contra sus enemigos una derrota decisiva y aplastante que afecta a todos los pueblos y naciones.

      CÓMO COMIENZA LA TORMENTA

      Los reyes de la tierra no son de mentalidad espiritual. El que se junten ellos para la batalla final no puede significar que desafíen a las fuerzas celestiales de Dios. Las fuerzas a las cuales desafían tienen que ser visibles.

      El significado más profundo tras la expresión hebrea Har Megiddo, que significa “monte de Megido,” nos ayuda a determinar quiénes son estas fuerzas. El nombre Megido significa “reunión o asamblea de tropas.” Puesto que Megido estaba en la tierra del pueblo de Jehová, la gente o tropas reunidas allí ahora, en este tiempo del fin, tienen que ser el pueblo de Jehová del día moderno. Estos están ocupados en guerra espiritual, predicando las buenas nuevas del reino establecido de Dios, y de la destrucción inminente de este viejo sistema corrupto de cosas.

      Debido a la prosperidad espiritual y el crecimiento de estos testigos pacíficos de Jehová, Satanás el Diablo se enfurece y es inducido a lanzar un ataque total contra estos cristianos aparentemente indefensos. Bajo su influencia las naciones se ponen en marcha para atacar a estas tropas ya reunidas y recogidas de entre todas las naciones, no a un lugar literal, sino a la organización visible de Jehová. Debido a que ellos son los que están reunidos allí, son representados por el lugar, el Armagedón simbólico, el monte de Megido. El Armagedón simbólico, entonces, representa en realidad a los testigos de Jehová reunidos y recogidos ahora en la tierra y que están ocupados en guerra espiritual, predicando verdades del Reino.

      El nombre de una batalla a menudo se conoce por el nombre del lugar donde se pelea. Por lo tanto, a la batalla que Dios pelea en defensa de su pueblo se le puede llamar por ese nombre: la batalla de Armagedón. El asalto mundial contra el pueblo de Jehová, descrito en Ezequiel, capítulos 38 y 39, provoca esa guerra llamada Armagedón, “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso,” “el día de la venganza de parte de nuestro Dios.” “Y acontecerá en aquel día . . . , dice Jehová el Señor, que subirá de punto mi indignación.”—Isa. 61:2; Eze. 38:18, Mod.

      LOS RESULTADOS

      Jehová, levantándose para defender a su pueblo, trae terror a los corazones de los inicuos. ¡Se ha iniciado la batalla de Armagedón! Gobiernos se derrumban, lluvias ardientes caen en la tierra, marejadas, levantamientos del suelo, turbiones, tormentas eléctricas, proyectiles ardientes, todos derriban a las hordas visibles de Satanás. En horror consumado, la mano de todo hombre se vuelve contra su prójimo en una lucha enloquecida y egoísta por sobrevivir, todo en vano; porque Jeremías declaró hace mucho tiempo: “Y los muertos por Jehová ciertamente llegarán a estar en aquel día desde un cabo de la tierra hasta el mismo otro cabo de la tierra. No serán llorados, ni serán recogidos ni enterrados. Llegaran a ser como estiércol sobre la superficie del suelo.”—Zac. 14:12, 13, Mod; Jer. 25:33.

      Con la destrucción de Satanás, de sus demonios y de su organización terrenal, queda preparado el camino para que los sobrevivientes de la batalla, el pueblo de Jehová comiencen la reconstrucción que transformará esta tierra en un paraíso, libre de congoja, enfermedad, dolor y muerte.—Rev. 21:4.

      Como en el caso de un huracán, los que hacen caso de la advertencia que ahora se da acerca del acercamiento del Armagedón darán pasos para seguridad y supervivencia, porque la tormenta devastadora ciertamente ha de seguir pronto. “Espera en Jehová y guarda su camino, y él te ensalzará para que tomes posesión de la tierra. Cuando los inicuos sean arrasados tú lo verás.”—Sal. 37:34.

  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
    La Atalaya 1960 | 15 de noviembre
    • Siguiendo tras mi propósito en la vida

      Según lo relató María M. Hinds

      ¡SÍ, PUEDE hacerse! A través de las edades hombres y mujeres fieles lo han hecho. Hoy todavía están haciéndolo hombres y mujeres. Y una de las maneras más satisfacientes de hacerlo—es decir, de dar a Jehová una respuesta a la jactancia de Satanás—es la de estar en el precursorado.—Pro. 27:11.

      Mis primeros recuerdos son de padres temerosos de Dios que estudiaban las publicaciones de la Sociedad y que, gracias a ellas, inculcaban en nosotros sus hijos principios correctos. El asistir regularmente al estudio de La Atalaya y tomar parte en éste (ya fuera en nuestra casa o en el hogar del testigo más cercano al cual viajábamos 30 kilómetros en un coche ligero tirado por caballo), el repartir tratados después de las horas de clase—estas buenas costumbres habían llegado a ser parte tan íntegra de mi vida que acepté la verdad por sentada y de alguna manera pasé por alto el hecho de que yo tenía que hacer una decisión personal si quería tener la aprobación del gran Creador.

      A la edad de dieciocho me matriculé en una universidad para un curso de entrenamiento de cuatro años. Cara a cara ya con las realidades duras de la vida, estaba aturrullada y desesperadamente nostálgica. Pero metido en el rincón de mi baúl, dando muestra de la previsión—y esperanza—de una madre dedicada estaba un pequeño libro verde, El arpa de Dios. Lo tomé ansiosamente, lo leí, lo estudié junto con la Biblia. ¡Significaba tanto más para mí ahora que nunca antes! Me traía consuelo y esperanza. Este conocimiento dador de vida me puso alerta en cuanto a un futuro mucho más satisfaciente que cosa alguna que jamás pudiera yo haber esperado lograr como resultado de mis propios esfuerzos y condujo a mi dedicación y bautismo en la primera asamblea grande a la cual asistí, en Toronto, Canadá, en 1927. Se avivó en mí un deseo inextinguible de ser precursora. Pero había una deuda universitaria que yo no podía concienzudamente pasar a otra persona para que la pagara, y ésta aumentó antes de que hubiese posibilidad de que yo la cancelase. Cómo estiré yo mis cheques de pago durante un año entero para cancelar esa deuda. Sí, ¡y quedaron ocho dólares a mi haber!

      ‘Busquen primero el reino y todas estas otras cosas serán añadidas’ fue la promesa aseguradora que seguía repicando

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