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Alejandro Magno y el simbolismo bíblicoLa Atalaya 1977 | 1 de octubre
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sobre Macedonia y Grecia. Egipto y Palestina constituían el dominio de Ptolomeo Lago. Lisímaco dominaba sobre Tracia y Asia Menor. Así, el poderoso imperio que había sido edificado por Alejandro Magno asumió la apariencia de un leopardo de cuatro cabezas, como se describe en Daniel 7:6: “Después de esto seguí contemplando, y, ¡pues vea! otra bestia, una como un leopardo, pero tenía cuatro alas de una criatura volátil en su espalda. Y la bestia tenía cuatro cabezas, y se le dio gobernación en realidad.”
Verdaderamente la profecía de Daniel tocante al Imperio Griego, especialmente en relación con Alejandro Magno, tuvo un cumplimiento admirable. Esto se ha reconocido por largo tiempo. Informa Josefo, historiador judío del primer siglo, que Alejandro estuvo en Jerusalén y se le mostró la profecía de Daniel. En cuanto a la respuesta del conquistador, escribe Josefo: “Cuando se le mostró el libro de Daniel, en el que se había declarado que uno de los griegos destruiría el imperio de los persas, creyó que él había sido el indicado.” Aunque hoy muchos dudan que esto haya sucedido, el hecho de que Josefo mencione esta tradición confirma que se consideraba que Alejandro Magno había cumplido profecía.
La Biblia ciertamente es exacta al usar la figura de un macho cabrío y de un leopardo alado de cuatro cabezas para describir desenvolvimientos en el Imperio Griego. Este es solo uno de los numerosos ejemplos que ilustran la manera en que las Escrituras usan los símbolos. Un estudio de ese simbolismo profético puede ser tanto remunerador como fortalecedor para la fe. Si usted quiere ayuda en cuanto a esto, los testigos de Jehová de su vecindario gustosamente le ayudarán en un estudio de la Biblia.
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¿Qué quiso decir el sabio?La Atalaya 1977 | 1 de octubre
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¿Qué quiso decir el sabio?
La vanidad de buscar riquezas
El sabio rey Salomón hizo notar que el acumular posesiones materiales no produce ninguna satisfacción verdadera. Escribió: “Un simple amador de la plata no estará satisfecho con plata, ni ningún amador de la riqueza con los ingresos. Esto también es vanidad. Cuando las cosas buenas llegan a ser muchas, los que las comen ciertamente llegan a ser muchos. ¿Y qué ventaja hay para el magnífico dueño de ellas, fuera de mirarlas con sus ojos?”—Ecl. 5:10, 11.
La persona que tiene mucho no está satisfecha, sino que quiere más todavía. Cuando sus “cosas buenas” o riquezas aumentan, se necesitan más hombres asalariados y sirvientes o siervos para cuidar de todo, y éstos reciben compensación por sus servicios. Sin embargo, el solo tener gran riqueza no significa que el dueño pueda beneficiarse de toda esa riqueza personalmente. Por ejemplo, solo se puede poner una muda de ropa a la vez y disfrutar únicamente de cierta cantidad de alimento y bebida. Por eso, en resumidas cuentas, el galardón que tiene el dueño es mirar su riqueza acumulada y hacer alarde de que es suya. Si es persona codiciosa, quizás hasta le cause desagrado el tener que desprenderse de parte de riqueza para suministrar lo necesario a los siervos y las personas asalariadas.
Además, el rico pudiera llegar a estar muy intranquilo en cuanto a lo que posee. A diferencia del trabajador común que no tiene extensas posesiones de las cuales preocuparse, la preocupación del rico en cuanto a sus posesiones puede impedirle que se acueste a descansar en tranquilidad y paz durante la noche. Salomón reparó: “Dulce es el sueño del que rinde servicio, sin importar que sea poco o mucho lo que coma; pero la abundancia que le pertenece al rico no le está permitiendo dormir.”—Ecl. 5:12.
Debido a las incertidumbres de la vida, la persona que continúa acumulando riquezas puede sufrir la sacudida de quedar en la pobreza en un tiempo en que probablemente esté menos capacitada para enfrentarse a ello. Salomón señaló esto cuando escribió: “Existe una grave calamidad que he visto bajo el sol: riquezas que se tienen guardadas para su magnífico dueño para su calamidad. Y esas riquezas han perecido a causa de una ocupación calamitosa, y él ha llegado a ser padre de un hijo cuando no hay absolutamente nada en su mano.”—Ecl. 5:13, 14.
Póngase a pensar en la gran tragedia que se describe aquí. Un hombre trabaja duro y se hace rico. Pero, en vez de obtener algún disfrute de su trabajo, simplemente se pone a acumular avaramente sus riquezas. Esto lo hace para daño suyo, porque se priva de comodidades normales que pudiera darse. Además se preocupa y se inquieta en cuanto a mantener y aumentar su fortuna. Entonces, por alguna adversidad, una “ocupación calamitosa,” quizás una desastrosa operación comercial arriesgada, todo se pierde. Así, mientras tenía su riqueza, no disfrutó de ella y, entonces, cuando finalmente llega a ser padre de un heredero, no hay ni siquiera una herencia de la cual pueda disfrutar su hijo.
Luego Salomón llama atención a un aspecto más que hace vacío, vano, el acumular gran riqueza. Leemos: “Tal como ha salido uno del vientre de su madre, desnudo volverá a irse, tal como vino; y absolutamente nada puede uno llevarse por su duro trabajo, que pueda llevarse con la mano. Y esto también es grave calamidad: exactamente como uno ha venido, así se irá; y ¿qué provecho hay para el que sigue trabajando duro para el viento?” (Ecl. 5:15, 16) Sí, cuando se muere, nada del trabajo duro envuelto en acumular riquezas tiene significado alguno. Cuando está en su lecho de muerte, el atesorador de riquezas ni siquiera tiene la satisfacción de saber que ha contribuido a la felicidad de otros.
¡Qué precio paga la persona avarienta por su insaciable codicia de dinero! Continúa Salomón: “Todos sus días él come en la oscuridad misma, con muchísima vejación, con enfermedad de su parte y causa para indignación.” (Ecl. 5:17) Ese hombre no tiene felicidad. Todos sus días son sombríos. Se conduce como si le repugnara el hecho de tener que comer y así causar una pequeña mella en su riqueza. Su punto de vista mental está enfermo, y esto puede contribuir a una pérdida de salud física. Cuando está enfermo, le inquieta el hecho de que tiene que descansar y no puede dedicarse a sus labores. Se preocupa y se perturba por todo lo que pudiera impedir que se hiciera más acaudalado todavía.
Verdaderamente, ese modo de vivir materialista no remunera, y es vacío. Por eso Salomón recomienda que uno obtenga disfrute de su trabajo, cuando dice: “¡Mira! La mejor cosa que yo mismo he visto, la cual es bella, es que uno coma y beba y vea el bien por todo su duro trabajo con el cual trabaja duro bajo el sol por el número de los días de su vida que el Dios verdadero le ha dado, porque ésa es su porción.”—Ecl. 5:18.
Comentando sobre el buen efecto que esto tiene en el individuo, Salomón declara: “También a todo hombre a quien el Dios verdadero le ha dado riquezas y posesiones materiales, también lo ha facultado para comer de ello y para llevarse su porción y para regocijarse en su duro trabajo. Este es el don de Dios. Pues no se acordará frecuentemente de los días de su vida, porque el Dios verdadero lo tiene preocupado con el regocijo de su corazón.”—Ecl. 5:19, 20.
El hombre que reconoce su prosperidad como don de Dios no va a acumular avaramente las riquezas, sino que va a usarlas para llevar gozo a otros. Ese hombre tiene un punto de vista equilibrado de sus posesiones por dejar que la sabiduría piadosa le sirva de guía. Por lo tanto, obtiene disfrute personal de lo que tiene. Jehová Dios lo ha facultado para hallar placer en el alimento y la bebida en el sentido de que le concede al individuo la sabiduría de usar apropiadamente las cosas materiales. Al mismo tiempo ese individuo no se está preocupando indebidamente por la brevedad de la vida y sus problemas e incertidumbres. No, está obteniendo tanto disfrute de hacer lo bueno en su vida que los aspectos negativos no dominan su modo de pensar. Tiene un corazón gozoso.
Sin duda el que uno se esfuerce por obtener disfrute saludable en la vida es el proceder que muestra sabiduría. Lo protege a uno de la desilusión que sufren los que tienen la vida ocupada plenamente en actividades materialistas.
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¿Qué significa el proverbio?La Atalaya 1977 | 1 de octubre
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¿Qué significa el proverbio?
No se entrometa
El escritor inspirado por espíritu, en el libro bíblico de Proverbios, dijo: “Como quien agarra por las orejas a un perro es cualquiera que al pasar está enfureciéndose por la riña que no es suya.”—Pro. 26:17.
Si un hombre ve una riña o una disputa entre ciertas personas quizás pueda ponerlas en paz, especialmente si tiene la autoridad para hacerlo y si los disputadores convienen en escuchar su consejo y raciocinar sobre él. (Gál. 6:1; 2 Tim. 2:24-26) Pero el proverbio habla del hombre que se envuelve en la controversia que no es suya. Es posible que haya empezado como mediador, pero se excita emocionalmente y toma partido. Es semejante al hombre que ha agarrado a un perro extraño por las orejas. Si lo suelta, el perro salta contra él y le causa daño. Si persiste en aguantar al perro, tiene ambas manos ocupadas y no puede hacer nada más. De la misma manera, si la persona que se está envolviendo en asuntos ajenos trata de desembrollarse de la riña, es probable que se acarree dificultad de ambas partes. Si persiste, no se puede ocupar en sus propias responsabilidades legítimas, y, además, solo empeora la controversia. La cosa en la que realmente debe estar ocupada —sus propios asuntos— no la puede efectuar. Habrá razón para que le pese haberse envuelto en asuntos ajenos.—1 Ped. 4:15.
Evite dificultades llevando una vida sencilla
Otro proverbio dice: “El rescate del alma de un hombre es su riqueza, pero el de escasos recursos no ha oído la reprensión [no necesita temer la amenaza, Straubinger].”—Pro. 13:8.
Hay ciertas ventajas en ser rico, pero el tener riquezas no es una bendición ‘pura.’ Particularmente en tiempos dificultosos como los que está experimentando el mundo hoy día, a menudo los ricos, y los hombres que ocupan puestos políticos encumbrados, se ven a sí mismos y ven a sus familias en peligro de ser secuestrados y retenidos por rescate. En los casos más afortunados, el rico puede comprar su vida o la de miembros de su familia. Pero muchas veces el secuestrado resulta asesinado. Esa amenaza pende siempre sobre la cabeza del rico.
Por otra parte, aunque el hombre que tiene poco quizás no tenga las muchas conveniencias y cosas materiales de las que disfruta el rico, está más libre de ser blanco de secuestradores y terroristas políticos. Mucho más aplica esto al cristiano, cuyas necesidades son sencillas, y que no emplea su tiempo y esfuerzo en acumular riquezas ni adquirir fama o poder. No se enreda en los esfuerzos por ejercer influencia política ni se envuelve profundamente en los proyectos comerciales del mundo en los cuales hoy cunden las facciones y la contienda.—2 Tim. 2:4.
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