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Colosenses... consejo sano sobre creencia y conductaLa Atalaya 1983 | 1 de marzo
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Los esclavos cristianos debían ser obedientes, y, en cambio, los amos debían tratarlos con justicia e imparcialidad. Filemón y su esclavo Onésimo vivían en Colosas, y sin duda ambos aceptaron este consejo con profundo aprecio. (Vea la página 26.) Los cristianos del día moderno deben aplicar estos mismos principios en sus tratos con patrones y empleados. De hecho, sea lo que sea que estemos haciendo, debemos ‘trabajar en ello de toda alma como para Jehová’. (Colosenses 3:18–4:1.)
Pablo instó a sus compañeros de creencia a que persistieran en la oración, junto con acción de gracias. También, debían orar para que Dios abriera una puerta de expresión a Pablo y a los compañeros de él para que pudieran “hablar el secreto sagrado acerca del Cristo”. ¡Cuánto debería movernos esto a dar gracias a Jehová y a orar porque favorezca la obra de predicar el Reino! Y, de acuerdo con el consejo de Pablo, que nuestra propia habla siempre sea agradable, “sazonada con sal”. Lo que decimos siempre debe ser de buen gusto, que atraiga a nuestros oyentes, y debe contribuir a la salvación de la gente que nos escuche. (Colosenses 4:2-6.)
Esta carta sumamente provechosa concluye con saludos personales y exhortación. Tíquico y Onésimo (quienes evidentemente la entregaron) darían un informe detallado acerca de Pablo a los colosenses. Se les dijo que Epafras, quien probablemente haya ayudado a fundar la congregación de Colosas, estaba ‘esforzándose a favor de ellos en sus oraciones’. Pablo mismo concluyó la carta con un saludo personal y oró para que disfrutaran de bondad inmerecida. (Colosenses 4:7-18.)
El consejo de Pablo a los cristianos de Colosas nos ayuda a comprender la posición preeminente que Jesucristo ocupa en el arreglo de Dios. Esta carta nos muestra lo que debemos hacer —y lo que debemos evitar— si queremos acercarnos a Jehová y conseguir la salvación. Expone los requisitos de Dios para los esposos, las esposas, los hijos y otras personas que desean tener el favor divino. Ciertamente, la carta de Pablo a los colosenses provee consejo sano sobre creencia y conducta.
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Preguntas de los lectoresLa Atalaya 1983 | 1 de marzo
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Preguntas de los lectores
◼ ¿Cómo podemos ayudar a los hermanos y hermanas de nuestra congregación que tienen algún pariente expulsado?
Es excelente que los ancianos y otros hermanos desplieguen consideración afectuosa y amorosa para con los cristianos que se hallan en esa situación, pues el mostrarles bondad y comprensión puede ayudarles a contrarrestar la tensión emocional y espiritual que la situación tal vez cause. No obstante, es preciso que tanto los cristianos que tengan un pariente expulsado como los que quieran ayudar tengan un punto de vista claro y apropiado de la expulsión.
La Palabra de Dios manda que la congregación expulse a los que practican el pecado y no se arrepienten (1 Corintios 5:11-13). Esto protege de contaminación a la congregación en general y sostiene el buen nombre de ésta. Pero, personalmente, también todo miembro cristiano leal de la familia, así como cualquier otra persona que desee ayudar, necesita protección. Podemos comprender la razón de ello al considerar lo que revela en cuanto a la condición del corazón de alguien el que a tal individuo se le expulse. Considere las dos siguientes situaciones relacionadas con la expulsión:
En primer lugar, cuando una persona ha cometido un pecado grave por el cual pudiera perder el favor de Dios y ser expulsada, un comité de ancianos espirituales se reúne con ella. La persona quizás ya se haya dado cuenta de lo erróneo de su proceder, se haya arrepentido en el corazón y haya comenzado a efectuar “obras propias del arrepentimiento” (Hechos 26:20). Cuando ése es el caso, los ancianos la censuran con la Palabra de Dios, le dan consejo bíblico tocante a ‘hacer sendas rectas para sus pies’ y oran con ella y a favor de ella.
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