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  • ¿Anda usted con Dios?
    La Atalaya 1957 | 15 de octubre
    • “¡Ay de Jerusalem, la rebelde y contaminada, la ciudad opresora! No escucha la voz, no admite la corrección; en Jehová no confía; a su Dios no se acerca. Sus príncipes en medio de ella son leones rugientes, sus jueces son lobos nocturnos: nada reservan hasta la mañana.”—Sof. 3:1-3, Mod.

      Ese es un registro de sorprendente maldad, pero era en esa nación desvergonzada que habían de encontrarse personas mansas y enseñables que invocarían “el nombre de Jehová, sirviéndole de común acuerdo,” y lo mismo es cierto en el mundo de hoy, donde pueden encontrarse hombres de humildad, mansos y enseñables, en un mundo que se ha rebelado.—Sof. 3:9, Mod.

      ¿Es usted una persona de esa clase? ¿Está usted dispuesto a seguir el camino de Dios, a aceptar sus instrucciones y conformarse a ellas? Decenas, sí centenares de miles de personas hoy en día están saliendo del sistema orgulloso y desvergonzado, y, semejantes a Enoc y Noé, en mansedumbre y humildad están andando con Dios. No sólo eso, sino que le extienden a usted una invitación a que los acompañe en este proceder que conduce al máximo grado de felicidad y bendiciones, y que le encaminará hacia la vida eterna. ¿Aceptará usted esa invitación?

  • Descubriendo la Biblia
    La Atalaya 1957 | 15 de octubre
    • Descubriendo la Biblia

      Asombrosos descubrimientos han resultado en una Biblia más comprensible. ¿Cómo puede usted descubrir esta Biblia para usted mismo?

      “VERDADERAMENTE (buen lector cristiano) nosotros desde el principio nunca pensamos que sería necesario hacer una nueva traducción”—así habló un grupo de traductores de la Biblia en el casi olvidado prólogo de la Biblia del Rey Jaime. Eso fué en 1611. En este siglo veinte, cuando se están haciendo más traducciones de la Biblia que nunca antes, pocas personas se han dado cuenta de hasta qué grado se necesitan traducciones en el idioma moderno. No hace muchos años aun los eruditos y traductores bíblicos no se daban cuenta cabal de la necesidad apremiante. ¿Cuál ha sido la causa de este punto de vista revolucionario en el modo de pensar? Descubrimientos que han hecho posible una Biblia más comprensible; descubrimientos muchos de los cuales son más extraños que la ficción.

      Uno de los descubrimientos bíblicos más emocionantes lo hizo un erudito alemán, el conde Tischendorf, quien viajó a Palestina en 1844. Buscaba copias antiguas de la Biblia escritas en la lengua original. Tischendorf había pasado su vida entera buscando estas copias de la Biblia escritas a mano. Sus viajes a menudo lo llevaron a lugares apartados. No era cosa extraordinaria, entonces, el que se hallara él un día en el monasterio de Santa Catalina, situado al pie del monte Sinaí. En el corredor del monasterio el erudito alemán vió “una canasta grande y ancha,” la cual despertó su interés. Contenía pergaminos viejos que los monjes estaban usando para prender fuegos.

      ¡Lo que los monjes estaban usando para prender fuegos era precisamente la cosa que Tischendorf había pasado su vida buscando! Aquí había más de cien hojas—páginas de una Biblia en escritura griega muy antigua. Por estar la escritura toda en letras mayúsculas sin ninguna división entre las palabras, Tischendorf sabía que había hallado lo que los eruditos llaman un manuscrito “uncial,” ¡un hallazgo verdaderamente extraordinario! Él no pudo ocultar su alborozo. Sorprendidos, los monjes percibieron que habían estado quemando algo valioso; pronto se llevaron la canasta. Pero le permitieron llevarse cuarenta y tres de las hojas.

      Tischendorf llevó su descubrimiento a Alemania. Su hallazgo fué considerado sensacional, porque los pergaminos fueron atribuídos al cuarto siglo d. de J.C. El hallazgo excitó a otros eruditos; ellos también querían obtener el resto de este tesoro bíblico. No queriendo que algún erudito llegara al monasterio antes que él, Tischendorf mantuvo secreta la ubicación de su hallazgo.

      Ya que no era rico, a Tischendorf nunca le era fácil obtener los fondos que le permitieran viajar. Pero en 1853 pudo volver al monasterio. Los monjes no le mostraron cooperación. Lo único que Tischendorf pudo llevar fué un solo fragmento pequeño que contenía unos pocos versículos del Génesis.

      VIAJE DE 1859

      Seis años más pasaron antes de que él pudiera volver. Esta vez fué cauteloso y ocultó su propósito. Y aunque ahora había venido armado con una comisión de parte del zar de Rusia, él hablaba de todo menos de manuscritos de la Biblia. Después de pasar varios días en una biblioteca oscura, fría, estaba listo para irse, porque no había ni seña del tesoro que él una vez había salvado del fuego. ¿Había sido quemado después de todo? Tischendorf pidió que se trajeran los camellos a las puertas para la mañana siguiente.

      La última noche, de manera casual, le habló al mayordomo del monasterio acerca de manuscritos de la Biblia. Al entrar en su celda para buscar refrescos, el mayordomo, ansioso de mostrar su propia erudición, comentó: “Y yo, también, tengo una Versión de los Setenta,” una antigua versión griega de las Escrituras Hebreas. De un anaquel que estaba sobre la puerta de su celda el monje bajó un bulto voluminoso envuelto en tela roja. Ante los ojos asombrados de Tischendorf estaban no sólo las hojas que él había salvado de las llamas quince años antes, sino otras partes de las Escrituras Hebreas y de las Escrituras Cristianas Griegas. Procurando disfrazar su gozo sin límites, Tischendorf pidió prestado el volumen para examinarlo esa noche. Pronto vió que éste era un tesoro bíblico, un documento cuya edad e importancia excedían las de cualquier otro que había visto en veinte años dedicados al tema.

      Cómo persuadir a los monjes a ceder este tesoro—ése era el problema de Tischendorf. Lo solucionó por medio de sugerir que los monjes lo presentaran como regalo al zar de Rusia, reconocido campeón de las iglesias ortodoxas orientales. Después de largas negociaciones, el Códice Sinaítico, como llegó a llamarse el manuscrito, fué presentado al zar. En recompensa los monjes recibieron 9,000 rublos. En 1933 el gobierno soviético vendió el manuscrito al Museo Británico por $500,000. Allí permanece hoy, este tesoro de valor excepcional.

      Pero aun antes del tiempo de Tischendorf

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