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¿Pueden los hombres gestionar el remedio?La Atalaya 1984 | 15 de noviembre
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Francia: “Los tratados son como las mujeres jóvenes y las rosas. Duran el tiempo que duran”. Entonces, citando las palabras de Víctor Hugo en Les Orientales, añadió: “¡Ay! ¡Cuántas jóvenes he visto morir!”.
Un rasgo de nuestros tiempos críticos
Desde hace muchos años se predijo en la Biblia que nuestro tiempo sería dominado por hombres orgullosos y egoístas que no estarían dispuestos a entrar en acuerdos ni a cumplir con su palabra. En 2 Timoteo 3:1-5 leemos: “Sabe esto, que en los últimos días se presentarán tiempos críticos, difíciles de manejar. Porque los hombres serán amadores de sí mismos, amadores del dinero, presumidos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, desagradecidos, desleales, sin tener cariño natural, no dispuestos a ningún acuerdo, calumniadores, sin gobierno de sí mismos, feroces, sin amor de la bondad, traicioneros, temerarios, hinchados de orgullo, amadores de placeres más bien que amadores de Dios, teniendo una forma de devoción piadosa mas resultando falsos a su poder; y de éstos apártate”.
Estos “últimos días” empezaron en este siglo —en 1914, con la primera guerra mundial— y han continuado hasta el día actual. El registro histórico ha confirmado claramente la veracidad de la profecía bíblica. Horrorizadas por la gravedad de la Gran Guerra, como se la llamaba en aquel entonces, las naciones trataron de gestionar tratados que evitaran otra guerra de tales proporciones. Antes de la guerra, ni siquiera había un tratado que proscribiera universalmente la guerra ni organización alguna cuyo propósito fuera imponer la paz. De modo que, para hacer precisamente eso y garantizar la paz mundial, los líderes mundiales se esforzaron por formular acuerdos entre las naciones.
El pacto de la Sociedad de Naciones fue una promesa de que las naciones miembros se apoyarían y se protegerían entre sí y no irían a la guerra, salvo en caso de defensa propia, y, en tal caso, solo después de haber sometido la disputa ante el Consejo de la Sociedad para zanjar las dificultades y haber dejado pasar un período de tres meses para calmar las tensiones. Tal pacto entró en vigor en 1920. Los tratados de Locarno, que entraron en vigor en 1926, fueron aclamados como una “victoria a favor de la paz y la seguridad” entre las naciones europeas. En el Tratado de París, también conocido como el Tratado Kellogg-Briand, se renunció a “recurrir a la guerra”. Éste había de ser un tratado multilateral que estaría abierto a ratificación por todas las naciones. Se proclamó formalmente en 1929 y, con el tiempo, lo firmaron 63 naciones que concordaron en resolver sus disputas solo por “medios pacíficos”. Durante aquel período se promulgó una serie de otros tratados, lo cual hizo que muchas personas pensaran que la guerra llegaría a ser cosa del pasado. Pero no pasó mucho tiempo antes de que la mayoría de aquellas naciones se vieran envueltas en otra guerra mundial.
De modo que ¿pueden los hombres gestionar la paz? El registro histórico y los acontecimientos mundiales hoy día contestan: ¡NO! Es como lo resume el autor Beilenson: “Después de la destrucción causada por la I Guerra Mundial, los estadistas erigieron la más fuerte estructura de papel para la paz hasta entonces concebida. Ésta no pudo impedir que los tratados se violaran de manera tan cínica como había ocurrido en las demás eras de la historia, ni pudo detener la destrucción tan grande que la II Guerra Mundial causó, ni pudo evitar ninguna de las demás guerras menores que se han peleado desde entonces. Aunque existe el tratado de las Naciones Unidas, las naciones han continuado desunidas”.
Puesto que hoy día la humanidad ‘no está dispuesta a ningún acuerdo’, tal como lo predijo la Biblia, no existe ningún tratado de paz universal, y el mundo vive en un ambiente lleno de temor. ¿Significa esto que no hay esperanza para nuestros tiempos críticos? Si hay algún remedio, ¿en qué consiste éste?
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El Reino de Dios... el remedio seguroLa Atalaya 1984 | 15 de noviembre
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El Reino de Dios... el remedio seguro
“EL HOMBRE ha dominado al hombre para perjuicio suyo.” Esta declaración, que se halla registrada en la Biblia en Eclesiastés 8:9, ha seguido siendo cierta a través de la historia hasta nuestro mismísimo día. ¿Por qué ha resultado ser así? ¿Por qué no ha podido el hombre mejorar la situación a que se enfrenta durante estos tiempos críticos?
“El conocer algo de la naturaleza humana nos convencerá de que, para la inmensa mayoría de la humanidad —escribió Jorge Washington en 1778—, el interés [personal] es el principio dominante; y de que casi todo hombre está más o menos bajo su influencia. [...] Pocos hombres están dispuestos a sacrificar de continuo, para beneficio de todos, sus conveniencias o ventajas personales. Es inútil clamar en contra de la depravación de la naturaleza humana debido a esto; es un hecho, la experiencia de toda era y nación lo ha probado, y tenemos que cambiar en gran medida la constitución del hombre antes de que podamos cambiar tal situación.”
Puesto que todo hombre es imperfecto y pecador desde su nacimiento, ningún hombre ha podido tratar de modo absolutamente perfecto y justo a su prójimo (Romanos 5:12). Los intereses personales egoístas alteran o dominan nuestro juicio y nuestras acciones. Y
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